
LXXIV
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1881 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
No entendía muy bien por qué de aquel evento. Pero al fin y al cabo no era molestoso. No parecían ser desagradables. Sólo se acordaba el nombre de la menor, era Juliette si no se equivocaba.
Les preguntó a las gemelas sus nombres de nuevo. Y esta vez sí los recordaría, Cassie y Melissa. Por su edad eran mucho más difíciles de diferenciar, porque hasta llevaban el mismo vestido y del mismo color. Pero se haría lo que se pueda. En su caso comparado a Louise y Dianne que también eran gemelas, diferenciarlas era más difícil, porque eran niñas y hasta sus personalidades se parecían mucho. En cambio Louise y Dianne solamente se veían igual pero eran totalmente reconocibles cuando comenzaban a hablar o viendo la mera expresión de su rostro.
No sabía a qué jugar precisamente, no tenía cosas para hacerlo de hecho. Pero lo podía intentar. Las tres niñas ya dentro de la habitación se sentaron en el gran sillón con comodidad mientras contaban lo aburridas que estaban porque ahora todos parecían ignorarlas y no había nada que hacer en un lugar tan grande. Que sus hermanas mayores eran muy aburridas.
Lauren también fue a sentarse a aquel lujoso sillón. En un costado al lado de las tres niñas. Entraban hasta con espacio de sobra, aquel sillón era enorme. Era bastante agradable escucharlas.
[•••]
—¿Tú tienes hermanos? —Preguntó Juliette dirigiéndose a Lauren, la misma negó amablemente. —¿Hijos? —Preguntó. Lauren volvió a negar.
Las niñas parecieron desilusionarse un poco. No habían más niños o niñas en castillo más que ellas tres. Por eso también estaban tan aburridas.
—¿Pero te gustaría tener hijos? —Preguntó una de las gemelas.
—Supongo que sí. —Contestó Lauren sinceramente. Se veía en un futuro así. Lo veía bien. Pero aún era algo muy incierto. Aún era muy joven, aún no tenía idea de muchas cosas.
—¿Cuántos? —Preguntó la pequeña de nuevo sumamente curiosa.
Lauren se quedó pensando. Ni había analizado eso. Pero supuso que su corazón deseaba algo, y trató de descifrarlo. Se imaginó a sí misma en esas circunstancias, y a pesar de que sabía que su parecer o querer podía cambiar al instante siguiente, podía decir lo que pensaba esos tiempos, lo que se imaginaba y lo que creía que le gustaría.
—Creo que cuatro. —Les respondió después. Las niñas no parecieron sorprendidas, ellas eran bastantes hermanas, no les parecía mucho.
—¿Dos mujeres y dos varones? —Preguntó la otra gemela.
—Tres varones y una mujer. —Lauren lo pensó mejor. Las niñas parecían más atentas.
—¿Por qué? —Preguntaron al mismo tiempo.
—No lo sé. —Dijo Lauren sinceramente haciendo que las niñas rían.
—¿Tienes nombres pensados? —Preguntó la pequeña.
— Emma, Andrew, George y Vincent. —Les respondió, el primero lo había pensado mejor que los demás.
—¿Por qué? —Volvieron a preguntar curiosas.
—Mi mamá se llama Emma, y mi primer nombre también es Emma. —Dijo refiriéndose al primer nombre que mencionó. —Los otros tres nombres solamente me gustan. —Explicó después encogiéndose de hombros con sinceridad. A las niñas les dio risa de nuevo.
—¿Qué dice el príncipe? —Dijo una gemela, la que parecía ser Cassie, o eso esperaba Lauren.
—No hemos hablado de eso. Es muy pronto. Además quien sabe, no puedo predecir lo que sucederá. Y esas cosas se deben pensar muy bien.
—Le contestó amablemente y también era cierto. No era nada urgente, todo podía llegar a su tiempo.
—Pero sería bonito, así cuando regresemos aquí tendríamos amigos y no sería tan aburrido todo. —Dijo Juliette, ganándose un leve codazo de una de sus hermanas. Las gemelas se disculparon con la mirada de cierta forma.
A Lauren nuevamente no le molestó. No había problema.
[•••]
Después de aquella pequeña conversación. Oficialmente las niñas querían hacer algo más, pero al Lauren no poder salir de la habitación no les podría ofrecer muchas cosas tampoco.
Leer los libros que tenía era la única opción, la que podía ser la "más divertida" pero para su mala suerte no había nada que una niña de 7 y dos de máximo 12 podrían leer. De todas formas se levantó del sillón para llegar a donde estaban los mismos y revisar minuciosamente haciendo su mejor intento por estar de cuclillas considerando al corsé y armazón que traía debajo ahora.
Aunque cuando lo pensó, Moby Dick no era malo para su edad. Tenía un trasfondo muy filosófico pero también podía ser leído. Ella lo había leído a los 12, supuso y esperó que no haya problema. Pero a parte de aquel libro no habían otros dos que le hayan regalado que sean propios para prestar para la lectura de personas de su edad.
De todas formas ya tenía Moby Dick entre las manos, mientras se quedaba viendo aquel pequeño carrito con estantes donde estaban sus ahora libros.
—Nuestra sirvienta nos lee cuentos siempre allá en casa. —Comentó de nuevo la pequeña Juliette. —¿Tú nos vas a leer ese? —Señaló el libro en las manos de Lauren.
Y de hecho, era buena idea. Nunca había sido narradora ni nada por el estilo. Y además podía salir mejor que darles un libro a cada una, porque los que tenía no eran lo suficientemente entretenidos para un niño. Eran muy densos y muy largos.
—Creo que sí. Debido a que no tengo nada para ofrecerles como un juego propio y divertido. —Dijo Lauren entonces. Las niñas parecieron emocionadas levantándose del sillón y corriendo a la cama de Lauren como si nada, con total confianza. No les dijo nada, ya para qué.
Se sentaron en la misma entre risas, porque al usar elaborados vestidos ellas también, se veía gracioso al intentar sentarse sin que la falda junto a todas las internas no se eleven hasta su rostro. En su caso no usaban armazón, eran niñas, era obvio que no, pero todo era compensado con traer más faldas internas. Al final encontraron una forma de sentarse al menos, estando de cierta forma arrodilladas y sentadas al mismo tiempo en la cama. Casi al medio, moviéndose emocionadas.
Lauren abrió el libro encontrándose con la página que guardaba aquella flor blanca seca que Louis le había regalado y ella había preservado entre las páginas de aquel libro. Miró la flor con pena, y solo la puso entre las últimas páginas. Moby Dick era un libro de más de quinientas páginas, no se los iba a terminar de contar, así que no pasaba nada poniendo el regalo de su buen Louis en las páginas atrás.
De todas formas las curiosas niñas claro que se dieron cuenta.
—¿Esa flor te la dio un chico? —Dijo entre curiosa y asombrada Juliette.
—¿Fue el príncipe? —Preguntó la gemela que parecía ser Melissa.
—Fue un amigo. —Les contestó. Pero la respuesta obviamente no fue suficiente para su curiosidad. —Que está en el cielo. —Decidió no dar más detalles, no quería ponerse triste en esos segundos. Era la forma más suave de explicarle eso a un niño, sobretodo por la presencia de Juliette, que era la más pequeña de las tres.
Claramente Cassie y Melissa la entendieron, y le dedicaron una pequeña sonrisa para consolarla.
—Mi abuelita también esta ahí. —Mencionó Juliette con algo de pena. —Dice mi papá que desde ahí nos ve siempre y que nos cuida, porque nos quiere. Tu amigo también te ve de ahí, y te va a cuidar. No te pongas triste. —Dijo inocentemente, pero aquel había sido uno de los consuelos más dulces y sinceros posiblemente existentes. Y se lo agradeció encarecidamente con una reverencia. Juliette le sonrió.
[•••]
— Llamadme Ismael. — Lauren empezó a leer cuando las cosas se normalizaron en señal de que era tiempo, ella se sentó en el sillón quedando de cierta manera en frente a las muchachitas que también giraron sentadas para poder ver a Lauren. Lauren estaba erguida como siempre, con esa postura tan bonita, sosteniendo el libro un poco más abajo de la altura de sus ojos para leer propiamente. Tenía que hacerlo de la mejor forma posible, narrar incluso como si ella fuese el mismo Ismael, había que encontrar la forma de entretenerlas. —Hace unos años, no importa cuánto hace exactamente, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente...
[•••]
Pasó el tiempo, casi sin darse cuenta. Las niñas estaban entretenidas, y a Lauren le había gustado eso de narrar y leer para alguien. Era divertido, en la parte de los diálogos, cambiar de voz o meterse en el personaje. Las niñas lo disfrutaban, y para Lauren también era divertido.
Pero iba a llegar una de las partes más emocionantes de la historia, y posiblemente Lauren también se estaba metiendo mucho en la historia, recordándose a sí misma a los doce, a esa niña leyendo aquel libro en la biblioteca.
—Ahora estáis ahí tres frente a tres. ¡Alabad estos cálices asesinos! —Elevó la voz ante los signos de exclamación en las palabras escritas. —Entregadlos, ahora que ya sois partes de una alianza indisoluble. ¡Ah, Starbuck, ya está todo hecho! El sol aguarda para ratificarlo posándose sobre ello. ¡Bebed, arponeros! —Se puso de pie sin darse cuenta debido a la escena del libro. Las niñas no podían estar más que encantadas. — Bebed y jurad, hombres que tripuláis la mortal proa de la lancha ballenera. —Dejó de leer, se sabía esa parte, y la que le seguía. Poniéndose en el papel del capitán Ahab, al frente de su barco, el universo al que un simple libro podía llevar era magnífico. —¡Muerte a Moby Dick! —Engrosó la voz, las tres hermanas estaban enganchadísimas a la historia. —¡Dios nos dé caza a todos si no damos caza a Moby Dick hasta matarla!. —Terminó aquella pequeña actuación para poder volver a abrir el libro y continuar la narración quedándose de pie. Tomó un respiro. —Los largos y afilados vasos de acero se elevaron; y con gritos y maldiciones contra la ballena blanca, la bebida fue simultáneamente engullida con un chirrido. Starbuck palideció, se volvió y se estremeció. Una vez más, la última vez, el recipiente de nuevo lleno dio la vuelta entre la frenética tripulación, y luego él les hizo una señal con la mano libre, y todos se dispersaron, mientras Ahab se retiraba a su cabina...
Fueron en esos segundos exactamente, que tocaron la puerta de la habitación. Interrumpiendo el momento. Por lo que Lauren regresó al momento y fue dirigiéndose a abrir la puerta para evitar molestias para quien estuviese afuera.
Las tres niñas emitieron quejidos ante el pare de aquellos momentos. Querían seguir escuchando. Y su frustración fue divertida también.
[•••]
—Por favor, denme unos minutos. —Les pidió al escuchar sus quejidos. Y las niñas asintieron a pesar de todo.
[•••]
Abrió la puerta, y esperó de todo menos encontrarse con lo que se encontró. Su rostro cambió por completo.
Era Eugenia, la linda y tierna Eugenia, hasta ahí todo bien. Si no fuera porque estaba sangrando muchísimo mientras sostenía el lado derecho de su rostro, donde tenía un inmenso corte que pudo incluso sacarle el ojo. La escena era terrorífica.
—La señorita Lea. —Dijo entre sus sollozos y de manera a penas entendible. De repente varios sirvientes corrían hacia Eugenia y la habitación de Lauren.
—¡Eugenia, tienes que ir a la enfermería! ¿Qué haces aquí? —Exclamó Celine, la jefa de limpieza, en voz alta y desesperada seguida por varios sirvientes y mayordomos que venían corriendo detrás. Y se llevaban a la jovencita en un instante mientras la misma sollozaba de puro dolor y terror.
Lauren entro en pánico tratando de reaccionar viendo como las niñas dentro de su habitación querían caminar hasta la puerta para ver que había pasado, las alcanzó y les pidió que no salgan ni se asomen, llamando a sirvientes de afuera para que las escolten. Al ser la pequeña la más escurridiza lo intentó pero Lauren le bloqueó el paso tapándole los ojos delicadamente.
—Discúlpenme las tres, pero tienen que regresar a sus habitaciones. Gilbert y Hans las van a escoltar. —Dijo mencionando el nombre de los mayordomos que entraron apresurados a la habitación por los pedidos de Lauren.
—Pero nos queríamos quedar. —La pequeña se quejó, las dos gemelas parecían darse cuenta de algo, pero al no tener permitido ver, no sabían que pasaba. Igual se habían asustado un poco.
—Pueden venir cuando quieran y continuamos leyendo, el libro es muy largo. Pero por ahora ha terminado ¿Está bien? —Trató de sonar lo más tranquila posible, y felizmente convencio a Juliette que fue a tomar la mano de Hans para que la lleve, igualmente Gilbert se llevó a las gemelas. Los niños no podían ver eso.
Inocentemente Juliette se volteó a medio pasillo para decirle adiós con la mano, gesto que fue imitado por sus hermanas mayores.
Afuera de la habitación aún habían algunas sirvientas igualmente de asustadas, viendo que se había derramado un poco de sangre al piso debido a que la herida de Eugenia sangraba a borbotones. Felizmente las niñas no habían visto eso, o al menos habían salido lo suficientemente rápido para no notarlo.
—Señorita Lauren, lamentamos que Eugenia haya venido a su habitación tan de repente. Limpiaremos todo. —Dijo una que estaba bastante asustada.
—¿Saben qué pasó exactamente? —Preguntó Lauren aún en aquel susto.
Una de ellas empezó a llorar del miedo. —No, pero seguro le cortó la cara con algo, un plato roto. O un cuchillo. —Se desesperó.
Y fue lo que necesitó para salir de la habitación. Esquivando a las sirvientas para que no la puedan atrapar.
Lo había pensado, y se hizo cierto. Solo le hacía falta a Lea una cosa más que haga para que Lauren se vea obligada a salir de la habitación, rompiendo cualquier regla y cualquier promesa.
Y le podía tener mucho miedo a esa joven, más por lo que le había hecho cuando la había golpeado. Pero no se iba a quedar así solamente después de lo que había visto. Si Eugenia fue primero con ella antes de la enfermería tenía que ser por algo.
Era la última vez que Lea le hacía daño a alguien.
[•••]
La persiguieron para alcanzarla, Lauren no podía salir y los sirvientes estaban igual de asustados. Le bloquearon el paso varias veces, pero Lauren tenía que encontrar la forma de abrirse paso. La rodearon, la intentaron calmar porque era muy peligroso enfrentarse a ese monstruo. Pero Lauren estaba muy decidida. Se las iba a cobrar, por esta y por todas las veces. No importaba si ganaba o si perdía o si terminaba en algo peor y hasta cualquier cosa, pero la quería tener en frente.
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