Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

LXVI

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1881 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

    Nada de lo que terminó pensando fue la solución para poder dormir, sino todo lo contrario. Pero también sabía que tenía que empezar a hacer algo.

    Era bastante retorcido eso de pensar de ganarse a la gente, porque era una especie de manipulación, si se pensaba un poco. Más porque era algo tan noble y tan bonito por otro lado, que lo hacía un poco más tétrico al ver ambos lados.

    No tenía por qué fingir ser alguien que no era, no tenía que crear una personalidad para agradarle a todos. Siendo como era podía lograrlo, era un plan en el que se iba a esmerar para no tener error alguno.

   Iba a traer a la Reina abajo de una forma, en la que si ella se atrevía a tocarle un solo cabello, el pueblo entero se levante en armas y antorchas para darle un castigo, porque el pueblo amaría tanto a su nueva princesa que hasta condenarían a su propia Reina por ella.

    Sonaba lindo, por un lado. Una princesa de carácter fuerte querida por su pueblo, respetada pero no temida, adorada bendecida, que era ella misma.  Contra una Reina desquiciada, arrogante y a la que solo respetaban por miedo.

    Pero por otro lado era siniestro también, una princesa cuya toda intención era hacer eso, tener a su pueblo de a su lado, porque era muchísima más gente que toda la nobleza junta, la multiplicaban por más de diez veces. Para que al primer momento que cualquier magnate se atreva incluso a hacerle el mínimo daño, o amenazarla de muerte que era lo más posible, la rebelión en la que el pueblo armaría por la memoria de su princesa traería todo el Reino Unido abajo.

    Podía tener ese poder en sus manos, poder que le iba a permitir vengarse de toda esa gente que le había hecho tanto daño, a ella, a sus amigos, a sus colegas. A tanta gente inocente.

    Perdonar sanaba el alma, ya lo había hecho, más por ella misma, pero la paz del perdón no se comparaba en nada a esa sed repentina de cobrársela a todo el mundo, en su nombre y en nombre de todos los que merecen tener una voz que no sea callada a obligación. Como ella solía tener.

    No era ninguna justiciera social ni protestante a favor de la igualdad. Le gustaría, pero entre tanta pelea filosófica terminaría perdiendo tarde o temprano. No podía cambiar el mundo, nadie podía hacerlo. Pero podía controlar varias cosas, y esa sensación posiblemente despertaba un lado oscuro que toda persona tenía, que no conocía pero cuyo descubrimiento podía ser revelador.

    Era ese tal vez el destino tan grande que Vladimir Gees predecía y siempre deseaba para ella. Esa inmensidad que aseguraba para su destino a una incrédula Lauren que recién salía totalmente asustada de la casa de sus tías, que se hospedaba con Vladimir una noche antes de ir a castillo. Ese castillo que la había puesto de cabeza a ella y a toda su vida por si su vida ya no estaba de cabeza ya.

    Le había pasado de todo, absolutamente de todo y le seguía y seguirá pasando de todo. Parecía una especie de maldición que la iba a perseguir por siempre.

    Y tal vez era por algo. La vida se había encargado de revolcarla para luego darle todo eso, esa oportunidad, de seguir callada, de perdonar, o de vengarse.

    Y siempre había pensado que eran opciones, hasta que las entendió como fases, como etapas, como pasos. De una nueva construcción de si misma, de posiblemente el surgimiento oficial de la persona más grandiosa de Inglaterra, por su bondad, magnificencia e inteligencia. Un villano, claramente, pero uno amado, adorado, venerado, en vez del que la gente estaba acostumbrada a ver.

    Poco a poco se daría cuenta, se volvería en eso. Lo estaría haciendo, paso a paso, en una nueva etapa. Ser lo que parecía estar destinada a ser. Porque llamarlo producto de la suerte dejaba de ser cierto hasta varios puntos.

    Las oportunidades del destino no podían ser casualidad.

   Era una historia. Que se había ido juntando de miles de eventos para que pueda ser contada, para que pueda ser recordada, y estudiada por siglos. Historia que no terminaba, historia a la que le faltaba mucho. Historia que comenzaba un nuevo capítulo, uno increíble.

    Historia de la Reina más querida de Inglaterra.

[•••]

    Se dirigió a la nueva mesa de noche mientras pasaba las manos por su húmedo cabello para llevarlo para atrás. Entre los cajones encontró la libreta que Thomas le había regalado el año pasado cuando todo eso se puso peor, esa libreta que tenía su nombre gravado.

    No la había usado, ni la había abierto. Pero era el momento, se le había ocurrido algo. Sacó su pluma y su tintero igualmente. Y se dirigió rápidamente a la mesa del tocador, cuya mesa era suficientemente grande para lo que Lauren quería hacer. Tomó asiento en la silla del mismo, dejó las cosas en la mesa ignorando el espejo y acomodando las pinturas y maquillajes que estaban ahí listos ordenadamente a un lado para poder usar la libreta.

Abrió la misma, encontrándose con la primera página, mojó la punta de la pluma en el tintero y con una ordenada y cuidadosa letra empezó a escribir lo que se le había ocurrido.

Nombres.

[•••]

En orden alfabético, anotó cada nombre de sirvientes del castillo que tenía la oportunidad de conocer. Empezando por los apellidos, recordando rostros y nombres completos.

Ableu Claudia
Anderson Daniel
Anderson Jackson ...

    Anotaba solo la gente que recordaba, que conocía. Varios de lavandería, a la mayoría de los de la cocina, pero unos pocos de limpieza, a penas algunos de servicio. De todas formas eran demasiados sirvientes, era imposible que si quiera pueda poner la mitad. Pero ahí estaba, anotando los nombres de todos los sirvientes que recordaba.

    En algunos casos no sabía nada porque había mucha gente nueva, pero su libreta tenía espacio, varias páginas, no pasaba nada. De algunas personas a penas recordaba el apellido, o hasta la letra del nombre, e iba dejando espacios.

    No era que hiciese eso solo porque se le ocurrió de la nada, o porque efectivamente ese corte en la cabeza le había zafado un tornillo. Esa acción a primera vista tan rara tenía un propósito.

    Se quería aprender el nombre de todos, de todos los sirvientes, nombre y apellido de cada uno. Si podía tener la oportunidad llegar a saber algo más, su edad, algo, también lo haría. Pero quería memorizar todo eso, quería empezar por algo.

    Sabía que habían miles de empleados, miles de guardias y muchísima gente trabajando ahí, pero estaba decidida y dispuesta a poner a prueba su propia memoria. No hacía eso porque sí, quería tratar con todos ditectamente, odiaba la idea de en algún momento tener que llamarlos como "oye tú, sirviente" "oye tú, cocinera" no soportaría llamarlos así solamente. Porque eran personas, no objetos a disposición de todos, ella había sido sirvienta, siempre llevaría esa esencia y no le daba vergüenza en ningún sentido. Y no podía tratar a alguien que era igual a ella como si fuera algo menos.

    Porque eran igual a ella, personas como cualquier otra, con defectos, errores, tragedias, y muchas cosas. Por eso prefería mil veces llamar a alguien por su nombre, demostrarle el respeto que merece. Porque respetando a los demás también se gana respeto, se gana a la gente y se gana su agrado.

    Aunque para eso, se sabe bien que ese era su gran plan.

    Y claramente, el propósito de dormir para disiparse y relajarse dejó de importar al instante. Cambiando completamente.

   Y durante esa noche extraordinaria no durmió, mucho menos presentó un mínimo síntoma de sueño.

[•••]

    Grande fue la sorpresa a la mañana siguiente, no para Lauren tanto así, pero para los sirvientes que llegaron para su atención, empezando claramente por el desayuno.

    Al tocar esa pequeña campana pidiendo el permiso de entrar, la sirvienta que traía el pequeño instrumento se llevó un pequeño susto al ver de un momento a otro a la misma Lauren abrirle la puerta para dejarla pasar a ella y a su compañera que traía la bandeja con comida.

    Más sorpresivo aun, verla cambiada, ordenada, con todo ordenado, con la cama tendida, las cosas en su sitio y una especie de fragrancia floral en la habitación que rápidamente Lauren explicó que era gracias a aquel exquisito perfume que le habían dejado en su tocador.

    Estaba con su ropa, claramente esa sencilla que tenía, y no con su uniforme el cual tanto se había acostumbrado a usar, recordando también todo lo que la había atacado esa noche, seguía igual de asustada y abrumada, pero estaba mejor, por todas las locuras, verdades y conclusiones a las que por el momento había llegado. Tenía su camisa blanca, y el vestido largo y marrón que no usaba hace tiempo, lo escogió porque a pesar de estar parchado, combinaba con el color de sus ojos, y a pesar de que el vestido rojo oscuro se veia mucho menos desgastado, quiso usar el marrón.

    No tenía idea de por qué. Posiblemente ya de veras aquel corte en su cabeza le había hecho algo.

    Tenía el cabello peinado para atrás, haciendo que tanto como su flequillo y el cabello habían crecido un poco, un estilo mucho más extrañamente atractivo se muestre en su cabello, como el de un muchacho que se dejó crecer elegantemente un poco el cabello. Y al ser un corte obviamente mal visto en una mujer, que Lauren llevó por obligación, que pues se vea bien ahora que había crecido un poco, era bastante contradictorio.

    De todas formas Lauren era bonita, no una belleza extraordinaria ni inconmensurable como poseía la señorita Lea, pero sí una extraña, que terminaba capturando de cierta manera a aquel que se daba cuenta en ese tipo de detalles.

[•••]

    Las sirvientas no tenían ni idea de por lo que había pasado Lauren esa noche y mucho menos lo que había estado haciendo.

    Por lo que ese día siguió siendo totalmente sorpresivo para ellas cuando escucharon un firme, tranquilo y hasta formal "Buenos días" acompañado de sus mismísimos nombres.

    Lauren las conocía, eran gente de la cocina. Quinn Fitzgerald, y Hermelinda Bedel. Pero las terminó sacando un poco de onda, porque las mismas no esperaban ese tipo de trato. Más aún por todo lo que estaban viendo, todo tan ordenado, a la muchacha bien cambiada, bien ordenada.

   La habitación también tenía un sillón y parecía que Lauren había estado sentada ahí antes de que entren las muchachas. Porque ahí estaba su libro de Moby Dick abierto en una página que tenía una pequeña flor blanca aplanada y seca. Ellas no entendían tampoco. Pero Lauren sí, era aquel sencillo regalo de su queridísimo amigo. Que había vuelto a ver después de hojear su libro mientras esperaba la llegada de aquel servicio.

    Lauren pidió que dejen la bandeja en el sillón. A su costado porque se iba a sentar ahí, Hermelinda que llevaba la bandeja, asintió colocándola ahí, al lado del libro.

    Le habían traído de todo, panecillos, mermelada, mantequilla, té dulce con leche, salchichas rostizadas, guiso de judías y varias cosas más. Como los desayunos que le solía llevar al príncipe cuando también solía ser parte  de su servicio en la cocina, eran cosas demasiado exquisitas. Y no se había dado cuenta que tenía algo de hambre hasta ese momento.

    Hermelinda ya era mayor que Lauren, posiblemente tenía más de 35, pero no podía pasar de 40, en cambio Quinn parecía estar en la segunda década de su vida, igual que Lauren.

    Les agradeció bastante por el servicio. Y decidieron responderle inmediatamente.

    —No hay de qué, estamos a su disposición, y si contamos con su permiso nos retiramos para esperar afuera, esperando a su llamado para volver a entrar a recoger todo. —Habló Hermelinda haciendo una reverencia.

    —Por supuesto Hermelinda, pueden retirarse, yo las llamaré a penas sea oportuno.

    —Esperamos en verdad que su desayuno esté excelente, y todos en cocina lamentamos que vaya a permanecer encerrada aquí durante un tiempo, bueno ya sabe hasta que se vaya la señorita Lea. —Dijo Quinn, Hermelinda pareció asentir.

    —No dudo que lo disfrutaré. Por lo demás no hay que preocuparse. Ya pasará y ya estará todo bien, o quién sabe. Estará como tiene que estar. —Dijo tranquilamente Lauren.

    —Ojalá sea pronto, su majestad. —suspiró Hermelinda. — Si supiera lo insoportable que se despertó la Reina hoy, por lo que nos cuentan, tiró la bandeja y provocó un pequeño corte a Úrsula, ya sabe una de las que le lleva el desayuno. —Contó.

    Lauren prefirió no dejar que aquella impotencia no la frustre. Sacudiendo un poco la cabeza mientras llevaba sus dedos a la frente unos segundos.

    —Pero no se ande haciendo corajes. —Volvió a decir Hermelinda un poco bromeando. —todos sabemos cómo es la Reina. Por eso cuando todo mejore, usted pueda salir y eso ya estaremos mejor.

    — Sí, no se enoje señorita. —dijo Quinn, Hermelinda la miró algo raro. Quinn iba a disculparse, pero antes de cualquier cosa Lauren dijo que no pasaba absolutamente nada si la llamaban así, más bien era preferible, aún todo estaba muy enredado para que se acostumbrara a que la llamen majestad, señoría y esas cosas así tan de repente. Con eso de señorita bastaba y sobraba.

    Ambas parecieron más tranquilas. Y Lauren les pidió si podían decirle eso a los demás y a los que pudiesen también. Para que no se incomoden y mucho menos se asusten, que era lo que menos quería.

    Se terminaron saliendo un poco del tema con eso, pero fue bueno. No tenía sentido enojarse por la Reina todo el tiempo. Le hacía más daño a ella misma.

[•••]

    —Ay señorita, cuánto tiempo le hemos quitado. —Dijo de repente Quinn en algo de sorpresa cayendo en cuenta de que se quedaron hablando un poco. —No podemos dejar que su desayuno siga enfriando, discúlpenos por favor. —Dijo, y Hermelinda estuvo de acuerdo.

    Ambas empezaron a despedirse algo avergonzadas.

    —No pasa nada, es más que agradable hablar con ustedes. Nuevamente gracias por su buen servicio, pueden esperar afuera, las llamo cuando termine. Tampoco quiero que se retrasen más de la cuenta si me demoro mucho comiendo. —Dijo amablemente.

    Con una sonrisa en los rostros de Hermelinda y Quinn las mismas hicieron una reverencia para despedirse momentáneamente, reverencia que fue correspondida educadamente por Lauren.

    Así Lauren misma se aseguró de abrirles la puerta, dejarlas salir y volver a cerrarla suavemente. No estando muy consciente de lo que había hecho, o tal vez sí porque también era parte de sus intenciones. Les había animado y hecho empezar bien la mañana a aquellas dos sirvientas.

    No llegó a escuchar lo de afuera después, porque volvió al sillón para comer. Para disfrutar por primera vez un desayuno de lujo. El cual jamás en su vida pensó comer, tipo de desayuno que llegó a cocinar cuando trabajaba para sus tías.

    Pero ahí afuera, unas tranquilas Quinn y Hermelinda susurraban sobre lo agradable que fue esa mañana, y como esa historia de que Lauren era aparentemente de las que odiaba a todo el mundo era totalmente falso, porque en realidad era muy agradable, no habían interactuado mucho con ella a pesar de que solían trabajar en el mismo lugar. Pero al tener la oportunidad de hacerlo, claramente. Lauren Harris era genial.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro