❝Lágrimas reprimidas❞
Normalmente los golpes nos agarran por sorpresa y nos causan tanto pesar que procuramos evitarlo, haciéndonos expertos en evadirnos de lo doloroso de la vida. Acostumbrándonos al dolor justificamos esa tendencia a la entrega total y sin mesura a través de la que intentamos dar significado a nuestros comportamientos e, incluso, a nuestra vida. Así, cuando estamos pasando por una etapa dolorosa, intentamos de manera inconsciente seguir adelante como si no pasara nada. Sin embargo, con esa actitud lo que conseguimos es enquistar el dolor y permitirle que eche raíces.
Mina era como un cristal, frágil y hermosa. Namjoon era como plasticidad fenotípica esclavo de sus impulsos, cambiante y difícil de descifrar. Se conocían desde niños, amigos inseparables que se tomaban de la mano para caminar, comían sándwiches de atún en el parque y miraban horas de dibujos animados. Al crecer todo marchaba bien se dieron cuenta que en esa amistad había algo más, más profundo llamado amor y así fue como su relación nació con el tiempo decidieron casarse. Él le juró serle de por vida fiel, acompañarla hasta en sus peores momentos y en viceversa, compartir la vida juntos era su mayor deseo, creían que formar una familia a la par sería fácil. Cuando la realidad era que nada en esta vida es fácil, menos cuando se esconden secretos oscuros.
—¡Mina! ¡Mina! ¡Mina! —la llamó— ¡Mina ven! —insistió, algo más fuerte— ¡Ven rápido!
Caminaba de un lado al otro en la habitación, alistándose para ir a su respectivo trabajo.
—¿Qué pasa cariño? —dice Mina, asomándose por el marco de la puerta.
Observo sus hebras indomables aún desarregladas, su vestimenta a medio poner, los hoyuelos que adornan sus mejillas y sigue observando. Su cuerpo trabajado a profundidad, los gestos en su rostro realmente preocupado.
—¿No viste mí corbata? —preguntó él, abriendo y cerrando los cajones de los muebles— No la encuentro por ningún lado, llegaré tarde a la oficina.
Ella suelta un suspiro cansado entrando a la habitación yendo hacía el mueble que se encontraba a un lado de la puerta del baño, abriendo su cajón encontró su corbata favorita. No entendía por qué su marido no encontraba las cosas aún estando enfrente de él, tenía que hacer todo en ese hogar, como si fuera una sirvienta, lo único que le faltaba era que le pidiera que le diera de comer en la boca.
—Aquí está, Namjoon. Y, no seas exagerado, aún tienes mucho tiempo disponible.
Levanta esa tela fina de color negra entre sus manos hacía el aire para que él pudiera verla. Volteando los ojos cuando él le sonrió falsamente.
—No la había visto, juro que fue en el primer lugar donde busqué. Y no estaba. —se excusó el joven esposo, intentando contener la risa— Ya no te enfades, ¿Si? —hizo el intento de acercarse pero ella lo apartó, frunciendo sus cejas disgustada— Estoy medio dormido aún, entiéndeme.
Pone el rostro de niño travieso para evitar una discusión.
—Mientes, Nam. —sentenció molesta, inhala y exhala— Las corbatas, calcetines y boxers están allí. Las camisas, camisetas, camperas, pulóveres, suéter y pantalones, por allá. ¿Entendido? —apuntó a cada sector donde yacían las cosas.
Se ríe para aliviar la tensión del aire, él también lo hace, su sonrisa es sincera. Le gusta que la haga reír con sus expresiones tan inesperadas, le gusta verle reír. Regresa el silencio.
—Si. Me quedó claro, es cierto, lo había olvidado, amor. —sonrió con dientes expuestos— ¿Qué haría sin ti? ¡Eres la mejor de todas! ¡Muchas gracias!
Hacía un tiempo que no le llamaba amor, algo dentro de ella se movió de la alegría, sin embargo, no podía mostrarle compasión o la historia se repetiría nuevamente, como todos los días.
—Siempre dices lo mismo, seguramente solo abriste, miraste por arriba, y cerraste. Típico de ti, ya no me sorprende. Y no. No digas que no. Sé que fue así. —se cruzó de brazos, tras un suspiro, ella lo conocía bien, no podía negarlo— Vamos a desayunar, hace tiempo que no lo hacemos juntos. ¡Te gustará lo que preparé!
Salió primero rápidamente de la habitación, sin permitirle responder o negarse, yendo hacía la cocina a pasos veloces pensó que quizás él metería otra excusa barata para irse temprano, últimamente hacía eso. Se iba muy temprano y regresaba muy tarde o había ocasiones que ni regresaba, tomando asiento en una de las sillas, aspiraba el delicioso olor del arroz con sopa de cerdo especialmente preparado para su marido. También le había preparado un exquisito affogato que tanto le encantaban a él.
Miró hacía la puerta de la cocina esperando ansiosa que aquella figura masculina que tanto amaba apareciera o por lo menos que se despidiera de ella, como antes lo hacía. No lograba entender el por qué se volvió frío y distante, por que casi ni la tocaba y besaba o por que se molestaba tanto cuando ella le preguntaba cosas referente a su distanciamiento o actitudes erradas hacía ella. ¿Dónde había quedado su amor? ¿Dónde estaba ese Namjoon del que ella se enamoró alguna vez?
Tratando de contener las lágrimas. Inhalo y exhalo con repetición, ahogando ese nudo en la garganta que la estaba matando poco a poco sin darse cuenta, miró una vez más la comida sobre la mesa y agachó la cabeza, algunas hebras de su cabello marrón, se colocaron en su rostro. El humo que salía del tazón de porcelana por la calentura de la comida, fue lo que miro con determinación. Pérdida en las figuras que se formaron.
—¿Estás bien? -escuchó esa voz que le erizaba cada vello de su piel, levantó sus ojos hasta él— ¿Mina? Te estoy hablando.
Lo recorrió con los ojos, viéndolo listo con su respectivo traje negro, sus mocasines del mismo color, y esa camisa blanca al cuerpo que resaltaba su perfecta figura masculina. Su cabello estaba largo hasta debajo de su mandíbula por lo que lo peinaba estilo libro pero le quedaba tan jodidamente bien, ella no se cansaría de verlo, y parar de suspirar.
—Sí viniste. —dijo con ilusión Mina, sin embargo, fue más un susurro para ella misma que para él— ¿Desayunas conmigo hoy? Te he preparado tu desayuno favorito.
Mina temía que se negara nuevamente como siempre él lo hacía, nunca quería pasar tiempo de calidad como un matrimonio feliz.
—Claro, te tomaste el tiempo de preparar todo esto para mí. Valoro eso, Mina. —dice frío, seco y grotesco, pero a ella no le importaba que él sea así.
Namjoon se sentó en una de las sillas que quedaban enfrente de ella, tomó los palillos entre sus dedos, para llenarlos de arroz, antes de meterlo en su boca, olió el delicioso olor que desprendía esa comida.
—¿Y el trabajo? —saco algún tema trivial de conversación para que no murieran en el silencio— ¿Qué tal va? Cuéntame, soy todo oídos.
—Mi padre ha decidido que revisar las inversiones de los últimos tres años, me harían bien para despejarme.
—¿Y ha funcionado eso?
—La verdad es que sí pero ahora no sé si estoy molido por no dormir bien, o por trabajar. Aún no lo deduzco bien. —suelta una risa nasal falsa.
Mina sonrió y lo miró con ternura. Namjoon se había llevado una gran bocanada de arroz a su boca y ella imitó su gesto, sin eliminar esa bella sonrisa de sus labios.
—Un momento. Déjame ver. —le dijo al chico.
—¿El qué? —sisea con la boca llena, se veía tan tierno con sus mejillas repletas de comida— ¿Qué mierda quieres ver ahora?
El chico se quedó mudo, Mina supone que pensando en alguna excusa. Al parecer era incapaz de reconocer su falta de discreción, su desfachatez hacía ella y sus acciones.
—A ti, amor. Déjame verte… —dijo la hermosa mujer morena, levantándose solo un poco, para inclinarse sobre la mesa. Y ajustar con sus palmas la corbata de su marido, analizando las arrugas con detalle.
Sus ojos se juntaron, ella quiso besarlo, Namjoon no iba a mentir que ella era la mujer más hermosa que había visto en su vida, sin embargo, no causaba nada en él. Y eso le dolía. Sabía que ella no se merecía ese trato tan grosero de su parte pero no encontraba otra manera de alejarla, mucho menos cuando está, era tan obstinada e insistía con que debían avivar el fuego entre los dos.
—Ya, ya, come de una puta vez. Y cierra la boca, solo ábrela para insertar los alimentos. —quitó las manos de ella de mala manera, logrando que lo mirará con los ojos al borde de las lágrimas— Deja de molestar un rato, ¿Si? Es lo único que te pido.
Ella aguantó las ganas de gritarle, de decirle que mierda le pasaba, por que la trataba así. A Mina no le gustaba cuando su marido volvía a ser aquel niño terco e impulsivo. Se había esforzado por convertirlo en un hombre educado y un amante con temple.
—¿Por qué me hablas así? —le dice para luego apretar los labios.
—Me enferma que quieras arreglar todo ya estaba bien, la corbata. —habló fuerte, apoyando los palillos sobre la mesa, creando un gran sonido retumbante sobre esas cuatro paredes. Se pone de pie— Me voy a trabajar, no voy a seguir perdiendo tiempo contigo. Estás muy inaguantable el día de hoy.
Sorprendido, el chico levantó la cabeza y miró en dirección a su esposa.
—No has terminado de desayunar, termina y luego te vas. —susurra para luego morder su labio inferior. Ya no aguanto más, las lágrimas traicioneras salieron, sirvió su nariz— ¡Estoy cansada de todo esto! ¡Estoy cansada de ti y de tu inmadurez! ¡De tus actitudes tan infantiles y desagradables! ¡De este matrimonio tan estúpido!
—El sentimiento es mutuo, Mina. —dijo él con su expresión fría.
Algo dentro de ella se rompió en millones de pedazos, quería lastimarlo, no salir lastimada entre tropezones se acercó hasta él.
—¿Qué te ha pasado? —le dijo acercándose tanto al chico que este pudo sentir su aliento— Tú no eras así. ¿He hecho algo mal? ¿Tengo la culpa, yo?
—No me ha pasado nada, estoy cansado de estás escenas tuyas, Mina. Pareces una perra en celo, buscas cualquier método para acercarte y tocarme. Y sí, toda la culpa es tuya.
—¿Y qué tiene de malo ello? ¿No eres mí esposo acaso? —pasa su mano derecha por su mejilla limpiando algunas lágrimas— Es normal que quiera que mí esposo me toque. ¿No lo crees?
—Soy tu esposo, no tu esclavo sexual, Mina. Deja de romperme los huevos con querer tener sexo. ¿Es mucho pedir eso?
—¡Joder, Nam! ¿Pero qué dices?
—Cállate. Me haces sentir así. Deberías pensar un poco más, antes de realizar algo.
Le iba a responder, sin embargo, una particular mancha entre la curvatura de su cuello y su hombro, llamó su completa atención.
—¡Dios santo! ¿Quién te ha hecho esto?
—No es nada. —intentó alejarse, pero ella tomó su rostro entre sus palmas nuevamente, ejerciendo una fuerza necesaria para que no se alejara, viendo aquella marca violeta que estaba entre su cuello y su hombro.
Con la yema de sus dedos, la mujer pasaba revista a las magulladuras del muchacho, también comenzó a contemplar: las cejas perfectamente delineadas, la nariz regordeta, sus labios rosados. Aunque fortuita, esa inspección era también una caricia, y Namjoon cerró los ojos, sintiéndose la peor mierda del mundo.
—¿Cómo? —clamó hacía su marido, intentando no alzar la voz— ¡Tienes una gran marca ahí!
Él no sabía cómo responder. No quería parecer un guarro, ni tampoco una pánfila.
—Ese imbécil de Kim Seokjin. Nos hemos peleado en el trabajo. —dice al final.
Ella le creyó como siempre lo hacía, estaba tan cargada por el amor que le tenía que sería capaz de cualquier cosa por él.
—¡Pero sí, te ha marcado! ¡Ese desgraciado! ¡Deberías haberlo molido a golpes!
—No es nada, déjenme ya. No te metas en mí vida. —replicó Nam ofendido, disgustado y molesto— Me tengo que ir. No me esperes levantada, llegaré tarde y después no quiero aguantarte que por mi culpa no duermes bien.
—Nam… No es por quedarme despierta hasta tarde, te reclamo por qué no me mandas un texto diciendo que estás bien. —inquirió Mina con evidente incredulidad.
—Escúchame bien, Mina. Eres mi esposa, no mi madre. No te debo dar explicaciones de todo lo que hago, ni mucho menos estar diciéndote absolutamente todo. Déjate de joder.
Y sin más se fue, dejándola nuevamente sola en su hogar sin darle un beso de despedida, sin ningún abrazo o una caricia, tampoco se dignó a darle un contexto del por qué su pelea con su compañero de trabajo. ¿Qué era lo que le pasaba a Namjoon? ¿Por qué había cambiado totalmente de actitud con ella? ¿Por qué era tan arisco con ella de la noche a la mañana? ¿Cómo era posible que el hombre que era una devoción para el mundo entero se convirtiera en un ser lleno de oscuridad?
No entendía el motivo o la razón de su cambio tan repentino, fueron cambios silenciosos llenos de amarguras e incertidumbres. Todo comenzó después de su primera luna de miel, cuando días después de volver, Namjoon se negaba a besarla o mostrar una pequeña muestra de afecto hacia su persona, las cosas empeoraron con el tiempo. Se convirtió en un ser posesivo que le gritaba:
«¡Si no eres mía, no serás de nadie!» «¡Aléjate de todos tus amigos, ellos quieren separarnos!» «¡Tú debes amarme solo a mí!» «¡No puedes salir con tus amigas porque seguramente te irás a ver con otro!» «¡Soy tu esposo, tienes que obedecer!»
Un empujón y el primer puñetazo fue lo que sentenció el destino de ellos. Mina creyó que seguramente era muy intensa con sus acciones cariñosas, cansando así a su marido o que quizás estaba muy estresado por el trabajo, por eso esa agresividad, sabía que el señor Kim, su suegro, podía ser muy estricto con su hijo. Terminó por perdonarlo cuando su esposo esa misma noche volvió con flores, un ramo entero de rosas rojas, sus favoritas. La última vez que habían tenido intimidad fue en su luna de miel, aunque ella entendía que su esposo pudiera estar agobiado por el exceso de trabajo. Tenía necesidades, necesitaba su atención.
No obstante, nunca la tenía, y cuando lograba tenerla, esos momentos eran muy breves, tanto que ni los contaba como importantes. Porque rápidamente él cambiaba abruptamente con ella. Se abrazó a sí misma en busca de confort, apoyándose contra el marco de la puerta de la cocina, volviendo a crear millones de razones posibles para poder justificar a su esposo, lo que entendía la culpa era de ella, nunca era de él. Tenía que buscar una solución a esta situación tan agobiante que se había vuelto su matrimonio. Estando sola se permitió soltar pequeños llorosos desconsolada, descargar la impotencia y el dolor, que le causaba toda su miserable vida. Se sentó en el suelo apoyando el peso de su espalda en el marco de la puerta, abrazando sus propias piernas, mordiendo sus rodillas para ir ahogando sus lamentos. Cubiertos por su pantalón pijama, sus lágrimas mojaban sus mejillas hasta caer en sus brazos entrelazados consigo misma.
Se sentía escoria, él ya no la quería y toda la culpa era solo de ella. Cómo siempre, la única a la que le debía la ruina de su escasa vida, es a ella misma. No servía ni cómo esposa. No lograba hacer nada bien. Sonríe cuando no le apetece e intenta caerle bien a la vida, pero fingir ya le resulta bastante agotador y desesperante. No hay nada más doloroso que intentar aparentar estar bien cuando algo nos está lastimando por dentro. Y una vez más. Kang Mina reprimía las lágrimas que crecieron poco a poco.
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