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II

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1889 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

    Volvió a ver a sus padres, los esperaban a Vincent y a él. Los dos extendieron una mano al mismo tiempo, Vincent corrió a tomar la de su padre, y Andrew para tomar la de su madre.

    Así cada padre llevaba a un niño en brazos, y a otro de la mano.

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     Las manos de su madre casi siempre eran frías. Pero se sentía muy seguro cuando la tomaba.

     Caminaron, fuera de la sala y camino a las afueras para poder subir en el carruaje primero. Que los llevaría a la estación. Y así, el viaje en tren comenzaría.

     Nunca había ido a Doncaster. Pero sabía que su mamá era de ahí.

     Lo que había pasado los había atrasado, pero estaba agradecido de que las cosas estén bien después de eso.
De haber recibido consuelo de su padre, de escuchar el mismo, porque lo necesitaba.

     Y sobretodo, que su hermano Vincent esté bien.

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     Subieron al carruaje, Lauren dejó que Andrew suba primero, ella subió después pero Andrew se ofreció a cargar a Emma para que su mamá pueda subir más fácil.

      Lo hizo, le gustaba cargar a su hermana, bueno, cuando no lloraba.

      Se sentó en los asientos del carruaje, su mamá se sentó a su lado. Iba a llevar a Emma de nuevo a sus brazos, pero Andrew se ofreció a seguir cargándola.

      Estaba muy pequeña, ni un año tenía. Pero era divertida. Más que George, que era todo un renegón y llorón y él ya tenía como dos años.

     Su padre, George y Vincent subieron para sentarse, y lo hicieron en los asientos del frente.

     Era un carruaje amplio, con techo, según su papá era uno que dieron de regalo cuando Andrew nació. Era lo suficientemente grande para la familia, tenía elegantes cortinas rojas en las ventanas y todo.

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     —Andrew. —Su mamá lo llamó a su costado en un amable susurro. Andrew volteó la cabeza para escucharla mientras seguía jugando con su hermana en sus rodillas a hacerle caballito. —¿Te sientes mejor?

     El niño asintió con una leve sonrisa. Su mamá acarició su cabeza dulcemente y le acomodó el cabello con  los dedos. Se le notaba mucho más tranquila, de escucharlo de su propio hijo, y estaba contenta de que esté bien.

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     Durante el viaje a la estación. Vincent en un momento, abrió las cortinas de las ventanas y se asomó a mirar, quería ver por donde ya estaban.

    Pasaban ya cerca a la biblioteca.

    De repente Vincent empezó a sacar el cuerpo por la ventana para asomarse.

    —¡Tío Gerard! —Gritó su hermano. Por lo que por la zona que estaban, lo obvio era que lo haya visto.

    Su tío Gerard no era su tío de verdad. Osea de sangre, pero siempre le habían llamado así. Porque siempre había estado con ellos.

    Al parecer el tío Gerard no escuchó a Vincent y este se asomó aún más en la ventana y ya medio cuerpo se le iba a salir. Si no fuera por su papá que lo sostuvo del saco se hubiera salido. Y a su mamá le hubiera dado un infarto.

    —¡Tío! —Gritó su hermano alargando la letra o, logró llamar la atención del mismo a pesar que sus padres lo regañaban para que meta medio cuerpo de nuevo al carruaje. —¿Vas a venir el viernes? ¡Tenemos que comer rosquillas! —Gritó. Y fue gracioso, sus padres no podían estar molestos por mucho con él. Tampoco era su culpa, Vincent era la persona más amable y divertida que Andrew había conocido en toda su corta vida. Y no lo pensaba solo porque fuese su hermano.

      —¡Ahí estaré Vinnie querido! —Escuchó la voz de su tío. Vincent se puso muy feliz, y volvió a adentrarse en el carruaje por completo.

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     —Vincent por favor ten cuidado. No puedes estar sacando la cabeza así —Su madre le pidió, Vincent le prestó atención.

     —Sí mami. —Dijo obediente enderezándose. —Perdón. —Se disculpó de manera tierna. Su madre suspiró rendida.

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     Andrew se preguntaba lo difícil que había de ser tener cuatro hijos. Pero de todas formas no se quejaba, agradecía tener hermanos, se sentiría muy solo si no los tuviese.

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     Al llegar a la estación del tren. Vincent bajó primero. Luego su papá con George en brazos que felizmente se había dormido. Y después de ellos su mamá que volvió a cargar a Emma, y él.

     El lugar no estaba tan lleno, porque se había dado el aviso de que la familia real estaría ahí, y que para evitar aglomeraciones algunos horarios se cambiarían. Además también los acompañaban guardias. Y eso haría las cosas más ordenadas.

     Ya que si la gente se juntaba, George y Emma iban a llorar, Andrew se iba a asustar y lo más probable era que Vincent se vaya a perder.
 
    El tren en el que irían tenía una zona designada para los nobles, estaban a tiempo. Y en el vagón que les tocaba también los acompañarían los guardias. Así que todo en orden y con la seguridad debida.

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     Subir no fue difícil, a penas dentro Vincent se llevó a Andrew para que puedan jugar por los pasillos. Claro, sin salirse de su vagón y con su mamá siempre teniendo un ojo en ellos. Eran casi tres horas de viaje, y para unos niños de 6 y 4, se iban a aburrir como nunca si no hacían algo.

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     —¿Qué hacemos? —Vincent dijo animado mientras se iban a un rincón. —Aquí no se puede jugar a las escondidas. —Se medio quejó. —Ni a las atrapadas. —Frunció los labios.

    —Podemos jugar a hacer con canicas.

    —¿Tienes?

    Andrew sacó varias del bolsillo de su saco. Vincent se emocionó. Y sentándose en el suelo se tuvieron que inventar un juego. Mientras el gran sonido de humo que botaba el tren. Indicaba que ya estaban a punto de partir.

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     Al final decidieron juego se trataría de poner una canica al medio y tratar de moverlas arrojando otras por el suelo. Quien le dé, o le dé más cerca en todos sus intentos, ganaba.

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     —¿Estás nervioso Andy? —Preguntó Vincent mientras se alistaban para otra ronda de juego. El tren ya estaba en pleno viaje.

    —¿Por visitar la tumba de los abuelos?

     Vincent asintió.

    —La verdad no ¿Tú sí?

     Vincent volvió a asentir. Andrew se dispuso a escucharlo.

    —No sé muy bien por qué. Sólo me da nervios. Nunca había ido a un cementerio ¿No dará miedo?

    —De noche tal vez.

    Vincent se estremeció de manera divertida.

    Andrew tampoco había ido a un cementerio antes. De hecho experiencias relacionadas con la muerte no conocía hasta el momento.

    No la de ningún ser humano al menos.

     Pero si de cierta forma contaba, en animales sí la había visto. En Bruno, cuando murió hace menos de un mes.

     Era un perro viejito, de casi diez años. Se enfermó, y falleció.

     Emma y George no lo recordarían, pero Vincent y Andrew sí. Era un buen perro, su papá y el tío Finlay lloraron mucho. Todos estuvieron muy tristes. Lo enterraron en el jardín con unas semillas, para que de él salga más vida en un árbol, y así de cierta forma él seguiría ahí con ellos.

     Cuando su mamá le explicó eso, Andrew encontró mucho consuelo. Al igual que Vincent, e incluso su papá.

     Pero esa era la única historia de muerte que había vivido.

     Fuera de eso no conocía otra.

     Emperador estaba vivo aun, recién tenía 6 e iba a tener 7. Era un buen gatito, y quería mucho a su mamá.

     Octavia se había ido del castillo hace poco también, pero seguía viva, solo que estaba viejita y ya ni podía trabajar más, así que ahora vivía tranquila con sí dinero y en paz en una casa en el campo.

     Su tía Frizzy también estaba bien, estaba cuidando a su hija, a Sophie, que era de la edad de Emma, unos cuantos meses mayor.

    Frizzy tampoco era su tía de verdad, osea de sangre. Pero la querían como tal. Igual que al tío Dylan, y la tía Harumi, pero ellos no tenían hijos.

     Su tía Ava sí era de sangre. Era la hermana de su papá. La querían mucho.

      Y apreciaba a toda su familia en general. Todos eran geniales.

     Pero si después de su familia central, es decir sus padres y sus hermanos, si tuviera que elegir a alguien más. Sería a su otra abuelita, su abuelita Karoma.

     Ah, cuanto quería a su abuelita Karoma, venía todos los domingos a almorzar y pasar el día. Su papá no se parecía a ella en absolutamente nada, pero era su mamá. Eso decía él.

     Su otro abuelo había muerto hace tiempo, así que ni siquiera lo conoció. Pero cuando su abuelita hablaba de él siempre lo hacía bien.

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     Habían cosas de su familia que no terminaba de entender. Que les pasó a los papás de su mamá específicamente, por qué su abuelita no tenía título de madre del Rey, porque su papá no se le parecía.

    Porque Andrew se parecía a su padre y también a su madre. Vincent se parecía a su mamá un poco más, y Emma y George estaban aún muy pequeños como para saber de manera definitiva.

     Era un niño, también era muy curioso. El único problema era que para hablar era muy tímido, y eso a veces no le jugaba a favor, como en esa mañana.

     Así que todo rondaba en su cabecita. Se lo comentaba a Vincent. A veces. Pero Vincent era de los que cuenta todo a todo el mundo, y por ende también se lo decía a sus papás porque obviamente a él también le daba curiosidad.

[•••]

     Estaban pequeños para saber esas cosas. No porque no vayan a entender sino que como niños ese tipo de información no sería adecuada para su salud emocional. Tenían que crecer un poco más, y ya podrían saberlo.

     Así lo habían coordinado Thomas y Lauren. No podían apresurar a sus hijos a saber las cosas, eran niños, merecían disfrutar ser niños. E iban a criar a sus hijos de la mejor forma posible.

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     Andrew dejó a Vincent ganar en todas las rondas de su juego. Era su hermanito, siempre quisiera que esté feliz.

     Más también por agradecerle todo lo que había hecho esa mañana por él, y todo de lo que ya por sí hacía por él.

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     Las tres tediosas horas llegaron a su fin cuando llegaron a la estación de Doncaster. Vincent corrió a las ventanas y pegó su rostro al vidrio haciendo que su nariz se levante de forma graciosa por si cualquiera lo veía de afuera. Su aliento empaño el vidrio, pero siguió mirando.

     Andrew decidió ir poco a poco y de manera tranquila a su lado, a ver en que se estaba distrayendo Vincent al mirar a través de esa ventana. Que felizmente al igual que todas las del vagón, siempre estaban cerradas, quien sabía y si igual que en el carruaje vincent quería sacar la cabeza.

    El y su familia bajarían al final de todo el tren, cuyos vagones eran interminables, pero por razones obvias, el de ellos era especial.

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    —Mami, hay una señora que vende coronas de flores afuera. —Dijo Andrew de repente volteando a ver a su mamá después de haber notado a esa otra mujer. —Podemos llevarla para los abuelitos.

     Su madre le sonrió. —Esa es una gran idea Andrew. — Le dijo su madre dulcemente.

     El niño se sintió orgulloso de sí mismo. Y volvió a mirar por la ventana por si encontraba algo más.

     Andrew y Vincent vieron lo mismo entonces. Un hombre vendiendo algodón. De azúcar.

     —¡Mami! —ambos se voltearon emocionados a ver a su madre y correr hasta el asiento de la misma, a pedirle con la mejor expresión de cachorro que vaya a comprarles aquella golosina.

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     Lauren rodó los ojos con gracia. Y terminó accediendo. Pero solo uno para cada uno, y cuando regresen al castillo tenían que prometer comer toda su cena.

    Andrew y Vincent lo prometieron con una mano en el pecho.

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    Ya cuando les indicaron, pudieron empezar a bajar. Andrew y Vincent se apresuraron en ir primero donde el hombre. Como si la golosina en cualquier momento se iba a terminar si no llegaban corriendo.

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     —¡Buenos días buen señor! —Vincent saludó alegre. Aquel hombre pareció reconocer a ambos, y bajó la cabeza algo avergonzado por sus apariencias. 

     Andrew no sabía que decir. Pero tampoco quería que el hombre se avergüence de nada.

    —¿Cómo ha estado su día? —Vincent le sacó plática. —¿Ha ido su negocio bien?

    El hombre levantó la cabeza animado. Vincent era tan genial.

    —Sí mi señor, muchísimas gracias por preguntar. —El hombre no pudo evitar hacer una reverencia.

     —Nosotros hemos venido a visitar a mis abuelitos. Al cementerio. —Vincent le empezó a contar, como si de un amigo de toda la vida se tratase.

    Pronto, sus padres llegaron detrás de ellos.

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      —Mire señor. Ella es mi mamá —Presentó a Lauren, como si no supieran quien era. El hombre estaba muy abrumado por el evento. De a quienes estaba conociendo en una situación tan fortuita. Lauren hizo una reverencia al hombre y estrechó su mano sorprendiéndolo un poco. Todo claro mientras sostenía a Emma con uno de sus brazos. —Él es mi papá. —Presentó a Thomas que saludó de manera amable al vendedor. —Ese es George. —señaló al niño en los brazos de su padre. —Esa es Emma.— señaló a la bebé. —Y este es Andy. —Dio una palmada en la espalda de su hermano.

    Por educación Andrew también se extendió a estrechar la mano del hombre, las traía algo secas y ásperas pero muy limpias, de aseguro aquella textura se daba porque trabajaba mucho, con esa gran máquina que combinaba, metal y madera en ese entonces, que hacía la golosina.

    Le sonrió a aquel vendedor. Y este le devolvió la sonrisa con la misma dulzura.

    Aún asi algo dentro de ese hombre parecía no creer lo que le estaba pasando.

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     —¿Podría vendernos dos algodones de azúcar por favor? —Lauren pidió amablemente. El vendedor como reaccionando de un bloqueo asintió efusivamente mientras echaba a andar la maquina.

    Andrew y Vincent estaban atentos a todo lo que hacía el vendedor, hasta que escucharon a su padre aclararse la garganta de manera obvia. Andrew se volteó a ver y vio a su papá haciéndole ojitos de borrego a su mamá, que lo miró fingiendo estar molesta y volvió a hablar.

    —Que sean tres, por favor. —Volvió a decir su mamá, y Andrew no pudo evitar reírse un poco cuando vio a su papá tenderle los cinco, claramente después él los chocó,  los tres iban a tener golosina. Definitivamente ya hasta había olvidado, lo mal que empezó su mañana.

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