
II
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1882 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
Después de aquel evento y de que la bandeja haya sido recogida. Alistarse era el siguiente paso. El encuentro con Alex sería esa mañana. Y claro que estaba asustada. Podía armar un montón de escenarios en su cabeza, y ninguno iba a predecir exactamente que iba a pasar.
Aquel vestido azul con puntos blancos que había usado ya, quiso ponérselo de nuevo. Y últimamente la gente estaba un poco más permisiva con los armazones, estaban poniéndose de moda otros modelos que le daban otra forma a la falda, o simplemente usar miles de esponjosas faldas de tul debajo para aquel deseado volumen.
Al fin algunas cosas, si quiera en eso para él vestuario de las mujeres, parecía adecuarse más a la comodidad, sin dejar de lado la belleza.
Además, no había ninguna visita, ninguna reunión ni evento importante, y tampoco iba a salir. En días así, donde sólo estaría en castillo. Podía librarse de aquel maldito armazón, sea flexible o no.
Posiblemente la gran diferencia era al sentarse, porque a pesar de poder acostumbrarse al armazón flexible, se tenía que estar siempre al borde del asiento para no voltearse como un cono hacía arriba. Y con todas las faldas, tenía que seguir sentándose de cierta forma exigida, pero era mucho más cómodo.
De todas formas, ese sencillo vestido se veía bonito en ella, por el volumen que otorgaron los tules a la falda del vestido. Por el color, el diseño, la manga larga y el cuello redondo. Le pusieron un largo abrigo azul encima, por el frío. Este también tomaba forma junto al vestido, tenía botones plateados hasta el cuello y el mismo era alto, un cinturón. Que Ophelia ajustó como si fuera el último día de su vida.
Quedó bien, también tenía botones en las mangas, para ceñirlas al rededor de las muñecas.
Y con bastantes ganchos, agua y destreza tuvo un peinado recogido en una especie de moño que se sostenía perfectamente. Traía estirado todo el rostro, pero al menos su cabello iba alcanzando. Y para disimular uno que otro cabello que saltaba de la parte de atrás, colocaron un listón con forma de rosón al final para disimular.
Le pusieron perfume, y pintaron sus labios suavemente, en aquellos tiempos ese maquillaje era pintura realmente. Con pincel. Felizmente el color de sus labios no fue tan intenso. Claramente con una especie de esponja le pusieron un poco de rubor haciéndolo lucir sutil. Ya estaba lista, eso creía.
[•••]
—Ay mi señorita ¿No quiere una joya? No las usa seguido. —Sugirió amablemente Katherina.
—La esmeralda del príncipe mi señora ¡La esmeralda del príncipe! —Se emocionó Wanda. Para ese punto, quién no sabía la historia de Lauren y Thomas. En ese tipo de anécdotas eran las únicas donde el castillo se hacía pequeño, y todos sabían todo.
De todas formas siempre necesitaría hasta su propia tumba, que respecto a la nota del Duque no se sepa absolutamente nada, agradecía que fuese así hasta el momento. Con lo demás podía lidiar.
—Esa siempre la tengo guardada. —Respondió Lauren amablemente pretendiendo acomodar los botones de las mangas del abrigo por la repentina vergüenza. —La quiero usar para algo especial. Mi noche de bodas, no lo sé.
—¿Su noche de bodas? —Se quiso reír Imelda. —Señorita Lauren yo no conocía ese lado de usted me está sorprendiendo. —Bromeó en un tono agudo y canturreando.
Lauren se enrojeció al entender que Imelda captó otra cosa. —No, no así. —Se quiso explicar.
—¿Por qué no? Una noche donde no use más que su collar. —Siguió Imelda. —Ay no se me avergüence, aquí todas somos mujeres. Hay confianza, y no hay problema. Es normal.
Wanda al notar que Lauren seguía avergonzada quiso desviar un poco el tema sin que se note. —Ay mi señora ¿Usted se ve con hijos?
Lauren agradeció el cambio de tema internamente. —Sí. Me gustaría, aunque no sé cómo sería como madre. Pero ese es un trabajo que al inicio nadie lo sabe.
—¿Y cuántos? —Preguntó la misma Wanda bastante curiosa.
—Cuatro. —Respondió Lauren recordando su conversación con las tres pequeñas Skrlova esa vez que entraron a la habitación provisional en busca de juego.
—¿Tiene nombres? —Preguntó nuevamente Wanda, esta vez al unísono con las demás.
—Andrew, Vincent, George y Emma. —Dijo, y cambió el orden de cómo se los había mencionado a las niñas sin darse cuenta.
—¿Por qué? —Inquieron curiosamente las cuatro sirvientas, trayéndole aún más recuerdos.
—Emma, era el nombre de mi madre. George y Andrew son nombres lindos, pero respecto a mi sueño, en él mi padre me decía que tenía que darle su reloj a Vincent cuando nazca, yo ya había mencionado su nombre pero simplemente porque me parecía lindo como George y Andrew. Así que no lo sé, si pongo mi fe en ese sueño, Vincent se llamará así porque se parecerá a mi padre.
—Dios mio, mi señora. Usted no es la primera persona que escucho soñar sobre futuros hijos o mención a ellos. —Katherina se llevó una mano a la boca sorprendida. —Hasta lo que yo he visto, eso es algo divino. —Susurró supersticiosa. —Pasa cuando uno piensa en casi todo de sus hijos antes de tenerlos, es como que Dios lo escucha, y lo da. —Dijo. —George, Emma, Andrew y Vincent van a ser sus hijos. En cualquier orden, pero serán ellos. —Terminó como si hubiera descubierto algo magnífico.
—No seas tonta Katherina la asustas. —Dijo Ophelia algo frustrada con su compañera. —No escuche esas cosas, en fin falta mucho tiempo y los hijos no los decide uno. —Miró mal a Katherina. —Ya llegará a su tiempo mi señorita usted pretenda que ni hablamos de esto porque al fin y al cabo relevante no será.
Katherina la remedó con muecas mientras Ophelia hablaba.
Esta vez sí tocaron la puerta. Había de ser Thomas, ya había llegado.
Imelda fue a abrirle la puerta amablemente mientras en fila procedían a retirarse de la habitación junto a las demás mujeres. Lauren al final, por educación. Para ser ella quien cierre la puerta al salir.
Cuando la misma se abrió ahí estaba Thomas, Imelda casi se ríe cuando lo vio probablemente recordando la conversación. Pero Wanda que estaba detrás de ella le dio un pellizcon en la cintura.
Todas saludaron al príncipe con una reverencia y el mismo correspondió.
Ya con todas casi saliendo, Katherina quien era la que iba delante de Lauren volteó unos segundos.
—Recuerde mis palabras señorita. —Dijo, pero con algo de broma. —Ya verá, que ojo de loca. No se equivoca. —Terminó, Thomas la miró raro y Lauren no pudo más que disimular asintiendo. Así con la última sirvienta de las cuatro que quedaban en fila retirándose. Ahora se enfrentaba a otro escenario.
[•••]
—¿Qué pasó? —Preguntó Thomas curioso cuando sólo quedaron los dos y Lauren iba cerrando la puerta detrás de ella.
—¿Qué te importa? —Decidió bromear sacándole la lengua un segundo.
Thomas la remedó.
[•••]
El joven ofreció su brazo y Lauren se sostuvo del mismo, para poder empezar a caminar por aquel castillo. Con un respiro profundo, sabiendo a donde se dirigían y a qué se dirigían.
Se sentía nerviosa y había terminado olvidando su anterior conversación en la habitación debido a ello.
Pero estaba caminando junto a Thomas. No podía salir mal. Inevitablemente sin darse cuenta se aferró un poco más a su brazo con el codo encogido.
[•••]
El camino era largo, obviamente. El castillo era inmenso.
—Va a estar bien. —Le dijo Thomas de repente como leyendo su mente en aquel largo trayecto.
Lauren asintió.
[•••]
Pronto ese camino y esos pasillos y escaleras ocultas por las que alguna vez el año pasado la habían arrastrado unos par de guardias hasta una celda, se hacían familiares, esta vez claro, desde un completamente diferente punto de vista.
Guardias los esperaban ahí para continuar a escoltarlos dentro. La tensión y densidad del lugar era inmensa, en todo sentido.
Pasillos y un fuerte olor a humedad inconfundible. Y silencio.
Mucho silencio.
Porque estaba casi vacío, además de Alex no había ningún otro retenido por información ni por nada relacionado con los Durrié Noveau, porque o estaban en la carcel si habían sobrevivido, o simplemente junto a todos los muertos de su mismo grupo y calaña. En esa extrañamente afortunada tragedia, en todos esos asesinatos de gente cobrando por si misma justicia y esos miles de suicidios de miedo angustia y hasta culpa. No podía de ser trágico, pero aunque suene cruel y lo sea, en caso de esas personas había terminado siendo una especie de purga, que de algún modo pasó.
[•••]
Había una celda a la izquierda, casi a la esquina. Era de barras de hierro, tenía una banca algo larga y una piel de oveja. Apestaba a orines y suciedad de manera asquerosa. Y al avanzar para ver mejor, en una silla comiendo desesperadamente lo que parecía arroz de un plato. Estaba Alex.
Más descuidado que nunca. Sucio, mugriento y apestando a que se podría vivo, tenía la misma ropa desde que lo atraparon, pero había dejado sus zapatos y su saco color ladrillo en el piso, tenía la corbata aflojada, y el chaleco de tela abierto.
Se dio cuenta de que los guardias se acercaba y por ende también vio a Lauren y a Thomas. Se fijó en Lauren.
[•••]
Entonces ella recordó todo lo que le había hecho. Tiempo de acoso imparable, como la seguía por calles, le hablaba, como le terminó ofreciendo dinero, como el mismo día de las heridas de su espalda el la había abofeteado, sacándole sangre de la nariz. Como ella se había enojado lo suficientemente para devolverle el golpe.
Pero la valentía fuerza e ira de esos momentos era eso. De esos momentos. No pensó que verlo de nuevo la iba a afectar como sentía que la afectó. Tenía asco, odio, rabia, repulsión.
Pero también miedo.
Más acuando se abalanzó a las rejas queriendo estirar sus brazos para alcanzar algo afuera. Lauren nunca se había escondido detrás de Thomas tan rápido como esa vez.
[•••]
Se escucharon golpes e insultos de los guardias que lo mantuvieron dentro, pero abrieron la reja. Lauren casi entró en pánico, pero lo hicieron para entrar a la celda y esposarlo fuertemente a una zona en la pared de la misma en en la que podía colgar.
Era su castigo, porque no podía sacar brazos ni piernas fuera de celda. Había una barra de madera, y golpearon su estómago, tres veces. Alex parecía no arrepentirse de todas formas. Pero avisaron que se quedaría esposado así hasta la cena, no tendría almuerzo. Pareció enloquecer un momento. Pero le cayó una bofetada que hizo eco y por poco no le sacó la piel del rostro.
Y cerró la boca.
Los guardias volvieron a salir, asegurando que podían volver a cerrar la reja para que hablen desde afuera, pero esa no era la idea, tenían que tenerlo a cara. Lauren tenía que demostrar que no le tenía miedo, aunque sí lo tuviese.
[•••]
Los guardias entraron delante de ellos, protegiendolos ante todo. Lauren no se soltó de Thomas y mientras más ya estaban dentro del ambiente con reja abierta, más se podía notar su estado.
Alex esposado y colgado, destartalado como nunca antes, con golpes, de muchos castigos que ha de haber recibido. El labio sangrando, y algunas cortadas.
[•••]
—¿Visitas?¿Para mí? —Dijo mientras ya podía ver a la pareja frente a él, siempre rodeada de guardias, pero cara a cara. —Buenos días princesita. —Saludó a Lauren, para luego lanzarle un escupitajo que casi cayó en su rostro.
Pero una vez más, su castigo por los guardias, fue aquella barra de madera en el estómago golpeándolo. Esta vez cuatro veces.
▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁ (!)
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