
I
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1889—𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
—¿Por qué no te pones de pie princesita? —Habló uno de los niños, mientras pateaba violentamente el estómago del pobre Andrew tendido en el piso. —Eres un marica. —Le escupió. Sus tres amigos rieron detrás de él.
Andrew, solo lloró encogiéndose en el suelo. No tenía voz. No tenía si quiera la fuerza para ponerse de pie. Sólo quería que lo dejen de molestar.
Aquel niño nuevamente se preparó para golpearlo junto a sus amigos, y así divertirse un rato. Porque muy bien sabían todos que Andrew no iba a hablar, sin importar la circunstancia. No quería contarle a su mamá por no preocuparla con más cosas. Cuidaba a su hermana, su hermana era muy pequeña aún. Y era tan tímido que hablar con alguien sería lo último que haga.
Asi que solo esperó que siga el golpe. Esperando que sea el último. Acurrucado en su propio cuerpo.
Pero escucho una especie de rugido que venía de la voz de un niño. Seguido, de un griterío y muchos golpes.
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—¡Deja en paz a mi hermano! —Decía Vincent, su hermano menor, mientras se trenzaba en una pelea bastante física con aquel niño que molestaba a Andrew, los amigos trataban de separarlos, pero Vincent de repente se había abalanzado encima del bravucón.
Andrew que para eso solo podía seguir abrazándose a si mismo en el suelo, totalmente aterrado, sin poder moverse o levantarse aún. Sólo podía mirar lo que estaba pasando. El miedo tan terrible que sentía, lo hacía capaz de levantarse a escapar, ayudar a su hermano, y sobretodo defenderse a sí mismo.
Vincent era menor que él en dos años, y aún así se estaba peleando con niños de la edad de Andrew para defender a su hermano. Y le daba vergüenza ser tan cobarde. No poder defenderse, ni siquiera poder levantarse en esos momentos.
Pero estaba aterrado, era solo un niño.
Entre los empujones, todos discutían.
—¿Crees que puedes con cuatro personas? —Le gritaba el bravucón principal a Vincent.
—Ven y pelea, cabeza de huevo. —Vincent elevó sus pequeños puños, claramente no se había rendido ni terminado esa pelea.
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Claramente, Vincent no iba a poder con cuatro personas dos años mayores que él. Lo terminaron golpeando igual que al pobre de Andrew, que por su propio pánico no pudo hacer nada más que seguir encogido llorando desconsoladamente, más porque su cuerpo no le permitía si quiera levantarse a ayudar a su hermano. A quien habían dejado en el piso después de empujarlo y patearlo varias veces.
Vincent solo tenía 4 años, y a esos chicos de 6 ni siquiera les había importado.
Los dos pobres niños habían quedado llorando en el suelo. Adoloridos y aterrados.
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De casualidad ante tanto griterío llegaron corriendo como podían, dos sirvientas. Que alarmadas llamaron más gente al ver a ambos príncipes tirados en ese lugar tan oculto en el castillo. Vinieron mayordomos, se encargaron de llevar en sus brazos a los niños. Sobretodo a Vincent. Que lloraba apretando su estómago, donde lo habían pateado.
A Andrew lo tenían que llevar de la mano, se había orinado en los pantalones del miedo. Le preguntaron que pasó, pero Andrew estaba muy asustado hasta para respirar.
Nadie sabía como habían ido a parar a ese rincón del castillo, si sabían que ahí no debían entrar. Porque era un espacio viejo que pronto arreglarian, y por algo estaba cerrado.
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El contraste con los verdaderos interiores del castillo fue extremadamente notorio. Andrew reconoció pasillos entre la visión de sus ojos aún acuosos y de la mano de aquel mayordomo que lo guiaba a paso apresurado.
Escuchó tacones conocidos correr hacia el grupo de sirvientes que acompañaba a su hermano y a él. Su mamá.
Los había estado buscando, se notaba claramente desesperada y angustiada. Tomó a Vincent en sus brazos y el mismo se abrazó a ella como empezando a quejarse.
Empezó a acercarse a Andrew y delante de él se puso de cuclillas para limpiar su rostro mientras se daba cuenta que el pobre niño había manchado sus pantalones. Andrew seguía asustado. Tenía mucha vergüenza de lo que había pasado, hubiera preferido aguantarse el dolor, que Vincent no hubiera llegado y pretender que nada de eso hubiese pasado. Ahora su mamá se iba a poner triste, y él sentía que iba a ser su culpa.
Su madre en su desesperación decía que los estaba buscando, que no sabía dónde se habían metido. Los regañaba por eso, recalcando que no lo vuelvan a hacer estando solos. Preguntaba qué había pasado, por qué los habían encontrado llorando en el suelo.
Andrew seguía sin poder hablar. Pero vio a su padre llegando de repente con Emma y George en brazos. Emma a penas iba a cumplir un año, George solo tenía dos.
Él era la vergüenza de sus hermanos.
Era tan cobarde, no podía defenderse. Ni siquiera podía hablar en voz alta por miedo. Vincent tenía que ayudarlo para algo, sus hermanos menores tenían más carácter que él.
Y él era el mayor. Se sentía el peor de los cuatro. No podía defenderse a sí mismo, ni si quiera a su propio hermano. A quien habían golpeado por su culpa, por ser un cobarde.
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Tuvieron que cambiar a Andrew con otras prendas. Para mandar a lavar las que tenía. Lo mismo hicieron con Vincent, ya que estaba todo empolvado.
Andrew estuvo muy avergonzado por haberse orinado en los pantalones, y aún mientras lo cambiaban con otro traje siguió llorando, esta vez por vergüenza. Pobre niño.
¿Por qué él tenía que ser así?
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Su madre lo amaba, lo sabía. Su madre era lo mejor para él. Jamás quisiera avergonzarla. Sus padres eran su héroes, no quería decepcionar a su héroes.
Debían estar molestos con el ¿Cómo dejó que golpeen a su pobre hermano? El tenía 6 años, Vincent solo tenía 4. Tenía que ser su culpa, era un mal hermano, un mal niño. Merecía un castigo.
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De repente, como si alguien leyera su mente. Su padre entró con él para hablarle un momento. Para tal vez terminar de ponerle la corbata como excusa para hablar con él. Andrew compartía habitación con Vincent, pero él se había ido antes. Andrew quería quedarse solo un momento estaba muy avergonzado, y al menos quería limpiarse el rostro de manera adecuada. Pero su padre llegó de todas formas.
Y con eso no pudo evitar volver a llorar al hablar con él. Y ahí claramente recién el también pudo hablar.
Le pidió perdón, contándole a detalle toda la situación. Esos niños disfrutaban de burlarse de él, eran hijos de constantes visitas al castillo. Lo engañaron, le dijeron que querían jugar y hacer las paces por los otros malos momentos. El en su dulce inocencia les creyó. Pero solo se burlaron de él y lo golpearon. Dijeron que parecía una niña, porque no se defendía, que alguien le había comido la lengua, y que no podía quejarse, porque eso solo lo seguía haciendo un cobarde. Un niño valiente de verdad podría defenderse a sí mismo y poder pelear, él solo era "una mariquita".
Lloro porque pensaba que estaban molestos con él. Que su mamá estaba molesta con él. Se sentía terrible.
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—Mamá no está enojada contigo ¿Por qué piensas eso? —Estaba el Rey de cuclillas frente a él. Escuchándolo y decidiendo interrumpir en cierta parte de la historia.
—Golpearon a Vincent por mi culpa, soy un cobarde. —Sollozó sorbiendo su nariz. —No soy suficiente para que mi mamá esté orgullosa de mí.
Su padre lo abrazó. Andrew se sentía tan mal, que sólo se acurrucó en el largo y delgado cuerpo de su papá. Por un largo tiempo.
El hombre olía siempre a jabón y un perfume del cual Andrew había estado acostumbrado siempre. Se aferró a él. Como un pequeño refugio, sólo así tal vez, pudo sacar de su corazón todo ese llanto que necesitaba sacar, porque llorar no lo hacia ningún cobarde.
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Su padre era tan genial. Era un hombre divertido y muy paciente. Su madre era una persona tan amorosa, tan inteligente.
No entendía como teniendo padres tan magníficos, él no era como ellos. Y quería ser como ellos.
Seguramente les daba vergüenza que él sea el mayor de sus hijos.
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—Oye, no hables así de ti mismo. Mamá es la persona más orgullosa del mundo, por tí y tus hermanos. —El hombre le sobo la espalda mientras consolaba con un susurro. —Jamás serás un cobarde para nosotros. No podríamos molestarnos por algo que no fue culpa tuya. —Se separaron unos segundos y su padre lo miró. Pero Andrew no pudo sostener la mirada por mucho. —Tú eres nuestro hijo. Y te amamos con todo nuestro corazón. No está mal tener miedo, o echarse para atrás, eso no te hace un cobarde ¿Está bien?
Andrew asintió, el consuelo de su papá había servido. Aún así por momentos no podía evitar sentirse mal de nuevo.
Su padre volvió a hablar.
—¿Te dije que me soñé contigo antes de que nazcas? —Dijo, Andrew quedó totalmente desconcertado, y negó. —Bueno, creo que estas en edad de que te cuente. —Su padre dijo con una sonrisa. Y levantó el mentón de su hijo. —Yo estaba en un laberinto. —Dijo de repente de una manera dramática, como si contara el cuento más épico del mundo. El Rey se puso de pie, y empezó a actuar su relato. La gracia de eso, hizo que el niño pueda reírse. —Perdido y sin camino. —Dijo y empezó a fingir caminar por un lugar desconocido. —Ya a punto de rendirme, un niño llegó a mi. —Dijo animadamente. —Me dijo que se llamaba Andrew, y me ayudó a salir. —Siguió contando. —Quise darle las gracias, pero solo se despidió de mi diciendo que nos veríamos pronto. Y que yo era su papá.
—¿En verdad? —Preguntó el niño aún sorbiendo su nariz.
—¿Te mentiría? —Dijo su padre divertidamente. Andrew suspiró y pudo sonreír. —La historia de mamá es divertida. —Empezó un nuevo relato, Andrew le prestó atención. —Cuando estabas en su pancita ¿Unos seis meses? Sí, si mal no recuerdo. —Dijo. —Estaba segura que eras un varón y que tú eras Andrew. Todos le preguntábamos como sabía, y siempre decía que solamente podía sentirlo. En su corazón y su alma, tú eras el primero de sus hijos. —Contó. —Igual pasó con tus hermanos, tu madre y yo soñamos con cada uno de ustedes, su madre supo quien era quien con solo sentirlo en su vientre. Y no se equivocó. —Dijo dulcemente. —Nosotros te amamos Andrew, siempre vamos a amarte.
Andrew se sintió bastante sensible, y se abalanzó a su padre en un fuerte abrazo. El mismo lo cargó para así poder corresponderle, y Andrew solamente lo apretó, cuanto quería a su papá.
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Ese día de hecho, iban a viajar a Doncaster. A visitar las tumbas de sus abuelos, los padres de su mamá. Porque según las historias que Andrew sabía, no habían podido hacerlo antes, porque su mamá recibió la corona, y porque quiso esperar a que todos crezcan un poco antes de ir.
La visita era en el mismo día y regresaban de noche. Habían tenido una reunión con el consejo y los nietos eran los que molestaban a Andrew, aprovecharon el tiempo de la reunión cuando todo sucedió.
Salían casi a medio día, todo había sido temprano. Se estaban atrasando un poco. Andrew lo lamentaba, de cierta forma lo había ocasionado, pero saber que no estaban molestos con él aliviaba su pequeño y tierno corazón de esa tristeza sin sentido.
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Salió de su habitación de la mano con su papá. Y al ir a la sala Real se encontró con su familia.
Su madre tenía en brazos a Emma y a George sentado en el suelo jugando con una sonaja. Vincent también estaba ahí, delante de mamá actuando algo para ella, y mientras más se acercaban, Andrew pudo escuchar.
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—¡Entonces yo llegué! —Decía Vincent metido en su historia. —¡Y les hice PIM PAM PUM! —Tiró golpes al aire.
El también contaba la historia.
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Y de repente vio a Andrew y su papá llegar y acercarse. —¡Ya llegaron! —
Vincent corrió hacia Andrew. Y lo abrazó.
Andrew correspondió a su hermano. Thomas fue con Lauren. Levantó a George que lloró porque soltó su sonaja y con él en brazos el Rey la recogió y se la dio. Así su hermano se calmo.
Sus padres parecieron hablar un segundo. Lauren asintió tranquila, como si hubieran acordado la solución a todo eso y que Thomas haya ido a hablar con Andrew desde un inicio.
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Vincent se separó de él. —¿Te duele algo Andy?
Andrew negó con una leve sonrisa.
—Que bueno. Ese cabeza de nabo de Joseph y sus amigos no te van a molestar de nuevo. —Le dijo. —¡Yo le doy un derechazo, y un izquierdazo!—peleó con el aire, haciendo a su hermano reir. —Esta vez me ganaron, pero solo porque eran cuatro. —Presumió. Andrew recordaba cuan adolorido estaba su pobre hermano, ahora totalmente recompuesto, se había arriesgado, por defenderlo a él. Vincent a pesar de todo tenía el mismo humor lleno de energía de siempre. Su hermano menor, volvió a tomar la palabra —Después, yo estoy siempre para defenderte. —Vincent infló su pecho. —Tú eres mi hermano, y nadie se va a burlar de ti.
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