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𝟎𝟒. more questions than answers

❛❛ EP 4: MÁS PREGUNTAS QUE RESPUESTAS ❜❜

𝗡𝗔𝗥𝗥𝗔𝗗𝗢𝗥 𝗢𝗠𝗡𝗜𝗦𝗖𝗜𝗘𝗡𝗧𝗘

Algunas horas antes…

Esa voz… tan encantadora y, al mismo tiempo, tan peligrosamente seductora. Era como una melodía hipnótica que prometía ruina a quien se acercara. Esa presencia imponente, ese aura oscura que se sentía como una advertencia silenciosa: aléjate o arderás. Todo en él irradiaba una amenaza elegante, como si el peligro no solo fuera parte de su esencia, sino su verdad más pura y cruda.

Sofie lo supo desde el primer instante en que lo vio. Aquella noche.
La noche en la que Klaus destrozó su vida.

La noche en la que asesinó a su tía Jenna, como si no fuera más que un daño colateral. La noche en la que intentó matar a su hermana… su gemela, su otra mitad. La persona por la que Sofie habría hecho cualquier cosa. Lo hizo, de hecho. Gritó, suplicó, se enfrentó a todos. Y nadie la escuchó.

Elena era la que todos miraban. La que todos querían proteger. La doppelgänger importante. La que Klaus eligió para su ritual, ignorando por completo que Sofie también lo era. Que la misma sangre corría por sus venas. Que ella también podía haber sido el sacrificio.
Habría preferido que así fuera. Habría entregado su vida si eso significaba que su tía seguiría con vida. Si eso impedía que su hermana cargara con la culpa. Si eso evitaba que John diera la suya.

John, Isobel, Jenna... todos muertos por culpa de él. Klaus.
El híbrido original.
El monstruo al que no le temblaba la mano para destruir familias enteras por un plan milenario.
Y Sofie... Sofie solo contaba los cadáveres. Solo se quedaba con los silencios después del llanto.

Solo le quedaban Jeremy y Elena. Y aunque amaba a su hermana más que a nadie, a veces dolía mirarla y no odiarla, ni un poco. Por haber sido la elegida. Por ser la razón por la que todos murieron. Por llevar ese mismo rostro que Sofie veía en el espejo… pero al que siempre amaban más.

Y Alaric... no podía confiar en él. No por completo. Había algo en su mirada, una sombra, una inestabilidad que Sofie reconocía a kilómetros. Tal vez porque ella también se estaba rompiendo por dentro. Tal vez porque también era un reflejo de algo que ya no era del todo humano.

Entonces, el presente la golpeó.

Sintió una punzada en el estómago. Esa sensación de ser observada. Como si un depredador hubiese olido su miedo.

Lo miró.

Klaus.

Y supo, en ese instante, que había llamado su atención.

Estaba jodida.

Sus ojos —tan azules como el hielo más antiguo del mundo— se posaron sobre ella con una intensidad que la dejó sin aire. La estaba analizando. Reconociendo. Era solo cuestión de segundos para que se diera cuenta de quién era. Para que recordara ese rostro... el rostro de la chica por la que sacrificó a tantos.
Solo que no era Elena.

Era la otra.

Sofie.

La que él no eligió.

Klaus no estaba seguro al principio. Una chica en el bar actuaba extraño. Y esas facciones… esas malditas facciones. Era como mirar a Elena, pero con una energía distinta. Más oscura. Más peligrosa. Más rota. Stefan, que hasta hacía un momento torturaba a Ray Sutton, lo notó también. Klaus se había quedado en silencio. Tenso. Alerta. Entonces Stefan siguió su mirada. Y la vio.

Sofie.

Y su estómago se hundió.

—¿Qué demonios haces aquí? —murmuró entre dientes.

El caos no tardaría en desatarse.

Y Sofie lo sabía.

Pero esta vez, si debía elegir entre huir o pelear, no dudaría.
No por su hermana.
No por nadie.

Esta vez, pelearía por sí misma.
Y si tenía que hacerlo sangrar, lo haría con una sonrisa.

Klaus se acercó a ella en silencio, sin dejar de analizar cada parte de su rostro. Sofie apretó el vaso que sostenía, tratando de disimular. Ya entendía a los animales del zoológico: esta sensación era horrible.
El híbrido notó el gesto y eso bastó para que se diera cuenta de quién era ella y lo que eso significaba. Siempre habían sido dos hermanas Petrova. Stefan le había mentido. Todos lo habían hecho creer que la gemela de su doble estaba muerta. Cuando llegó a Mystic Falls, Elijah le había dicho que Sofie se había ahogado. Que estaba muerta.

Stefan sintió que su corazón se detenía con cada paso que Klaus daba hacia ella.

Al acercarse, Klaus golpeó su hombro suavemente, causando que Sofie saltara en su asiento, completamente asustada, olvidando toda su valentía inicial.

—¿Tú no estabas muerta, amor? —le susurró Klaus al oído, escuchando el corazón de Sofie latir con fuerza. Sonrió. Le gustaba ese sonido.
El sonido del miedo.

Sofie no pudo decir nada. Su corazón golpeaba su pecho y sus manos comenzaban a sudar de miedo.

—Klaus, no la mates, por favor —quiso suplicar Stefan, pero en cambio dijo, como si no le importara:
—Olvidé decírtelo. No pensé que fuera importante.

A Klaus pareció temblarle un ojo de frustración y rabia al escucharlo.

Sintió que Stefan trataba de engañarlo, pero en el fondo… algo le decía que no debía matar a Sofie.
Algo que no sabía cómo explicar, pero que, para él, era razón suficiente.
Llámese instinto. Llámese empatía.
O algo peor.

Ignorando la mirada de Stefan, que ya empezaba a molestarlo, Klaus hipnotizó a Sofie. Tomó su rostro entre las manos y la obligó a mirarlo directamente a los ojos. Tenía unos bonitos ojos café. Había visto esa cara en distintas mujeres a lo largo de los siglos, pero la suya tenía algo… diferente. Algo que le agradaba más que en las otras dobles.

—Duerme hasta que yo diga “vamos” —ordenó.

Sofie obedeció. No tenía opción. No había ni un rastro de verbena en su cuerpo.

Klaus la acomodó para que no cayera de cara al suelo, y luego, tras asegurarse de que estuviera cómoda, él y Stefan siguieron torturando a Ray Sutton. Al cabo de un tiempo, el licántropo finalmente delató la ubicación de su manada.

—Sofie, vamos —ordenó Klaus mientras caminaba. Sofie se despertó desorientada. Klaus, sin paciencia, se acercó rápidamente y la cargó como si fuera un costal de papas.

—¡Bájame, híbrido del mal! —gritó, negándose a que él la cargara, más aún después de lo que Bonnie le había confesado.

Aquella terrible visión que la Bennett había tenido. Esa visión que Sofie trató de ignorar con todas sus fuerzas. Pero que ahora sabía que era real.
Y por eso estaba allí.

—Cálmate, no te mataré… todavía —dijo Klaus con una sonrisa maliciosa mientras la subía al auto.

—¡¿Crees que eso ayuda, estúpido?! —le gritó, intentando recomponerse luego de que Klaus prácticamente la arrojara dentro.

Tras unos minutos de silencio entre Klaus, Stefan y Sofie, ella habló.

—¿Sabes quién es Esther Mikaelson y porque no deja de acosarme en mis sueños? —preguntó Sofie con voz firme, aunque por dentro estuviera temblando. No era una pregunta al azar. No cuando era ella, la misma Esther, quien le había susurrado su nombre en sueños. No cuando había sentido su presencia como una sombra tras la puerta, cada noche durante tres meses.

Klaus no respondió.

—¡Klaus! —insistió, con más fuerza esta vez.

Silencio.

—¡Klaus! —gritó, pero fue como hablarle a una pared.

El auto se detuvo de golpe en medio del camino, la brusquedad del frenazo sacudiendo a los tres.

Klaus se bajó sin decir una sola palabra. Rodeó el vehículo como un depredador, con pasos medidos y una expresión que Sofie no pudo descifrar. Abrió la puerta trasera con un movimiento seco. Su rostro estaba sombrío, su mandíbula tensa, y sus ojos brillaban con una mezcla de furia y algo más... ¿miedo, quizás?

—¿Por qué preguntas por ella? —murmuró, apenas audible, pero lo suficiente para hacer que el aire se volviera denso.

Sofie no respondió. No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo poner en palabras lo que había sentido. Esa voz en su mente, esa advertencia... ese frío que la atravesaba cada vez que el nombre de Esther cruzaba su mente.

Klaus la miró por unos segundos más, como si intentara descifrar si mentía o no. Luego, sin previo aviso, la hipnotizó otra vez. Sujetó su rostro con ambas manos, obligándola a mirarlo directo a los ojos.

—Duerme las siguientes... —pensó un segundo, evaluando— dieciocho horas —ordenó finalmente.

Sofie intentó resistirse, pero no había verbena, ni fuerza, ni voluntad suficiente para detener el control de Klaus. Sus párpados cayeron pesadamente, y su cuerpo se dejó caer contra el asiento como una marioneta sin hilos.

Pero antes de que se durmiera del todo, antes de que su conciencia se apagara por completo, Klaus escuchó un último susurro escapando de sus labios:

—Ella... viene por ti...

Eso bastó para congelarlo un segundo.

Cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y volvió al asiento del conductor. Stefan lo observó de reojo, pero no se atrevió a decir nada.

—¿Qué fue eso? —preguntó al fin, con una voz tensa.

Klaus no respondió. Apretó el volante con ambas manos. Por un instante, se permitió mirar por el retrovisor. Sofie dormía. Tranquila. Como si no acabara de soltar una bomba.

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