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El amante oscuro › Yeonjun

Llovía. Le gustaba la lluvia y como sonaba cuando chocaba contra el cristal de la ventana en la cocina. Además de la de su recámara, era la única ventana en la que realmente podría ver algo. Si es que ver ladrillos, una separación oscura entre su edificio y el de al lado y la parte trasera de un aire acondicionado oxidado era considerada una vista. De vez en cuando, con suerte, cosas sucedían en ese pequeño callejón entonces Beomgyu podría asomarse a ver y entretenerse un par de minutos.

A sus veintiún años había presenciado asesinatos, asaltos, peleas, rupturas, reconciliaciones, escarmientos, negociaciones y todo tipo de cosas que a una persona que no estuviera acostumbrado le quitarían el sueño por las noches.

El sonido de la tetera indicando que el agua estaba caliente interrumpió el silencio pluvial que le estaba arrullando. Despabiló moviendo su cabeza ligeramente con su mirada fija en la tetera de metal ya desgastado humeando violentamente.

Se levantó de la encimera donde contemplaba el callejón vacío mojándose y rápidamente apagó el fuego para sacar una taza del mueble sobre la estufa donde guardaba las tazas y los vasos. En el centro de la mesa había colocado ya una bolsa de té chai por lo que en movimientos rápidos y callados tomó la bolsita y la deslizó dentro de la taza para verter con cuidado el agua caliente. Sirvió un poco de leche y sopló. 

La luz amarillenta de la cocina le daba un aspecto raído y desgastado a su diminuto apartamento. Desgastado, pero era suficientemente acogedor y con eso bastaba. Su atención regresó a la ventana una vez el té estaba templado para poder beberlo. Un escalofrío le recorrió cuando notó una figura encapuchada parada al borde de donde comenzaba el callejón y las luces callejeras comenzaban a iluminar la acera en un intento fallido de hacerla ver menos amenazadora.

Reconocía la forma de aquellos hombros como si se tratara de su propio rostro. Solo no esperó volverlo a ver. Como si se tratara de un presagio el cielo retumbó con violencia. En un destello de luz causado por rayos la figura desapareció. Beomgyu cerró los ojos soltando un largo suspiro exasperado sabiendo lo que se avecinaba a continuación.

Tres golpes seguidos sonaron con brutalidad en la puerta y toda la armonía se detuvo y estalló en el rostro del coreano cuando la puerta se abrió. Una cabellera negra goteante y un rostro pálido relucieron a la luz del pasillo medio escondido entre las sombras. Beomgyu necesitaba un momento para sentarse y procesar lo que estaba sucediendo.

—¿Yeonjun? —el muchacho entró en silencio bajando finalmente la capucha de la sudadera negra que estaba portando para refugiarse de la lluvia.

—Necesito un lugar donde quedarme solo por hoy. —murmuró con una voz grave. Beomgyu cerró la puerta y se giró al muchacho.

—¿Cuándo saliste? —murmuró la pregunta temeroso de la respuesta.

—Hace un par de días. —contestó llevando sus manos a sus bolsillos laterales y el mayor no pudo evitar retroceder ligeramente exaltado, la mirada de Yeonjun estaba eternamente pegada al suelo. A Beomgyu le dolió ligeramente que se rehusara a mirarlo. —Estoy en libertad provisional por buen comportamiento.  

Beomgyu podía decir que claramente el menor se había rehabilitado y se veía mucho más saludable y recompuesto. Lo único desconcertante eran los ojos rojos que contrastaban con lo pálida y opaca que se veía la piel de Yeonjun. No sabría decir lo que sucedía en la mente de Yeonjun porque simplemente nunca había aprendido a leerlo.

Dejó la taza humeante sobre la mesa circular de la cocina y se acercó en silencio nuevamente al pelinegro. Sus ojos viajaron por el rostro serio en silencio, intercambiando miradas por primera vez desde que Yeonjun había irrumpido en su apartamento y perturbado su refugio del mundo. Yeonjun cerró los ojos disfrutando del calor.

—¿A qué te apareciste realmente? —murmuró en voz baja, su rostro apenas unos centímetros lejos del de Yeonjun. Yeonjun olía a cigarros mentolados y a lo que Beomgyu solía llamar "sueños muertos". Una mezcla de dulces de cereza y whiskey solo. Agridulce. Yeonjun abrió los ojos.

—Te gustan los problemas, ¿recuerdas? Soobin y yo solíamos enloquecerte. —el solo recuerdo de su extraña relación lo hizo sonreír.

Las manos de Yeonjun finalmente tocaron su piel con parsimonia. Sus cuerpos obscenamente juntos. Beomgyu, familiarizado con las armas de fuego, sintió una pesar en la sudadera de Yeonjun. Calor recorrió sus venas.

No había amado tanto a alguien como amó a Yeonjun y Soobin. Los había conocido durante una pelea callejera donde estaba perdiendo dolorosamente. Básicamente lo habían salvado de ser humillado y matado a golpes en el proceso. El motivo de la pelea: una cerveza derramada. Con ello una especie de vínculo se formó entre los tres que los hizo inseparables. Poco a poco extrañas emociones comenzaron a surgir. Se había encaprichado, encantado con lo que la marea le regaló. Se enamoró. 

Ambos tenían un factor en común: caos. Eran una constante montaña rusa de situaciones de riesgo, siempre atrayendo problemas, siempre causando conflictos y disturbios donde quiera que fueran. Las cosas, poco después, se salieron de control para los tres. Yeonjun se había unido a una pandilla que traficaba drogas como metanfetaminas y cristal por toda la ciudad, Soobin por otro lado comenzó con estafas en internet que después escalaron a eventos de caridad planeadas por el y otro grupos de personas sospechosas y Beomgyu, bueno, estuvo en medio de todo cegado por la emoción y el placer de ser criminales.

Le tomó un cuarto de segundo finalmente sellar la añoranza candente en un beso que comenzó como una exploración lenta y terminó en un intercambio de respiraciones agitadas y mucha saliva. El sabor suave del té de Beomgyu mezclándose con el fuerte del licor de Yeonjun. Habían pasado años largos sin sentir el calor de otro ser humano tan íntimamente que para cuando Yeonjun lo sostuvo por debajo de su camiseta enterrando sus uñas en su piel morena ya se estaba deshaciendo en oleadas de deseo. Tembló entre sus brazos, sintiéndose mareado por lo abrumado que estaba.

—Me extrañaste, me extrañaste tanto. —murmuró Yeonjun contra su cuello mientras se retorcían en el sillón en un enredo de miembros y ropas arrugadas. Levantó la pistola y la colocó bajo su mentón donde quitó el seguro en un tenue chasquido. —Oh quien te viera, mi joya preciosa.

Beomgyu sonrió sardónicamente, por un momento deseó que Yeonjun realmente presionara el gatillo. La punta de la pistola se deslizó a su garganta, a sus clavículas, su pecho y su abdomen desnudo. Yeonjun respiraba pesadamente, embriagado con la vista. Las paredes grises y barrotes de acero habían poco a poco borrado el recuerdo de la desnudez inmaculada de Beomgyu.

Tomó el arma sintiéndola familiar en sus manos. No era la primera vez que sostenía una y probablemente no sería la última vez. Los recuerdos que arrastraba con esa habilidad eran algo que había aprendido a suprimir en lo más profundo de su mente. Ojos sin vida y rostros ensangrentados ya no lo ponían en un estado de paranoia.

—Extrañaste esto también. —murmuró con voz ronca Yeonjun. No recordaba lo que era ser novio de Yeonjun hasta que el muchacho sonrió con satisfacción. La perforación en el frenillo que él mismo le había hecho al pelinegro seguía ahí. Una pieza brillante destello en su dentaura.

Invirtieron posiciones y entonces Beomgyu estaba arriba apuntando a Yeonjun. El muchacho tenía los brazos a sus costados, sabiéndose indefenso bajo el escrutinio y el poder que exudaba Beomgyu cuando cargaba a una de sus viejas compañeras. Yeonjun sabía que Beomgyu se había rehusado a dejar su vieja vida, incapaz de avanzar. Enamorado del dolor, la miseria y el caos. Solo él y Soobin sabían cómo dárselo.

El recuerdo de Soobin dolió en su pecho.

—¿Me matarás, amor? ¿O dejarás a este pobre diablo vivir un día más? El suficiente para joderte hasta que tu garganta arda y tu cuerpo no dé más. —sus manos se deslizaron por la curvatura de su cintura y su cadera donde tomó con fuerza y presionó hacia abajo, lo suficientemente fuerte para que pudiera notar la dureza en su pantalón. Beomgyu jadeó y la pistola tembló ligeramente.

—Creo que ya sabes la respuesta. —contestó con aquel tono aterciopelado que sabía volvía loco al mayor. Soltó la pistola sin cuidado y sin volver a poner el seguro. Un disparo estalló en el apartamento, lejos del sofá. Un cristal se rompió, pero a ninguno le interesó.

Sus labios volvieron a juntarse y Beomgyu, en un desesperado intento por conseguir más calor, tiró de la tela que cubría el firme pecho de Yeonjun. Sus manos picaban por tocar, romper y lastimar. La camiseta se desgarró y la alejó con prisa del cuerpo de Yeonjun. Beomgyu notó con fascinación que ahora el pecho de Yeonjun estaba cubierto de tinta. Tatuajes hechos a mano donde podía notar cada pinchazo de la aguja improvisada, las líneas no tan rectas y pulcras. Un su pectoral derecho flores salían de la boca de un cráneo roto. En su abdomen, una mariposa cubría parte de sus costillas. Y un pentagrama adornaba cerca de su pelvis.

—Joder sí, justo así. —Yeonjun soltó una risa que contagió a Beomgyu.

Jodieron la noche entera, bueno, quizás no toda. Deshaciéndose en gemidos, murmullos inteligibles y jadeos entrecortados. Sin embargo, lo mejor fue lo que vino después. Yeonjun acarició el cuerpo de Beomgyu, compartieron besos cálidos y sonrisas atontadas. Sus piernas estaban enredadas y la cabeza de Yeonjun descansaba sobre la de Beomgyu. No había nada cerca que cubriera sus cuerpos, pero tampoco se molestaron en buscar algo; en el apartamento no enfriaba mucho.

—Mírate, como pintado por Caravaggio. —Beomgyu rodó los ojos ante aquella afirmación. Para ser un narcotraficante Yeonjun era, los que muchos llamarían, "bastante culto". Se estremeció cuando Yeonjun dejó un húmedo beso en su pezón. 

—Sí claro. Si tratas de engatusarme con tus comparaciones cursis no vas a lograr nada —Yeonjun sonrió mostrando su perforación, haciendo su sonrisa aún más tierna, antes de negar. Se incorporó ligeramente, recargando su cabeza en el respaldo acolchado del sillón.

—No intento nada. Caravaggio pintaba oscuro y emocional. Podías ver la miseria o la angustia en sus pinturas, o incluso el amor como en el Narciso. —acarició su mejilla suavemente. —Pintaba todo aquello por lo que te sientes atraído y todo aquello que eres, Beomgyu. Trágicamente feliz, pero también miserable.

Beomgyu no estaba en posición de negar aquello. Con el rostro tranquilo, se giró a encarar a Yeonjun y tomó la mano del chico para depositarla sobre la curva de su trasero. Yeonjun dio un suave apretón que hizo a Beomgyu soltar una suave risilla. Con sus manos juntas debajo de su mejilla se acomodó en el sillón.

—Seríamos una pintura de Caravaggio. Tú, Soobin y yo. —dijo de repente sin pensar realmente lo que decía. —Maravillosos desastres, ¿no? 

Yeonjun plisó sus labios en una línea recta, inseguro de cómo responder aquello. Las cosas con Soobin se habían jodido incluso antes de que lo metieran a la cárcel. 

Porque Soobin estaba muerto. Estafar personas también venía con deberle dinero a las personas equivocadas. Terminó por robarle muchos varios millones a un funcionario de gobierno bastante conocido por ser corrupto. La policía llevaba varios meses persiguiéndolo cuando en un intento de venganza a mano propia fue asesinado por uno de los secuaces que solía hacerle el trabajo sucio a Kang Taehyun. Estúpido complejo de Robin Hood.

—Aún piensas en él, ¿cierto? —preguntó Beomgyu en voz baja. Su respiración hacía cosquillas en la nariz de Yeonjun. Yeonjun sonrió dolorosamente.

—Siempre. —declaró finalmente. Beomgyu hizo un puchero antes de dejar un pequeño beso en la punta de su nariz. La historia de Yeonjun con el pelimorado era un poco más especial.

Yeonjun y Soobin se conocieron en la preparatoria. Mientras que Soobin era popular y la comidilla de toda la escuela por ser extranjero, Yeonjun era de los que fumaba marihuana en el patio trasero de la escuela y pasaba las materias comprándole botellas a los profesores. Yeonjun se había obsesionado con Soobin en cuanto lo vió entrar a su clase de Biología con su cabello morado y perforación la ceja que hacía a la conservadora directora rabiar.

Lo vigiló por semanas hasta que finalmente Soobin lo encaró cuando lo seguía de vuelta a su casa. "¿Por qué me sigues a todos lados? ¿Se te perdió algo?" Le había dicho tomando por sorpresa a Yeonjun. "Si fuera como cualquier otro chico probablemente te habría aventado a la policía hace días, ¿que quieres?".

Ahí comenzó su peculiar relación. Porque mientras Yeonjun era colores oscuros, chaquetas de cuero aunque estuvieran a cuarenta grados y un cigarro en su oreja; Soobin era más excéntrico, usando pantalones llamativos con playeras de manga larga debajo de playeras con diseños psicodélicos y cosas que captaran la atención. Era una relación donde Soobin disfrutaba de sus privilegios de "perro intimidante" y Yeonjun simplemente contemplaba en silencio, confiado en que Soobin le correspondería eventualmente. 

Conforme el tiempo pasaba Yeonjun descubrió que Soobin era cleptómano. Para aquel momento no era algo de lo que escandalizarse y ambos podían sacar algo de provecho. Soobin tenía las manos tan ligeras que apenas era perceptible cuando realizaba sus hurtos. Se habían logrado hacer de carteras, billeteras, botellas de licor caro, comida, ropa y cualquier otro tipo de cosas sin mucho valor monetario. Incluso crearon un sistema: Yeonjun causaba las distracciones y Soobin se encargaba de llevarse todo.

Así fue por el tiempo que duró la preparatoria. Llegó el momento de ir a la universidad y ellos decidieron que preferían no ir. En cambio se mudaron juntos y consiguieron trabajos donde pudieron. El día de su graduación Soobin finalmente aceptó sus sentimientos por Yeonjun. Aquella noche hicieron tanto ruido que sus vecinos terminaron quejándose dando escobazos a su piso.

A Yeonjun y Soobin les gustaba pensar que su relación era especial ya que si bien no se llamaban al otro novio sí había acuerdos entre ellos. La más importante: ser leales, no fieles.

Conforme se hacían más adultos también las necesidades. Sus malas travesuras delictivas pasaron a volverse hábitos y con ello un estilo de vida. La cleptomanía de Soobin se agravó llevándolo a robar cosas con más y más valor y Yeonjun decidió que ser dealer le dejaba más dinero que servir comidas todo el día a gente rica y pretenciosa. A ambos les estaba yendo bien. Muy bien. Tan bien que al poco tiempo se habían cambiado de apartamento a uno ligeramente más decente.

Aquel apartamento en el que ahora Beomgyu se sentaba y contemplaba la lluvia caer en su ventana.

Fue cuando Beomgyu llegó a sus vidas y ambos creyeron que nada podía ser mejor. El delgado, pero intimidante muchacho que estaba peleándose con un motociclista por una tonta cerveza derramada. La aventura se hizo más divertida cuando Soobin le sugirió que debían salvarlo.

Yeonjun aún recuerda su labio partido, el pómulo ligeramente abierto, el cabello desordenado, la herida sangrante de su frente y el sudor en su cuerpo. Su ropa estaba desgarrada y su pierna sangraba. Soobin no estaba mejor y ciertamente Yeonjun menos. Había algo en los golpes que hacía al pelinegro sentirse vivo.

—Sí que das buena pelea. —Soobin rió llevándose a Beomgyu cojeando a su auto. Yeonjun los seguía por atrás mirando alrededor, cauteloso y con una navaja en una mano y una nudillera en la otra preparado para cualquier cosa.

Así como Yeonjun había caído por Soobin desde el inicio, supo que Soobin lo hizo por Beomgyu. Y entonces el enredo comenzó porque Yeonjun quería a Soobin, Soobin quería a Beomgyu y Beomgyu quería a Yeonjun. Para su mala suerte, todo se volvió confuso cuando Yeonjun ya no solo quería a Soobin sino también a Beomgyu. Lo que no esperaba es que fuera así para cierto castaño y cierto pelimorado.

—Me gustas, Yeonjun. —recordaba lo nervioso que había estado Beomgyu cuando se declaró y Yeonjun solo podía pensar en cómo procesar todo aquello de la forma correcta.

—Y tú a mi, pero Soobin. —comenzó solo para ser interrumpido por el mencionado. Soobin, que había estado escuchando desde el marco de la puerta de su habitación compartida, se acercó sentándose entre ambos en el sillón. En silencio, tomó sus manos y sonrió.

—No hay por qué limitarnos. La monogamia es estúpida. —miró a Yeonjun con aquellos ojos brillantes que desde un principio le habían quitado el aliento. Soobin lo besó. —¿Me quieres, Yeonjun? —el mencionado asintió en silencio. —¿Quieres a Beomgyu? —volvió a asentir. —Muy bien. 

Beomgyu, que escuchaba completamente sorprendido, espero ansiosamente a que Soobin le mirara. —Beomgyu, ¿quieres a Yeonjun? —el chico dio un respingo, pero se apresuró a asentir. —¿Qué hay de mi, Gyu? 

—También a ti, Soobin. —Soobin entonces soltó sus manos y con cuidado acunó su rostro para darle un beso. Beomgyu aguantó una respiración, impresionado y nervioso. En todo el tiempo que llevaban juntos, jamás le habían besado hasta ese momento. Atrapó a Soobin y a Yeonjun compartiendo besos intensos en ocasiones o incluso metiéndose mano entre risas furtivas y miradas traviesas. Las mismas miradas que se daban cuando Soobin robaba algo o Yeonjun consumía algún tipo de droga.

—Bueno, ahora que sabemos que nuestros sentimientos son mutuos y que así como me quieren yo los quiero a ustedes... ¿Cuál es el problema? —sonrió más grande ante las miradas estupefactas de los dos chicos. Negó con diversión. —Estaré en la recámara por si alguno de ustedes o ambos quieren venir.

Para sorpresa y deleite de los tres la pasaron entre risas, besos compartidos, secretos rosados y un poco de cerveza. Yeonjun estaba tan enamorado.

Les duró poco. Consciente de los problemas de Soobin para mantener las manos para sí mismo, Yeonjun le había aconsejado que evitara los peces gordos y se quedara con lo simple. Por supuesto Soobin se molestó y lo acusó de cobarde llevándolos a una pelea bastante fuerte. Soobin no pisó su hogar en dos semanas. Yeonjun y Beomgyu no pudieron dormir bien durante ese tiempo. Para cuando regresó ya estaba metido en un gran problema. La policía los estaba investigando y Taehyun tenía información no sólo sobre el negocio de Soobin sino también sobre las redes de venta de Yeonjun y las peleas clandestinas a las que Beomgyu de vez en cuando se metía además de que era cómplice de ambos. A Soobin lo habían amenazado con lastimarlos. Se despidió de ambos torpemente y los siguientes meses no supieron nada de Soobin hasta que ya fue muy tarde. Yeonjun había sido arrestado cuando su mediocre abogado fue a visitarlo para darle la noticia.

—Está muerto, Yeonjun. —el muchacho apretó los puños sintiendo un latigazo de dolor y de impotencia recorrerle. Miró al canoso y obeso hombre antes de pararse en silencio y regresar a su celda.

Al menos Beomgyu estaba bien. Si Beomgyu estaba bien podría soportar lo que fuera. Sus pensamientos solo se centraban en él y en el recuerdo de Soobin. Cuando le indicaron que saldría por bien comportamiento Yeonjun solo quería ver a Beomgyu.

Su alma revivió cuando aquella miradas compasiva posó sus ojos en él. Respiró nuevamente. Ya no se sentía muerto.

—¿Estás bien, Junnie? —preguntó Beomgyu con suavidad. Yeonjun no se había dado cuenta del tiempo en que se quedó inmerso en sus pensamientos y recuerdos.

—Por supuesto que sí. Siempre los estoy, baobei. —compartieron un pequeño beso. Un poco de fuego volvió a arder en ellos.

—Yo también lo extraño, ¿sabes? —Yeonjun abrazó más fuerte a Beomgyu. Se veía indefenso, aunque sabía que no lo era. Yeonjun apreciaba y atesoraba los momentos en los que el mayor se permitía y le tenía la confianza de mostrarse vulnerable.

—Lo sé, yo lo sé. —le presionó más cerca. Beomgyu soltó un suave gemido.

Con el recuerdo de Soobin flotando como un fantasma en el aire y su rostro en sus recuerdos, su nombre se deslizó de sus bocas en un acto de amor. Su forma única de honrar al muchacho. Yeonjun apretó los puños alrededor de los cojines del sillón y llevó su cabeza hacia atrás dejando su cuello descubierto. Sus ojos se cerraron y su boca se abrió sin dejar algún sonido salir.

—Si yo soy rubís tú eres esmeraldas, amor mío.

PROBLEMÁTICO
jenophylos original
Adapt. autorizada


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