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❝TheTwentytwoPerson❞

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❀ᏟϴᏙᎬᎡ ᏟᎡᎬᎪͲᎬᎠ ᏴᎽ: TheTwentytwoPerson
❥ᏟᎪͲᎬᏀϴᎡᏆ́Ꭺ: 𝐃𝐈𝐎𝐍𝐘𝐒𝐔𝐒

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SAJAJEVO
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Recién son las diez de la mañana. El sol animando a todos con sus rayos y las nubes, más puras que nunca, jugaban a taparlos disfrutando su calor.

Toda una ciudad celebra, o la gran mayoría lo hace, atentos a cada segundo que transcurre. La gente infestaba las avenidas, los guardias reales estaban al borde de cada vereda, impidiendo que las personas caminaran por la calle, no sé si estarán evitado que la gente se abalance al heredero o para evitar accidentes pero un grupo de hombres estaban decididos de algo.

–¿Crees que nos hayan puesto aquí solo por qué estorbamos? –Escucha atrás suyo, una voz temerosa.

–Es bastante probable, esta ruta es la que se usaría si es que llegaran a fallar el primer intento. –Se voltea para ver al chico. Ambos de la misma edad, él un poco más alto. –Nos consideran los débiles del grupo y lo sabes.

A pesar de estar meses en entrenamiento, ni uno logró la masa corporal que se consideraba adecuada, el más alto por problemas de salud, su colega por cosas biológicas.

El menor se asoma y observa por sus binoculares.

–Este callejón es una mierda. No logro ver nada. –Gavrilo busca algo para escalar y llegar al techo de alguna de las casas.

–Solo podemos escalar las murallas hasta el techo, pequeño Miroslav Rosic. Ahí podremos ver mejor, o eso espero. –

El callejón era amplio, entre dos casas blancas enormes de dos pisos. Con ventanas enormes, que realmente no servían de mucho, ya que a pesar de estar separadas las casas, seguían estando cerca como para tener un paisaje novedoso.

Durante el tiempo que estuvieron en entrenamiento les enseñaron una diversidad de cosas, desde pelear y usar armas hasta huir y suicidarse. Aprendieron a escalar murallas y andar por techos, todo para cumplir su misión: impedir la coronación del imperio Astrohúngaro, lo que significaba asesinar al archiduque.

Gavrilo fue el primero en llegar arriba, su compañero tuvo dificultades para subir, por lo que le tendió su mano. Apenas hubo un roce de manos, se escuchó una explosión no muy lejos de donde estaban ubicados, seguidos de los gritos de los citadinos. Se acomodaron en el techo y por sus binoculares solo vieron caos en las avenidas.

El humo salía de donde dijeron que iba a ser el asesinato, pero no había ni un auto en llamas o totalmente destruido, solo se veía gente escapando desesperadamente a cualquier parte, unos guardias en el suelo junto algunos civiles y un grupo de guardias atendiendo a los heridos.

–Fallaron. –Susurró Rosic con decepción.

–Siguieron derecho. –Se veía un auto entrando rápido al ayuntamiento. Mientras sonaba una ambulancia de fondo.

–Siento que es casi imposible que esto salga bien, Gavrilo. Estoy cansado. –Se sienta en el techo de la casa. Siente como el bolsillo izquierdo de su pantalón incomoda, lleva un frasco con pastillas de cianuro que, una pistola semiautomática, un pequeño mapa que tiene los pasadizos para escapar de la ciudad y un pequeño reloj de bolsillo de plata. Decide cambiar el ultimo de bolsillo, perderlo sería de sus peores miedos. En su bolsillo derecho lleva una cajetilla aplastada de cigarrillos, con una carterilla de cerillas y sus binoculares. 

–No te amargues Rosic, todavía falta que salgan. –Decide acompañar a su compañero sentándose. –¿Tienes cigarrillos? –Su compañero saca su cajetilla aplastada saca uno para sí mismo y le ofrece, Gavrilo toma dos, uno lo deja detrás de su oreja mientras que el otro lo sostiene en sus manos. Miroslav prende una cerilla con la que ambos prenden el cigarro.

Quedan un rato en silencio, fumando cada uno su colilla. Un silencio cómodo pero con poca esperanza viva.

–Siempre me he preguntado porque tienes tanto bello facial y siempre de la misma forma. –Y es cierto, desde que Gavrillo conoció a Miroslav, este se veía igual, tenía una barba más o menos larga, que se unía a sus patillas y al bigote, este lo suficientemente corto para no molestar al comer, pero bien abundante.

– Tu tienes bigote de anciano y no digo nada. – Responde en broma, riendo y tosiendo al mismo tiempo.

– Pero yo tengo voz de hombre, tu pareces una niñita enferma que le cambio la voz de tanto tiempo enferma. – Tampoco mentía en eso, para tener veintiún años su voz era mucho más chillona que la de sus demás compañeros, y ciertamente, este vivía enfermo, de tos en tos.  – ¿Alguna vez pensar en ver tu tos? –

El de más baja estatura inspira el humo de su cigarrillo, lo mantiene un rato y lo bota, la mano que sostiene la colilla le tirita levemente.

– ¿Cómo una niñita? No te creas tan macho solo por tu voz, sabes que he tocado más mujeres que cualquiera del equipo, y que los días de descanso en el bar, las chicas iban por mí. – Ríe con nervios mezclados.

– Todos saben que iban contigo porque no les hacías nada más que hablar. –

– Por eso se les escuchaba hasta fuera de mi habitación. – El mayor ríe y le golpea el brazo. – Es mejor que bajemos, no creo que tengamos que hacer más. –

Tiran sus colillas y con dificultad bajan del techo de la casa. La calle levemente más despejada pero los guardias siguen parados en sus puestos.

Ambos llegan a la esquina de la calle se escuchan aplausos a su alrededor, y antes de cruzar, un auto descapotable de la época queda detenido, frente ellos, por una mala maniobra al girar.

Extrañados por los aplausos y dispuestos a ayudar al auto detenido, Gavrilo se acerca al conductor y Miroslav ve a sus pasajeros. El archiduque Francisco Fernando y, su mujer, la duquesa Sofía Chotek.

– Y recuerden siempre, a penas logren verlo, asesínenlo, si los atrapan podré sacarlos de la cárcel haciendo unos arreglos. Pero siempre apunten a su cuello, lo importante es que muera. – Dio orden Rade Malobabić, quién era un famoso espía de Mano Negra, el grupo al cual pertenecían y fielmente servían.

– El archiduque, Princip. – Advierte Rosic, su compañero no logra reaccionar totalmente, toma su pistola, apunta pero no dispara. 

Miroslav toma su pistola, apunta directo al archiduque y aprieta el gatillo, dándole al archiduque Francisco Fernando en la yugular. El sonido hace reaccionar a Gavrillo, logrando disparar pero no a su objetivo, sino a la duquesa Sofía en su abdomen.

Los guardias abren fuego, y ambos intentan escapar, pero solo lo logra el menor, camuflandose entre la gente.

–Al momento de huir, solo procupensé por ustedes y en llegar a su ruta. – Les recomendó Rade. – Mucho más si deben hacer otra misión. –

Rosic corría sin parar, como les habían ordenado antes de partir. Mientras que a Gavrilo lo detuvieron en el mismo lugar.

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Se refugió en un almacén durante unas horas, se dio cuenta que una bala le rozó el brazo, aunque le dejó una herida más o menos grave, la cual lavó con agua y vendó con el primer paño que encontró. En el almacén había vehículos del ejército, todos estos rescatados por mano negra. Había mochilas con provisiones, para un par de días.

–Princip y Rosic, ustedes son los que tienen una de las misiones más importantes. Vamos a asesinar al hijo mayor de Francisco Fernando. – Rade tiró un sobre tamaño carta, dentro había datos de una joven de nuestra edad, vivía en Loznica, un pueblo en las fronteras de Bosnia y el Imperio Astrohúngaro. La chica era de la edad de la dupla, lo que significaba que era una hija antes del matrimonio, y quien recibiría gran parte de la herencia y la qué podría heredar el imperio. – No se sabe quién es su madre. Se rumorea que es una prostituta y murió hace años. Pueden asesinar a la chica y robar lo que haya dentro de la casa, pero no dejen testigos. –

Miroslav montó una de las motos guardadas, subió su equipaje y partió a Loznica siguiendo el mapa con la ruta de escape.

Pasó dos días y un poco más viajando, por un camino de tierra. La primera mitad del recorrido fue llegando a casas abandonadas que eran propiedad de mano negra o Rade. Tenían barriles de gasolina, colchones con mantas, baños y agua en botellas de vidrio, aunque eran botellas de vino y el agua adoptó su sabor.

La herida en su brazo no descansaba. La tela, ya sucia por el viaje, estaba pegada en su carne descubierta y a la piel de su brazo, debido a que, como nunca, las temperaturas se elevaron más de lo que se tenía pensado.

Después de pasar el segundo día, dejó de hacer paradas para ingerir agua, debido a que se acabó todo sus suministros. Andar por la ruta de escape fue un castigo infinito, todo era tierra, pasto seco y nada de sombra, no había ni riachuelos por el sector.

A momentos antes de rendirse, vio una casona, mientras más se acercaba, más terreno verde se veía de esta, era enorme y estaba aislada, creía que a unos kilómetros más podría encontrar otra. Pero por juegos del destino, la moto pasó por hueco en el camino de tierra, haciendo que la moto saliera disparada por los aires perdiendo el equilibrio dejando escapar un gran sonido.

Dentro de la casona, una joven observó por el ventanal de su habitación lo acontecido.

–Aleksandar, acompáñame a la calle por favor. – Habló suavemente a su sirviente, y le responde con un asentimiento.

Él, siempre a dispuesto a complacer sus necesidades, decide salir con ella. Al salir a la calle de tierra ven a un joven hombre tirado en el suelo, bañado en sudor y tierra, lleno de raspones por toda su cara, unos metros más adelante observan la moto destrozada con sus pertenencias esparcidas.

–Aleksandar, lleva al caballero adentro, yo llevaré sus pertenencias adentro y pregúntale a Bibo si la motocicleta tiene reparo. –

–Como usted ordene, señorita Mila. – El hombre, de una edad más avanzada, toma al joven y antes de retirarse decide responder sus dudas. –¿En que habitación le dejo? –

–La habitación más cómoda es la mía, así que déjelo recostado en mi cama. – El hombre, con un mal presentimiento, obedece, entra a la casa, sube a la habitación y le deja cuidadosamente en el colchón.

–Ensuciará el cobertor traído de India. – Pensó Aleksandar. Tenía que admitir que el joven le daba asco.

Al bajar al primer piso, buscó a Bibo, hijo menor de una de las cocineras, que es mecánico y es inventor en el taller de construcción de la casona que la señorita Mila le obsequió.

Bibo podía estar en tres lugares, la cocina, el patio trasero o su taller de construcción. Aleksandar buscó en primer lugar la cocina, y tuvo suerte, encontró al joven conversando con su madre.

–Joven Bibo, la ama le busca afuera en la calle de tierra.  – El hombre, extrañando, obedeció enseguida la petición.

Al salir se encontró a la mujer para quien trabajaba parada en la calle, con una mochila totalmente sucia, observando una motocicleta que a simple vista parecía totalmente destruida.

–¿Me buscaba, señorita? –

La más joven se dio vuelta para verle y le sonrió amistosamente.

–Bibo ¿Tú crees que esto tenga arreglo? – Le respondió con una pregunta, como estaba mal acostumbrada a hacer.

–Para ello tendría que revisarla por dentro, señorita. Si gusta puedo llevarla y revisarla. –

–Te lo agradecería mucho. – Le sonrió con gratitud y entró a su casa.

La señorita Mila era una mujer muy solitaria con poca familia, y digo poca familia porque no vivió con su madre, esta la abandonó al nacer, y de su padre era su secreto mejor guardado, por lo que iba una vez a visitarle, si es que se acordaba. Aunque gracias a él, nunca le faltó nada material, o educacional, tuvo de las mejores educaciones particulares, una casona para ella sola, llena de habitaciones y además para alojar a sus sirvientes, aunque estos parecían más su familia por el tiempo que pasaban juntos, ellos le dieron la compañía que ni uno de sus padres le quiso dar.

La chica entró a su habitación y vio al joven inconsciente en su cama. Se veía muy descuidado.

Dejó las pertenencias de él sobre su cómoda y se dirigió a su baño. Estaba tomando clases de enfermería, y como deber decidió atender al joven que estaba tendido en su cama. Pidió agua hervida, para desinfectar las instrumental, para luego ver sus signos vitales, que no tenían ni una alteración.

Realmente el accidente no fue grave, pero su cuerpo estaba débil por la falta de agua, sumándole el déficit de descanso.

Mila cuidadosamente empezó a desvestir al chico que iba de traje negro, sentía que estaba haciendo algo malo al no tener su permiso, pero era necesario si quería que le curaran.
Desabrochó el blazer del chico, cuidadosamente lo sentó y lo retiró. Volvió a acostarle con el mismo cuidado, pero al dejarle de vuelta este soltó un quejido, uno bastante agudo y femenino.

La chica estaba bastante nerviosa porque no sabría como reaccionar si su paciente despertaba. ¿Cómo podría explicarle que le estaba desnudando para curarle? Además de contar que sus relaciones sociales no van más allá de la gente de la casa y personas que pasan diariamente, como el cartero, el infante que pasa en bicicleta tirando el diario o la mujer que sale todos los miércoles a las nueve de la mañana a dar un paseo con su marido. Decidió que iba a ser lo más directa posible si es que su paciente llegaba a despertar.

Se dio cuenta que había detenido sus acciones por sus pensamiento. Prefirió analizar al chico y se fijó que era de contextura muy delgada, sus facciones finas aunque su bello facial era bastante y era lo único que podría evidenciar que era un hombre. El pantalón de tela era afirmado por unos supresores, es tan esbelto que no un cinturón podría ayudarle a sostenerlo.

Prefirió seguir y dejar de gastar su tiempo admirando al hombre, que aunque por alguna casualidad le atraía y causaba curiosidad. Le soltó los suspensores, y tocó desabotonar la camisa, que al igual que toda su ropa, le quedaba grande.

Partió lentamente. El primer botón y sintió vibrar su cuerpo. Tragó seco y siguió. El segundo botón, se sintió más nerviosa de lo que se había sentido en toda su vida, aún más que cuando rompió un florero de porcelana china a sus cinco años.
Siguió por el tercero y el cuarto, pero se detuvo porque algo le calzó. El chico tenía una venda apretada en su pecho, suponiendo tapar sus senos. Empezó a desabotonar rápidamente, confirmando tu sospecha. La delicada cintura seguida de una cadera un poco más ancha.

Fue a su cara y acercó su mano hacia el bello facial. Mientras la recién descubierta chica siente tu pecho al descubierto y como un suave toque le recorre la barba hasta su oreja, en donde estaba agarrada, y tira suavemente. Asustada, abre los ojos y detiene a la mano que le acaricia. Esta es suave y pequeña, una delicada mano. Las dos alejan su mano, pero no entienden porque sus latidos martillan tan fuerte.

Ambas se ven a los ojos. Una llena de dudas y la otra siente como le recorre el miedo. Quedando un silencio incómodo. Rosic nunca se había sentido tan desnuda en su vida, y no es todo culpa de no llevar su camisa, nunca nadie la había visto como ella en más o menos un década. Nadie había visto a su verdadera persona en años. No después de la muerte de su abuela y mucho menos de asesinar a su padre.

–Perdón por sacar tu ropa, iba a limpiar tus heridas. Pensé que eras hombre. –Por alguna razón, saber que el chico era chica, le tranquilizó.

La chica hace el ademán de hablar pero al intentarlo recuerda que lleva horas sin ingerir agua entrando en un ataque de tos, el cual Mila decide atender de inmediato.

Le da un vaso de agua para calmar su tos, y lo toma agradeciéndole con la mirada. La casi enfermera tira de una cuerda entre su cama y su velador, la cuerda pasaba por toda la casa hasta la cocina, en la cual tenía una campanilla que sonaba cada vez que tiraban de ella. A los minutos tocaron la puerta. Mila la abrió levemente, habló algo con la persona del otro lado de la puerta y cerró para volver al lado de la chica. Esta había dejado de toser y la miraba fijamente con una mirada que no logró descifrar.

Al rato tocan nuevamente la puerta, a lo que la joven enfermera va de nuevo a la puerta, abre levemente, y le pasan un plato con una taza, esta tenía té con dos cucharadas de miel. Un remedio casero que le daban a ella de pequeña. Dejó la taza en su mesita de noche, y ayudó a su paciente a sentarse, esponjándole dos almohadas para su comodidad. Ya sentada, le entregó la taza de té para que lo tomara. Mientras ingería el líquido sentía como su garganta hormigueaba.

–¿Si hubiera sido hombre, estaría correcto sacarme la ropa sin consentimiento? –La otra chica se sorprendió.

–No fue lo que quise decir. Es que, los hombres pueden estar sin polera, ya sabes, no tienen busto. – Habló rápidamente, explicando.

–Dan lo mismo, son lo mismo. Pectorales y busto. El busto solo tiene más grasa. –

Quedó un silencio incómodo, ni una sabía que hablar. Una nunca se había relacionado mucho, y la otra solo con hombres, las mujeres eran para sus tiempos libres.

–Te tengo que limpiar y curar, ¿Quieres que te bañé con un paño o quieres una tina con agua?

–Me da lo mismo, haz lo que quieras. – La chica le acomodó la camisa ocultando el busto de su acompañante.

Al final de todo, por más que no quería que nadie viera que el chico era realmente una chica, no lo consiguió. Cuando creyó que estaban solas, Aleksandar las sorprendió en una situación difícil de explicar. Pero resumiendo lo acontecido, Mila tuvo que tapar con sus manos el torso desnudo de la otra chica con la barba aún puesta, retó a su mayordomo, él se dio cuenta que no era un chico y se disculpó avergonzado por su imprudencia de entrar sin tocar la puerta.

Igualmente tuvo que ayudar a su señora a cargar a la otra chica, está tenía dificultad para caminar sola y su peso muerto era mucho para alguien más bajo que ella, como lo era Mila.

La casi enfermera permitió a Rosic sacar sus prensas inferiores y pidió que le avisara cuando estuviera totalmente desnuda. Por más miedo y vergüenza que sintiera, obedeció y le llamó una vez terminó de desvestirse. Cuando Mila entró, no quiso observar demasiado su cuerpo, le causaba nervios verle desnuda, aunque eran mujeres, tenían lo mismo, quizás en distinta cantidad pero seguía siendo lo mismo.

Se dio cuenta que nuevamente estaba quieta sin hacer lo que debía hacer, cuando vio que la chica seguía con la barba puesta. Se acercó lo más suave y tranquila que pudo, y le desenganchó está de su oreja y cabello, también estaba pegada a su rostro, pero parecía más sudor que algún pegamento especial.

La chica era mucho más alta que ella, más de diez centímetros y la encontraba hermosa, tenía un pequeño rasguño en su pómulo y otro en su frente, pero sus rasgos seguían siendo los más hermosos que haya visto en su corta vida. Sus ojos eran un nuevo mar, uno café con manchas verde oscuro, era el mar más perfecto para mirar. Pensó en acariciarle el rostro, pero prefirió que no, se obligó a despegar su mirada de los ojos ajenos y le ayudó a entrar a la tina.

La tina ya con el agua caliente, los aceites y esencias diluidas, la chica entró a la está. Su cuerpo se erizaba por la temperatura pero sus músculos se relajan totalmente, hasta que llegó la hora de sumergir los brazos, se le había olvidado su pequeña herida, que ya no era tan pequeña. Fue tal el grito que se escuchó hasta en el patio de la gran casa.

–¿Qué es este paño sucio? – lo miró detalladamente. –Tiene sangre seca y un líquido viscoso, lo más probable es que el paño se haya pegado a tu carne.

Aunque ambas se encontraban incómodas, podían mirarse fijamente a los ojos, y así pasaron unos minutos hasta que alguien golpeó la puerta para asegurarse que estaba todo bien.

–¿Me podrías decir tu nombre? Es raro tratarte y no poder llamarte. –

La otra chica dudo en que nombre decir, y decidió que mientras menos supiera de ella, era mucho mejor.

–Aco. Aco Rosic, ese es mi nombre. ¿Y tu cómo te llamas? –

–Me llamo Mila, y no tengo apellido, mi padre no quiso darme su apellido y mi madre desapareció apenas pudo. – Rosic quedó con una real duda ¿Cómo alguien con tanta plata no tendría un gran apellido? Ella tenía un apellido bastante común. –¿Aco no es de hombre? – Cuestionó.

–Mis padres eligieron el nombre, no soy quien para cuestionarles. –

Mila no quedó conforme con la respuesta, sentía que algo ocultaba, pero no podía obligarla a decir su vida, después de todo ella igual estaba ocultando información.

–Te voy a sacar el paño o se va a agravar. –Aco tembló, siempre fue muy sensible al dolor. –Primero terminaré de asearte, luego te sacaré el paño. –

Con una esponja jabonó la espalda de la chica, tenía marcas en la piel, además de algunos moretones. Mientras más lavaba a la chica, más marcas corporales veía y más marcado tenía su cuerpo. La chica tenía unos pequeños círculos como cicatrices en su piel, pero también tenía su cuerpo bien definido. Era un total enigma, uno que le llamaba mucho la atención.

Después de asearla, le pasó uno de sus camisones para dormir, se retiró del baño y salió de la pieza. Aleksandar estaba cuidando la puerta de la pieza desde afuera por lo que al verla salir se dispuso a interrogar y obedecerle.

–Señorita Mila, ¿Va a ayudar a ocultar su verdadero ser a esa persona? –

–Aleksandar, te invoqué. Necesito una camisa y un pantalón de tela. – Pidió amablemente, pero lo pensó mejor –Mejor un traje entero, no solo un pantalón, y todo de hombre, por favor. –
El hombre un poco molesto por la nula atención de su duda no se movió.

–Si Aleksandar, ocultaré que es una mujer. Su cuerpo está lleno de cicatrices y tiene nombre de hombre, de algo se debe esconder y no seré yo quien la delate. –

–Esto no me da buena espina, señorita Mila. – El hombre generalmente no tenía malos presentimientos, por no decir nunca, pero esto le generaba un revoltijo en su estómago.

–Se que es raro, pero te voy a pedir esto como la niña a la cual criaste. Te lo pido como un hijo le pide a su padre que confíe en él. – Le miró fijamente, viendo si el hombre frente a ella sentía lo mismo. Eran padre he hija, solo que él era un hombre viudo, y ella fue abandonada por sus dos padres. Las vida los juntó como si fuera parte de su destino.

El hombre lo pensó unos segundos, y le sonrió suavemente, se le acercó, le abrazó y le dejó un beso en su cabeza.

–Está bien, le traeré ropa a ese ser cambiante. – Fue a buscar las cosas que le pidió su hija con una sonrisa en la cara.

Mila entró a la habitación feliz hasta que se encontró con dos pares de ojos, si las miradas mataran, lo más probable es que ella esté sufriendo de las peores torturas. Su camisón le quedaba corto y apretado. Pero cumplía su trabajo de tapar toda parte íntima o privada de la chica.

Se sentaron en la cama. La mujer más alta sentía nervios de lo que venía, no quería que le sacaran el paño de su herida. Prefería que se lo amputaran antes de tocar esa pequeña herida.

–Primero voy a cortar todo el paño sobrante, sigue mojado, así que vamos a ver si soltó su agarre a tu carne. – Y como lo dijo, con unas tijeras cortó el paño que rodeaba su brazo y dejó unos pequeños excedentes para luego empezar a jalar suavemente.

No hubo problema con los bordes de la herida, seguían mojados por lo que la tela cedió rápidamente. Pero al llegar más al centro de la herida, la costra ya estaba más sólida que requería agua tibia para ablandar y raspar esta.

–Aco, no creo que te guste lo que voy a decir, pero voy a tener que raspar y sacar la costra. La herida empezó a curar en la tela, que al parecer no estaba limpia, y a parte de tener costra, tiene una sustancia viscosa y amarillenta. Hay que limpiar eso lo más rápido posible. – Rosic le miró a los ojos. Tenía miedo. Le temía al dolor desde pequeña, le enseñaron a tenerle miedo al dolor.

–¿Va a doler mucho? – La pregunta salió con temor, como si de una indefensa niña se tratara.

Mila se sintió culpable. Los ojos de su paciente expresaban pánico y como si fuera costumbre, tocó su mejilla con delicadeza, intentado calmarle. Aunque a Aco le sorprendió y causó extrañeza, también le relajó, lo cual le sorprendió aún más, era como si su tacto era lo único que hubiera necesitado en todos sus años de vida.

–Prometo ser lo más cuidadosa y suave, intentaré que no duela. –

Mila salió de su habitación y se encontró con Aleksandar y la ropa pedida.

–Te demoraste un poco. – Le dijo con una sonrisa un poco nerviosa.

–Busqué la ropa más antigua que tenía, es la más pequeña que tengo. – Le explicó a la joven y le analizó el rostro. – ¿Sucede algo pequeña? –

–Solo estoy preocupada por la chica ¿Me podrías traer agua tibia? Es urgente, o no tanto, pero mientras antes mejor. – El hombre mayor asintió. Le entregó las prendas y fue a buscar el agua.
Al entrar, Mila vio a Aco observando un punto fijamente, tanto, que no se dio cuenta que ella había vuelto.

–Aleksandar encontró esta ropa, es de hace años y la más pequeña, ¿Te ayudo? – Preguntó con duda. Realmente no quería incomodar a la chica.

Y la chica estaba nuevamente sorprendida.

–¿Buscaste ropa para mi? – La chica era un gran misterio, le ayudaba sin conocerle. –¿Por qué me ayudas? –

–Perdón, solo creí que si ocupabas ropa de hombre era por una buena razón. –

La más alta la quedó mirando. Pero ya iban a ser muchas veces mirándose fijamente, y no es que le incomodara, solo le parecía extraño mirar sus ojos y encontrarlos tan atractivos y conocidos. Era como si hubiera vivido alguna vida con Mila, porque todo con ella calzaba bien y se sentía cómodo, hasta la mayor incomodidad era distinta y no tan incómoda.

–No creo poder sola, la verdad. –

–Si me lo permites, te puedo ayudar. Y no tienes que avergonzarte de nada. – Le sonrió con una dulzura que nadie le había dado en su vida.

Nunca había estado acostumbrada a pedir ayuda, según su padre, eso era de débiles.
Mientras Mila le ayudaba a vestirse sentía vergüenza, pero no de su cuerpo, sino de la situación, le estaban poniendo la ropa como si fuera una pequeña niña. Acordaron ocuparía una tela para esconder su busto y que todavía no le pondría la camisa porque necesitaba hacer la curación en su brazo.

Cuando terminó de poner la tela alrededor de su busto, Mila le miró a la cara. Al igual que ella, sentía que todo lo que hacían era en total comodidad, incluso sentía su dedo meñique tirarle hacia ella, como si estuvieran conectadas por algo.

–No he preguntado más de ti. Siento que estoy siendo descortés. –

–No lo estás siendo, me estás prestando de tus ropas, me has bañado y me estás atendiendo. Mientras menos sepas de mi, es mucho mejor. Pretendo partir a penas termines. – En ese momento algo calzó. Estaba en la casona que veía a lo lejos, o era lo más probable, no sabía nada de su moto, o de sus cosas. Podría estar en la casa de tu propia enemiga.

Mila no quería que se fuera tan pronto, así que ocupó la mejor excusa que tenía para que se quedara.

–Necesigo seguí atendiendo tu herida, no permitiré que te vayas, y si te marchas mandaré a los policías para que te busquen. – Los policías no le convenían, así que quedó aceptar.

Si veía el lado positivo, estaba en una gran casa, en medio de la nada y podía estar con su enemigo, la estudiaría y cuando menos esperara, la asesinaría.

–Está bien, me quedaré. Solo no llames a los policías, no vamos a querer problemas. –
Mila se decepcionó un poco de su respuesta, aunque no sabía el porqué. Tocaron la puerta, por lo que ya había llegado el agua.

Durante la limpieza, Mila se dio cuenta que Aco era como una pequeña niña, que solo lloriqueaba. No es que la casi enfermera fuera bruta, eso no significaba que no le doliera.
La noche cayó, y Aleksandar le dio la habitación de huéspedes más lejana posible. No correría el riesgo de algún percance.

La habitación era enorme, y la camada era sorprendentemente cómoda. Como nunca, durmió hasta muy tarde. La noche en la casona fue muy tranquila, como siempre.  A la mañana siguiente llegó una visita imprevista del banco, llegó junto con el diario. Mila recibió el diario a su ama de llaves y atendió al joven. Hablaron de la herencia que recibía de su padre y que sería pagada mensualmente, como se había hablado con el abogado y el juez en su momento. Tuvo que firmar unos papeles, aceptando el trato y luego el chico se marchó, sin mucha plática.

Extrañada de la conversación, leyó el diario camino al patio trasero de su casa y fue ahí cuando se dio cuenta de que era lo que estaba ocurriendo.

Había habido un atentado en Sarajevo, en donde dispararon al archiduque Francisco Fernando y a la duquesa Sofía Chotek, ambos habían muerto a los minutos. Aunque no sentía un apego hacia su padre, sintió pena por lo ocurrido. Su padre, el archiduque, tenía tres hijos con tu esposa actual, eran tres pequeñas criaturas. Siguió leyendo buscando al responsable. Se sabía que eran dos sujetos, uno arrestado y otro en fuga, demás de todo un equipo detrás de todo el plan. A través de testimonios describían al hombre. Los rasgos descritos le eran parecidos. Y había una fotografía de muy mala calidad, en donde se lograba distinguir a una persona. Una de las señoras de lavandería llega asustada a donde Mila, encontraron algo que no debería.

–Señorita, hemos encontrado una pistola en las pertenencias de él caballero de ayer. –

No tiene que pensar mucho para conectar los cables. Los días transcurren haciendo una semana. Y por más que lo intenta, Mila ya no podía seguir disimulando su molestia con Aco. Daba lo mismo cuántas veces se quedará ensimismada en sus ojos y como su meñique se ahogaba cuando estaban cerca la una de la otra. Iba a acabar con ella. Después de las curaciones, Aco, quien había descubierto su nombre real era Miroslav, solía pasear por el patio trasero y estaba horas fuera. Como si eso le cansara, entraba y tomaba una siesta. Eso no había pasado desapercibido para Mila, por lo que decidió que su hora de siesta era buena hora para lo que quería.

–El día de hoy está bastante nublado a comparación de otros días. – Aco era una chica muy distraída, pero había notado el cambio de humor de la enfermera durante los últimos días. –Puede que hoy llueva.

–¿Por qué lo dices? – Le cuestionó con pesadez mientras terminaba de hacer la curación.

–Norte claro, sur oscuro, aguacero seguro. – Le dijo como si fuera una explicación totalmente obvia. – ¿Estás molesta? –

–No, solo estoy cansada, no me gusta mucho el clima helado. Mucho menos cuando es inesperado. – Era cierto, a Mila le encantaba el calor, disfrutaba de el.

El día estaba sorpresivamente helado, es como si supiera lo que viene y estuviera advirtiendo.

Al terminar, Rosic fue directo a la habitación en la que ha estado durmiendo estos días, aunque una voz la detuvo.

–¿No vas al patio? –

–Hoy no siento que sea un gran día para salir, disfruta el clima y no te amargues mucho. – Le sonrió amistosamente pero no recibió una sonrisa de vuelta.

Aco tenía un presentimiento de que algo le pasaría, y creía saber quién lo ocasionaría. Al llegar a la habitación, no logró bajar la guardia.

La dueña de la casa dejó pasar unos minutos antes de hacer su visita. Pasados, tomó su bisturí y se dirigió a la puerta de la alcoba de su visita. Tocó la puerta y sin dejar que abrieran, entró. A simple vista estaba vacía, por lo que buscó en el lugar más obvio, el armario. Abrió sus puertas rápidamente y sólo sintió como alguien se tiraba sobre ella y caían en un colchón de almohadas en el suelo. Aco se sentó sobre sus piernas y sostuvo sus muñecas, por más alta que fuera, necesitó estirarse para que quedara bien agarrada, dejando sus rostros a centímetros.

–Tu rostro es aún más hermoso desde cerca. – Dijo con sinceridad.

–Me vale tres mierdas. Asesinaste a mi padre y dejaste huérfanos a tres niños. Mereces su mismo destino. –

Por más que forcejeara, no lograba nada, Rosic tenía mucha más fuerza. En un intento desesperado de escapar acercó su rostro al contrario. Estaba totalmente tranquila, se sentía sometida y hechizada de como esos hermosos e inhumanos ojos cafés la llamaban, le suplicaban un beso y con gusto se lo daría para escapar.

Solo se escuchaban sus respiraciones, y eran lo más importante en la vista de la otra. Aco se acercó levemente, dejando sus labios rozando, ambas sentían ansias. El odio de Mila se volvió desesperación, sólo ansiaba un tacto un poco más firme y como si su contraria escuchara sus pensamientos, se acercó más, juntando finalmente sus labios.

Ambas quietas, pero no dejaron que muchos segundos corrieran y Aco tomó la iniciativa, moviendo suavemente los labios. Mila, inexperta en todo esto, imitó sus movimientos. El beso se empezó a tornar más brusco levemente, ni una apuraba el ritmo, solo fluía entre ambas.

Sin darse cuenta, Aco sacó sus manos de las muñecas de Mila y las posó sobre su cintura. Por más que la chica quisiera seguir, su mente no la dejó. Hizo que rodaran por el suelo, quedando ella arriba sobre el regazo de Rosic, cuando acerca cuidadosamente el bisturí al cuello de su contraría.

–Eres un monstruo, ¿Lo sabés? – Estaba agitada, y sólo podía ver los labios de Aco.

Apenas terminó de hablar, Rosic asintió desesperadamente.

–Ese no era el plan, solo teníamos que matar a Francisco Fernando, no a Sofía. Yo no la asesiné a ella. – Su agitación era mucho más evidente que la de Mila. – Quiero que me creas, él destruyó mi patria, mi vida. Yo solo hice lo justo, lo que merecíamos. –

Aleksandar llegó corriendo y las separó.

–Ambas hablarán mañana. –

Ese día llovió torrencialmente. Ni una durmió pero ambas pensaron toda la noche. Pero no llegó a nada. La mañana siguiente, antes de que cantará el gallo, un grupo de hombres armados y con guantes negros llegó a la casa. El último recuerdo de ambas fue encontrar sus ojos y el sonido de las armas. Buscaron el arma que había asesinado al archiduque Francisco Fernando. No quedó nadie vivo en la gran casona, y para no dejar evidencia, la quemaron. Al despertar el día, el incendio seguía, pero no un cuerpo vivía. Solo un hilo aferrándose por seguir en su siguiente vida.

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