❝Nefilim_624❞
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❀ՏͲϴᎡᎽ ᏔᎡᏆͲͲᎬΝ ᏴᎽ: Nefilim_624
❥ᏟᎪͲᎬᏀϴᎡᏆ́Ꭺ: 𝐌𝐀𝐍𝐈𝐀𝐂
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EL ABRIGO
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Por favor, ayúdame.
Tus piernas duelen, tus pulmones comienzan a fallar y tu garganta arde por el aire frío de la mañana. No sabes cuánto tiempo llevas corriendo, pero debe de ser mucho.
Ya no sabes por dónde coger, no conoces estas calles, no sabes a dónde vas.
Llevan mucho persiguiéndote, aparecen de repente cuando crees haberlos despistado. Están en mejor forma física que tú y te pisan los talones. Has intentado razonar con ellos, explicárselo todo, pero se niegan a escuchar, no te creen.
Van a atraparte, con o sin vida, porque para ellos no eres nada, solo basura, poco más que escoria.
"Yo no lo hice, lo prometo, jamás haría daño a nadie y mucho menos todas esas cosas horribles. Tienen que creerme, ha sido el abrigo", piensas de nuevo, como si, al repetirlo mentalmente, fuesen a comprenderlo.
Te encantaría poder explicárselo en voz alta, sin embargo, te es imposible cuando uno de ellos se abalanza sobre ti con una fuerza sobrehumana y logra tirarte al suelo. No puedes hablar, el aire te abandona al entrar en contacto con el suelo, apenas logras jadear antes de que tiren de tus brazos con una evidente falta de delicadeza y te coloquen algo frío en las muñecas. Las punzadas de dolor que recibes cuando se clavan en tu piel te ayudan a identificarlo; son unas esposas.
Entonces te levanta, empleando una vez más la fuerza bruta, y te lleva hasta el coche. Cierras los ojos, tratando de que todo pase más rápido. Lo último que logras ver son las luces del coche patrulla que te lleva a la comisaría.
***
Todo comenzó un día de finales de verano.
Aún no sabes qué te hizo entrar en esa tienda, tal vez fue el hecho de que no tenías nada mejor que hacer, o que tenía un gran cartel que anunciaba una interesante oferta en el escaparate. Fuera lo que fuese, algo te llevó hasta allí, como si una fuerza superior moviese los hilos de tu destino. Los mismos hilos que te hicieron comprarlo.
Era un abrigo precioso, de un bonito color marrón y un forro interior beige. De manga larga pero más fresco que un chaquetón, perfecto para esa época del año.
En ese momento, no te percataste de la mirada ansiosa del dependiente, ni de las extrañas líneas que aparecían forradas en el interior del abrigo. Tampoco te pareció extraño que te lo regalase con la vaga excusa de que estaban de liquidación por cierre.
Debiste haberlo imaginado, era demasiado bueno.
No notaste nada extraño hasta esa misma noche, cuando te dormiste. Nunca habías tenido sueños, nunca habías sido capaz de recordar las historias que vivías durante la noche. Sin embargo, aquella noche tuviste una pesadilla espantosa.
En ella estabas corriendo por las calles de la ciudad. Pese a tus lentos movimientos y a la visión borrosa eras capaz de seguirle el ritmo a tu objetivo; una hermosa chica rubia que corría un par de metros por delante de ti. Estaba huyendo, huía de ti.
Al principio no entendiste el motivo, hasta que viste el brillante cuchillo que sostenías en la mano. Fue entonces cuando comenzaste a sentir su peso, a ser plenamente consciente del peso de todas tus acciones.
Estabas corriendo, persiguiendo a una persona, con la firme intención de matarla.
No tardaste en darle caza, para tu sorpresa, puesto que nunca fuiste buena corredora, además de que parecías ir descalza (peo en los sueños todo es posible). La tomaste del brazo y tiraste de ella para hacerla retroceder, aprovechando ese mismo instante para hundir tu cuchillo en sus entrañas.
La chica suplicaba mientras densas lágrimas corrían por sus mejillas, te pedía clemencia, algo que no estabas dispuesta a concederle.
Volviste a clavar el cuchillo, una y otra vez, hasta que su frenético forcejeo se tornó un peso muerto en tus manos y sus gritos fueron ahogados por un desagradable gorgoteo que salía de lo más profundo de su garganta.
La observaste con curiosidad; su melena rubia enredada y sucia por la pelea, sus labios abiertos en un permanente gesto de agonía, con la sangre manando aún de sus heridas y ascendiendo por su garganta.
La soltaste, estaba muerta, no te servía.
Entonces, para tu sorpresa, un siniestro y terriblemente tentador pensamiento iluminó tu mente. Alzaste tu arma antes de clavarla con fuerza sobre tus propias tripas, despertando abruptamente del sueño.
***
Comenzó a pasarte a diario.
Cada noche, tus sueños se llenaban de grotescas imágenes, un asesinato. Nunca la misma víctima, siempre el mismo final.
Sin embargo, lo que más te perturbaba, era el hecho de ver los rostros de esas mismas chicas en las noticias a la mañana siguiente, mientras anunciaban sus muertes.
La primera vez que lo viste, sentiste ganas de vomitar, tuviste que tragar saliva para tratar de devolver ese amargo sabor que te subía por la garganta de nuevo a su sitio. Te echaste agua fría en la cara y te miraste al espejo, fijándote en tus espantosas ojeras, ese sueño te había pasado factura, pero esto era mucho peor.
Te forzaste a tranquilizarte; solo fue un sueño, no habías matado a nadie y seguro que lo de esa chica fue un simple accidente. Aunque, un accidente no sucede a diario.
Con cada día que pasaba, tratabas de buscar una respuesta con más y más desesperación, alguna que no fuese que tus pesadillas se estaban haciendo realidad. Pensaste varias veces en entregarte, sin embargo, ¿qué le dirías a la policía?
"Estoy segura de no haber matado a nadie, pero, cada noche sueño que lo hago y luego, resulta que han muerto de verdad." En el mejor de los casos, te mandarían a casa pensando que se trata de una broma de mal gusto.
Además, estaba el abrigo.
Los asesinatos podían ser una coincidencia, pero, el hecho de que cada mañana apareciese una especie de línea forjada en el interior del forro de tu nuevo abrigo, justo donde te apuñalabas para despertar, era terriblemente sospechoso. Eso y el dolor.
Despertabas dolorida, con las extremidades pesadas, con los pies sucios y magullados, empapada en sudor y con un espantoso dolor punzante que se te clavaba en el abdomen.
Fue entonces cuando lo decidiste, ibas a averiguar lo que estaba pasando.
Por eso, colocaste una cámara en tu habitación, enfocando directamente hacia la cama. La única respuesta sensata a esa extraña situación era un grave caso de sonambulismo y, por si acaso, lo mejor era tener una prueba de ello. Nadie condenaría a una asesina sonámbula, ¿no? (o eso esperabas).
Además, tomaste la precaución de colocar un recipiente con pintura fresca en la salida. Levantarse sonámbula no significaba nada, podrías tomar un rumbo diferente al de los asesinatos, con la pintura podrías seguir tus huellas a la mañana siguiente y esta no se secaría, ya que, todos los crímenes habían sucedido a pocas calles de tu residencia (cosa que no contribuía a tu relajación).
Con todo listo, te fuiste a dormir como los otros, rezando porque tu experimento no funcionase, por no ser tú la autora de esos crímenes.
Las náuseas aparecieron de nuevo ante la posibilidad, justo cuando tus ojos comenzaron a cerrarse.
***
Una mañana más y otra espantosa pesadilla. Mismo procedimiento, sin embargo, algo era diferente esa vez; tus sábanas se habían manchado de pintura.
No tardaste en revisar el video. Observaste con el corazón latiendo con fuerza en tus oídos, rezando para no hacer nada, pero, a las pocas horas, viste cómo te levantabas de la cama.
Lo viste varias veces, parando y observando tus movimientos con atención, no por no creerlos, sino porque estaban mal. Eran erráticos, como si alguien o algo estuviese tirando de ti. Contemplaste con temor cómo te dirigías al perchero para tomar el abrigo y, en ese momento, fue como si todas las piezas hubiesen encajado.
Tus pasos se agilizaron y tus músculos se relajaron, excepto la cabeza, que seguía colgando sin vida como si de un muñeco de trapo se tratase. Era como si el abrigo, de alguna forma, te concediese la estabilidad que necesitabas, como si fuese el que guiaba tus movimientos.
En un último atisbo de esperanza (que no hacía más que disminuir a cada segundo que pasaba), saliste corriendo, siguiendo las huellas de pintura, rezando para que, al final de ese camino de miguitas, no hubiese una chica muerta.
Sin embargo, la realidad era mucho peor; no había una chica, sino un agente de policía que te miraba fijamente.
***
Miras con miedo a tu alrededor, nunca habías estado en una comisaría, al menos, no como acusada.
Te han encerrado en una sala vacía y deprimente, donde han atado tus esposas (gracias a las cuales ya no eres capaz de sentir las manos) a una gran barra de metal que sobresale de la mesa. Cada pocos minutos pasa un policía, se detiene a mirarte por la pequeña ventana de la puerta antes de continuar su camino.
Al principio intentaste hablar con ellos, pedir hacer una llamada (aunque no tienes a nadie a quién llamar) o un simple vaso de agua para aliviar la sed provocada por la intensa persecución, pero se limitaron a observarte con desprecio antes de ignorar tus peticiones.
Estás arrepentida, no debiste huir, no así, fue una firme declaración de culpabilidad. No has sido tú y tienes pruebas de ello, estás segura, sin embargo, algo en tu interior te hizo correr desesperadamente al ver a ese agente, o puede que ese algo no se encontrase en tu interior.
Aún lo llevas puesto, el abrigo. Esa maldita prenda que ha arruinado tu vida, no tuviste tiempo de quitártela y, ahora, su tacto te repugna, deseas quitártela más de lo que quieres salir de allí.
Es curioso pero, tu mente había omitido otro detalle que se había repetido cada mañana durante los últimos días; siempre llevabas puesto el abrigo al despertar.
Te miraste en lo que sospechaba que era un falso espejo, cosa que no te importaba. Estabas realmente horrible, la carrera no hizo más que arruinar tu ya estropeado aspecto; el pelo enredado, marcas de suciedad por la piel, cortes en la ropa... Menos en esa maldita prenda, que seguía perfecta, como si nada hubiese pasado.
Finalmente aparece alguien, el mismo agente que te persiguió y atrapó. No es santo de tu devoción pero, es alguien que podría estar interesado en oír tu versión. Por él vuelves a hablar, con la esperanza iluminando ligeramente tu voz.
—Disculpe... ¿Podría darme algo de agua? —susurras con una voz ronca que apenas quiere abandonar tu garganta.
Él atiende a tus peticiones y te trae un vaso de plástico lleno de un agua caliente que sabe a óxido, pero que no dudas en beber de una sola vez. El agente espera con paciencia a que termines antes de hablar.
—¿Por qué?
—¿Perdón?
—¿Por qué matar a cinco chicas en cinco días? Diría que has batido algún tipo de récord entre los asesinos en serie.
—¡No! Yo no he hecho eso, lo juro.
—Entonces, ¿puedes explicarme cómo es que tus huellas están en todas las víctimas, el arma homicida en tu casa y hay una especie de rastro de pintura que indica que atacaste a Alice Robers anoche?
—Yo... —Debes medir bien tus palabras. No puedes decirle que un abrigo te ha estado controlando, tampoco que podrías ser una asesina sonámbula. De hecho, al contemplar tus opciones, comienzas a creerlo. Tal vez si eres una asesina, tal vez lo hiciste inconscientemente o tal vez te estás volviendo completamente loca. Sueltas el aire lentamente antes de responder —. No puedo.
—Entonces te lo volveré a preguntar ¿por qué?
—No lo sé.
Tu respuesta deja sin palabras al agente, que te mira con una especie de ira mezclada con una profunda repugnancia. Como si realmente hubiese un buen motivo para matar a cinco personas o como si, el hecho de hacerlo por algo, aunque ese algo sea completamente estúpido, lo hiciese mejor de algún modo.
Él no necesita oír más y tú no tienes nada que decir. Te abandona con una sonrisa de suficiencia, seguramente sea el caso más sencillo de toda su carrera, puesto que tú eres la peor asesina de todos los tiempos. Sin embargo, aún tienes algo que hacer.
No sabes si fuiste tú o no, si estás loca o realmente alguien te ha tendido una trampa, pero, si sabes lo que harás a continuación; deshacerte de ese maldito abrigo.
Aprovechas un despiste de los policías para empujar al que te custodia y salir corriendo por toda la oficina. Lo viste al llegar; un bote de líquido para mecheros. Corres directamente hacia él antes de tomarlo, te ves forzada a efectuar un peligroso giro para evitar la pared y al agente que te persigue. Es entonces cuando tomas el primer mechero que encuentras sobre un de los cientos de escritorios (es increíble la cantidad de policías que fuman) y te sitúas en lo alto de una mesa, con los dos objetos en tus manos atadas.
Te rocías el líquido por encima, este se mete en tu boca haciendo que una desagradable sensación de calor baje lentamente por tu garganta, haciendo que se te salten las lágrimas por el fuerte olor que ahora te cubre. Miras a tu alrededor, todos te observan con miedo, expectantes ante su siguiente movimiento. Te lleva un par de intentos prender la mecha, acercas la llama lentamente, mientras escuchas las súplicas de los presentes, intentando persuadirte, pero ya es tarde.
El fuego se propaga con rapidez, con demasiada, tanta que ni eres capaz de aguantar la respiración y una sensación de quemazón insoportable baja por tu laringe. Sientes cómo arden tus pulmones, cómo el fuego consume todo el oxígeno que eres capaz de obtener.
Lo último que sale de ti es un agónico grito de dolor mientras quedas reducida a un montón de carne chamuscada.
***
Los bomberos no tardaron en acudir, ventajas de que la comisaría estuviese tan cerca del parque de bomberos. Sin embargo, no fueron capaces de hacer nada por esa chica, solo de evitar que el fuego hiciese daño a alguien más.
El agente Maddison miró apenado a su lugar de trabajo. No llegó a descubrir la motivación de esa chica y ahora nunca lo sabría, había preferido quemarse antes que ir a la cárcel.
Finalmente, les indicaron que podían volver al edificio. Todos caminaron con rapidez para volver a sus puestos de trabajo, no podían permitirse ningún retraso en ese tipo de profesión. Aunque, él no volvió a su puesto.
Antes se acercó a los pocos restos que aún quedaban de ella. Ya se habían llevado el cuerpo, pero, había varios montones de ceniza en el suelo, seguramente, lo que antes había sido su ropa. Se dispuso a recogerlo, quería que todos pudiesen olvidar rápidamente ese incidente.
Apenas pudo pasar la escoba un par de centímetros cuando halló resistencia. Se agachó para desenterrar el objeto de la ceniza que lo cubría y miró sorprendido el resultado. Se trataba del abrigo que la chica llevaba cuando se quemó, por el cual había pasado la mayoría del acelerante.
Le dio un par de vueltas, tratando de averiguar qué clase de material era como para no tener la más mínima quemadura, ni tan siquiera un pequeño roce. Fue entonces cuando lo vio, en el interior del abrigo, justo en la espalda, una frase cosida en el forro, con un hilo rojo de aspecto llamativo, pese a encontrarse en un lugar tan discreto.
"Todos tenemos un lado oscuro."
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