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❝AnaCalder11❞

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❀ՏͲϴᎡᎽ ᏔᎡᏆͲͲᎬΝ ᏴᎽ:  AnaCalder11
❥ᏟᎪͲᎬᏀϴᎡᏆ́Ꭺ: 𝐌𝐈𝐒𝐄𝐑𝐘

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LO QUE ME HICISTE HACER
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Sentí sus manos sobre mi piel, frágil como lo es la piel de una niña de cuatro años. Él con sus asquerosas manos tocaba mi cuerpo, cada parte de mí frágil cuerpo. Mis piernas de niña, mi barriga de niña, mis insulsos y nada abultados pechos, los tocaba, los tocaba sin censura mientras exhalaba de forma grotesca en mi cuello. Movía mi cuerpo contra su miembro como si se le fuera la vida en eso hasta que una exhalación más profunda llegaba y estallaba en mi cuello. Dejó mi cuerpo de lado, se puso de píe tan rápido y corrió al baño.

No fue la primera vez y desgraciadamente no fue la última.

-        Cargar con eso, es una herida, es desconfianza, es no poderte permitirte que te toquen, que te vean, es una oscuridad terrible que te carcome, sus manos, él, lo sientes, lo llevas contigo, lo recuerdas aunque no quieras. Es un tipo de suciedad que no se quita, una oscuridad que ataca y devora con tanta rapidez que cuando te das cuenta ya estás en el fondo. – por primera vez le puse letras, le puse voz a eso que en algún momento sentí.

Pero al menos la tenía a ella, tenía a mi abuela que me decía que todo estaría bien y tenía mi mundo, mi mundo imaginario en el que me encerraba por horas con tal de no saber, de no pensar en lo que pasaba tantas veces que había perdido la cuenta.

¿Por qué, qué pasaba? ¿Por qué yo? ¿Qué se supone que era lo que debía hacer? ¿Cómo debía actuar?
Si ella, la persona que debía protegerme lo aceptaba, se callaba y no decía nada…entonces yo tampoco tenía que decir nada, ¿No?

Pero para mí buena o mala fortuna, como se le llame, él solo tenía placer por las niñas y a cierta edad yo había dejado de ser de interés, ya no era niña, aunque sí, aún indefensa pero ya no lo era.

-        Debiste gritar – dijo Dylan encogido de hombros, no me observaba, observaba a la nada mientras le daba otra calada al cigarrillo.

-        Supongo que debí, pero no lo hice. Me crearon con la idea de callar y aguantar.

-        ¿Por eso aguantaste lo demás?

-        Supongo – ahora yo me hundí de hombros.

-        ¿Fue la primera grieta en tu corazón?

Solo asentí.

La oscuridad que él me hizo tragar se convirtió en un torrente de furia, quería gritarle a todos, quería llorar, quería encerrarme pero siempre estaba, ella, la persona cariñosa, mi abuela, para recordarme que debía callar, que las niñas amargadas y gritonas a nadie le parecían y que si decidía seguir ese camino, sería mi perdición.

Y entonces vino la segunda herida; mi cuerpo, mi cuerpo nunca fue el genuino de una niña, el mío desde siempre fue curvilíneo, siempre tuve las piernas regordetas, siempre tuve caderas, siempre fui frondosa pero a mí me parecía maravilloso…aunque a mi madre y mi abuela no tanto.

Mi madre deseaba tener una hija esbelta, que cumpliera con sus estándares de belleza, que fuese parte de un equipo de porristas y entonces en nombre de lograr ese estándar, a los ocho años consumí las primeras pastillas laxantes.

-        ¿De ahí viene la adicción? – volvió a preguntar Dylan. Aún mantenía una cara sería. Él seguía observando el pedazo de cielo que se había abierto frente a nosotros y mostraba las desastrosas imágenes de mi vida.

-        De ahí viene – contesté mientras mis ojos se anegaron en lágrimas.

¿Todo fue una porquería, siempre?

Recuerdo ver a mi madre burlándose, recuerdo esa escena frente a mí.

Recuerdo llegar feliz con ella porque el uniforme me iba chico y ahora ocuparía que le recorrieran el botón, ella se burló junto con su amiga, claro, se burló de mí y me dejo bien claro que un cuerpo gordo no era bienvenido.

-        Sí, esa fue la segunda herida – dije ya entre sollozos.

¿Cuánto tiempo seguiría viendo más de esto?

-        Y llegó la tercera herida – comentó Dylan quien ya se había terminado el cigarrillo, ahora observaba atento.

Era la secundaría, una etapa demasiado dolorida, una etapa crucial en la vida de cualquier pre adolescente.

Estaba nerviosa el primer día de clases, no pude ni dormir de la emoción de conocer nuevos compañeros, de ver cómo sería esta nueva vida.
En un inicio todo parecía bien, de algún modo, fui aceptada por los chicos pero no por las chicas, no entendía del todo porque pero no me importaba…fue hasta que uno de ellos, novio de una de las chicas populares, me encerró en un salón y quiso besarme. ¡Mi primer beso! No se lo daría a alguien como él, corrí cuanto pude, grité cuanto pude, pedí ayuda…pero mis compañeros solo observaban por las rendijas de las ventanas del salón. Él terminó haciendo lo que quería y de vuelta…fui el maldito objeto que siempre había sido.

De ahí la cosa se fue en picada. El bullying emigró de algo sencillo a las heridas graves, al tirarme de las escaleras, a las humillaciones.

El bullying fue tal que me despojaron de mi nombre. Me quitaron mi identidad y me dieron un mote. Me deshicieron en ese instante y los dejé, deje que me causaran tal daño. Deje que me quitarán mi identidad, que me usarán, que se rieran a mis costillas.

El bullying te despoja de ti mismo, te convierte en un simple objeto, en una piñata a la cual quieren atacar. Te retacan de basura, la vierten sobre ti y dejas que esa basura te hunda, dejas que te entierre.

Las lágrimas vinieron a mis ojos con más intensidad.
-        Tus amigas fueron las que te despojaron de tu identidad…y las dejaste…es más, seguiste estando con ellas. No puedo entenderlo. – creo que por primera vez Dylan parecía afectado.

-        Era lo único que tenía, Dylan – dije entre sollozos. La verdad es que nunca lo había reflexionado. Ver estas malditas memorias era lo que me había hecho entender el daño tan grande que fue. – Supongo que cuando vives como objeto…solo te queda aprender a ser uno.

Dylan soltó una risita seca.

-        O a lo mejor es que solo eres muy idiota – escupió.

-        A lo mejor – razone.

-        ¿Y la cuarta herida? – apuntó a la bola luminosa que se abría ante nosotros y nos permitía ver todas estas memorias.

Suspiré mientras llevaba la vista al frente.

Ahora frente a mí se plasmaba la cara de él, un chico cinco años mayor que yo, un chico que realmente ni siquiera recuerdo cómo conocí pero recuerdo que me gustaba.

-        Mi primer novio – le comenté.
Ahí estaba él, algunas de mis amigas de secundaría y nuevas amigas.

Estábamos jugando en una máquina de baile la cual me había llamado la atención, a mí me gustaba, en serio que sí pero entonces él se decidió por una amiga y la verdad es que nunca entendí cómo estuvo eso pero esa fue la primera decisión de un sinfín de malas decisiones que me llevaron a caer. A tocar fondo, por primera vez.

-        ¿Tocar fondo por primera vez? – Dylan no parecía creerse lo que decía pero así era. Estaba cerca del fondo pero no en el fondo y todo eso solo me hizo caer.

Él dejó a mi amiga para andar conmigo. Duramos cerca de cuatro meses, cuatro meses en los que terminé amistades, probé alcohol por casi primera vez y entonces todo comenzó a ir en picada hasta que no pude sostener el bachillerato. Terminé reprobando, terminé en otra prepa, alejada de todos. En una prepa que olía mal, en una prepa de una comunidad…en una prepa que me fue otorgada como castigo.

En ese tiempo, desde antes más bien, tuve la oportunidad de estar con mi abuelo paterno, él tenía una enfermedad terminal, cáncer, pero él, dios mío, él fue la luz en esa oscuridad.

Lo veía todas las noches, todas las noches hablábamos, me contaba sobre su vida, sus hazañas porque vaya que fue un hombre de grandes hazañas…fue un hombre fuerte hasta el final de sus días. Él y mi papá me dieron una oportunidad que hasta la fecha de hoy llevo en mi corazón. Ellos me dieron el impulso para ser valiente, fuerte.

Pero entonces, llegó el día, el último día que lo vi...vivo. 

-        La caída al fondo – comentó Dylan en voz baja.
Parado en las escaleras, sostenido de su bastón, llegué a despedirme de él porque iba a un chequeo médico de rutina.

Se despidió de mí, me dio su bendición y me prometió volver. Aún puedo ver su sonrisa, aún puedo sentir sus manos tocando mi cara, aún lo veo tan fuerte, yéndose.

-        Pero no volvió – musitó Dylan.

Negué con la cabeza incapaz de decir algo. Las lágrimas me mantenían ahogada.

-        Mucho tiempo sentí culpa, supongo que aún la siento. Me sentí culpable de no haber pasado más tiempo de estar con él, de conocerlo más, no tuve tiempo. Se me fue.

-        Lo efímero de los seres humanos – comentó Dylan mientras veía en aquella burbuja a mi abuelo sonreír y comer un dulce de leche.

-        ¿Y la quinta herida?

-        Mi papá.

La nube se comenzó a cerrar ante nosotros para revelar la imagen de mi padre. Era similar a mi abuelo, ambos altos, ambos con la misma sonrisa pero mi papá al contrario de mi abuelo, tenía el cabello negro y la piel morena.

Lo mostraba, luchando, mostraba a mi papá trabajando incansablemente, noche y día, sin parar, en un trabajo demasiado peligroso, en un trabajo que le estaba robando la vida y la salud…pero aún y con ese detestable trabajo, él se hacía un tiempo para llamarme, para preguntar acerca de mí día, acerca de cómo estaba, qué me acontecía, que iba hacer. Siempre a la misma hora.

Nunca se lo he preguntado pero me lo imagino poniendo una alarma en su celular para recordarle cuando me tenía que marcar.

Y entonces…pasó, se enfermó, cayó en un hospital.
Temí lo peor cuando supe.

Me apresuré a llegar a su lado.

Recuerdo intentar calmar las lágrimas, no quería que me viera llorar, quería ser un apoyo, ser fuerte pero en cuanto abrí la puerta del cuarto de hospital y lo vi, sus ojos se llenaron de lágrimas y entonces los míos también. Nos abrazamos con suma fuerza, fue nuestro momento, un momento que atesoraré en mi corazón pero no quiero volverlo a pasar. Fue demasiado.

Creo que ahí forjamos un lazo, un lazo que yo sabía que ya existía pero que posiblemente ignoraba la fortaleza del mismo.

-        ¿Está  vivo? – preguntó Dylan con cautela.

-        Lo está.

-        La herida fue pensar que lo perderías. – razonó.

-        La herida fue darme cuenta que por cuentos de malas personas siempre creí que mi papá era el malo y él nunca fue el malo, siempre fue él bueno. No creo poder tener la dicha de tener el mejor papá en una y mil vidas.

-        ¿Y la sexta herida?

-        Ella – susurré dejando las lágrimas un poco de lado.

Aquella nube borrascosa que mostraba las imágenes, comenzó a hacerse oscura, borrosa para finalmente dejar escapar aquella figura avejentada de una señora de cabellos y piel oscura. Se le observaba en una iglesia, hincada y rezando.

-        Tu abuela – comentó Dylan.

-        El origen de todo mal.

-        ¿Ella era quién dejaba que su hijo te tocará de esa manera?

Me estremecí ante el comentario de Dylan mientras el asco reptaba por mi garganta. Pase saliva para eliminar las ganas.

-        No fue lo único que hizo.

-        Te quitó tu voz. – musitó. Hizo una pausa para observar aquella escena que se presentaba ante nosotros. Aquella en la que ella me callaba y me decía “Me gusta mi Ayana porque ella está siempre en silencio” – Dejaste que te quitará tu voz – corrigió lo antes dicho.

Asentí.

-        Los niños nos pasamos la vida luchando por el amor y la aprobación de papá y mamá, lo deseamos más que cualquier juguete. Jugamos un juego, jugamos a ser el perfecto hijo de papá o mamá. Yo no tenía cerca a mi madre o padre pero la tenía a ella. Quería hacerla feliz, quería que estuviera orgullosa y entonces comencé a tragarme mi enojo, me puse una venda en los ojos y la deje ser la buena en el cuento donde realmente era la maldita bruja.

Dylan guardó silencio para observar las múltiples escenas que se amontonaban en aquel centro borrascoso.

Pudimos ver una escena donde ella me abandonaba porque mi familia ya no tenía dinero para darle. Sonreí de mala gana, con despreció hacia ella y hacía mí.

-        Ella me construyó, me dio su amor…y todo fue una mentira – agregué.
Volteé mi mirada hacia Dylan. Por primera vez desde aquel momento que llegó a mi lado. Sabía que era un ser alado, pero ver desplegadas sus alas doradas, daba una sensación de final.

-        ¿Lo qué eres no eres tú, entonces? – capturó mi mirada y nos observamos unos instantes, sus ojos azules, tan claros como el mismo cielo mañanero sostuvieron con esa mirada plagada de seriedad la mía, que posiblemente lucía espantosa después de tantas lágrimas.

-        Fui un objeto – aclaré para volver mi vista a la nubosidad que se abría ante nosotros, ahora mostraba la imagen de un corazón rompiéndose.

-        Debe ser demasiado duro darse cuenta que la persona que se supone que amabas, a la que le diste toda tu confianza, no fue más que una farsa, no fue más que la falsa luz y siempre fue la oscuridad acechante en tu hombro – agregó Dylan mientras observaba a aquel corazón real, latir y caerse pedazo a pedazo.

-        Lo es. Fue un golpe certero que me dejó en pedazos. Me hundió en la oscuridad. – trague saliva. Para esto ya no había lágrimas pero el dolor se sentía como cristales punzantes que se arrastraban por mi garganta. – Aun hay días donde la sueño…sueño con ella antes de saber la verdad, de ver el monstruo que era y me duele, porque sé que nunca volveré a eso.

-        No, nunca debes volver. – Dylan suspiró - ¿Y la séptima y última herida? – Dylan tocó con uno de sus larguiruchos dedos, el cúmulo de nubes.

-        La herida más profunda – agregué mientras tragaba saliva. Lista para ver lo que se venía.

Y entonces las imágenes comenzaron a tomar forma.
Y ahí, en el centro, estaba yo, de pie, sonriendo. Me sonreía a mí misma. No pasaba nada, solo estaba ahí, frente a mí y frente a Dylan sonriéndonos.

-        La última herida soy yo – musité mientras no dejaba de observarme en aquella imagen frente a mí.

-        ¿Por qué, tú? – Dylan pareció desconcertado.
Uno de los extremos de mis labios se curvó hacia arriba.

-        Fui yo la que permitió todo el daño al fin y al cabo, fui yo la que cree los monstruos y los deje fluir, fui yo quien atacó a todo.
Dylan soltó una risa seca.

-        Es eso lo que me desagrada de los humanos.

-        ¿Qué?

-        Siempre les gusta cargar con culpas que no les pertenecen, tú no eres una herida, tu eres una persona, una persona que sufrió, que conoció monstruos, que los adoptó, pero tú no eres el dolor, tú no eres el cuchillo que te corto, tú no eres las manos del idiota que abuso de ti, tú no eres los laxantes, tú no eres los labios del beso que te robaron, tú no eres el nombre que te quitaron, la identidad que te robaron, tú no eras el tiempo que te faltó con tu abuelo, tú no eras tu abuela, tú eres tú, no eres un arma, eres una persona. – Ahora si Dylan parecía molesto.

-        No pero en mí estuvo la decisión.

-        No se le puede llamar decisión cuando casi se te encadenó para tomar el único camino que había.
-        Me faltó valentía.

-        Y voz – agregó él. Soltó un suspiró apesadumbrado. – Pero se terminó para ti y es hora de irnos.

-        ¿No los veré más? – la desesperación reptó por mi cuerpo y dejó escapar sollozos roncos mientras las lágrimas anegaban mis ojos.

Observé en aquellas nubes las imágenes de mis padres, de mis hermanos, de mis gatos. No quería dejarlos, no estaba lista para irme. No quería irme, no aún.

-        Tú fuiste quien tomó la decisión.

Dylan se puso de pie para estirar con grandeza sus alas que aleteaban un poco y se vieron enormes.
Tendió la mano hacia mí.

Era hora de tomar su mano e irme. Era hora de dejar el dolor detrás pero también de dejar personas. Era el final.

Tome su mano para dejar que la oscuridad me envolviera.

Tal vez debí luchar pero la lucha ya la había perdido. Estaba en el fondo y ahí me quedé.

Vi a mis demonios, se sentaron conmigo y juntos todos lloramos en la inmensa oscuridad del dolor y la pena que embarga un corazón roto y cansado.

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