Capítulo 19. La Crucifixión.
"Maldito sea el día en que te brindé la confianza que nunca antes le di a alguien."
Los verdugos diseñaron una enorme cruz romana de madera, sonrientes y optimistas seleccionaban cada tipo de látigo para flagelarme a su gusto.
– ¡Un momento! –Interrumpió Orión–, quítenle la ropa al muchacho. Quítenle todo eso que lleva puesto, no le hará falta estar como una celebridad en el infierno.
Orión dio la orden de que me desnudasen, los hombres quitaron primero mi túnica y la arrojaron al suelo. Alfred corrió y se puso la túnica en su cuerpo sudado y maloliente, las lentejuelas de la tela dejaron de brillar cuando él puso sus manos en ella.
– ¡¿Qué tal me veo?! –Preguntó Alfred, sonriendo–, ¡Mírenme! ¡Mírenme! ¡Soy una bruja!
Alfred danzó en círculos con mi túnica haciendo burlas y mofas, Orión y los inquisidores se empezaron a reír cuando Alfred actuaba como idiota.
– ¡Jajaja! ¡Basta! ¡Mojaré mi ropa! –Jadeó Arrhenius–.
Los verdugos cogieron los látigos y se detuvieron a observar lo que Alfred hacía. Santiago solo pensaba en los cadáveres que estorbaban el paso, por lo que se veía estaba hambriento y anémico.
– ¿Tienes hambre? –Le preguntó Orión a Santiago–, puedes llevarte esos cuerpos antes que comience a oler mal.
Los ojos de Santiago brillaron cuando Orión le ofreció comerse los cadáveres, Santiago prefería alimentarse de los cuerpos en estado de descomposición, pero, para él era una idea esplendida.
– ¿Hablará en serio? –Pensó Santiago–.
– ¡No lo pienses más! –Dijo Leonardo el profeta–.
– Apenas está calientita, es mejor que te lleves todo eso para que te alimentes. –Concordó Mathew–.
Santiago sonrió como un niño y comenzó a limpiar la plataforma, cargó el cuerpo de Sídney y se lo llevó para luego regresar por el resto.
– Qué lindo abrigo de piel, –dijo Anaximandro al ver mi abrigo–, ¡Pásenmelo!
Alfred rompió mi abrigo con sus manos y se lo pasó a Anaximandro.
– Parece muy costoso, me lo quedaré, –dijo Anaximandro–, me pregunto, ¿A quién le habrá robado esto?
Todos estaban sorprendidos de las prendas que llevaba conmigo. Robaban mi indumentaria descaradamente, por un momento sospecharon de algún ropo; todo lo que llevaba puesto era gracias a la caridad de Grigori.
– ¡Es mío! ¡Él me lo robó! ¡Eso me pertenece! –Calumnió Cesar–.
Cesar les hizo creer que yo había robado el abrigo cuando estaba en su hogar. Sin embargo, Anaximandro no quiso darle mi abrigo a Cesar.
– ¡NO IMPORTA! Lo siento, pero ya es mío, –dijo Anaximandro–. Dile a tu madre que te compré otro.
– ¡Apresúrense! –Gritó Orión–, quítenle ese pantalón y el calzado. No les dejen nada puesto, quiero verlo como una miserable escoria.
¡Mi joya! Fue en lo primero que pensé, en mi pantalón tenía resguardada la piedra que Balam me había obsequiado. Alfred intentó desabotonar mi pantalón, al notar que me veía preocupado e inquieto comenzó a flagelarme en el dorso.
Quise resistir ante el dolor, pero el látigo rompió la primera capa de mi piel hasta sangrar. Adolf intervino cuando observó mi comportamiento, creyó que estaba un tanto violento y no se abstuvo en golpearme en la cara.
– ¡Déjenlo quieto! –Gritó Roxette–, no permitiré que ustedes les hagan daño.
– ¿Ah sí? –Dijo Adolf– ¿Qué vas hacer? ¿Brujería?
Adolf se acercó hasta Roxette y la pateó en los senos. Roxette intentó esquivar el golpe, pero estaba en malas condiciones como para hacerlo.
– ¡Bruja asquerosa! –Vociferó Hounsfield–.
– ¿Crees que sea buena idea hacer esto?
Russel el profeta llegó retrasado al patíbulo, tuvo la dignidad de hablarle a Orión como nadie lo hacía.
– ¿Quién crees que eres? –Respondió Orión– ¡Puesto a que llegas tarde a este veredicto, pretendes injuriar de mi palabra!
Orión se levantó de su sillón y escupió la cara de Russel.
– ¡Lo digo porque no sabes lo que haces! –Voceó Russel–.
– ¿Cómo te atreves? ¡Descarado! –Protestó Electra–.
– Algo malo se aproximará si ustedes no liberan a estas personas, –dijo Russel temblando–, ¡NO SABEN CON QUIÉN SE ESTÁN METIENDO!
Russel estaba en desacuerdo con los inquisidores, para él era peligroso que me tuviesen con Roxette aprisionado.
– ¡Largo de aquí! –Ordenó Orión–.
– ¡Fuera! –Gritó Adolf–.
– ¡Vete! ¡Herético! –Exclamó Hounsfield–.
La multitud de personas comenzó a atacar a Russel, comenzaron a abuchearlo hasta que Russel decidió abandonar el lugar.
– Oh, vaya, miren esto. –Dijo Alfred–.
Cuando Alfred quitó mi pantalón metió su mano en el bolsillo, de él sacó la joya y la levantó a la altura de sus ojos. La piedra brillaba con la luz de los soles, cuando todos vieron mi joya se levantaron y se juntaron encima de Alfred.
– ¡Regrésame eso! –Grité, eso es mío, te exijo que me devuelvas la joya.
Fue la primera vez que hablé en ese día, fui el esperpento de Memphis. Arcadia, Electra, Arrhenius, Anaximandro, Hounsfield, Mathew, Leonardo, Orión, Alfred y Adolf actuaron como pirañas. Mi joya pasó por las manos de todos, era lo último que quería perder.
– ¡Jajajaja! –Carcajeó Leonardo– ¿Lo escuchan?
– Aquí tú no puedes exigir nada, –dijo Arcadia–, has perdido todo, olvídate de tu vida y de lo que creas que sea tuyo. Ya no tienes nada, ni siquiera te tienes a ti mismo.
Cuando Orión sostuvo mi joya en su mano no quiso prestársela a ningunos.
– ¡Esto es mío! –Prorrumpió Orión–. A partir de ahora lo será, no esperes que será regresado por no tienes nada por qué luchar.
Las palabras de los inquisidores eran hojillas, fue el peor sentimiento de todos al ver cómo robaron algo importante para mí. La joya era lo único que tenía, era la única razón por la cual sostenía mi fe como si fuese una fortificación.
– No, por favor no, –hablé angustiado–, no me hagan esto. Se los suplico, no me la quiten.
Súbitamente, Aurora subió a la plataforma y comenzó a hablar de la piedra.
– ¡Soy testigo de que la robó de la catacumba! ¡ESE HOMBRE ESTÁ MALDITO AL IGUAL QUE ESA MUJER! –Exclamó Aurora–. Será mejor que la piedra me la den a mí, seré yo quien aparte la maldición de ella.
Aurora pretendía que le dieran la joya. Su mayor envidia era saber que la joya no era suya.
– ¿Estás demente? –Preguntó Orión–. Saquen a esta mujer de aquí, puedo arrepentirme y asesinarla cuando me apetezca. Si quiere la joya tendrá que hacerle un pete a toda la multitud, maldita estúpida.
Aurora se sintió avergonzada y bajó del tablado muy malhumorada. Adolf usurpó mis pantalones para buscar más tesoros en mi ropa y no halló nada, de repente, la pequeña esfera de cristal cayó en el suelo y Electra la cogió.
– ¡Uh! ¿Qué es esto? –Analizó Electra–.
– ¿Una canica? –Dijo Arcadia–.
Electra arrojó la esfera muy lejos al ver que no hacía ninguna función.
Alfred rompió la cadena de mi cuello y me arrastró de las manos sobre el madero, me lanzó encima de Roxette y nos golpeamos en la cabeza uno al otro. En ese momento llegó Adolf con la barra de hierro en sus manos, de pronto, su mirada templada cambió a una lóbrega mirada que recitaba acometividad; Adolf me aporreó con la barra fuertemente en las manos, levanté mis manos para cubrirme la cara del ataque con gritos de horror cuando se me fracturaron, hubo un momento en que mis manos se movieron en giros de rotación como si fuesen de goma.
Adolf me golpeó en los brazos hasta llenarme de contusiones cárdenas, cuando finalmente se detuvo lanzó la barra ferrosa con velocidad encima de las piernas de Roxette, ella aulló como un lobo del dolor hasta contener sus gritos. Mis articulaciones dolían con cada respiración que me quebraba los huesos, con mis brazos adoloridos y temblorosos me acerqué más a Roxette para abrazarle en medio de la pesadilla.
Las muñecas de Roxette estaban cortándose con el filo de las cadenas apretadas al tronco, quise levantar ambas manos para soltarlas de ahí, pero por más que lo intenté, no pude. No sentía mis brazos ni mis piernas, lo único que podía manifestar era la mirada de dolor que compartía con Roxette; nuestras lágrimas caían sin rumbo como la vez en la que nos conocimos, cuando levanté mi brazo cayó encima de su pecho hasta que sentí los latidos de su corazón, las arritmias cardiacas me hacían sentir a salvo cuando estaba a su lado.
Roxette guiñó su ojo e hizo una tierna sonrisa que me hizo entender que todo estaría bien, le devolví una sonrisa con una pequeña carcajada que demostraba mi demencia. Aunque moríamos del dolor nos causaba risas nuestro infortunio, podríamos seguir sufriendo siempre y cuando nos tuviésemos uno al otro en una pesadilla sin final: Fue entonces cuando supe ella era la verdadera amiga que siempre esperé, llegó en el momento más belicoso e iracundo de mi nueva vida cuando la felicidad no existía.
La voz de Roxette no era la misma que había escuchado anteriormente, esa vez sonaba débil y frágil como nunca antes escuchada. Mis nervios se paralizaban al preocuparme en que nada volvería a ser lo mismo, ¡No quiero perderla! ×Pensaba afligidoØ, no podía imaginar cómo sería sobrevivir sin su presencia.
Estábamos marcados uno al otro, nuestras vidas se derrumbaban espaciosamente como un antiguo castillo de piedra. Cuando los verdugos controlaban la quietud de la multitud, los inquisidores se pronunciaban ante su reino mientras que nuestro tiempo se detuvo para aferrarnos mutuamente.
– Oye... tú, –dijo Roxette con la voz quejumbrosa–.
– ¡Oh! Roxette, –murmuré–... eres realmente fuerte como para vivir toda esta tribulación.
– Lo sé, lo sé, esto es una maldita locura, –reiteró–. Eres más fuerte como para hacerme sonreír, nunca sabré la razón por la cual siento que te conozco desde siempre.
Roxette regó docenas de lágrimas que enronquecieron su voz.
– ¿Sabes algo? –Alterné–, contigo no tengo miedo, contigo siento que todos nos tienen miedo.
– Mírame, ¿Es que acaso no doy miedo? –satirizó–, parezco un jodido cactus perdido en el desierto.
Roxette comenzó a hacer bromas cuando no podíamos ni con nuestro espíritu. Fue eso lo que más me lleno de esperanzas y alegrías.
– Hahahaha, –reí lastimosamente–, no me hagas reír te lo suplico. Quedaré inválido con el dolor que me genera tu ironía, aunque viéndolo desde otro punto... Escucharte reír me regresa la fe que he perdido todo este tiempo.
– ¡Demonios! –Espiró–, tú te pareces a un espantapájaros que el invierno destruyó, hay algo que me gustaría decirte.
– Ambos seremos comida de verdugo cuando nos maten, solo espero que no sea Santiago quien lo haga, –repuse–. ¿Qué quieres decirme?
– Cierra la boca y ahora escúchame, –dijo Roxette–, sé que sonará muy loco. Pero esta es mi verdad, eres el hermano menor que nunca antes tuve, siempre quise tener un hermano, pero, ahora puedo morir feliz sabiendo que moriré con él.
Roxette gesticuló con su cara evitando la caída de sus lágrimas. Mi boca tembló como la de un bebe cuando está por llorar, no pude contener las lágrimas y comencé a llorar tenuemente con una sonrisa.
– Vaya...–Hipé–, así que te gusta romper mi corazón, ¿eh? Si llego a morir contigo no sería de dolor sino de risas, pues, –resoplé– no creo que haya una razón para creer que moriremos en este día. Y si es así, sé que nuestras almas abandonarían nuestros cuerpos mutuamente, para trascender a una mejor vida donde seamos felices sin castigos.
– Somos mentes gemelas, –dijo Roxette–.
Roxette cerró los ojos e intentó sentarse, pero sus hombros se inclinaron a los lados por el peso del tronco.
– Almas gemelas. –Concordé–.
– ¡Hermanos gemelos! –Coincidió–.
– Estamos más que unidos, pero, no sé cómo decir esto. Tengo miedo.
En nuestra doliente conversación olvidamos el mundo que nos ceñía. Mi fortaleza se descompuso cuando sentí miedo, sentía un final que nunca imaginé.
– Tranquilo, ¿sí? –Musitó–, todo va estar bien, te prometo que juntos saldremos de esta. Vivos o muertos, nos reencontraremos en el mismo lugar en el que nos conocimos.
– ¿Tú lo crees? –Pregunté–.
El dolor en mi cuerpo se incrementaba peor que antes. Me sentía más débil cuando las nubes tapaban la luz del día, dudaba de mi propia voluntad.
– Sé que algún día nos tomaremos de las manos y escaparemos de nuestros verdugos, –expresó Roxette–.
– Te amo, nunca lo he dicho para alguien con tanta verdad, –sollocé–. Quiero creer que somos tan grandes como nuestra fe, todo estará bien mientras estemos juntos.
Arrojando una mirada de terror, Roxette vio algo lóbrego detrás de mí y se desesperó.
– ¡No! ¡No! ¡Cuidado! ¡Huye! ¡Jericco! ¡Mira! ¡Detrás de ti! –Gritó aterrada–.
Cuando giré vi que Alfred se acercaba con un mazo, detrás de él estaban más verdugos de túnica negra cubriendo sus rostros.
– ¡Tranquila! ¡No pasará nada! –Conforté–, aquí estoy yo, te cuidaré como la hermana mayor que nunca pude tener.
Inmediatamente, me levanté con todo el dolor y cubrí a Roxette de los hombres. Ella no podía levantarse por la molestia en su trapecio, cuando intentó levantarse sus brazos cayeron hacia atrás con el tronco atado a sus articulaciones; los huesos de sus brazos se rompieron como una rama, pude escuchar el abatido sonido de su fractura que hizo sus brazos serpentinos.
– ¡AAAAAH! ¡AYUDA! ¡AUXILIO! –Bramó ruidosamente– ¡¿Qué hice para obtener esto?! ¡AAAAAAHH!
Los brazos de Roxette parecían ondulados, los pequeños huesos rotos sobresalían al marcarse en su piel. Los gritos de Roxette parecían ladridos, el tronco quedó colgando en sus muñecas en el espaldar.
– ¡No permitiré que nadie te haga daño! ¡Te lo prometo! ¡Recuerda lo que hablamos! –Alenté–.
Los hombres de túnica negra me apresaron, eran 8 sujetos que acompañaban a Alfred. Cuando me separaba de Roxette mi llanto era desgarrador, ella me observaba cuando nos alejaban violentamente.
– ¡También te amo, hermanito! –Exclamó en la separación–Gracias por haber llegado en el momento que menos lo esperé, te prometo que siempre te cuidaré desde lo más lejos y perdido del universo.
De nuevo tuvimos otra despedida, era una sensación triste y fúnebre que ninguno soportábamos. Los verdugos se dividieron en dos grupos, 4 de ellos fueron con Roxette y los otros 4 me importunaron.
– ¡Se encontrarán en el infierno, hijos de putas! –Lanzó Alfred–.
Los verdugos me empujaron hasta alejarme de Roxette. Hubo un punto en donde ya no nos veíamos, los inquisidores bloqueaban mi vista al ceñir mi contorno.
Las deidades de Pléyades y sus verdugos de exterminios, intimidaban y pisoteaban la imagen de un mortal que algún momento llegó a Pléyades aleatoriamente con el fin de sobrevivir. Así como también a una bruja relacionada con la ultratumba, el emperador Orión se burlaba de nuestro suplicio con su escasa dignidad mostrando una sonrisa amarga; la multitud rugía con coraje para que se apresuraran con mi castigo.
Los falsos profetas vociferaban con arrogancia:
– ¡Herejía! ¡Hijos del diablo! –Dijo Hounsfield–
– ¡Blasfemia! –Increpó Leonardo–
– ¡Brujería! –Vociferó Mathew–.
Hounsfield, el profeta mayor comenzó a leer las escrituras que recitaban las profecías para Pléyades. Pero, ¡Un segundo! ×Pensé detenidamenteØ ese libro lo había visto anteriormente, ¡Lo recuerdo perfectamente! Fue ese mismo libro que yacía sobre una mesa de madera en las catacumbas; era el enorme libro rojo que hablaba de temas ocultos, sin embargo, tenía un poder celestial que superaba el don de cualquiera.
Hounsfield, era el único hombre en Pléyades que tenía la capacidad intelectual de leer y redactar al "Propheticum Spectrums". Dicho libro es traducido del latín como "Espectros Proféticos", escrito por Michael Nostradame el año 666 en Sodoma, Pléyades.
Y Andrómeda desterró al villano estallando relámpagos y tormentas hasta plantarlo en una cruz con todos sus demonios.
Con el poder de los infiernos el anticristo se apoderará de Sodoma y Memphis. Los canónigos asesinarán al hombre incorrecto, pero lo que no saben es que el verdadero anticristo regresará con venganza luego de ser abatido.
El agrio sabor del vino caerá en gotas rojas del cielo después que la profecía se cumpla. Los hombres se rendirán a sus pies como si éste fuera su único y nuevo Rey.
– ¡Damas y caballeros! –Exclamó Hounsfield–, somos nosotros quien podremos impedir la llegada de un príncipe oscuro. ¡Orión! Es nuestro único salvador, él es quien ha logrado marcar la historia de todos los tetrarcas en la región de Memphis-Núremberg, es el hombre que puede dominar nuestras vidas como si fuésemos sus juguetes.
La multitud se enalteció con las palabras del profeta mayor. De pronto, todos se inclinaron ante Orión y besaron el suelo estrechando un puño de arena; el Rey lanzó un beso al aire y se inclinó ante la afluencia, los inquisidores se levantaron de sus sillones bajando sus rostros con honor, e Israel le sirvió un cáliz de champagne para oír las palabras de Orión.
– Ustedes son la razón para continuar mi mando al infinito del horizonte, –dijo Orión al gentío–, les agradezco el poder que ustedes han hecho crecer en mi reino. Y con todo mi poder destruiré a ese par de hereticales, –señaló–, hoy mismo será la última vez que respiren en Pléyades. ¡Que empiece la crucifixión!
Los otros 4 verdugos levantaron a Roxette y le quitaron el pesado tronco. Los brazos de Roxette quedaron colgando abajo como dos fideos, entre sus gritos vi como los brazos estaban completamente fracturados y triturados, en sus ojos vi el caos aproximarse.
– ¡Amén! –Aplaudieron los inquisidores antes de sentarse sus sillones–.
A Roxette la situaron sobre una cruz romana de madera y la flagelaron en su cuerpo semidesnudo, toda la piel de su cuerpo estaba deteriorándose por los imparables golpes que la asechaban. Roxette tenía las rodillas ensangrentadas y las muñecas enrojecidas por las abrazaderas, Alfred fue hasta donde estaba Roxette, la madre de su hijo y comenzó a contar cada uno de los flagelos; Santiago llegó con el rostro cubierto de sangre y su ropa manchada de excremento, después de haber despejado el patíbulo se unió con Alfred para nuestro suplicio.
– ¡Número uno! ¡JAJAJA! –Emitió Alfred–.
Santiago cogió un látigo y fustigó la cara de Roxette. Ella resopló y le pidió a Satán por su vida entre los labios, con el cuerpo casi desfigurado por los golpes comenzó a orar.
– Mi Rey del inframundo, absuélveme del martirio que me convierte en la esclava de nuestro enemigo, –susurró Roxette–, levántame del fuego y ayúdame a crecer con la flama de la vida.
Los susurros de Roxette llegaron a los oídos de Alfred y Marcello, ellos se impresionaron tanto que sus reacciones fueron devastadoras para Roxette.
– ¡La he escuchado! ¡He oído sus plegarias a Satán! –Exclamó Santiago–.
Alfred arrojó una mirada pensativa y luego preguntó. Los ojos de Alfred parecían a los de búho, estaban completamente dilatados y comenzó a actuar inquieto.
– ¿Es esto real? –Dijo Alfred–, ¡El anticristo hade venir! ¡Satán está llegando a Pléyades! ¡Apresurémonos con esto!
Alfred dio un salto y se tropezó con Santiago, ambos hombres estaban actuando extraño como si le temieran a algo. Electra notó el comportamiento de los sujetos y le susurró a Arcadia en el oído.
– ¿Qué les sucede? –Susurró Electra–.
– La verdad es que no lo sé, yo también puedo sentir algo extraño en el patíbulo –reveló Arcadia–.
De pronto, las sacerdotisas sintieron unos escalofríos que constriñeron sus rostros.
– Sigamos con esto, –dijo Alfred–, ¡Número dos!
Alfred azotó a Roxette con más fuerzas y rompió su boca con el látigo, todos nos temían como si supiesen algo que todavía no acertaban. Los dientes de Roxette estaban envueltos de sangre, la encía parecía más grande al confundirse con la dentadura.
– ¡Número 3! ¡Número 6! ¡Número 9! –Gritó Santiago– ¡Número 15! ¡Número 13! ¡AAAAAAAAAAAH! ¡N-N-N-NÚMERO! ¡Número 18! ¡Número 23! ¡Número 25! ¡Número 31!
La cara de Santiago empezó a salpicarse de la sangre que Roxette chispeaba, Santiago jadeaba exasperado como un perro sediento cuando fustigaba a Roxette. Los ojos de Santiago se pusieron blancos como la nieve expulsando espuma de su boca, la fisionomía de Roxette estaba transformándose en una mascarilla de sangre, ella estaba irreconocible durante el terrorífico ataque.
– ¡Detente! ¡Detente! ¡Ya! –Repitió Orión–, actúas como un maldito animal sin cerebro ¡Pedazo de mierda!
Orión quebró una botella de vidrio en la cabeza de Santiago y lo hizo sangrar, el cuero cabelludo del verdugo se escindió hasta verse el interior de su cabeza. La botella de champagne estaba completamente llena, cuando Santiago se abordó con el impacto mortal en su cabeza cayó al suelo rápidamente.
– ¡Haz lo tuyo, Alfred! –Exclamó Hounsfield–, toma esta pala, no te tardes.
El profeta se levantó de su sillón y cogió una pala del patíbulo para que Alfred asesinase a Santiago. Alfred miró a Hounsfield seriamente y recibió con su mano derecha la pala de escavar, el profeta regresó a su sillón y guiñó su ojo para que él hiciera lo suyo.
– ¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo ¡Hazlo! –Gritaba Memphis–, ¡Vamos! ¡Debes hacerlo!
La gente animaba a Alfred para que terminase de romper el cráneo de Santiago con la pala. Mientras tanto, Roxette parecía estar inconsciente después de ser torturada.
– ¡Lo haré! ¡Lo haré bien! ¡Sé que sí! –Se alentó Alfred–.
Mirando a la multitud, Alfred comenzó a golpear sin cesar al cráneo de Santiago aún con mi vida. Las manos de Santiago se movían cuando yacía en el suelo bocabajo, la pala aplastaba la cabeza de Santiago como una aplanadora; su cerebro se salió de la cavidad craneal y se adhirió en la madera, el encéfalo de Santiago estaba triturado como la carne molida, Alfred continuó golpeándolo con la pala hasta que el cuerpo de Santiago dejó de moverse.
Cuando Alfred supo que Santiago ya estaba muerto, arrojó la pala a la multitud y esta cayó en la espalda de un centurión. Los centuriones de Memphis y Núremberg resguardaban la plataforma, el gentío estaba completamente enloquecido avasallando gritos, chiflidos, aullidos, risas y lloriqueos.
– ¡Uhm! Esto es lo que quería ver, –dijo Arrhenius con voz arrulladora–,
Arrhenius se acomodó en su sillón y rio, Arcadia me lanzó una mirada misteriosa y se mordió el labio inferior con sensualidad. Cuando me concentraba en los ojos de Arcadia escuché nuevamente un vozarrón que emitía dolor y desidia, era la voz de Roxette cuando agonizaba.
– ¡Cállate, puta, mi hijo siempre te odió! –Dijo Alfred, gutural–.
Alfred, escuchó a Roxette quejarse y corrió hacia ella otra vez.
– Quiero irme, quiero irme a casa, déjenme ir, quiero desparecer –cuchicheó Roxette–.
Roxette hablaba desganada y lastimosa, no la reconocía bajo las circunstancias en que ella estaba.
Eran 3 verdugos que acompañaban a Alfred para hostigar a Roxette, Timoteo, Edward y Gastón, tres hombres blancos de estatura promedia con muy mal carácter. Ciñeron la cruz romana donde ubicaron a Roxette y se miraron unos a otros, Edward cogió un martillo de su caja de herramientas y quiso alargar la mano derecha de Roxette, sobre la madera de la cruz Edward escudriñó el palmar y pasó su lengua sobre aquella mano temblorosa.
Roxette dejó caer su cabeza de lado y observó horrorizada a Edward con el cabello tapando sus ojos, Edward estaba introduciendo los dedos de Roxette en esa boca mefítica y pestífera. Edward sorbió las yemas de los dedos de Roxette y las profundizó en su boca, la saliva de Edward cubría los dedos de Roxette mientras que ella intentaba quitar sus manos de él.
Edward quitó los dedos de Roxette de su boca y estrelló la mano tendida sobre la madera de la cruz, Roxette gimió del dolor cuando Gastón sujetó su otra mano y la apretó fuertemente con una soga, Gastón se levantó y buscó otro martillo para preparar su próximo atentado. Edward levantó su martillo lentamente hasta que Roxette apuntó su mirada a la mano de Edward, el parricida fijó la puntería de una pequeña tachuela en los dedos de Roxette y tiró el martillo de golpe hasta martillarle el pulgar; Roxette lanzó un grito de terror y dolor que ahuyentó a los carroñeros que circundaban el patíbulo, ella cruzó sus piernas del dolor y comenzó mover los brazos agitadamente.
Gastón aprovechó el momento en que Roxette estaba distraída y marcó en la palma de su mano un clavo de acero, Roxette apenas soportaba el martillazo en su pulgar cuando Gastón martilló el clavo en su mano. Roxette gritó más estridente y lanzó alaridos con su llanto, ella intentó levantar su mano martillada y al ver que no pudo debido a que estaba clavada comenzó a lanzar patadas.
Por el otro lado, Edward siempre astuto, actuó súbitamente y martilló el segundo dedo de Roxette cuando digería el dolor de su otra mano. La mano clavada a la cruz se traspasó a la madera con un imparable desangre, el rostro de Roxette estaba hinchado y constreñido por el peor escenario que estaba viviendo, Edward comenzó a reírse estentóreamente y cogió más clavos con los que terminó de martillar los dedos de Roxette.
Gastón se puso de pie e hizo un gesto de satisfecho, Timoteo se agachó y cogió el martillo y un clavo de la caja de herramientas. Gastón levantó su túnica y con su mano manchada de sangre sacó su pene delante del público.
– ¿Qué va hacer ese hombre? –Se preguntó Verónica–.
Verónica estaba con Elizeth, Cesar y Aurora en la multitud.
– ¿Qué mierda? –Observó Aurora–.
Gastón comenzó a bañar de orina a las personas del público que estaban en la primera fila, entre ellos estaba la familia Scrooket que se apartó de esto.
– ¡Maldita sea! –Explotó Cesar en cólera– ¡Qué asco!
Gastón evacuó su orina en dirección a la boca de Cesar. Él constriñó su cara de asco e intentó vomitar introduciéndose el dedo en la boca.
Cuando Gastón terminó de orinar bajó su túnica y oculto su pene para acercarse a Roxette, Gastón caminó hasta la cruz romana y se detuvo a observar lo que Timoteo hacía, Edward escudriñó las herramientas para buscar otro clavo y martillarlo en la mano derecha de Roxette como lo hizo Gastón; Edward consiguió el clavo y lo martilló en un santiamén a la mano de Roxette. Timoteo observó las manos de Roxette y pensó en algo muy loco, creía que su nivel de profesionalidad se incrementaría con fustigar a Roxette de la peor manera que cualquier verdugo lo haría.
– Edward, pásame un clavo para que todos vean lo que soy capaz de hacer, –dijo Timoteo–.
La efervescencia de Gastón generó una vehemencia para Edward y Timoteo.
– ¡Está bien!
Asintió rigurosamente, Edward.
– ¡Muévete! –Apresuró Timoteo–.
Edward arrojó un clavo al suelo y lo hizo girar hasta llegar a las manos de Timoteo.
– ¡Camaradas, quiero que vean lo que a continuación haré con esta jodida bruja! –Exclamó Timoteo–.
Los profetas, sacerdotes, sacerdotisas, Adolf y Orión observaron exaltadamente a lo que Timoteo haría a continuación.
– ¡Adelante! –Repuso Anaximandro–.
– Tápenle el hocico a esa perra, –farfulló Timoteo–, no quiero escucharla gritar más.
Roxette no tenía alguna esperanza que sostuviese su fe. Estaba entregada a la muerte, en sus ojos se percibía la vergüenza que ella mostraba con congoja.
– Infernal patrañero –murmuró Roxette–.
Los verdugos ignoraron lo que Roxette hacía o decía, era absurdo que les importase algo que no fuese su sangre.
Timoteo pensó en algo siniestro y espeluznante, ¿Qué era lo que quería exactamente Timoteo? ¡Pues! No tan sólo quería acabar con la vida de Roxette paulatinamente, él tomó el clavo que Edward le consiguió y lo situó de punta sobre la barbilla de Roxette. Pero su barbilla le temblaba desmesuradamente como para tener una posición exacta, Roxette le lanzó una mirada de temor a Timoteo cuando Edward la sostenía a la fuerza y Gastón tapaba su boca, obstruyendo la lentitud de su débil respiración que se quebrantaba con mi fortaleza.
A Timoteo le temblaba el pulso debido al coribantismo que los inquisidores transmitían con su lóbrego frenesí, Timoteo alzó su mano apresuradamente y le martilló el clavo con violencia en la barbilla de Roxette. Memphis se estremeció al presenciar lo que seguro no vieron anteriormente, la gente boquiabierta reaccionó con asombro mientras estaban atónitos; pero, para Roxette el apocalipsis había comenzado desde que la clavaron a la cruz.
El clavo le traspasó el mentón hasta perforarle la parte inferior de la encía y tocarle la lengua con el filo de acero, Roxette contuvo su grito y se dejó llevar por el río de sangre que inundaba su boca. Roxette no podía ni siquiera respirar por la boca, sentía el clavo incrustado en la encía como para intentar forzar su boca para hablar; estaba resignada a morir, ya nada tenía sentido.
– ¡Gloria! ¡Gloria para ese hombre! –Bramó Aurora–.
Ante la aclamación de Aurora, la multitud no se detuvo en un segundo para alabar el hecho que mutilasen a los prisioneros.
– ¡Terminen de matarla! –Mandó Alfred desde el estrado–.
Alfred era el líder de los verdugos, era él quien entrenaba a los lunáticos de Núremberg.
– ¡Bienaventurado sea Timoteo! –Aclamó Leonardo–.
Leonardo estaba siendo loado por la legión de Orión, todos anhelaban el grado de trastorno de Timoteo.
– ¿Qué van hacer con el otro? –Bramó una voz desde la multitud–.
Los inquisidores se quedaron en un silencio pensativo, Edward y Gastón arrastraron la cruz donde estaba Roxette y la arrojaron al lado de la mía. La cruz en la que estaba Roxette fue lanzada bocabajo, su cuerpo quedó fuera de la cruz con las manos clavadas a la misma
Los otros 4 verdugos que me ceñían: Demetrio, un hombre delgado y enano de piel bronceada con una verruga en su frente; Salomón, era el verdugo más joven de tan sólo 17 años de edad, un chico rubio de ojos café rescatado de un orfanato en Sodoma.
Lord y Moisés eran hermanos gemelos, pero, no eran tan iguales, aunque Moisés padecía de esquizofrenia crónica y Lord tenía un trastorno de bipolaridad severo. Los 4 verdugos se unieron con Edward, Timoteo y Gastón para terminar de crucificar a Roxette, las bases de las cruces estaban construidas en el patíbulo para que fuesen situadas ahí.
Salomón y Gastón giraron la cruz de Roxette y la ubicaron bocarriba con la mirada al cielo, cuando por fin estaba en posición correcta, Edward y Timoteo amarraron las articulaciones de Roxette a la madera para levantar la cruz. Lord y Demetrio sujetaron los pies de Roxette y los unieron para luego clavarlos, Lord puso un pie encima del otro cuidadosamente con el fin de que ambos estuviesen iguales. Demetrio se acercó con el clavo y el martillo en la mano, ligeramente, centró el clavo más arribas de los dedos y sobre el pie dio 5 martillazos.
Roxette berreaba del dolor como si ya no tuviese el aliento para hacerlo, Demetrio soltó los pies de Roxette y se levantó de inmediato limpiándose las manos con su pantalón. Lord se aseguró de que los clavos estuviesen bien centrados en la palma de la mano, así que cogió un martillo y volvió a clavar hasta que dobló el clavo cuando se traspasó en la madera. Finalmente, la tortura de Roxette caducó cuando los verdugos venían por mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro