Capítulo 18. La Traición y el Sufrimiento.
"Estaba en un tenebroso mundo venenoso que con sus mares me ahogó en lágrimas de sangre."
Me deslicé en un sueño corredizo, fue como caer de bajada sobre un tobogán de colores que inició la fantasía de la adrenalina, al momento de perder el conocimiento trascendí quiméricamente a un antiguo lugar que solía visitar. Las colinas eran verdes como el limón y frondosas al igual que los valles de Francia, el latido de mi corazón se escuchaba como la música de un tambor venir desde lo más alto y cristalino del cielo; estaba en el gran Parque Nacional de Alemania en el Estado de Renania, la brisa fría del amanecer me consentía con el nutritivo manjar de las aguas azules.
Probablemente pasaron las horas mientras viajaba astralmente a mi mundo, paulatinamente, fui abriendo los ojos mientras despegaba las pestañas quejumbrosas que enlazaban mis parpados. Por primera vez sentí el delicado frío de Memphis, con la vista turbia observé el movimiento de las palmeras que bailaban con los vendavales; en el día todo parecía ser mágico y por las noches todo era infernal, el perfecto contorno se coloreaba con las nubes blancas que irradiaban el arte matutino con su aspecto de nívea.
¿Pero en dónde estoy? ¿A dónde me llevaron? Me decía a mí mismo mientras interrogaba al tiempo en el correr de los minutos, sabía que estaba en Memphis, pero la ubicación era tergiversada y perpleja. En la altura del éter brillaba la estratosfera de Pléyades con su majestuoso trío de soles, con el fulgor más potencial que la ionización llamaba al verano en pleno viernes 13 de octubre del 1513; todavía tenía en mente mi primer asesinato a pesar de que el día comenzaba, el clima empezaba a ser caluroso como la tortura que me emboscaba.
Las pequeñas casas medievales de Memphis resaltaban la fachada de sus antiguos diseños arquitectónicos a base de piedra, juntamente, se apreciaba la larga carretera que serpenteaba a todos los pueblos rurales. Al final de la carretera sobresalían dos enormes basílicas de arquitectura gótica, la primera tenía mucha analogía a la gran "Santa Capilla'' de París, ya que, sus vitrales policromados ayudaban a resaltar el género ortodoxo del cristianismo; por otra parte, la otra basílica poseía una extraordinaria similitud a la "Sagrada Familia" de Barcelona, a diferencia que en esa basílica adoraban a la Diosa de Pléyades, Andrómeda.
En el centro de Memphis estaba un extenso jardín de rosas espinosas, en esa área cada pleyadiano plantaba un ramo de ellas para hacer florecer su fe en Andrómeda. Las rosas soltaron sus pétalos en la corriente prodigiosa, haciendo de mi miedo un fogoso cáliz de sangre que todos quisieron tomar; el cristianismo era muy débil en aquella región, a pesar de la rivalidad de ambas jerarquías los bandos se unían cuando era necesario presenciar un juicio, normalmente, los patíbulos eran festivales para las deidades.
El dolor subyugaba sobre mi espalda con un ardor prepotente, me quejaba cada vez que intentaba moverme para comprender lo que había sucedido. Mi cabeza me dolía mucho como para pensar, estando abatido en el suelo miraba como los verdugos llegaban con los soldados del Rey al patíbulo; no reconocía a ninguno de los rostros que veía, simplemente, recordaba a aquellos hombres vestidos de negro a los que tanto temía, y cuando menos lo pensé, me convertí en la presa de los cazadores que querían extinguirme.
La herida en mi espalda no cicatrizó con el transcurrir de las horas, mis prendas estaban humedecidas de la sangre que derramaba sin sentir. Mi cuerpo estaba fulgurando con la brillantina sangrienta del martirio, desapercibidamente, perdí la cordura cuando me concentraba en el dolor craneal; esperaba serenamente la convicción de mi perpetuidad, no me imaginaba cómo sería una segunda muerte.
– Mírenlo, mírenlo, ya ha despertado la bestia. –Balbució Adolf el soldado–.
Estaba una plataforma de madera frente a Memphis, la multitud comenzaba a llegar cuando notaron que yo había despertado. Me aprisionaron del cuello con una cadena de plata, Adolf estaba acompañado de Israel, Charles Bloembergen y Alfred.
– ¡Buenos días, bello durmiente! –Dijo Israel sonriendo–.
Israel tenía algo que me provocaba temor a él. Los hombres agrestes comenzaron a burlarse de mí, yo seguía débil en el suelo sin mirar a todos mis enemigos.
– ¡Qué galán! –Dijo Alfred–, anoche era un huraño en el castillo. Me hubiese gustado manosearlo como él lo hizo con Elizeth, ¡Levántate! ¡Mariquita!
Alfred sacaba su lengua y la metía rápidamente en su boca, actuaba como un degenerado al ofenderme con el propósito de hacer reír a sus acompañantes.
– ¡Jajajajajajaja! –Carcajeó Charles poniendo las manos en su barriga–, ¿No le pudiste hacer nada? Yo que tú ya le hubiese sacado las tripas por su garganta. Anoche lo vieron salir de la cabaña de los Scrooket, quién sabe qué estaría haciendo con el hijo de la otra bruja, ese niño se ve que se traga las pijas más grandes del pueblo.
Charles hablaba con odio y repudio, su comportamiento machista me hostigaba al igual que los demás desvergonzados. De repente, comenzaron a hablar cosas sucias y obscenas.
– Cesar está en el closet, todos saben que es un marica muerde almohadas. Hoy intenté masturbarme con la imagen de mi tía muerta, –comentó Israel– es difícil querer hacer el amor con alguien de la familia.
En un momento olvidaron que yo estaba ahí, los hombres hablaban cómodamente de hechos ilícitos.
– ¿A qué acontece el tema? –Preguntó Adolf arqueando la ceja–.
Adolf fue el único en reaccionar agriamente, era el sujeto más erudito de todos los inquisidores.
– ¡Digo lo mismo! –Afirmó Alfred–.
Con una sonrisa, se acercó a Israel y palmeó suavemente en su hombro.
– ¿Alguna vez has realizado incesto? –Preguntó Charles–.
Para las deidades era incontrovertible de que solo ellos podían pecar sin ser juzgados.
– ¡Se siente muy bien! –Alegó Israel–.
– Recuerdo que tuve un trío sexual con mis padres, –dijo Alfred–, ellos decían que la Diosa estaría conforme con todo eso. ¡Y así fue! Gracias a ellos soy un caballero hoy en día, si pudiese hacerlo de nuevo lo haría sin miedo.
Alfred el más trastornado parecía ser muy grato al hablar de esos temas. Comencé a moverme desesperado con la cadena apretando mi cuello, mis manos seguían atadas en la parte trasera del dorso.
– ¡Quédese quieto! ¡HEY! ¡MALDITA SERPIENTE! –Gritó Adolf pateándome–.
Seguía quejándome al ser pateado con la herida en la espalda, el dolor en mi cráneo crecía cada vez más. Era como si alguien me golpease con un martillo, de pronto, una mujer a la que reconocí llegó súbitamente.
– ¡Adolf! ¡Déjalo! ¡Apártate! ¡Quítate! –Exclamó Sídney la sacerdotisa–, ¡Vuelves a patearlo y te corto el pene! ¡Hablo en serio! –Dijo Sídney apretándolo del cuello–
Sídney la mujer pelirroja y feminista, era temida por hombres influyentes como Adolf. No le gustaba maltratar a sus víctimas hasta el momento que sea necesario, estaba furiosa después de ver como los hombres se comportaban.
– ¡Oye Cálmate! ¡Relájate! Es mejor que cuides más tus ovarios. –Dijo Adolf situando sus manos en la cadera de Sídney–, ¿O quieres que tenerme en tu boca?
Adolf se miró fijamente con Sídney. Enfadosamente, Sídney quitó las manos de Adolf de su cadera y le dio un empujón.
– ¿Qué sucede contigo? –Dijo Sídney con picardía–, es mejor que lo sepas ahora, no me gustan las cosas pequeñas en mi boca. No te creas el fuerte cuando sabes que mi dedo es más grande que el micro pene que tienes, a nadie engañas, todos dicen que te metes el dedo por el culo para que entres en acción.
Todos comenzaron a reírse de lo que decía Sídney, así que Israel comenzó a proferir más perversiones de su boca.
– Muñeca, –susurró Israel en la oreja de Sídney–, yo sí podría satisfacerte con lo que me pidas. ¿O te lo quieres perder?
– ¡Eeew! –Hizo Sídney asqueada–, ¡Todos los hombres son unos malditos cerdos!
Sídney se enfureció y pateó la entrepierna de Israel con mucha ira.
– ¡OOH! ¡MALDITA! ¡PUTA! ¡ERES UNA BASTARDA! –Exclamó Ismael lanzándose al suelo–
Ismael se tiró de rodillas y puso sus manos en sus testículos.
– ¡JAAJAJAJA! –Carcajeó Charles–.
– ¡Eso me dolió a mí! –Clamó Alfred–.
– ¡MIS BOLAS! ¡AAH! ¡ZORRA DE MIERDA! ¡JÓDETE! –Lloriqueó Israel–.
– Auch... –Dijo Adolf– Esta mujer sí que es fuego.
En ese momento llegó el trío de sacerdotes. Florentino, Arrhenius y Anaximandro vestidos de casullas azules. Subieron a la plataforma con caras enojadas, vieron el espectáculo que tenía Sídney con los otros inquisidores y se molestaron.
– ¡Atención, bola de inservibles! –Amonestó Florentino–, ¿Por qué no han hecho nada al respecto con el arrestado?
El sacerdote más amargado llegó vestido de blanco con sus compañeros. Se enfureció bastante en notar que la ceremonia no había comenzado.
– Perdónenos, Señor Florentino, –dijo Charles–. Pero, estábamos esperando por ustedes, además Orión no ha llegado de las catacumbas con los escoltas.
Charles Bloembergen mencionó la catacumba y sentí un terrible presentimiento. Me asustaba la idea de que fuese invadida por los verdugos, habían personas buenas que se preocuparon por mí.
– ¿Qué está haciendo él allá? –Preguntó Florentino–.
Sídney corrió a los brazos del sacerdote y se resguardó en ellos.
– ¿Acaso no te dijo nada? –Dijo Adolf–.
– ¡No! –Gritó Florentino– A mí no me han dicho nada de eso.
– ¿Orión en las catacumbas? –Habló Anaximandro sorprendido–.
– Lo sé, es muy raro. –Concordó Alfred–.
– Estoy seguro que está con los profetas eso, –comentó Arrhenius–
Había algo oculto que nadie sabía, los profetas fueron a las catacumbas con Orión en busca de algo. Por lo que se me hacía bastante insólito, sí ya me tenía a mí ¿Por qué irían allá?
– Lo único que sé, es que se fue con Arcadia y Electra... pero, es muy extraño. –confirmó Sídney–.
Sídney comenzó a besar el cuello del sacerdote Florentino. No les importaba demostrar su romance, todo habría comenzado en la iglesia cristiana después de encuentros sexuales.
– ¡Ya sé! ¡Puedo recordarlo! –Improvisó Israel–.
El dolor fue desapareciendo en Israel cuando quiso hablar.
– ¿Qué pasó? –Preguntó Anaximandro–.
Todas las miradas se dirigieron a Israel, ya que tenía algo que decirles a todos. Me miraron con recelo y se apartaron lentamente, luego él les habló en voz baja para que yo no escuchase nada; se reunieron en un pequeño círculo y susurraron los hechos.
– Oigan, vengan –dijo Israel apartándose–. El prisionero no puedo escuchar, será mejor que todo sea secreto hasta que el momento llegue.
– ¿Por qué tanto secreto? –Preguntó Sídney molesta–.
– Orión ha ido a las catacumbas por un propósito, es probable que las catacumbas estallen este mismo día. Se fue temprano en compañía de la bruja Scrooket y Cesar, también está con los profetas y las demás sacerdotisas; llevaron muchos explosivos para hacer volar las profundidades de esas malditas catacumbas.
Todos se vieron afectados con la noticia arcana que Israel narraba. Había zonas en las catacumbas que eran sagradas para los inquisidores, la reacción de los presentes fue alarmante y encolerizada.
– ¡Qué! ¿Es en serio? –Dijo Adolf–, ¡ÉL NO PUEDE HACER ESO!
Adolf gritó tan fuerte que yo pude escucharlo, la gente de la multitud se miró entre ellas con un gesto de preocupación, y se preguntaron ¿Qué estará sucediendo allá arriba?
– ¡Shhhh! –Hizo callar Alfred a Adolf–, ¿Puedes actuar más profesional? Además, es el Rey y puede hacer lo que sea.
Todos se enfurecieron con la reacción de Adolf y arrugaron sus caras.
– ¿Quieres decírselo a todo Pléyades? –Preguntó Charles sarcásticamente–.
– ¡Ya no importa! El problema es que Orión no puede hacer eso –Dijo Florentino–
– ¿Por qué sería tan importante la explosión? ¡A nadie le importa esa mierda! –Dijo Israel–.
– ¡Claro que importa, pedazo de puta! –Exclamó Sídney–, ¿Sabías que allí se esconde la mayor riqueza de Pléyades?
Los ojos de los hombres brillaron aquel momento que Sídney mencionó la palabra "riqueza". Sídney miró a su alrededor y se vio impacientada, cerró los ojos y jadeó hasta que Florentino la volvió a abrazar.
– ¿Ahora qué podemos hacer? –Preguntó Arrhenius–.
– Nada, supongo que nada –repitió Alfred–.
– Es allí donde el oro, el diamante y otras piedras esperan ser descubiertas –dijo Charles–. ¿Y si sólo cruzamos los brazos?
– ¡Eso jamás! –Rechazó Anaximandro– hay algo que podemos hacer para que nada esto ocurra.
– ¡Vaya, vaya! –Bufó Adolf–, ¿Qué se le ocurre al sacerdote más corrupto que pueda existir?
– ¡Te exijo respetos, animal! Todo lo que tengo es por mi sudor –dijo Anaximandro–, me refiero a que entre todos podemos hablar con Orión.
– ¡Deja de ser tan ingenuo! ¡Imbécil! –Vociferó Florentino–
– ¡Cállense! ¡Apártense! –Dijo Arrhenius–.
Todos se alarmaron cuando vieron que Orión y compañía estaban llegando a la plataforma. Se apresuraron y volvieron a ceñirme, fingiendo que nada fuero de lo normal había pasado.
– ¡Mierda! –Exclamó Alfred–.
– ¡No digan nada de lo que hablamos! –Indicó Sídney–.
Orión tenía puesto un manto de pieles de oso, venía acompañado de los profetas Mathew y Hounsfield, ellos vestían de albas de lino blanco. La alegría se notaba en aquellos rostros llenos de malicia, Orión se intrigó cuando notó que sus aliados planeaban algo recóndito.
– Aquí hay gato encerrado...–Pensó Orión mientras observaba el extraño comportamiento de sus aliados– ¿Qué están haciendo? –Preguntó–, ¡NO QUIERO SABER QUE ESTÁN TRAMANDO ALGO A MIS ESPALDAS!
Orión gritó tan fuerte que las venas de su frente se marcaron como una raíz. La reacción de sus aliados fue asustada, actuaron como si nada hubiese pasado.
– N-n-n-no pasa n-n-nada –tartamudeó Israel–.
– ¿Dónde han estado toda la mañana? –Soslayó Sídney–.
– Eso no te incumbe, –respondió Orión molesto–, ¡Quiero aclararles algo! El hecho de que algunos de ustedes sean de mi profunda comienza, no les hace ser bienvenidos a mi vida privada.
Los inquisidores bajaron sus rostros, Alfred traqueó su cuello y fingió un gesto de acordanza.
– ¿Qué se supone que haremos con esa cosa? –Preguntó Charles señalándome–.
Todos pusieron una mirada confusa e indecisa. Orión traía algo entre manos, parecía ocultar una pequeña sorpresa para todos que sería revelada en cualquier momento, de pronto, se escuchó un escándalo como si una mujer fuese golpeada; mi mirada se dirigió al lugar de donde venía el ruido, me inquieté tanto que me levanté y empecé a sacudirme como un gorila encadenado.
– ¡SUÉLTENME! ¡DÉJENME! ¡AAAAAAAAAAA! ¡POR FAVOR! ¡PIEDAD! ¡LES PIDO PIEDAD! ¿DÓNDE ESTÁ MI HIJO? ¡QUIERO VERLO! –Berreó una voz femenina–.
Las sacerdotisas Arcadia y Electra llevaban a Roxette encadenada por toda la multitud. La paseaban como a una bestia, las personas se reían de su sufrimiento hasta escupirla como lo hicieron conmigo; Roxette estaba siendo flageada por las sacerdotisas, cargaba un tronco sobre sus hombros que encadenaba sus manos entre las esquinas del mismo, con el sudor goteando en la frente se lanzó al suelo después de no poder más.
– ¿Quién es esa mujer? –Preguntó Adolf–.
– ¡OTRA BRUJA! ¡Es otra loca más! –Exclamó Orión, siempre arrogante– mujer de Satán, madre del anticristo.
Los profetas se rieron mucho al ver las condiciones de Roxette, mientras que Alfred, Sídney, Adolf, Charles y los sacerdotes estaban conmovidos. No conocían a Roxette, a pesar de ello aplaudieron ante el público exaltando la resolución de Orión.
– ¡CAMINA! ¡DERECHA! ¡MUÉVETE! ¡RAMERA! ¡MALDITA BRUJA! –Gritaba Arcadia–.
Cuando intenté arrancar las cadenas de mi cuello, los verdugos intervinieron y me lanzaron al suelo después de golpearme con una barra de hierro en las rodillas.
– ¡JAJAJAJA! –Reía Electra con barbarie–, ¿Por qué no le dices a Satán que te ayude?
Arcadia halaba del cabello a Roxette cuando ésta se quejaba. Electra la pateaba hasta arrojarla una y otra vez al suelo, los brazos de Roxette temblaban mientras las mujeres la flageaban con un látigo con hojillas.
– Ayúdame, padre mío, –clamó Roxette yaciendo en la tierra–. Protege a mi hijo de todos los paganos, escucha mi respiro y levántame en este martirio que me llena de delirio.
Las oraciones de Roxette erizaba la piel de los protestantes. Arcadia era la mujer que más daño le hacía a Roxette, disfrutaba de empujarla y mojarle sus heridas abiertas con limón y sal.
– ¡NOO! ¡SE LOS SUPLICO! ¡AAAAAAAAAHH! ¡BAASTA! –Gritaba Roxette desgarradoramente–
El hijo de Roxette había sido desaparecido por los profetas. Enigmáticamente, Roxette comenzó a acusar a los profetas de que secuestraron al pequeño Marcello.
– Cállate, mugrosa, –dijo Electra–, deja de hablar porquerías. Tus gritos no te salvarán, además, el bastardito está muy bien con su padre.
¿Por qué con su padre? Debe recordarse que Roxette había tenido a su hijo con un sacerdote, pero, ¿Quién era ese sacerdote?
– No, no, no, con él no, –lloró Roxette jadeando–, ¡Aléjenlo de ese hombre! ¡No quiero que ver a ese tipo cerca de Marcello!
Ahora todas las piezas del rompecabezas encajaban. Roxette había sido arrestada por el mando de su ex cónyuge, estaba sufriendo la venganza de un hombre enamorado y corrompido.
– ¡Upss! –Dijo Arcadia–, míralo, allá está con su pequeño hijo cargado entre los brazos de su madrastra.
¡No podía creerlo! Florentino era el padre de Marcello Standford, hijo de Roxette. Sídney estaba con el niño en sus brazos, no me fijé en qué momento había llegado a la plataforma; Roxette se desmayó cuando vio lo sucedido, Florentino se besaba con su novia mientras Marcello los observaba.
– Me encantas demasiado, –cuchicheó Florentino–, ¿Cuándo será el día que tengamos nuestro propio bebe?
Sídney parecía ser la madre de Marcello, de repente, se desnudó sus pechos y comenzó a alimentar al niño. Los aliados de Orión estaban contentos de que Florentino tuviese su hijo con él.
– Aún no estoy lista, pero quiero que tengamos nuestro hijo –respondió Sídney amamantando a Marcello–
Alfred tuvo una erección imprevista al observar que Sídney enseñaba sus senos. El verdugo mayor observaba la pequeña boca de Marcello, se le hacía excitante ver como el niño lamía los rosados pezones de Sídney.
– ¡Qué delicioso! –suspiró Adolf– me encantaría poder ser ese niño.
La reacción de Florentino no era la de un enamorado normal. Para él era un cumplido que sus amigos vieran los atributos de su mujer, Florentino saboreó los senos de Sídney y se acercó a los pechos de la pelirroja; movió la punta de su lengua sobre el enrojecido pezón de Sídney, luego lo sorbió y comenzó a lamer de él.
– ¡Ay, amor! Sabes que me encanta, pero no ahora, todos nos miran y es incómodo, –murmuró Sídney con un tono placentero–.
Las venas se marcaban en los pechos de Sídney, cada vez que absorbían y mordían sus senos le provocaba una pequeña exaltación que la hacía gemir.
– ¡Hmm! –Bufó Charles–, será mejor no mirar esto.
Charles se dio la vuelta y ordenó a los verdugos que fuesen a ayudar a las sacerdotisas, Roxette era bastante pesada como para que las dos chicas la levantasen con el tronco.
– ¡¿Y ustedes que miran?! ¡A trabajar! ¡Desvergonzados! –Indicó Charles–.
Con la barra de hierro los golpeó en sus espaladas, los hombres bestiales se espantaron y corrieron a donde estaban las sacerdotisas.
– ¡Apúrense! –Rezongó Electra–, necesito que carguen a esta jodida basura.
Cuando los verdugos bajaron al sitio en que yacía Roxette, Arcadia y Electra se echaron atrás como si Roxette fuese un espectro.
– ¡Miren! Que rico culo, –gimió Santiago–, es tan suave como la vagina de una niña.
Santiago era el verdugo más perverso de todos y de pocos amigos, su conducta era degenerada y tirana. Un hombre adulto de 38 años, el rostro de este hombre estaba repleto de lunares velludos, la nariz torcida que resaltaba en su cara estaba torcida y repleta de pecas.
Su baja estatura lo hacía verse como un niño, los ojos verdosos de Santiago se separaban como montañas al concentrase, no podía dominar sus ojos debido a que era un hombre visco.
– ¿Qué haces? –Preguntó Arcadia–.
Arcadia refunfuñó al sentirse asqueada con el comportamiento de Santiago. Todo el público observaba aquel acto grotesco de Santiago, se burlaba y a la vez se divertía al toquetear a Roxette desmayada.
– ¡Déjala quieta! –Gritó Orión–, ni se te ocurra tocarla de nuevo ante mis ojos.
Orión se enfadó en ver como Santiago y los demás verdugos quebrantaban la seriedad del asunto. Santiago y otros 3 verdugos levantaron a Roxette y la subieron a la plataforma, mientras tanto, ocurrió un evento que comprimió la atención de la multitud entera.
– ¡Hmm! –Gimió Sídney–, detente, d-d-d-detente. Basta, basta, quítate, ¡Ya! ¡Detente!
Florentino se apartó de Sídney y dejó que el niño sorbiera de la leche materna. Sídney comenzó a apartar a Marcello de su pecho, ella se desesperó mucho al sentir que el niño estaba mordiendo sus senos.
La cara de Marcello comenzó a transmutarse en la arrugada fisionomía de un anciano. De su estrecha boca salió una pútrida lengua blanquecina, sus pequeños dientes se convirtieron en filosos colmillos amarillentos; se enterraron profundamente en los senos de Sídney, Marcello empezó a gruñir como una bestia y arrancó la piel de Sídney.
– ¡AAAAAHH! –Vociferó Sídney–, ¡AYUDA! ¡SOCORRO! ¡QUÍTENMELO DE ENCIMA! ¡HAGAN ALGO!
Los gritos de Sídney ahuyentaron los cuervos que volaban sobre el patíbulo. Sídney levantó sus brazos y empujó la cara de Marcello con sus manos, nadie podía hacer nada en ver como la piel de Sídney se encarnizaba a los colmillos.
– ¡¿Qué está sucediendo?! –Gritó Florentino–, ¡Aléjate de mí! ¡Sálvate a ti misma!
Florentino se apartó de Sídney y actuó impulsivamente. Alfred, Adolf, los profetas, Orión, los sacerdotes y Charles se alejaron de aquella aterrorizante escena, todos miraban a Sídney con asombro sin quitar a Marcello de sus pechos.
– ¡Qué asco! –Dijo Charles–.
– ¡Madre santa! –Gritó Adolf–.
Sídney chispeó de sangre la cara de Anaximandro. Respingado y asqueado, él se limpió el rostro y se apartó de ella, la sangre de Sídney era negra y espesa como el petróleo; desprendía una pudrición extrema que hacía toser a los inquisidores, la carne de Sídney comenzó a abrirse más expulsando pequeñas cucarachas rojas, los insectos salían de su interior como las burbujas de una fuente.
– ¡AAAAAH! ¡AAAAHH! ¡ME ARDEEE! ¡ME ARDEEEE! ¡AUXILIO!
Los gritos de Sídney despertaron a Roxette en un golpe, Orión sacó una espada de su bota e intentó salvar a Sídney apartándola de Marcello. Pero Marcello estaba adherido a la piel de Sídney, en él había una fuerza tan grande que impedía ser apartado.
– ¡Espérate, Sídney! ¡Necesitas calmarte! –Indicó Orión–.
– ¡¿Cómo esperas que se calme esa mujer?! –Reconvino Hounsfield–.
– ¡Está muriéndose desangrada! –Alertó Arrhenius–.
Orión mutiló con su espada el torso de Sídney, quiso cortarle la piel para que el niño se desprendiera de esta. Lamentablemente, los órganos de Sídney comenzaron a salirse de sus sitios, a simple vista se observaba el esófago de la mujer pudrirse con gusanos y cucarachas; Orión siguió enterrando su espada en la cavidad torácica de Sídney, de repente, el páncreas estalló junto a su hígado con cientos de gusanos blancos que brotaban en su interior.
– ¡EEWW! ¡QUE ASCO! –Gritó Electra–, ¡¿Qué diablos?!
Electra y Arcadia llegaron a la plataforma donde estaban los demás inquisidores, todos apreciaban el sufrimiento de Sídney mientras que las dos sacerdotisas estaban aterradas.
– ¡SÍDNEY! ¡SÍDNEY! –Gimoteaba Arcadia– ¡¿QUIÉN ES ESE PEQUEÑO DEMONIO?! ¡HAGAN ALGO POR ELLA! ¡NO LA DEJEN MORIR!
– ¡MARCELLO! ¡MARCELLO! ¡DETENTE! ¡TE HARÁN DAÑO! –Exclamó Roxette–.
Roxette tenía los ojos entrecerrados, se quejaba mucho por el dolor que tenía luego de ser agredida.
– ¡JAJAJAJA! –Rugió Santiago, mordazmente–. ¡AAAAA! ¡JAJAJAJAJA!
Los alaridos de Sídney fueron motivos de burlas para Santiago. El impúdico verdugo se carcajeó tan fuerte como el dolor de Sídney, ya era relativamente tarde para salvarla; después de todo, Charles recargó los cartuchos de su escopeta y le voló los sesos a Marcello, el cerebro del niño sobrevoló en el aire hasta caer sobre mi ropa.
– ¡Dispárale a ella! ¡Dispárale! ¡No los dejes viva! ¡Ya no sirve! –Ordenó Florentino–, ¡Charles! te lo agradeceré mucho, no quiero verla más con vida.
Florentino anhelaba la muerte de su novia Sídney, cuando vio que su mujer ya no era sensual comenzó a transgredirla. Los colmillos del niño quedaron enterrados en el seno de Sídney, mientras que ella se moría putrefactamente en frente de todo el gentío.
– ¡MI HIJOOO! ¡NOOOOO! ¡¿POR QUÉ LO HICISTE?! ¡MI NIÑOOO! ¡EL ÚNICO HIJO QUE ME QUEDABA! ¡MI BEBE! –Exclamaba Roxette–.
El corazón de Roxette estaba despedazado, fue esa la primera y la última vez en que la vi llorar. Doliente y afligida, empezó a recordar la muerte de su primer hijo como el primer golpe en su vida; los verdugos la flagelaron cuando la vieron llorar, ella se cubrió la cara mientras que los látigos marcaban su frente.
– ¡Pásame eso! –Dijo Florentino–.
Arrebatándole la escopeta a Charles para apuntar a Sídney.
– ¡NOOOOOO! ¡NO PERMITAS QUE TE QUITE LA ESCOPETA! –Gritó Arcadia–.
Adolf y Alfred se lanzaron encima de Florentino. Intentaron quitarle la escopeta cuando Florentino recargó el cartucho.
– Viejo, tranquilo, –musitó Charles–. No lo vayas a hacer, vamos, respira hondo ¿Sí?
Charles se acercó a Florentino y le habló calmadamente. Le dio dos palmadas en el hombro y quiso bajar la escopeta, Sídney todavía gritaba en la conciencia observando a Florentino.
– Por favor, aléjate de mí –murmuró Florentino–.
– Baja la escopeta. Te lo estoy diciendo, necesito que lo hagas ahora mismo, –dijo Orión bajando la espada al suelo–, todo va estar bien.
Florentino se concentró por un momento en las palabras pacificas de Orión. Apresuradamente, Alfred empujó el brazo de Florentino para tumbarle la escopeta, pero Florentino era un hombre bastante astuto como para darse por vencido.
Florentino apretó el gatillo y le disparó en el pecho a Charles, lo arrojó a lo largo creándole un agujero en la zona de su corazón. La multitud de Memphis estaba gritando ferozmente, por último, la cara de Florentino se enrojeció como una manzana y le disparó en la cabeza de Sídney.
– ¡Quítense! ¡Tengan cuidado! –Exclamó Orión–.
Todos salieron corriendo de los nervios que crecieron al escuchar los disparos. Los profetas se escondieron detrás de una pared, el resto de los inquisidores se atemorizaron y se ocultaron bajo una mesa.
– ¡¿Qué he hecho?! –Gritó Florentino, arrepentido–, ¡Perdónenme! ¡No! ¡No! ¡¿POR QUÉ?!
Se arrodilló en la madera de la plataforma y observó el cuerpo sin vida de su hijo. Tiró la escopeta y lloró mirando al cielo, cuando todos notaron que el peligro se había apartado salieron de sus escondites.
– ¡Florentino! –Vociferó Orión–, lo siento mucho. Pero, ya no podrás seguir en este mundo como el asesino que demostraste ser.
Orión se acercó lentamente con la espada en su mano y le habló en voz baja.
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué piensa hacerme? ¡No me mates! –clamó Florentino–.
La masacre no parecía terminar aún, todos sabían que Florentino sería condenado por Orión en cuestión de segundos.
– Como monarca de la región de Memphis y Núremberg, condeno a este hombre a morir por la sangre que se ha derramado en los últimos días. Seré yo quien defienda mis tierras para el nacer de los futuros aldeanos, tengo el poder de sentenciar a este impúdico hombre que ha profanado mi mandato. –Indicó Orión–.
Los verdugos Alfred y Santiago sostuvieron los brazos de Florentino cuando intentó huir. Espaciosamente, Orión levantó la espada y se quedó observando a Florentino por unos segundos mientras resoplaba.
– ¡Amén! –Aclamó la multitud junto a los inquisidores–.
Orión decapitó a Florentino cuando oprimió la abrazadera de la espada, la cabeza del sacerdote cayó al suelo girando como una pelota moviendo sus parpados. El cuerpo rebotaba como un pez fuera del agua, su sistema nervioso todavía estaba funcionando después de ser descabezado.
Nadie podía comprender lo que había sucedido en cuestión de segundos, ya había 3 muertos en el patíbulo antes de mi ejecución. Adolf y los profetas ponían las manos sobre sus ojos, mientras Electra, Arcadia, Arrhenius, Anaximandro observaban los movimientos que la cabeza hacía como si tuviese vida.
Electra y Arcadia estaban acostumbradas a ver este tipo de hechos, aunque para ellas fue algo sombrío presenciar la devastadora muerte de Sídney. Ya no había nada que hacer, Roxette estaba quejumbrosa luego de todo lo que sucedió con Marcello, sus gritos eran exactamente los mismos que daban algunas mujeres de pánico; súbitamente, Orión pronunció ante el pueblo el castigo final que recibí junto a Roxette.
– ¡Memphis! –Aclamó Orión–.
El Rey guardó la espada llena de sangre en su bota y levantó sus manos al cielo. Los aplausos sonaron de nuevo cuando Orión se pronunció ante la gente, cuando el Rey estaba a punto de promulgar la sentencia, vi a Cesar y Aurora presentes en la primera fila de la multitud.
– ¡Alabado seas! –Gritó la multitud–.
Los verdugos de capa negra se aproximaron a Roxette y la arrastraron del cabello. Los inquisidores se ubicaron en una fila horizontal que miraba al gentío, se tomaron de las manos y se situaron detrás de Orión.
– Todos saben la razón por la cual estamos reunidos en el centro de Memphis, –pronunció Orión–, Pléyades ha de ser siempre un lugar tranquilo y diferente a cualquiera. ¡PERO! –exclamó–, nunca ha faltado algún blasfemo que quiera transgredirnos, las malas hazañas pueden afectarnos si nos rodeamos de seres como estos.
Orión expresó un escalofriante discurso haciendo referencia a la brujería. La gente enloqueció y comenzó a gritar, las palabras que emitían ilustraba la aversión que todos sentían por Roxette y yo.
– ¡Mátenlos! –Vociferó Aurora–.
– ¡Crucifíquenlos! –Exclamaban las personas–.
– ¡La horca!
Algunos deseaban la estrangulación.
– ¡Hoguera!
Otros pedían que nos quemaran con vida.
– ¡Guillotina!
Pocas personas pretendían que fuésemos degollados, aunque otros creían que sería una muerte muy rápida.
– ¡Lapidación! –Gritó Alfred–.
– ¡Desollamiento! –Gritó Israel–.
El desollamiento consistía en arrancarles la piel a los prisioneros.
– ¡Está bien! –Asintió Orión–, he decidido la pena que será ejercida para estos dos. ¡Que disfruten de la crucifixión! ¡Que comience el suplicio!
Roxette y yo nos miramos cuando escuchamos nuestra condena, su barbilla le temblaba como si el miedo la estremeciera. Sea como sea, todavía no sentía tanto miedo como lo tuve antes de salir de la catacumba, Roxette estaba dolorosa en el suelo con la madera puesta sobre sus hombros. La muerte de su pequeño hijo era un enigma, estaba conmovida.
– ¡Así se hace! –Glorificó Cesar–.
Memphis brincó de la felicidad al escuchar las últimas palabras de Orión.
En lugar de temor había tristeza, no sabía cómo empezaría todo si no conocía la verdad que me azotaba. Los centuriones protegieron la plataforma en hilera como guardaespaldas, los verdugos fueron preparando el patíbulo con herramientas y maderas para dar comienzo a mi última ceremonia; melodías siniestras aturdían mis oídos con los discontinuos latidos de mi corazón, perdido en la celeste realidad con el siniestro sentido de que mi alma se desgarraba antes de tiempo.
Orión y los inquisidores se sentaron en acogedores sillones para disfrutar de la muerte que se avecinaba, las mujeres cruzaron sus piernas y los hombres estremecieron sus hombros. Sin importar lo que pasara, una voz en mi interior me recordó lo importante que sería mantener mi perseverancia en la oligarquía, la infinitud radical arrebata todo el miedo que se estrechaba en mi garganta; lo malo de mí se iba en cara respiro, como los fuertes oleajes de un tsunami el tiempo se llevaba todo lo peor de mí para empezar una nueva ola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro