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Capítulo 17. El Campo de los Olivos: El arresto.

"Quémame en la hoguera de tu dolor, en tus depresiones más sucias sufrirás como Judas lo hizo."

Decidí alejarme de aquellos árboles cuando sentí un sombrío escalofrío que me hizo sudar, la naturaleza se mantenía enloquecida con la imparable agitación de los animales asustados. La tensión se detuvo cuando la risa de una mujer se escuchó venir detrás de mí, tan pronto de que la malévola carcajada se hizo oír no me contuve en girar, mi cuello traqueó tan fuerte en el segundo que volteé y levanté la mirada a los árboles.

Caminé hasta el árbol anterior de la hilera y me asomé sigilosamente, ¿Fue una risa? ¡Sé que sí! ¿Será alguno de los troles? ×Dije atemorizadoØ, estaba completamente seguro de lo que había escuchado con claridad. Di la espalda al árbol y caminé de nuevo a la misma dirección, pensé por un momento que seguro fueron las aves; tenía la mayor percepción de que alguien estaba encima de los árboles observándome, era esa desagradable sensación de ser observado con intensidad.

– ¿Buscabas algo? –Habló una voz quebrantada–, yo podría ayudarte, ven acércate.

Dijo la misma voz que había escuchado en los árboles, la voz era constipada y áspera parecida a la de una mujer mayor.

– ¿Quién está ahí? ¡no puedo verte! ¡Sal ahora mismo! ×protestéØ.

Mi voz sonaba bastante ahogada, me quedaba sin aire cuando le hablaba a eso que estaba en el árbol.

– ¿Acaso no me ves? –Preguntó– yo sí puedo verte, siempre te veo. Aunque no lo creas, te he seguido desde que llegaste a este mundo, quizás no puedas verme, quizás no puedas sentirme, pero, eso no afecta a las posibilidades de que pueda observarte mientras duermes, porque siempre estoy detrás de ti.

La voz balbuceaba tétricamente desde la oscuridad entre las ramas del árbol, no alcanzaba a ver la silueta de aquello que me hablaba desde la altura. El vello de mi piel se erizó cuando la "mujer" mencionó que me observaba mientras dormía, mi respiración se volvió lenta cuando del árbol cayeron plumas negras, era aquel mismo plumaje que dibujaba al Macho Cabrío encima de las rocas o troles; de pronto, un olor a pudrición apareció como si un animal muerto estuviese cerca de los árboles.

– ¡No veo! ¡no! ¡no veo! ¡no! ×Tartamudeé mordiendo mi lenguaØ ¡NO VEO NADA! ¡NO HAY NADIE! ¡NO HAY NADIE AQUÍ! ¡SILENCIO! ¡DÉJAME!

Misteriosamente caí en un estado de desesperación, cubrí mis oídos y cerré los ojos cuando las hojas del árbol se movieron violentamente. Comencé a jadear, el frío estaba presente con más intensidad cuando la voz se hacía sonar.

– Puedo estar detrás de ti, justo ahora lo estoy. Seguro que no me ves, pero si quiero estar en todas partes para rodearte ¡lo hago! ¡JAJAJAJA! ¡JAJAJAJA! –Dijo aullando de la risa–.

Mi corazón casi salía por la garganta cuando la risa aturdió mis oídos, lentamente, sentí una pesada mano encima de mi hombro derecho que quemaba mi túnica. De inmediato, volteé y la carcajada sonó de nuevo con más fuerza, detrás de otro árbol vi algo que pasó rápidamente hasta esconderse, era una apariencia deforme y espantosa.

– ¿Qué es lo que quieres? ¡Muéstrate! ¡Ya! ¡Deja de esconderte! ¡MALDITA SEA! ×Bramé furiosoØ.

Tenía una sensación de mal augurio, era un sentimiento fúnebre y lúgubre. Giraba a todos lados, estaba atento a cualquier movimiento que observaba.

– ¿Así que me querías ver? ¡aquí estoy! ¿quieres hacerme tuya? –Susurró la voz femenina detrás de mí–.

Eso que había en el árbol o detrás de mí, tenía la gran inteligencia de jugar con mi miedo y hacerme perturbar. La voz sonó a la cercanía de mis oídos, sentí una lengua que lamió mi oreja cuando estuve a punto de voltear.

– Deja de jugar, no quiero divertirme contigo, ×refunfuñéØ ¿Dónde estás?

– No creo que quieras mirarme ahora. –Advirtió desde el árbol–.

– ¡Vete! ¡lárgate! ¡ya déjame en paz! ×Lancé una exclamaciónØ.

Yo seguía insistiendo en que eso se fuera de ahí, cuando caminaba a otras direcciones seguía escuchando la voz por todas partes.

– ¿Alguna vez has tenido paz? –dijo el espectro a mí lado–.

Tan pronto que lo miré me espanté con un temblor, mi cuerpo se estremeció cuando pude observar a eso que estaba perturbándome. Salté de un impulso cuando vi que era un enorme cuervo de unos 2 metros, el cuerpo era el de una mujer con un plumaje negro que cubría su cuerpo; el rostro de la oscura aparición era deslucido, en su fisionomía sobresalían dos grandes ojos blancos ensangrentados, rodeando un afilado pico encorvado en el que colgaba un cuero descompuesto, las alas eran negras de contorno amoratado.

– ¿Qué demonios? ×GritéØ ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Apártate! ¡Aléjate de mí! ¡Quítate!

El espectro se lanzó sobre mí, empujándome al suelo. Cuando se arrojó encima de mí sus alas se convirtieron en manos, con ellas comenzó a ahorcarme mientras su rostro se transmutaba en la cara de un hombre, sus plumas cambiaron cuando me forcejeaba con las manos apretando mi cuello.

– ¡AAAAAHHHHH! ¡ÚNETE CONMIGO! –Gritaba el espectro–, ¡Quieto! ¡Quieto! ¡Tranquilo, Príncipe!

Su físico fue cambiando hasta que se transmutó en un hombre calvo, con voz femenina y pechos de mujer. Intentaba quitarlo encima de mí con patadas y golpes, cada vez que acercaba su rostro junto al mío abría su boca como la de una serpiente; sus mandíbulas estaban partidas y expandidas, su lengua colgaba como si fuese un perro jadeando de sed, gruñendo como una fiera y aullando como un lobo.

– ¡Déjame! ¡Quítate! ¡Ya! ¡Apártate! ×Insistí hasta patearlo fuertemente en el estomagoØ

Lo lancé a un lado y me levanté lo más rápido que pude, el espectro siguió rugiendo y gritando como un monstruo. Simultáneamente, sujetó mi pierna y me lanzó al suelo de nuevo hasta halarme hacia él.

– ¡Eres mío! ¡Todo tu cuerpo es mío! ¡Eres mío! ¡Siempre lo serás! –Replicó–.

Junto sus manos en mi cuello otra vez y comenzó a cortar mi respiración, yo comencé a toser cuando sentí que no podía respirar el poco de aire que quedaba en mis pulmones. Perdía el aliento mientras me paralizaba mirando sus ojos, el horror de su fisonomía se hacía más terrible y nauseabundo, cuando tenía mi boca abierta el abrió más la suya y empezó a vomitar dentro de la mía.

– ¡EW! ¡AHHH! ×Tosí desgarrando mi gargantaØ.

En la embestida no tenía nada que hacer en mi defensa, cuando estuve a punto de quedar mudo levanté mis manos e introduje mis dedos en sus orificios oculares. El espectro se apartó de mí, adolorido, mientras yo seguía tosiendo y levantándome lentamente; el cuervo saltó a la rama como un canguro y se agachó en ella.

Recuperando mi oxigeno miré arriba y el cuervo estaba riéndose con la voz femenina, cada vez se hacía más ensordecedora y estrepitosa. Coloqué las manos en mi cuello e intenté respirar suavemente, lancé una mirada de terror a aquello que se convertía en un zopilote; de pronto, explotó como un globo y me bañó de sangre hasta cubrir mi cuerpo con plumas negras, las entrañas colgaban en la rama del árbol al igual que un péndulo.

Intenté huir cuando los restos de carne podrida cayeron encima de mi cabeza; me aparté, quité los residuos de mi cuerpo hasta que comencé a correr rápidamente antes de que volviese a aparecer. ¡Debo salir de Memphis! ¡Tengo que huir! ¡Quiero desaparecer! ¡No puedo seguir viviendo con esto! ×Grité entre mi mente inquieto, golpeando mi frente con el palmar de mi manoØ, daba miles de vueltas por revolución entre los árboles hasta marearme, buscaba un lugar clandestino para poblarlo hasta sentirme seguro cuando la luz del día reinase la penumbra.

– ¡Alto ahí! ¡Le ordenamos que se detenga! ¡Deténgase! ¡Escuche! –Gritó un hombre furibundo–.

De inmediato, volteé de prisas. ¿Qué es todo esto? ×PenséØ, repentinamente, un enorme bullicio atronador de fuertes gritos avasalló el Campo de los Olivos, se trataba de una enorme multitud con más de 2000 mil personas que cargaban letreros y antorchas; aquellas personas gritaban con tanta afonía y arrebato, de repente, bloquearon todas las salidas hasta contornearme en un estrecho círculo.

– ¿Qué es lo quieren? ¿Qué buscan? ×Pregunté en voz altaØ.

Era una enorme multitud violenta y colérica, la mayoría eran hombres granjeros de barbas largas vestidos de togas y estolas. Las mujeres vestían de luctuosos chitones y peplos cárdenos que cubrían sus pies.

– ¡Es él! ¡La profecía de nuestras escrituras nunca fingen! ¡Estás condenado! –Exclamó un hombre soberbio de la multitud–.

Mientras me ceñían levantaban sus candelabros al cielo cuando sus antorchas se apagaron.

– ¡Que su sangre sea derramada sobre vuestros hijos! ¡Agárrenlo! ¡No permitan que huya! –Subyugó una anciana con arrogancia–.

Era una anciana de cabello marrón con abundantes rizos, de estatura baja y dentadura pútrida, rostro demacrado y ojos enrojecidos. Era la peor vestida de la aglomeración, su actitud se reconocía por la soberbia que irradiaba con frívola mirada.

– ¡Maldito seas! ¡Debe desaparecer de este mundo! ¡Ha violado las normas de nuestro poder! –Aclamó un infante–.

El pequeño de 7 años era un recluido para participar en las guerras de Pléyades, no obstante, sus padres eran el seno de las deidades más grandes.

– ¡Pléyades te tragará y te escupirá como un dragón! –Bramó una mujer–, a partir de ahora estás destruido. Besarás los pies de Orión cuando los soles iluminen el cielo.

El prejuicio de los aldeanos de Núremberg y Memphis parecía crecer más, sus palabras se estrellaban en mi corazón como si fueses colosales planetoides. Arremetían insultos y maldiciones contra mí, la aversión hacía arder las heridas que ocultaba bajo aquella lujosa indumentaria maltratada.

– Hace mucho tiempo atrás, –habló un hombre con exclamación–, a nuestras tierras llegó un foráneo que estableció su vida en Pléyades. Nos plantó una semilla de odio contra todos los mortales que arruinaron nuestra vida, han sido estos bastardos blasfemos quienes se encargaron de pisar nuestras culturas con sus aficiones. –Dijo el hombre señalándome con su dedo–.

El gran revuelto que se ocasionó en aquel lejano campo astringió mi estómago de pesadumbre. No podía ocultar mi rostro, cuando bajé la cara al suelo sentí la vergüenza repletando mi autoestima.

– En el nombre de la luz de nuestra Diosa te desterramos. ¡Muerte al traidor! ¡Muerte para éste hereje! ¡Muerte cruda para el mortal! –Exclamó un grupo de personas–

Toda la multitud levantó sus brazos, señalando al cielo con sus sables, picas, jabalinas, arcos y flechas, antorchas y dinamitas. Retrocedí 2 pasos atrás observando a la colérica muchedumbre, al caer sentado en el suelo volví a sentir aquel mismo dolor que tuve al caer en el bosque; mi espalda vibró cuando las vértebras salieron de sus sitios, con el pánico reflejado en mi cara comencé a moverme en la grama, me empujaba hacia atrás cuando las personas se acercaban lentamente a mí.

– ¡Blasfemo! –Se escuchó venir de atrás–.

– ¡Hereje! –Replicó un montón de personas–.

– ¡Mátenlo! –Insistió aquella anciana–.

– ¡Brujo! ¡Maldito! ¡Sacrílego! –Dijo un anciano soltando una ruidosa exclamación–.

– ¡Ha de conspirar con la magia! ¡Será condenado! –Gritó una voz–.

– ¡Los pecadores deben ser mutilados! –Pronunció el gentío–.

– Es el futuro mesías, hay que matarlo antes de que lo sepa, si es que ya lo sabe. Ha salido de la catacumba, nadie sale de allí con vida. –Murmuró un grupo de mujeres campestres en la primera fila–.

La gente hablaba con misterio, pretendían ocultar algo de la cual no sabía aún. La gente de atrás se levantaba con sus pies en punta para verme mejor, la aglomeración parecía crecer más cuando pretendían la llegada de un mesías a Pléyades.

– Shhhh, –hizo una de las mujeres–, mejor ten cuidado con lo que dices, todos aquí están furiosos con la llegada de este chico. Es probable que lo lleven a la hoguera, él simplemente nos traerá catástrofes muy pronto como lo dice la profecía. –Bufó la mujer–.

Me levanté con fuerzas y corrí entre la multitud, todos parecían temerme cuando pasaba cerca de ellos. La gente abría espacio mientras escapa de todos, ellos se daban la vuelta y comenzaban a seguirme como si fuese su botín.

La adrenalina consumía mi energía como el combustible de un avión, el gentío enloqueció arrojándome pesadas rocas que cayeron en mi espalda. Lanzaron palos que golpearon mi cabeza al correr, gritaban y chiflaban con sus rostros anegados de desazón y del más vivo rencor; lanzaron al aire cuerdas pesadas que por poco cayeron sobre mi cuello, el sudor destiló mi frente hasta desviarse a mis ojos y nublarse con las lágrimas.

Misteriosamente, una espesa niebla descendió del cielo hasta cubrir los arboles como nubes negras de invierno; todos quisieron mirar lo peor de mí cuando viví el peor de mis tiempos, hicieron leña del árbol caído hasta talarme desde la raíz hasta mis hojas. La luz del día se convertía en la negrura de mi alma, en medio de la afluencia quise golpear a todos los que se interponían en mi camino sin pensar en el daño que podía ocasionarles.

Los pleyadianos se echaban a detrás cuando nuestros cuerpos se topaban, el frenesí de aquellas personas crecía con coribantismo al someterme en la dolorosa lapidación. La humillación me ahorcaba con la vergüenza, me sentía como un monstruo despreciable al ser observado repulsivamente con esos ojos dilatados, el fuego de las antorchas reflejaba el odio brillante de aquellas dinamitas en los ojos de los aldeanos.

Creía ser lo que todos creían de mí, fui el concepto de los viles desconocidos que concluyeron con certeza lo que sentía por dentro, cada letra escrita en los carteles hechos de pergamino perforaba mis más profundos sentimientos encarnecidos. Fue allí cuando supe que vivía el peor de mis octubres, era difícil reconocer que había quedado como un pérfido desamparado ¿Y ahora qué puedo hacer conmigo? ¿De qué me ha servido el conocimiento que me han cedido? ¿En qué me ayuda el poder que he obtenido? ¿Qué hago con la elegancia que todos detestan? ¿Para qué sirve mi ego? ¡Estaba paralizado! Perdía lentamente la razón mientras estaba retumbado por la aciaga batahola; luchaba con mí mismo, recibiendo el copioso desprecio que mis enemigos soltaban como veneno de serpiente al escupirme con ímpeto.

– ¡Abran espacio! ¡Apúrense! ¡Se los ordeno! ¡Se les agradece despejar mi camino! –Dijo una mujer que abría espacio entre la muchedumbre–.

– ¿Quién es esta tipa? –Preguntó un hombre soltando una mirada de extrañeza–.

– No lo sé, –susurró una anciana desconcertada–, estoy segura de que la he visto antes.

La muchedumbre se silenció en aquel momento que la extraña mujer abrió espacio en la multitud,

– ¿Qué le pasa a esa descarada?

Se preguntaban todos.

– ¡Ay! ¿Qué se creerá esa igualada? ¿Quién será?

Protestaba la gente.

– ¡Muévanse! Dejen te estorbar, tengo algo muy importante que decir a todos los presentes. –Insistió la mujer–.

Desde cerca se veía como se aproximaba la mujer vestida de gitana, empujando a los otros sulfurados manteniendo la acidez en su soberbia.

– ¡Tranquilícese señora! –ordenó un corpulento hombre empujando a la mujer–.

– ¡No lo puedo creer!

Señalaba la gente asombrada a la mujer.

– ¡Es ella! ¡TENGAN CUIDADO! ¡Hagan un lado! ¡No la toquen, es una bruja! –Exclamaba la gente ahuyentándose–.

– ¿Es Aurora? –Preguntó un joven aldeano–.

En la multitud había una horda de jóvenes malhumorados que murmuraban entre sí.

– ¿Cuál Aurora? ¿Quién demonios es Aurora? –Se intrigaba la gente–.

Era inaudita la llegada de aquella mujer que lucía un atavío hindú de color rojo.

– ¡Pues Aurora Scrooket! –Exclamó una mujer alarmada–.

El momento en que su nombre fue mencionado la gente se apartó de ella. Parecía más rejuvenecida de lo que normalmente se veía; cuando la vi sentí un mal presagio que me encarceló, ella se acercaba lentamente observándome como si yo fuese un insecto, se preparaba para pisotearme.

– Aquí me tienes de nuevo, –dijo Aurora bostezando–, todos aquí están muy cansado de buscarte, no durmieron toda la noche mientras hacías tu trabajo en la catacumba. ¿O no es así? –Preguntó–, pienso que sin mi ayuda no hubieran llegado hasta aquí, sé que planeabas escaparte como la maldita rata que siempre serás.

Aurora Scrooket, tenía una perniciosa sonrisa que no quería borrarse de sus labios. Su cara estaba impregnada de maquillaje, su humor burlón pretendía ridiculizar mi imagen delante de todo Memphis.

– ¿Qué quieres de mí ahora? ×Le pregunté a AuroraØ.

Derramé una pesada lágrima que enrojeció mis mejillas, había algo que me impedía mirarla a sus ojos; me sentía menos que ella e inferior a todos los presentes. No me sentía lo suficientemente ágil como para confrontarlos, estaba debilitado en todos los sentidos.

– ¿Recuerdas ese momento en que te dije que algún momento te arrepentirías de lo que dijiste? –Preguntó Aurora acercándose a mi oreja–, a mí nadie me habla de la manera en la que quisiste hacerlo. ¿Acaso no lo ves? ¡Este es tu fin! Jamás volverás a crecer de la manera en la que querías hacerlo, tu futuro depende de mí ahora. Eres un soldado caído en la guerra, lo siento mucho por ti.

Aurora acarició mi cabello mientras me hostigaba con sus palabras, se burlaba con regodeo al verme indispuesto y decaído. La multitud gritó después del silencio, repentinamente, apoyaron a todo aquello que profanaba Scrooket en mi contra.

– Todavía no puedo entender la hostilidad que creció en ti, ×buféØ, maldito sean esos días en los que pensé que tu ayuda fue verdadera. ¡Perdóname! ×ExclaméØ, si es lo que quieres escuchar de mí, he escuchado las peores atrocidades de ti aunque me hayan sido difícil de creerlo.

Y así comenzaba a humillarme a mí mismo, actuaba como un verdadero idiota al pedirle perdón a alguien que no lo merecía.

– ¡Cállate! –Gritó Aurora, abofeteándome–, vuelves a hablar y te mato ¡Créeme que puedo hacerlo! Mejor prepárate para lo que está por llegar, hay alguien aquí que quiere verte desde hace mucho rato, por cierto, también tiene que decir muchas cosas delante de ti y en frente de toda esta multitud.

La mano de Aurora marcó mi cara cuando me abofeteó, mientras yo demostraba mi conducta insegura ella me contorneaba atrayendo la mirada de muchos.

– ¡Ella tiene razón! –Balbuceaba la gente–, hay que despedazarle el corazón en mil pedazos a esa inmundicia.

De repente, de la multitud salió la persona que menos pensé en ese momento. Nunca podré explicar el dolor que sentí al mirarla de nuevo, Pléyades estaba destruyéndome con todos sus pobladores.

– ¡Hola! ¿La estás pasando muy bien? –Preguntó sarcásticamente–.

Apareció inesperadamente Cesar Scrooket muy sonriente, luego de todo lo ocurrido en aquella noche creí que nunca más lo volvería a ver, Cesar estaba más aliado que nunca con su madre. En el primer instante que lo vi pensé que sería mi mano amiga, ese fue el peor error que cometí en algún momento de mi existencia, creer en lo ficticios y en la mentira.

– ¡Cesar! ×Clamé su nombre acercándome a élØ.

Sentí una emoción sobresaliente que nunca antes había sentido, tuve la necesidad de darle un fuerte abrazo para expulsar todo el miedo que tenía bajo mi piel. Caminé hasta él con una sonrisa ahogada extendiendo mis brazos, quise hablarle de todo lo que había vivido después de haber salido de su cabaña.

– ¡Quítate! ¡No me ensucies! ¿Qué sucede contigo? –Increpó Cesar con un empujón–.

La actitud de Cesar me cercenaba, no era el mismo al que conocí los días anteriores. Actuaba con un asco degradable, nada era igual que antes, lo sabía por su mirada y en la manera en la que se comportaba; estaba en compañía de su hermana Verónica y su prima Elizeth que también desempeñaban un oscuro escenario con una sombría traición.

– ¿Qué sucede? ¿Por qué me hablas de esa manera? ×Pregunté avergonzadoØ.

– ¡Jajaja! –Carcajeó Verónica–, no sabes lo mucho que esperé para poder gozar de este momento. ¿Sabes algo? –Concertó rizando su cabello–, esto es un gran sueño hecho realidad, todos saben que era íntegramente ridículo el hecho de que yo pudiese ser tu amiga, jamás ¡Jamás! –Reiteró–, lo sería de alguien tan bajo como lo eres tú; sí de algo te puedo asegurar, es que nunca más podrás estar acompañado de verdaderas personas como lo somos nosotros, ahora estas solo como siempre debiste estarlo.

– ¿Qué puedo decirle? –Pensó Elizeth–, él tiene que quedar lo más bajo posible, no estaré satisfecha hasta verlo muerto.

Elizeth se comportaba muy turbada, a su vez parecía ser la persona más invulnerable y tímida. Cruzaba sus brazos mordiéndose los labios, hallaba en sus pensamientos una razón para culparme, aunque no tuviese el porqué de hacerlo.

– ¡Damas y caballeros de Memphis u otra región! –Clamó Cesar a la multitud–, el amanecer de hoy ha sido un tiempo diferente a que todos los anteriores, y en esta vez, –jadeó–, he aquí la carnada que avivará a las próximas primaveras que vendrán después de este invierno, no obstante, puedo presentarles al ladrón que se aprovechó de las buenas noblezas que le prestó mi familia. ¡Ese bastardo! –me punteó Cesar histérico–, fue ese degenerado que llamó a las desgracias que me condenarán siempre, no saben lo arrepentido que estoy de haberlo tenido en mi casa, además, me robó algunas prendas cuando salió en silencio de nuestra cabaña.

Mi mundo se detuvo cuando Cesar comenzó a juzgarme en frente de la afluencia, no era suficiente ser juzgado como hechicero sino también ser mirado como un criminal. Cesar corrió a los brazos de su madre, y con ella interpretó una ficticia obra que hizo creerles a todos que habían sido mis víctimas.

Aurora sollozaba desgarradamente con su hijo entre sus brazos, podía manipular a todos con la historia que nunca fue vivida como se dijo a su versión. Después de todo el drama que querían formular, decidí tomar la iniciativa de actuar por el coraje que me encendía.

– ¡Sí! ¡Es cierto! –Gritó Aurora llorando–, en muchas ocasiones ese chico intentó robar cosas valiosas de nuestro. Como todos saben mi madre falleció hace muchos años ¡Y él! ¡Ése infeliz! Comenzó a hacer brujería en su alcoba para comunicarse con los espíritus de su mundo, para nadie es un secreto de que ése individuo es un mortal de otro mundo.

– ¡Calumnias! ¡Tus palabras son abominables y difamadoras! ¡NADA OCURRIÓ COMO USTEDES QUIEREN HACERLO CREER! ¡Nunca les robé nada de su propiedad! ¡Y tampoco invoqué a la basura que vive encerrada en su alcoba! ×Indiqué con exclamaciónØ, créanme que es lo menos que me importa, ¿Acaso no quieres hablar de todo aquello que ocultas en tu habitación? ¿Qué me dices de aquel cadáver que estaba en el suelo? ×RepuseØ.

Aurora y Cesar se lanzaron una mirada incomoda, dejaron de llorar e iban a decir algo cuando Elizeth importunó sus respuestas.

– ¡NOOOOO! ¡NO! ¡NO! ¡NO ES ASÍ! ¿No puedes dejar de mentir? –Protestó Elizeth colérica– ¿Recuerdas aquella vez que fuimos a pasear? No podré olvidar el momento en que quisiste abusar sexualmente de mí, ¡TÚ! ¡FUISTE TÚ QUIEN COMENZÓ A TOCARME! ¡Quien sea quien eres, deja de atacar a los honrados!

Tan pronto que Elizeth me acusó de violador, la multitud levantó sus antorchas y lanzaron pesadas rocas a las que esquivé. Elizeth malinterpretaba la situación, narraba hechos imaginarios que nunca sucedieron.

– ¡Soy testigo de lo que dice prima! ×Confirmó Cesar sin levantar la miradaØ, éste hombre quiso confundir mi orientación sexual, él se paseaba desnudo por los pasillos de la cabaña para atraer mi atención, –su voz estremecida–. Recuerdo que me bañaba en la laguna cuando Jericco me observaba desde la ventana, así como también intentó besarme mientras dormíamos en mi alcoba, es un maldito maricón, además de eso... Comenzó a lamerme la oreja para seducirme.

Por cada silaba que Cesar pronunciaba parecía ser el ataque de una cobra. No podía seguir respirando con la decepción que constreñía mi alma, Cesar me inculpaba de los atributos que él mismo había cometido antes; la afluencia se congeló del asombro cuando Cesar habló de lo que nadie hablaba, siendo algo tan delicado y peligroso la temática de la homosexualidad en las personas de Pléyades, a Cesar no le importó decir cualquier cosa que atomizase mi reputación.

– Eres el ser más perjuro e irreverente con el que tuve el infortunio más grande de conocer, ×dije conmovidoØ, nunca podré explicar el irresistible odio que ha comenzado a palpitar desde lo más profundo de mi corazón. Te aseguro que....

Mis ojos estaban en flamas, lo único que quería era asesinarlo con mis propias manos. Aurora me interrumpió cuando no había terminado de hablar, explotó en llantos y se lanzó al suelo como una madre desesperada.

– ¡Escuchen todos! ¡Escúchenlo! ¡Ha amenazado a mi hijo! ¡Que alguien haga algo! ¡Deténgalo! ¡AAAAH! –Gritó ella con desespero–.

Tan pronto que Aurora se lucía con su espectáculo la multitud enloqueció más, gritaban fuertes palabras que podían intimidarme en tan sólo oírlas.

– ¡Llamen a los profetas! ¡Ese sujeto puede ser peligroso! ¡Por favor! ¡Que vengan las autoridades ahora mismo! ¡EL REY TIENE QUE SABER TODO ESTO! –Decía la gente–.

De pronto se escucharon 3 disparos en el aire que dividió a la multitud, la gente se asustó y comenzó a correr por todos lados mientras que yo me apartaba del caos. El Rey venía en camino cabalgando un caballo marrón, a su alrededor estaban los escoltas, profetas y sus verdugos montando un grupo de camellos.

– ¿Qué es este desastre? ¿Qué está pasando? –Preguntó Orión furioso–.

Había llegado primero que sus secuaces al rebullicio que me ceñía, Orión estaba boquiabierto de la descomunal cantidad de protestantes violentos. El caballo de Orión se llamaba Sol, el purasangre estaba muy nervioso por la alta tención de la concentración.

– ¡Orión! Estoy honrada de recibir tu cordial llegada al Campo de los Olivos –Aclamó Aurora–.

– ¿Qué le pasa mujer? –Interrogó Orión, amargado–.

Orión se detuvo con su caballo y se bajó de él, malhumorado y pesimista no quería hablar con nadie más que no fuesen sus aliados. El cabello rizado de Orión brillaba como el color de la miel, el Rey llevaba elegantemente una capa azul que relucía con su piel blanca; su corona resaltaba tres perlas verdes con un traje de marinero.

– Su alteza, hemos decidido ceñir las entradas de la catacumba para poder capturar a un peligroso nigromante que ha llegado a Pléyades. Por esta razón, todos los aldeanos estamos aquí para exigir el juicio de ése caballero que está parado allí; no ha hecho nada más que llenarnos de miedo con sus malas artes, fue él quien enseñó a centenares de inocente la magia negra con sus asesinatos. –Habló Aurora por la voz de la afluencia–

Los escoltas del Rey ceñían los alrededores del campo mientras que los verdugos y profetas bajaban de sus camellos. Aurora se reunió con sus hijos y su sobrina para llorar, Orión pensó que todo aquello que hablaba esa lastimosa mujer era cierto.

– ¿De qué estáis hablando? ¿Habláis de nigromancia? ¿Brujería? –Preguntó Orión–.

El semblante del Rey cambió cuando Aurora mencionó la palabra brujería, se enfureció tanto que gruñó como un toro hasta golpear a su caballo.

– Sí, señor. Así nos sentimos todos aquí, –concordó Aurora–, exigimos la captura de éste chico antes que se escape de nuestras manos.

Mientras tanto, Aurora seguía añadiendo más huevos a su pastel. Bajé mi cara y preferí no mirar el rostro de Orión, los nervios hacían crecer un poderoso dolor de cabeza que arrancaba las membranas de mi cerebro.

– ¿Pero quién es él? –Preguntó Orión–, nunca antes lo he visto. Desconozco ese cabello oscuro, esta es la primera vez que veo a ese hombre con aspecto de vampiro; ni siquiera sé su nombre, y tampoco quiero conocerlo.

Era muy tarde para huir, al igual que era una desdicha revelar mi identidad perdida. Temía en conocer cuál sería la reacción de Orión al reconocerme.

– ¡Es Jericco! ¡Jericco Goldstein! ¡Es el mortal que has estado buscando desde anoche! –Prorrumpió la gente–.

La multitud volvió a formarse y se acercaron hasta donde estuve frente al Rey, murmuraban y gritaban mi nombre hasta que Orión comenzó a recordar mi captura.

– ¿Lo ves? –Preguntó Cesar a Orión–. Ese sujeto es el hereje más grande que nunca antes había llegado a nuestro mundo.

Orión se acercó hasta a mí lentamente mientras que los profetas ya conocían la verdad. Todos se intrigaban al esperar la reacción de Orión, era recíproco que la afluencia gozase de la pesadilla que vivía.

– Hola, jovencito. ¿Quieres levantar tu cara? –Habló Orión, indulgente–, no quiero que tengas miedo ahora, sé que podremos solucionar esto como hombres buenos y no como rivales. ¿Qué dices?

Orión me hablaba gentilmente, era lo que menos pensaba de alguien como él. Todavía no quería mirarlo a los ojos, él puso su mano en mi quijada y levantó despacio mi rostro hasta reaccionar inesperadamente.

– No creo que sea buena idea. ×Dije en voz bajaØ.

Orión y yo compartimos una sombría mirada sin ningún parpadeo, vi la muerte en sus ojos y él vio la mentira en los míos.

– ¡TRAICIÓN! ¡PERJURIO! ¡DESERCIÓN! ¡FELONÍA! ¡BLASFEMIA! ¡HEREJE! –Gritó Orión, colérico–. Este individuo debe ser llevado al patíbulo más grande de Memphis. ¡Yo! ¡Rey de Memphis y Núremberg! Condeno de muerte a Jericco Goldstein sin derecho de compasión y devoción, ordeno su encarcelación masiva en el día que comienza a partir de ahora.

Orión expectoró en mi cara una secreción de mucosidad luego de recordarme, su cara se enrojeció tanto que por poco salía humo de su nariz, de inmediato, dos de sus escoltas sujetaron mis manos mientras estaba de espalda. Evité ser atado, moviéndome y sacudiéndome como una bestia cuando tocaban mis manos.

– ¡Atenlo fuerte! ¡Que no escape! –Gritó Aurora a los escoltas de Orión–, ya que tenemos lo que todos queríamos, quiero que ahora gritemos "Que su sufrimiento sea el comienzo", con el mayor rango de sus cuerdas vocales. –Dijo Aurora reanimando a la muchedumbre–.

El público perdió la razón cuando Aurora los hizo gritar, la gente comenzó a saltar de la alegría cuando escucharon el legado del Rey. Cesar, Elizeth y Verónica siguieron su ritmo hasta que todos vociferaron la frase; de repente, los profetas Leonardo, Mathew, Russel y Hounsfield se incluyeron en la alocución de Orión.

– ¡Pueblo de Memphis, corazón de Pléyades! –Exclamó Hounsfield– ¡Bienvenidos sean, ante ustedes les presento al primer hombre que se atrevió a ingresar a las catacumbas más siniestras de Pléyades!

El anciano de barba larga y bastón bañado en oro era quien se haría cargo de mi condena. Estaba en manos del líder más grande de la alquimia.

– ¡Aquí tenemos al hijo del Señor de los demonios! –Gritó Leonardo–, mientras que éste joven se acercaba a las catacumbas siguiendo a un cabrío, nuestro clan estaba al tanto de todo lo que sucedía con los pasos que daba en la oscuridad.

El profeta inferior con el bastón cubierto de cobre, realzaba su poder inexistente siguiendo el ritmo del gran Hounsfield.

– ¡Se ha comprobado de que estuvo presente en oscuros sacrificios! –Indicó Mathew–, no sólo de lo mencionado cabe destacar que se entregó a los demonios en la abadía del pecado.

Mathew el profeta con bastón de diamantes, presentaba su hipótesis de mi entregamiento a seres infernales. Era lo que la multitud quería escuchar, fui el hereje y la blasfemia más deplorable de todos los tiempos.

– ¡No tengo palabras para descifrar lo que sucede ahora! –Dijo Russel–.

El profeta más joven prefirió callar de lo que acontecido, respiró hondo y oprimió su bastón de bronce. En aquel momento embarazoso para Russel, decidió alejarse hasta que se subió en su camello y abandonó el lugar; era un hecho muy insólito para las deidades.

– ¿Qué tienes que decir al respecto? –Me preguntó Cesar–.

Cesar parecía querer desafiarme, al igual que su madre usaba la famosa técnica de intimidación.

– ¡No tengo absolutamente nada que decir! –Respondí en voz alta–.

Lancé una mirada de odio y desagrado contra Cesar, comencé a moverme bruscamente mientras mis manos estaban atadas en la parte trasera de mi espalda.

– ¿Están viéndolo? ¿Están escuchándolo? ¿Pueden percibir la insolencia de ese maldito brujo? –Dijo Cesar–.

– ¡Brujo! –Exclamó Aurora–.

– ¡Satánico! –Gritó Mathew–.

– ¡Él tuvo una orgía con Belcebú y súcubos en la cúspide del infierno! ¡Está maldito! ¡No lo miren a los ojos! –Dijo Verónica–.

– ¡Asesino! –Protestó Leonardo–

– ¡VIOLADOR! –Voceó Elizeth–

Mientras tanto la gente gritaba:

– ¡Hereje!

– ¡Eres la perdición!

– ¡Hijo de puta!

– ¡Ojalá te quemes y te pudras en el infierno!

– ¡Cerdo!

– ¡Das asco!

– ¡Eres pésimo!

– ¡Te odio desde lo más recóndito de mis vísceras!

– ¡Brujo!

– ¡Satánico!

– ¡Nunca había sentido tanto aborrecimiento por alguien!

– ¡Marica!

– ¡Miserable!

– ¡Bacteria!

– ¡Gusano!

– ¡Ladrón!

– ¡Pedazo de mierda!

– ¡Maricón!

– ¡Ve para que te jodan!

– ¡Enfermo!

– ¡Sucio!

– ¡Parasito!

– ¡Malnacido!

– ¡Nunca tendrás lo que quieres!

– ¡Muérete!

– ¡Ojalá te maten hoy mismo!

– ¡Tus días están contados!

Después de escuchar todo aquello, despertó una serie de traumas y complejidades arruinando la estabilidad que algún día recuperé. Pude liberarme de los hombres con las manos atadas y comencé a correr más rápido, con las voces de la multitud aturdiendo mis oídos me perturbé al ver como todos hicieron estallar las dinamitas.

Las grandes detonaciones se hicieron oír cuando el humo comenzó a nublar el Campo de los Olivos, la gente se agitaba al ver que otras personas morían por las estampidas de las dinamitas. Eran truenos ensordecedores que demolían el paso de los árboles, muy pocos podían salvarse de los explosivos que embestían con la seguridad de muchos protestantes; yo seguía corriendo mientras que Cesar y los verdugos de Orión me perseguían, ya cuando por fin estaba por llegar a la carretera de salida me tropecé con una roca que lanzaron de atrás, tenía las manos enlazadas con la soga como para poder levantarme de urgencia, tomé impulso e intenté ponerme de pie.

Cuando estaba de rodillas escuché que los pasos de ellos sonaban más cerca, la arena se espolvoreó con un ventarrón que se unió con el humo y no podía mirar por dónde venían. Luego de que pude levantarme perdí la dirección correcta a la que debía continuar, miré todo mí alrededor y simplemente escuchaba mucho ruido sin definir los sonidos, seguí corriendo velozmente tratando de evitar la probabilidad de ser capturado.

De pronto, un verdugo se cruzó en mi camino y quiso ceñirme mientras me obstruía el paso. Cuando giré al otro lado aparecieron más de ellos por todas partes, me habían acorralado silenciosamente hasta que todos me contornearon en forma triangular.

– ¡Ya no puedes escapar! –Dijo Cesar, siempre sonriente–.

Justo en ese momento, corrí hasta él y lo golpeé tan fuerte en su estómago con una patada. Cesar se contuvo unos segundos con la boca abierta, e intentó respirar cuando se quedaba sin oxígeno después del golpe; de inmediato, me alejé de él y corrí hasta intentar empujar a los verdugos, ya Aurora había llegado cuando miró a Cesar golpeado y corrió hacia él.

– ¡CESAR! ¡CARIÑO! ¿Qué te sucedió? –Dijo Aurora–.

Aurora se vio afectada cuando percibió a Cesar en el suelo, era muy exagerado de su parte.

– ¿Así es cómo cuidas a tu cría? –Pregunté mordazmente a Aurora–.

– ¡Créeme que la hora te ha llegado! ¡Nunca más vuelvas a acercarte a mis hijos! –Respondió Aurora–.

Quise ignorar sus palabras y me di la vuelta cuando los verdugos estaban por capturarme, Cesar se levantó improvisadamente y sacó un filoso cuchillo del bolsillo de su pantalón, bufó profundamente y lo arrojó en mi espalda en línea recta. Convirtiéndose en el puñal más doloroso que he recibido a traición, súbitamente, una negrura cegó mi vista hasta derribarme lentamente en el dolor yaciente.

Cesar le dio al blanco después de atravesar el cuchillo en mi zona dorsal, fui cayendo desmesuradamente en los brazos de los verdugos que ataron mis pies luego de flaquearme. Aun así, quería seguir luchando a pesar del dolor que paralizaba todos mis movimientos, continúe quejándome adolorido mientras me arrastraba en el suelo escuchando la risa de los verdugos; hasta que sentí algo muy pesado caer en mi cráneo, Aurora cogió un pesado tronco del suelo y lo partió en mi cabeza, fui cerrando los ojos paulatinamente hasta perder el conocimiento en un profundo sueño que parecía ser sempiterno.

Quedé acostado en el suelo bocabajo con la mitad de mi cara en la grama, lo único que puedo recordar fue cuando sentí el goteo de la sangre en mi nariz. Mi cuerpo todavía se movía por sus estímulos nerviosos, después, pareció haberse escuchado el aullido de un lobo venir desde la lejanía, hasta penetrar mis tímpanos auditivos con el inadvertido desfallecimiento que me aletargó. 

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