EPÍLOGO
Un mes después - 24 de octubre del 2023
Ava
El hospital psiquiátrico es igual de opresivo cada vez que entro. Las paredes tienen ese color gris que intenta mostrar el lujo de la propiedad, pero que para mí es tan apagado. El olor del desinfectante se cuela en mi nariz, tan fuerte que casi puedo saborearlo. Camino hacia el despacho del médico, mis pasos resuenan en el suelo de mármol, y siento cómo la ansiedad empieza a apretarme el pecho, como siempre lo hace antes de verla.
El doctor me espera, está sentado detrás de su escritorio desordenado. Tiene cara de no haber dormido en días, tal vez porque lidiar con ella en este tiempo no ha sido fácil; yo tampoco he dormido bien para ser sincera.
—¿Cómo se encuentra hoy? —me acomodo en la silla frente a él.
Él suspira, frotándose el puente de la nariz antes de hablar.
—Sin cambios significativos —su tono es neutral, pero sus ojos cafés no ocultan su cansancio—. Sigue en etapa de negación profunda. Aunque hemos reducido las dosis de benzodiacepinas y antipsicóticos, todavía se refugia en su construcción de realidad alternativa.
—¿Sigue con lo mismo?
Él parece acostumbrado a mi impaciencia.
—Sí, aunque está más lucida en términos de actividad motora y verbal, emocionalmente sigue desconectada. No tiene contacto con su verdadera realidad. En su mente, él sigue vivo, y ambos están... —revisa sus notas antes de continuar—, viviendo juntos en una isla que él le regaló.
Cierro los ojos por un momento, no quiero perder la poca compostura que tengo. Esto no es nuevo. Lo he escuchado todos los días durante el último mes, pero duele como la mierda. Duele ver cómo la puta ama que mi hermana era, se va cayendo a pedazos.
—Necesito que mejore, le estamos pagando miles de libras por su trabajo —espeto, aferrándome a la madera de mi silla—. ¿Cuándo veré resultados?
—Sé que quieres resultados, pero no puedo predecirlo. Las etapas de duelo son complicadas cuando hay un trastorno subyacente. Necesita tiempo, pero también una razón para volver.
Asiento, no entiendo del todo, pero si necesita una razón, tiene miles y se las daré. Me levanto de la silla, le agradezco de forma automática y me dirijo al patio, donde ella siempre está.
El aire en el parque es un poco más limpio, aunque sigue cargado con esa sensación de aislamiento. Entre los árboles, la veo sentada en un banco, con el cabello un poco despeinado cayendo sobre su rostro. Lleva una chaqueta gris que es más grande, y sus manos están entrelazadas en su regazo, moviéndose ligeramente, como si estuviera contando algo invisible entre sus dedos.
—As... —la llamo, acercándome despacio.
Levanta la vista, y por un instante creo ver un destello de reconocimiento en sus ojos verdes, pero no. Está mirando a través de mí, como si yo no fuera más que una sombra pasajera en su mundo perfecto.
—Llegas tarde —murmura suavemente, que me destroza. Mira hacia un punto vacío junto a ella, y su sonrisa es como un puñal en mi pecho—. Alessandro y yo ya almorzamos, pero te puedo hacer un lugar. ¿Quieres?
Cierro mis puños a mis costados, pero me obligo a mantener la calma. Me siento a su lado, a pesar de que cada fibra de mi cuerpo quiere gritarle que despierte, que él no está aquí y no volverá a estarlo.
—Astrid, ¿recuerdas dónde estamos?
Ella frunce el ceño ligeramente, como si no entendiera la pregunta.
—Es obvio que sí, en mi casa. Alessandro está arreglando el bote; quiere que salgamos a navegar esta tarde.
Quiero sacudirla, gritarle que abra los ojos, pero, en cambio, me inclino hacia adelante, apoyando los codos en mis rodillas.
—Escucha, tengo que decirte algo muy importante —tiemblo, pero me obligo a continuar—. John está a cargo de todo ahora. La escudería, la organización... incluso Tom está ayudándolo; pero necesitan que vuelvas.
Se ríe, es un sonido triste que no tiene nada de alegría.
—No quiero volver, Ava. Alessandro y yo dejamos todo eso atrás. No hay nada para mí en ese lugar.
Me quedo callada, tragándome las lágrimas. Sé que discutir con ella no sirve de nada, pero tengo que seguir intentándolo.
—Tienes un año, ese es el ultimátum que dieron en la organización. Un año para volver y tomar el lugar que te corresponde. Si no lo haces, van a exiliarte y no de una bonita manera. Y si eso pasa, habrá guerra entre los clanes.
Ella no responde. Mira al suelo, jugando con una hoja que ha caído en su regazo.
—¿Quieres eso? —ataco de nuevo—. ¿Vas a perder tu puesto por nada?
—No sé de qué hablas. Todo está más que bien. Massimo no puede llegar aquí y hacernos daño, estoy con mi marido a salvo.
Siento que me quiebro un poco más.
—Eso no lo sabemos, Massimo desapareció y no sabemos si lo mataron o sigue vivo —le aclaro, despejando un mechón de cabello de su rostro—. Todo allá afuera es un caos, tienes que despertar.
Pero no lo hace. En lugar de eso, vuelve a sonreírle a ese vacío a su lado, como si realmente pudiera verlo.
Y yo... ya no sé cuánto más puedo soportar verla así.
15 de diciembre de 2023
El aire en el parque tiene ese olor fresco después de la lluvia, como si el mundo quisiera dar un respiro, aunque solo fuera por un momento. Camino entre los senderos con el pequeño pastel de chocolate en mis manos, intento que no se me desarme antes de llegar. Lo decoré de manera sencilla, con un par de flores de azúcar. No es mucho, pero sé que mi hermana nunca ha sido fanática de las cosas extravagantes, excepto por él.
Han pasado tres meses desde su muerte y aunque ella ha tenido algo de mejoría, todavía hay días en los que parece que su mente regresa a ese lugar donde todo está bien, donde él sigue vivo y el mundo le duele menos. Hoy espero que sea uno de los buenos días.
Cuando la veo, está sentada en uno de los bancos bajo un árbol con las piernas cruzadas y un libro abierto sobre su regazo. Su cabello negro está bien peinado y cae en cascada sobre sus hombros, decorado por una flor rosa en su oreja que lo despeja de su rostro. Luce un vestido negro holgado que le llega hasta los tobillos, en estos meses, el único color que ha querido usar es ese porque sigue de luto. Sus ojos verdes están fijos en las páginas, pero sé que no está leyendo, divaga y no es difícil darse cuenta.
—¡Que lo cumplas feliz! —me acerco, intentando que mi voz suene más animada de lo que me siento.
Ella levanta la vista, y por un momento su expresión parece confusa, como si no entendiera qué hago aquí; pero entonces se pone de pie y me abraza con fuerza, tan fuerte que casi dejo caer el pastel.
—Gracias, hermanita —susurra y siento cómo se aferra a mí, como si intentara anclarse a algo real, algo que no vaya a desaparecer.
Nos separamos, y le ofrezco el pastel con una sonrisa. Pero si intenta anclarse, es porque quiere estar aquí.
—No es la gran cosa, pero pensé que sería un buen detalle.
Ella sonríe, una sonrisa pequeña, pero genuina, y eso me da un poco más de esperanza. Nos ponemos a caminar mientras ella come el pastel directamente con una cuchara que traje.
Seguimos caminando en silencio hasta que encontramos otro banco. Nos sentamos y yo me quedo observándola mientras termina su pastel. Está más delgada, más frágil, pero hay algo en su postura que me dice que todavía queda algo de la Astrid que conocí.
—Es hora de que salgas de aquí —le digo finalmente, rompiendo el silencio.
Ella se tensa, dejando la cuchara sobre el plato vacío, y me mira con esa mezcla de sorpresa y rechazo.
—No quiero, estoy bien aquí. Es tranquilo, lo que mi mente necesita.
—No estás bien aquí —respondo, me enderezo—. Estás escondiéndote y lo sabes. Como también sabes que la verdadera Astrid Bright nunca se escondería de nadie, ella enfrenta y destruye lo que la persigue.
Aparta la mirada de mí y aprieta su mandíbula.
—No estoy lista.
—Nunca vas a estarlo si sigues confinada aquí.
Suspira y por un momento creo que va a empezar a gritarme, pero en lugar de eso se cruza de brazos y me mira como si fuera una niña a la que acaban de regañar.
—¿A dónde iremos? ¿Iremos con papá?
—No exactamente —me levanto del banco—. Papá no estaba de acuerdo, pero yo te conozco mejor que nadie y a dónde vas es lo mejor.
Ella frunce el ceño, poniéndose de pie también.
—¿A dónde?
—¿Recuerdas las reglas de la organización que una mujer debe seguir para asumir su puesto como colíder?
Asiente y comenzamos a caminar a su habitación, empieza a empacar de mala gana cuando llegamos, lanza su ropa dentro de la maleta sin doblarla.
—Esto es ridículo —murmura—. No sé por qué me tienes que sacar de aquí y estás loca si piensas que haré ese manual de pervertidos, por un puesto que ya no quiero.
—No puedes quedarte aquí para siempre y además tú fuiste la que se plantó a toda la puta organización meses atrás... —tomo aire antes de continuar—, diciéndoles que no eras ninguna muñeca de porcelana. Y que prueba que te dieran, prueba que apruebas.
—¡Pues retiro lo dicho meses atrás!
Cuando terminamos, ella se cruza de brazos y me mira con el ceño fruncido.
—¿Y ahora qué?
Antes de que pueda responder, aparece en el umbral de la puerta el encargado de todo esto. Mikhail, el que ahora es pakhan. Luce un traje gris oscuro, es alto e imponente, con esa presencia que llena todo el lugar sin decir una palabra.
Astrid lo mira como si no pudiera creer lo que está viendo.
—¿Qué demonios? ¿Me piensas casar con ese o qué?
Doy un paso hacia adelante y coloco una mano sobre su hombro.
—No te vas a casar con nadie, no exageres —paso mis manos por sus hombros, relajándola —. Una de las reglas es que recibas el entrenamiento por los rusos y daneses. Te vas a Rusia con él.
—¿Qué? —grita agudamente y su rostro se le deforma —. No pienso irme a Rusia.
—Sí, si te vas —me mantengo firme—. Es hora de que recibas el entrenamiento que necesitas. Eres la emperatriz de La Mano Negra, hermana. Tienes que ocupar tu lugar y no hay mejor manera que ellos te ayuden.
Sacude la cabeza, retrocediendo un paso.
—No quiero.
—No me importa —mi voz se quiebra un poco, pero me obligo a continuar—. Alessandro te dejo este legado, y si no lo tomas, todo se irá a la mierda.
Ella me mira, y veo la lucha en sus ojos, la batalla interna entre el miedo y la responsabilidad. Finalmente, suelta un suspiro pesado y asiente, aunque su mandíbula sigue apretada.
—De acuerdo, pero desearás nunca haberme llevado allí.
—No dije nada.
Mikhail da un paso hacia adelante, extendiendo una mano hacia ella.
—Es hora de empezar, Astrid.
Ella lo mira por un largo momento antes de tomar su mano.
—Me gusta más el término emperatriz —y sale de la habitación con su maleta en mano. Sé que todavía le queda un largo camino por recorrer, pero dio el primer paso y no pienso soltarla.
Astrid
La nieve cubre los vastos terrenos de Moscú como un manto interminable. Cada respiro se convierte en una pequeña nube de vapor que se disuelve en el aire helado. Llevo tres meses aquí, en el corazón de la mafia roja de los Adamovič, rodeada de estrategias militares, mapas desgastados y un ejército de soldados que no titubean.
Cuando llegué, mi mente estaba rota, como un vidrio estrellado. Cada pensamiento era un eco de Alessandro, cada sombra parecía su silueta. Pero aquí no hay espacio para el dolor. Los Adamovič me arrancaron de mi propio luto, y lo reemplazaron con entrenamiento tan brutal que no quedaba tiempo para llorar.
En unas de las primeras sesiones, Mikhail me puso frente a uno de sus voyevikis; era pelear o morir y tenía más ganas de lo segundo; pero no me quedó otra que pelear y ganar.
Recuerdo cuando me puso frente a un mapa táctico que cubría toda la pared de una sal fría y austera. Estaba rodeada por sus generales, los voyevikis, todos observándome como si esperaran que fallara.
—¿Cómo defenderías esta posición? —me preguntó, señalando a una región marcada con líneas rojas y negras.
El desafío en su mirada me provocó algo que hacía mucho que no sentía: hambre de demostrar quién soy. Me incliné sobre la mesa, estudiando las rutas de escape, las entradas, los posibles puntos ciegos.
—Un ataque frontal sería una pérdida de recursos. Aquí, aquí y aquí —dije, marcando con un dedo las áreas críticas—, coloco, francotiradores. Mientras tanto, fuerzas móviles rodean por los flancos. Les damos la ilusión de una retirada, pero los llevamos directo a una emboscada.
Los murmullos de aprobación fueron discretos, pero suficientes para alimentar mi confianza. Desde entonces, cada día ha sido una batalla mental y física.
Los voyevikis me enseñan a perfeccionar lo que ya sabía:
Las operaciones encubiertas como infiltrarme en sistemas de seguridad de alta tecnología, sistemas que son nuevos y que nunca supe de ellos. Los interrogatorios psicológicos, el extraer información sin levantar sospechas, usando las palabras como armas; algo que sé hacer a la perfección. Algo que poco usé le di fue a las estrategias de guerra híbrida, el combinar las fuerzas tradicionales con ciberataques; el saber usar la propaganda y manipulación de la opinión pública, es un gran haz.
Mis días están divididos entre la sala de guerra y el campo de entrenamiento. Las armas ya no son extrañas en mis manos, pero aquí me enseñan a volver a manejarlas como extensiones de mi cuerpo. Con los cuchillos, volví a perfeccionar mis movimientos, son tan precisos que una sola herida en suficiente para neutralizar a cualquiera.
En el campo de tiro, Mikhail se acerca mientras ajusto mi postura con un rifle.
—Eres demasiado buena —he aprendido a saber cuándo me halaga y este es uno—. Pero no eres la mejor.
—Cómo digas —respondo, disparando. El impacto atraviesa el centro de la diana sin esfuerzo.
Él sonríe ligeramente, algo raro en él, y asiente.
Dos meses después, Alaska.
El frío de Groenlandia es una bestia completamente diferente. Aquí, las temperaturas son tan bajas que incluso respirar duele. Mi primera noche bajo una tienda improvisada, envuelta en pieles, pensé que no sobreviviría. Pero Mikhail estaba allí, calmado, mostrándose como encender un fuego en la tormenta, como cazar en silencio, como escuchar el viento para anticipar los cambios del clima.
—El frío no es enemigo, Astrid —me dijo mientras colocaba trampas para cazar—. Es un maestro. Aprende de él.
Y aprendí. Durante semanas, cada amanecer era un enfrentamiento con la naturaleza. Cada paso sobre el hielo resbaladizo era un recordatorio de que un error podría ser fatal. Pero también aprendí a valorar el silencio. Allí, en medio de la nada, encontré un tipo de paz que no sabía que necesitaba.
Por las noches, Mikhail y yo hablamos poco, pero suficiente. A veces menciona a Alessandro, como si supiera que necesito escucharlo, pero no demasiado.
—Él siempre estuvo orgulloso de ti —dice, mientras compartimos un poco de vodka para ahuyentar el frío que se cuela en mis huesos.
Sus palabras me golpean más fuerte que el alcohol. Solo asiento, porque no confío en mi voz para responder.
[...]
El aire es diferente de vuelta en Moscú, cargado de anticipación. Faltan dos semanas para que se cumpla el año que me pusieron de ultimátum, cuando será la gala de toma de poder en Woking, y todo está en marcha. En mi alcoba, la hermana de Mikhail, Irina, despliega varias opciones de atuendos.
—Tienes que destacar, pero no demasiado —dice, estudiándome como si fuera una pieza de arte que necesita ajustes.
Elijo un vestido negro con brillos y algunos detalles en rojo, un guiño al dragón tatuado en mi brazo. Es elegante, pero nada suave. Imponente, pero no ostentoso.
—Perfecto —dice Irina, con una sonrisa de aprobación—. Esto dice "no te atrevas a subestimarme, bitch".
Me miro en el espejo, y por un segundo, no reconozco a la mujer que me devuelve la mirada. Hay algo nuevo en mis ojos, algo frío y afilado, es una nueva determinación. Unas nuevas ganas de vengarme.
Me toca el hombro.
—¿Lista?
—Aún no —ajusto un brazalete en mi muñeca—. Pero pronto lo estaré.
La gala será mi renacimiento. No como Astrid Bright, sino como la emperatriz de la Mano Negra. Y esta vez, no fallaré.
Fin.
──⇌••⇋──
Bueno, llegó a su fin el primer libro que tanto me fascina. Quiero saber sus opiniones, ¿les gusta? ¿qué opinan?
Sobre el segundo libro, aún no tengo fecha de estreno. Pronto avisaré por mis redes cuando lo estrene, además quiero que sea algo diferente el estreno del segundo libro.
Me gustaría que alguna de mis lectoras me ayude a hacer un tráiler porque yo soy un queso en eso, sería la única que tendrá la premicia del libro jajajaja. La que quiera, me habla por mi instagram.
Los amo mil, pronto volveremos con todo, besitos.
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