CAPÍTULO 48
𝐄𝐥𝐥𝐚 𝐞𝐬 𝐮𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐭𝐚 𝐝𝐫𝐨𝐠𝐚, 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐮𝐢𝐝𝐞 𝐲 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐬𝐨𝐲 𝐭𝐨𝐭𝐚𝐥𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐚𝐝𝐢𝐜𝐭𝐨 𝐚 𝐞𝐥𝐥𝐚.
──⇌••⇋──
El sol tibio acaricia mi piel mientras muerdo una pieza de fruta. La brisa marina trae consigo el aroma del mar y la promesa de un nuevo día. A mi lado, está Alessandro sumergido en los asuntos de la escudería, su mirada fija en la pantalla de su tablet.
Dos días pasaron desde aquella noche en la que compartimos ese momento de intimidad tan profundo que sanó parte de las heridas en mi alma.
Sin embargo, un pensamiento insistente ronda por mi cabeza, turbando mi tranquilidad. ¿Voy a poder a ser madre? La imagen de Rebekah, con esa mirada llena de odio, se proyecta en mi mente. Sé que me dañó profundamente. Recuerdo el día en que desperté en la clínica, como un médico desconocido, de cabello rubio, me examinaba con la autorización de Alessandro.
Tomo una respiración profunda y decido que es hora de enfrentar la verdad. No puedo seguir viviendo con esta incertidumbre.
—Mi amor —lo llamo suavemente, tratando de no interrumpir su concentración—. ¿Podemos hablar?
Él levanta la vista, sus ojos grises y tan transparentes se encuentran con los míos. Noto una cierta tensión en su mirada, como si estuviera intuyendo de qué va a tratarse nuestra conversación.
—Claro, nena, ¿qué sucede?
—El bebé, el aborto que sufrí —comienzo, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿Qué dijo el médico? ¿Podré volver a tener hijos?
La pregunta lo sorprende. Su expresión se vuelve sombría y evita mirarme.
—Nena, no tienes que preocuparte por eso ahora.
—Pero tengo derecho a saber. Es mi cuerpo, mi vida.
Mi voz se alza un poco, más fuerte de lo que quería. Él suspira y deja la tablet sobre la mesa.
—El médico que te atendió durante toda tu estadía dijo que... que las probabilidades son bajas.
Las palabras me golpean como un puño en la cara. Siento cómo el color se me va del rostro. Bajo la mirada, incapaz de enfrentarlo.
—O sea que jamás podré tener descendencia.
Se acerca a mí y toma mis manos entre las suyas.
—Significa que vas a poder concebir porque me encargaré de eso. El médico que te revisó la última vez, es un amigo mío de la infancia. Es uno de los mejores médicos en el área de fertilización en el mundo. Ha creado un tratamiento que supera el 82% de efectividad, así que él te ayudará con la reconstrucción de tu endometrio y todo lo reproductor.
Asiento con la cabeza, pero por dentro me siento desbastada. La maternidad siempre fue un sueño para mí, y ahora lo veo tan lejos, casi nulos.
—¿Y tú qué piensas? —mis ojos se llenan de lágrimas.
Se acerca a mí y me envuelve en sus brazos. Atrayéndome sobre su regazo y rodeo su cuello con mis brazos, buscando refugio en su calor.
—Quiero que sepas que te amo, con o sin hijos. Pero si quieres hacerme el honor de ser la madre de mis hijos, haremos todo lo posible para lograrlo —confiesa—. En unos días llegará mi amigo, que se llama Francesco Rossi. Tiene una sede de su clínica aquí en Montreal y vendrá en exclusiva para atenderte a ti —me dice suevamente.
Un suspiro de alivio escapa de mis labios. Me siento tan pequeña y vulnerable en sus brazos, pero al mismo tiempo, infinitamente amada.
Él inclina su cabeza y me besa. Un beso necesitado y posesivo quiere fundirse conmigo. Su lengua explora intensamente mi boca, prendiéndome en llamas. Mis dedos se enredan en su cabello, pegándolo más a mí; mientras sus manos se deslizan bajo el dobladillo de mi vestido amarillo, acariciando mi piel.
Siento su erección palpitante presionando en mi culo, y un calor exhausto se apodera de mí. Me remuevo en el lugar para sentir más de esta maravillosa fricción.
—Te extraño tanto, nena —jadea contra mis labios—. No veo la hora de tenerte empalada arriba, mío.
—Yo también te extraño —respondo en un susurro—. Más de lo que crees.
Nuestras miradas se encuentran, llenas de la pasión que no podemos negar.
Profundiza el beso, sus manos recorren mi cuerpo, haciéndome sentir segura. Mis pezones se endurecen bajo su toque, y un gemido escapa de mis labios.
Me siento tan viva, tan conectada con él. No hay dolor, ni miedo, solo amor y deseo.
[...]
Con movimientos delicados, limpia y desinfecta las heridas que aún me duelen. Cada toque suave en mi piel es como un bálsamo para mi alma, aliviando no solo el dolor físico sino también el emocional.
—Ya casi terminamos —susurra.
Lo miro a los ojos cuando se agacha a terminar de limpiar mis pies que aún supuran.
—El día que volviste a mi lado, también capturé a Luck. Lo tuve encerrado en Italia y lo traje hasta aquí, está en los calabozos subterráneos. Estuve esperando el momento adecuado para que lo extermines.
La ira y la satisfacción se mezclan en mi interior. Anhelaba tanto poder aplicarle un poco de mi dolor a esos zafiros.
—Quiero hacerlo —afirmo—. Necesito desahogarme.
Asiente con la cabeza y se pone de pie. —Haré lo que tú digas.
Bajamos las escaleras hasta el sótano. El ambiente es húmedo y frío, y el sonido de los gemidos de dolor me hiela la sangre. Llegamos a la celda, la puerta se abre de par en par, revelando al pelirrojo, colgado del techo, amordazado y siendo violado por dos tipos.
Sus gritos desaforados llenan el aire cuando otro más se introduce en su débil culo. ¡Ja, maldito perro! Finalmente, estoy frente a mi verdugo.
Alessandro me suelta la mano y se hace a un lado, dejándome actuar. Los hombres abandonan su cuerpo quedando en una esquina. Me acerco, mis ojos clavados en los suyos. La ira y el odio que siento son tan intensos que me cuesta respirar.
Le quito la mordaza y lo miro fijamente.
—Te dije que te arrepentirías.
Sus ojos se llenan de terror al escucharme. «Pobre, lo dejaron ciego» Intenta hablar, pero lo interrumpo.
—No tienes que decir nada, solo disfrutar —escupo.
La Astrid convaleciente desapareció señores. Llego la puta ama, la criatura oscura y vengativa.
Me inclino sobre él, mi aliento cálido roza su oído.
—Ahora es mi turno —amenazo.
Calmada, comienzo a desatar las cuerdas que lo atan al techo. Intenta levantarse, pero con el caño que me alcanzo Alessandro, lo golpeo en la rodilla con una fuerza descomunal, haciéndolo gemir de dolor. Lo obligo a ponerse de rodillas, su rostro pálido y sudoroso.
Tomo un cuchillo de mesa cercana, poso mi mirada en los zafiros aterrorizados. Me muevo con pasos delicados, y le corto la mejilla, arrancándole una porción, logrando que la sangre brote en un hilo escarlata.
—Upsi —río despacio—, ya pareces a Dos Caras de tal desfiguración.
—Perra maldita —brama desganado.
—Esto es solo el comienzo, querido.
Me volteo hacia al castaño que está parado en el umbral, observándome.
—Quiero mi daga —le pido, haciéndole ojitos.
Me dedica una sonrisa ladeada y la me estira el estuche de terciopelo dorado. —Pensé que no la pedirías.
La saco de su estuche y la saboreo, pasando el filo en mi lengua. Y sin dudarlo, comienzo a trazar líneas superficiales en el abdomen del pelirrojo, formando mi nombre. Cada vez que la hoja roza su piel, él emite un grito desgarrador, pero prefiero no escucharlo.
Continúo tomando una pinza y comienzo a arrancarle las uñas una por una. Sus gritos se vuelven ensordecedores, pero sigo impasible, mi rostro es inexpresivo.
Y cuando no le queda uña que arrancar, mando a que calienten un hierro al rojo vivo con el logo de la organización: La Mano Negra con el Águila en el medio.
Luck se retuerce de dolor, pero los matones lo sostienen firmemente. Quemo su pecho, espalda y antebrazos, dejando marcas horribles y permanentes.
Con cada tortura, me siento satisfecha. La ira que estuve conteniendo finalmente encuentra una salida. Me siento poderosa e invencible.
Doy por terminada la sesión cuando queda tendido en el suelo asqueroso, agonizando. Me limpio las manos con un paño y salgo del calabozo, escuchando que mi hombre viene detrás de mí.
Me alza en sus brazos y subimos a la superficie. El aire fresco me golpea en la cara, pero no logra calmar la tormenta que se agita en mi interior. Me siento vacía, mi sed de venganza fue saciada solo parcialmente.
—Como me encantas —me sujeta del cuello y me estampa un beso en la boca—. Me fascina verte así, me pones demasiado cachondo.
Sonrío ante sus ocurrencias y acaricio su rostro con mi mano.
—¿Así cómo? —lo molesto, mientras paso mi nariz por su cuello oliendo su perfume enmaderado.
—Así de sádica, loca y maniática —responde ronco.
──⇌••⇋──
El crepúsculo se cuela por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación de un suave naranja. Ava y yo estamos acurrucadas en la cama, envueltas en una manta mullida, disfrutando de una comedia romántica «10 Cosas que Odio de Ti». El sonido de las palomitas crujiendo bajo nuestros dientes es el único que rompe el silencio.
Alessandro se fue hace unas horas, después de dar las órdenes de mantener a Luck con vida hasta que a mí se me dé la regalada gana de qué hacer con su destino. Decisión que ya tomé. Tenía cosas que hacer, eso dijo antes de irse. No pude evitar sentir un vacío en mi pecho al verlo marcharse.
—... y te juro que tenía unos ojos increíbles —la voz de mi hermana me saca de mis pensamientos—. Tiene heterocromía; al parecer, es precioso.
—Sí, es muy guapo —respondo sin mucho interés.
Se gira para mirarme, sus olivos brillan de emoción.
—¿Sabes quién es? Lo vi en la clínica ese día que te llevamos a las últimas revisiones.
—Es amigo de la infancia de Alessandro, es médico —no le voy a ocultar lo que descubrí hoy.
—¡En serio! Todo tiene sentido. ¿Cómo se llama?
—Francesco Rossi creo —respondo indiferente.
Seguimos hablando de ese sujeto por un rato más, pero mi mente está en otra parte. Pienso en lo que dijo papá, en la decisión que tomó Alessandro sin consultarme. ¿Cómo pude haberme casado con él sin que yo lo supiera?
—Asti, ¿estás bien? —pregunta Ava, notando mi distracción.
Asiento con la cabeza, tratando de sonreír. —Sí, solo estoy un poco cansada.
—Bueno, si quieres podemos dejar la película y...
—Hermana, necesito que me digas algo —la interrumpo.
Ella me mira con curiosidad. —¿Qué sucede?
—Papá, dijo, que estoy casada con Alessandro. ¿Es cierto?
Se queda callada por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. —Bueno, es que... Alessandro me lo confesó cuando estabas en coma. Dijo que, al estar casados, si algo te sucedía, él respondía por ti y viceversa. Quería tener todos los derechos sobre ti, al igual que tú en él.
Mi cuerpo se tensa. Maldito posesivo de mierda. ¿Cómo pudo hacerme algo así? ¿Cómo pudo haber tomado una decisión tan importante sin siquiera consultarme?
—Pero, hermanita, él te ama. Solo quiere protegerte —suspira enamorada—. Ojalá tuviera a un maniático posesivo que me protegiera así todo el tiempo...
—No me importa lo mucho que me ame —espeto, interrumpiéndola, estoy furiosa—. No tiene ningún puto derecho a tomar decisiones por mí.
Me levanto de la cama y me dirijo al balcón, necesito aire fresco. La ira y la tristeza se mezclan en mi interior, creando una tormenta perfecta.
Alessandro
El reloj marca poco más de las diez de la noche mientras asciendo las escaleras del castillo. La jornada en la ciudad fue más larga de lo previsto; trámites pendientes que se acumularon y me robaron valiosas horas. Solo espero que mi mujer me haya esperado para cenar.
Entro a la alcoba y la oscuridad me envuelve. Los ventanales del balcón están abiertos de par en par, dejando entrar una brisa fresca y húmeda que anuncia la inminente llegada de una tormenta. Llamo a Astrid, pero no obtengo respuesta.
Estoy por encender la luz, y un rayo ilumina la habitación, revelando una figura sentada en el sillón de lectura. Es ella, vestida solo con un camisón de seda rosa que se adhiere a su cuerpo. El cabello, normalmente recogido, ahora cae en cascadas por sus hombros, enmarcando su rostro pálido y sereno.
Mi cuerpo reacciona al instante. Su imagen vulnerable y hermosa a la vez, me electriza. Olvido la fatiga del día, las preocupaciones y los problemas. Solo existe ella, en este momento y en este lugar.
Me acerco a ella con pasos lentos, disfrutando de cada segundo. La luz de la lámpara de pie proyecta sombras alargadas en la pared, creando una atmosfera íntima y sensual.
Ella no se mueve, solo me observa. Sus ojos que habitualmente brillan, están apagados, pero hay una intensidad en ellos que me pone a temblar.
Me arrodillo en frente de ella y tomo su mano. Está fría, pero su piel es tan suave como la seda.
—Te estaba esperando —susurra.
No respondo, simplemente la atraigo hacia mí y la beso. El beso es lento y profundo, lleno de anhelo. Ella corresponde con igual intensidad, sus brazos se enredan en mi cuello, acercándonos más si cabe.
Nuestras lenguas se mueven en un frenesí, explorando cada rincón de nuestras bocas. El deseo crece entre nosotros, ardiente y salvaje. Entre jadeos, mi voz sale, ronca y llena de lujuria:
—¿Me esperabas para esto mi pequeña manipuladora?
Ella se separa un poco, fulminándome desde arriba con sus preciosos olivos. Su expresión es serena, casi irónica.
—Quiero el divorcio —dice con voz tranquila.
La palabra «divorcio» resuena en mi cabeza como un trueno en una noche clara. Me quedo inmóvil, tratando de procesar lo que escuché. ¿Descubrió nuestro matrimonio?
Una risa sardónica brota de mis labios. Se tardó demasiado en enfrentarme, yo sabía que le habían ido con el chisme.
—El divorcio, ¿eh? —repito divertido—. Eso no va a suceder, nena.
Se pone de pie de un salto, empujándome al suelo. Su cara se contorsiona por la ira.
—¡No me llames así! —grita— ¡No soy más tu nena ni tuya!
—Oh, pero si eres mi nena —respondo, poniéndome de pie y acercándome a ella—. Eres mía desde el momento que te vi.
Su furia aumenta. Me empuja con todas sus fuerzas, pero la sujeto por la cintura, atrayéndola hacia mí.
—¡Suéltame, maldito posesivo de mierda! —exige mientras no para de forcejear.
—No puedo permitir que me abandones, mi pequeña manipuladora —murmuro en su oído—. Eres mía, y siempre lo serás.
Se retuerce en mis brazos, tratando de liberarse. Sus olivos destellan rabia y desesperación.
—¡Te odio! —grita.
—No, tú me amas —la agarro del mentón obligándola a que me mire—. Odias a tus verdugos, odias a quien te estorba, pero a mí, me amas con todas tus fuerzas Astrid Bright.
La suelto y ella retrocede un paso, su cara de ángel está contorsionado por la ira. Sus ojos, que doblegan a cualquiera que la mire, ahora desprenden un odio que me excita de una manera enfermiza.
Ya leí su compostura corporal, sé lo que hará. Me propina una sonora bofetada. El impacto no me hace retroceder; en lugar de sentir dolor, siento tanto placer. Me fascina verla así, tan descontrolada, tan llena de pasión. Es como si cuanto más me odia, más me desea.
Está jadeante, pero se abalanza sobre mí, tirando de mi cabello. Sus uñas arañan mi pecho desnudo, dejando pequeñas marcas rojas. A pesar del dolor, una sonrisa se dibuja en mis labios. Me encanta que me ponga a prueba, que me demuestre que es capaz de acabar conmigo si se lo propone.
—Eres un maldito egoísta —grita, su voz ronca por la ira.
Tira bruscamente las lámparas de noche, haciéndolas añicos. Los fragmentos de cristal se esparcen por el suelo, como un reflejo de la fragilidad de nuestra caótica relación.
Me cansé de sus berrinches.
—Un egoísta, ¿eh? ¿Y tú? ¿Qué eres tú? ¿Una santa? Después de todo lo que me has hecho, ¿te atreves a hablarme de egoísmo?
—Somos iguales, los dos somos unas mierdas de personas, unos monstruos —espeta, sus olivos están inyectados en sangre—. Pero yo nunca te haría eso, nunca te ataría a mí sin tu puto consentimiento.
Niego con la cabeza, me divierte.
—Claro que lo harías. Y yo no te haría este berrinche absurdo.
Se abalanza sobre mí nuevamente: «no sé cansa más, está loca», su puño se cierne sobre mi rostro. Suelto una carcajada ante su furia desatada. Me encanta verla así, tan salvaje, tan impredecible.
La agarro de los brazos justo antes de que concrete el golpe. La giro con fuerza, llevándola contra mi cuerpo. Sus brazos quedan atrapados detrás de su espalda, y ella forcejea como una fiera herida.
Con una sonrisa, la tiro sobre la cama, quedando encima de ella, mejor dicho, sobre su espectacular culo redondo.
«Necesito morderlo, azotarlo y chuparlo por ser tan malcriada»
Busco con la mirada en la mesita de noche, abro el cajón de mi lado y encuentro lo que buscaba: unas esposas especiales. Con un movimiento rápido, se las coloco.
Suelta un gruñido de frustración, tratando de liberarse. Pero no son cualquier baratija, son especiales por algo, son únicas, las mandé a diseñar a propósito.
—No te las quitaré hasta que te calmes y aceptes la realidad —digo divertido—. Somos marido y mujer, nena, y eso no va a cambiar.
Voltea la cabeza sobre su hombro y me fulmina con la mirada.
—Vete a la mierda —espeta en un susurro.
La levanto en brazos, estilo saco de papas. Forcejea un poco, pero su resistencia es más bien un juego que una verdadera amenaza. Oh, vamos, es Astrid Bright. Si ella quisiera, ya me tendría noqueado contra el suelo, pero sigue aquí, bajo mi merced, porque quiere.
La llevo a través del pasillo, disfrutando de su peso contra mi cuerpo. Afortunadamente, somos los únicos que duermen en este piso. Llego a la puerta al final y la abro, ella deja escapar un jadeo ahogado al ver la habitación.
Es un cuarto completamente negro, con paredes recubiertas de un material suave y aterciopelado. En el centro, una cama de cuero domina la escena, rodeada de todo tipo de juguetes y herramientas. Astrid sigue protestando, pero decido ignorarla. La deposito suavemente sobre la cama y comienzo a atarla. Sus manos son las primeras en quedar inmovilizadas al respaldo de la cama, seguidas de sus pies, que quedan sujetos a una cadena que conecta con las de sus manos.
Con cada movimiento, sus piernas se abren un poco más, ofreciéndome una vista de lo que me hace perder la cabeza. Su maldito coño.
Sigue resistiéndose, pero sus ojos me dicen otra cosa.
Con una sonrisa de satisfacción, comienzo a desvestirme. Los botones de mi camisa estallan bajo la tensión de mis dedos, esparciéndose por el suelo alfombrado como una lluvia de proyectiles. Me desprendo de la prenda y la tiro al suelo, revelando mi torso desnudo, lleno de tatuajes. Ella me observa con ojos vidriosos, su respiración se acelera.
Sigo sacándome los zapatos de un puntapié, bajo los pantalones por mis piernas, sacándolos por completo. Solo queda el bóxer azulado, paso mis dedos por el elástico, deteniéndome un instante. La miro a los ojos, desafiándola. Ella traga saliva y asiente con la cabeza, sus olivos clavados en el bulto que palpita hace rato. Con una sonrisa arrogante, me deshago de mi última prenda, exponiendo mi polla erecta y me trepo en la cama, colocándome entre sus piernas.
Sé que no deberíamos tener nada, ya pasaron dos semanas de todo, pero no aguanto más y ella tampoco. Debo intentarlo, solo una vez. Si ella no resiste, me detengo y no volverá a pasar hasta que quiera.
—Si en algún momento quieres que pare, solo tienes que decir la palabra —susurro en su oído, escogiendo una palabra que solo nosotros conocemos.
Comienzo a besar su cuello, dejando rastro de besos húmedos desde su clavícula hasta su oreja. Con cuidado, deslizo mis manos por debajo del camisón, sintiendo la suavidad de su piel. Desgarro con facilidad la tela, revelando su cuerpo perfecto. Pero no importa que tan lastimada esté, para mí siempre será perfecta.
Mis besos se desplazan hacia sus pechos, saboreo la sal de su sudor. Doy lengüetazos, endureciendo sus pezones, y un gemido escapa de sus labios. Me separo de ella para mirarla a los ojos.
—Te ves hermosa —murmuro, totalmente excitado.
Mis manos recorren cada centímetro de su piel, haciéndola estremecer. Deslizo una pluma por sus pezones, y ella se contonea, entregándose más. Me pongo de pie y camino al minibar, donde agarro un hielo. Vuelvo con ella, que me observa con ojos expectantes. Coloco el cubo helado en mi boca y comienzo a pasearlo desde sus labios hasta su pelvis, dejando un rastro de agua, el cual lamo.
No dejo de dar lengüetazos mientras ella forcejea para liberarse, sus jadeos impregnan la habitación a medida que bajo mi mano a rodear mi polla que no deja de palpitar. Subo y bajo mi mano, dándole un poco de alivio mientras, con cuidado, dos de mis dedos, acarician sus labios vaginales.
Los paseos de arriba abajo, acariciando ese punto perlado que me hace perder la cordura. Ella se muerde los labios cuando empiezo a aumentar la intensidad de los movimientos en su cuerpo. Me exige más, así que sigo acariciando en círculos su clítoris mientras no dejo de agitar mi mano en su falo.
Ella se pierde en el placer, sus fluidos comienzan a brotar a borbotones y abandono mi tarea, para colocar mi boca sobre su sexo totalmente depilado y virginal. Paso mi lengua una y otra vez, absorbiendo todo a su paso. Introduzco despacio un dedo, el cual ella acepta sin reclamos. Comienzo a hacer giros dentro para dilatarla más mientras introduzco mi lengua. Sus paredes comienzan a apretarme, su espalda se arquea y su cuerpo se tensa y...
—¡Sí, Alessandro! —gimotea, explotando en mi boca. Sus fluidos chorrean por mi mentón y cuello mientras quiero beber todo este elixir maravilloso.
Hundo las rodillas en la cama cuando ya no hay fluidos que beber. La miro desde arriba y su pecho sube, y baja frenéticamente, sus labios entreabiertos me incitan a hundirme en ellos y su mirada perdida, y a mí se me pone más dura. Me va a dar un puto infarto, la erección me duele y el pecho también.
Vuelvo a bajar la mirada a su coño rosado, totalmente hinchado. El calor que emana es adictivo, levanto la vista para ver sus olivos oscurecidos y yo siento que estoy por explotar.
Abro lo más que puedo sus piernas y coloco el glande en su entrada totalmente dilata. Hago acoplo de mi control para no hundirme de un solo tirón, cierro los ojos y entro de a poco, permitiéndole que se acostumbre a mi tamaño. Ella suelta aire por la boca cuando entra una cuarta parte de mi verga.
Me deslizo un poco más, quiero sentir el invadir cada centímetro de su coño que no deja de apretarme... no paro de palpitar, mierda.
La respiración se me dificulta, necesito arremeter.
—¡Puta madre! —me humedezco los labios—. Estás tan estrecha... y tan rica, nena.
Contonea las caderas para hundirse más, me voy a correr si no tomo el puto control.
A la mierda todo.
Hundo los dedos en su cintura, levantándola un poco y la empalo completamente, entierro todo mi largo y disfruto la sensación de que ya no hay espacio que nos separe.
Me desvanezco y caigo sobre su pecho, miro sus labios y me abalanzo a besarla. Muevo los labios con devoción pura.
La embisto de nuevo y siento el sonar de sus fluidos dentro, empieza a gemir y sus mejillas están rojas.
No se queja, no le duele y por eso la venero tanto. Porque después de lo que vivió, está más que perfecta para pelear contra mí o para ser empalada por mi polla que no es de cualquier tamaño.
Me aprieta y se contrae a medida que sigo embistiendo mientras mi cerebro entra en un trance de completo éxtasis.
Siento cómo la tibieza de sus fluidos me mojan cuando bajan por mis testículos.
La embisto y respiro hondo, estoy a nada de eyacular. Me tenso completamente para detenerlo.
Su mirada cambia y me siento en la puta cima. Sus olivos me miran como la primera cita, la misma que cuando le regalé el collar.
Le doy estocadas hábiles que la ponen a gemir y a mí a gruñir como la bestia que soy. Estoy al borde y saco fuerzas de no sé dónde para aguantar.
Estoy tan sumido embistiéndola, que me olvido que la puedo lastimar, pero el escucharla gritar mi nombre, me confirma lo contrario.
Sus paredes se contraen, me aprietan la verga buscando exprimirme. Su piel se eriza y sus pezones se endurecen, se contonea, tensando todo el cuerpo y se corre. Suelto el aire y me vengo, eyaculando dentro de su canal hinchado con mi leche. Es la corrida más grande que tuve en mi vida.
Salgo de ella cuando me siento asfixiado, ella queda con los ojos cerrados intentando recuperarse. Pero la erección se proclama nuevamente: quiero más, no estoy satisfecho y ella igual. El que su cuerpo me haya recibido tan bien, me vuelve loco.
Desato sus piernas para colocarlas sobre mis hombros y la vuelvo a empalar con colisiones agresivas que nos ponen a gotear de sudor mientras no deja de gemir mi nombre. Escucharla y sentirla, me pone cada vez más frenético.
Mis dedos viajan a su clítoris, donde la estimulo con ambos fluidos. Se vuelve a tensar y mantengo el ritmo, dejando que sus paredes hagan acoplo de mi polla. Abre más las piernas y se aferra a las esposas y se suelta, corriéndose nuevamente.
Es mi turno, así que la embisto con violencia, poniéndola a morderse los labios mientras entorna los ojos de tanto placer.
La estrello una y otra vez contra mi pelvis, no me es suficiente, quiero más. Le doy con todo lo que tengo. La suelto y mi boca baja a prenderse de sus pechos, manteniendo el ritmo de arremetidas.
La nalgueo porque es un premio que se merece por aguantar semejante potencia. Y me hundo eyaculando en su interior nuevamente.
Caigo encima suyo totalmente exhausto. Mierda, ha sido el mejor sexo de mi maldita vida. Como puedo, busco la llave de las esposas y se las quito, haciendo que sus brazos caigan de un golpe sobre el colchón.
Los levanta y me rodea el cuello, atrayéndome hacia su cuerpo, atrapándome en un beso cargado de desespero cuando mueve la lengua en busca de la mía... no hay otra como ella, mierda.
No me niego, le ahueco el culo con mis manos y la aprieto más contra mi cuerpo, haciéndole sentir que ya me tiene duro.
Se separa en busca de aire, mientras me muevo de nuevo entre sus piernas, aunque no me permite alejarme demasiado de su rostro. Sus olivos me contemplan mientras pasa sus manos delicadas por mi rostro, como si fuera irreal. Se acomoda debajo de mí y sé que va a hablar, la conozco.
—¿Y para cuándo, mi anillo? —murmura, tocando mi nariz con su índice.
No puedo quitarle la mirada de sus olivos que me encandilan, me mantienen en un total hechizo, cediendo a sus pedidos.
—Antes de lo que crees —balbuceo, perdido en la belleza de la Afrodita, por la cual pienso quemar todo a mi paso por mantenerla a mi lado. Ella es una maldita droga, me descuide y ahora soy totalmente adicto a ella.
──⇌••⇋──
Hola, hola! Sé que el capítulo tenía que subirse el martes, pero como dije días anteriores, ESTOY A FULL CON ENTREGAS PROYECTUALES. Hoy fue la última y salió todo bien, llevo días sin dormir, pero no podía dejarlos esperando más.
Espero que les esté gustando y quiero saber que opinan de los niños. Los amo mil.
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