CAPÍTULO 46
Alessandro
El sol de la tarde se filtra a través de las grietas de las antiguas piedras, pintando la oscuridad de las catacumbas con pinceladas de ocre. El aire pesado, cargado de humedad, y el olor a tierra húmeda. Desciendo por las escalinatas de piedra, cada paso resuena en quietud sepulcral. Mis nudillos se blanquean alrededor de la barandilla, la rabia pulsa en mis venas como un tambor marcial.
Tres días desde que la encontré, destrozada y ahora sigue en un puto coma. Tres días desde que le juré de rodillas que iba a hacerle pagar a cada uno de los responsables. Y ahora, finalmente, estoy a punto de enfrentarme cara a cara a Luck Black. El hijo de perra que orquesto esta pesadilla hace años, que se atrevió a tocar a la única mujer que amo en el mundo.
La puerta de hierro se abre con un chirrido gutural, revelando la celda húmeda y oscura. En el centro, encadenado a la pared, está el pelirrojo. Su rostro, que antes osaba de arrogancia, ahora está pálido y demacrado. Tienes los ojos hinchados y llenos de miedo.
—Alessandro —susurra, sin mirarme—, o mejor dicho, Águila.
Parece que alguien esperaba verme.
Me acerco a él lentamente, sonriendo de puro desprecio.
—Te advertí que te arrepentirías.
Él intenta hablar, pero lo interrumpo con un puñetazo en la cara. La sangre brota de su nariz, manchando su camisa blanca.
—Hace tres años, la tuviste secuestrada 6 días y ahora fueron otros tres, así que hagamos cuentas —me acaricio la barbilla—, serían nueve días.
—¡Qué inteligente nos saliste! —se burla, escupiendo sangre.
—¿Con qué quieres jugar, eh? —río roncamente, porque este estúpido no sabe en lo que se metió—. Serán nueve días en donde sufrirás en carne propia lo que ella padeció.
Lo golpeo una vez más cuando intenta hablar, y otra vez, sin ningún tipo de piedad. Me coloco los puños metálicos para seguir descargando la ira que me consume.
—¡Ella no te hizo nada! —grito desgarradamente.
El pelirrojo se tuerce de dolor, pero no emite palabras.
Me detengo, jadeando. Mi cuerpo duele, pero mi mente está completamente lúcida. Lo miro, a ese tipo que destruyó mi vida y la de mi mujer. Y siento una profunda satisfacción.
—Esto es solo el principio —le advierto al oído—. Te haré sufrir tanto que me rogaras para que te mate.
Me doy la vuelta y salgo de la celda, dejándolo solo, retorciéndose en el suelo. Subo las escalinatas, la oscuridad de las catacumbas me envuelve como un manto.
Al salir a la luz del día, respiro profundamente. El aire fresco me hace sentir un poco mejor. Pero la verdad es que nada puede aliviar el dolor que siento. Solo la venganza puede hacerlo.
Busco en el bolsillo de los vaqueros la cajetilla de cigarrillos. Con los dedos temblorosos, agarro uno y lo llevo a mis labios. El encendedor chisporrotea un par de veces antes de prender la punta del cigarro. Inhalo profundamente, el humo llenando mis hermosos pulmones.
El sabor acre del tabaco es un bálsamo para mis nervios. Cierro los ojos y dejo que el humo se escape lentamente por mi boca. Astrid... su imagen se aparece, pálida y frágil, conectada a un sinfín de tubos. Maldita sea, tengo que dejar este vicio. No puedo seguir, porque cuando se despierte y lo vea, estoy seguro de que me mete una bala en la cabeza.
Escucho pasos acercándose. Abro los ojos y veo a Tom, acompañado por cinco tipos de aspectos rudos. Llevan tatuajes que serpentean por sus brazos y rostros con cicatrices. Sus ropas, aunque caras, están desgastadas y descuidadas, como si la violencia fuera su único atuendo.
—Señor —me saluda, su voz grave y profunda.
—Tom —boto el humo por la boca—, ¿todo listo?
—Así es, señor. Ya está todo como usted lo pidió.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. —Perfecto. No lo maten, todavía no. Quiero que sufra. Llévenlo al límite, pero no lo dejen morir. Cúrenlo, y luego repitan. Una y otra vez. Hasta que yo diga basta.
Los cinco hombres asienten con la cabeza, sus ojos brillan de anticipación. Saben que este tipo de trabajo es lo que más les gusta.
—Y recuerden —añado—, que sufra. Que sienta cada agujero de su cuerpo romperse, que sienta que es morir en vida.
Se dirigen a las catacumbas y los sigo, observando cómo se meten en su celda. Está en muy buenas manos.
—Vigila —le ordeno a Tom que está a mi lado—, y sigan buscando a Máximo. Lo quiero vivo.
[...]
La noche envuelve la finca en un manto de oscuridad. Desde mi balcón, puedo ver el jardín sumido en las sombras, los árboles dibujando siluetas fantasmagóricas contra la luna llena. Observo a mis hombres rotarse en sus turnos, no pienso descuidar la vigilancia. El aroma de los pinos se mezcla con el humo de mi puro, creando una atmósfera cargada de melancolía.
Kraken y Erinia, yacen a mis pies, sus cabezas pesadas sobre sus patas delanteras. Los acaricio suavemente, tratando de transmitirles algo de mi calma, aunque sea mentira. Sé que sienten la ausencia de Astrid tanto como yo. Estos animales son más inteligentes de lo que la gente cree. Perciben la tristeza del ambiente, el vacío que dejó su ama en la casa.
—Sé que están tristes, chicos —murmuro, rascando detrás de sus orejas—. Pero ella estará bien, ya verán. Pronto volverá a jugar con ustedes.
Los perros levantan la cabeza y me miran con ojos tristes. Lamo la punta del puro y exhalo una bocanada de humo hacia el cielo. No quiero que el olor al tabaco contamine el aire de Astrid. Ella necesita un ambiente puro y limpio para recuperarse.
Alguien llama a la puerta y cierro los ojos unos instantes, deseando que sea un sueño. No quiero que nadie nos moleste ahora mismo. Pero cuando la puerta se abre, me encuentro con la mirada de Ava. Cambió mucho desde lo sucedido, ya no es la adolescente parlanchina y despreocupada que solía ser. Ahora hay una tristeza profunda en sus ojos, una madurez repentina que la hace parecer mayor de los que es.
—Alessandro —susurra.
—Ava —respondo sin apartar la mirada de ella.
—Sé que no me lo has pedido —continúa—, pero creo que deberías saberlo. Encontré a Máximo.
Mi corazón se acelera.
—¿Dónde está?
La pelinegra me entrega una carpeta. La ojeo rápido, así que está «Brasil, Manaos».
—Gracias—se lo merece, no pregunto cómo y qué hizo para conseguir esta joya de información.
—Alessandro... —vacila— ¿Puedo... puedo pasar tiempo con mi hermana?
No me toma de sorpresa su pregunta, fue la primera que se opuso cuando negué la entrada a cualquier persona ajena a mí y el personal médico.
—No sé —pienso—. No quiero que nadie la moleste.
—Lo sé —asiente con la cabeza—. Pero yo... necesito verla.
La miro fijamente a los ojos. Veo el dolor y la desesperación en su mirada. Finalmente, asiento con la cabeza.
—Está bien —aflojo—, puedes pasar tiempo con ella, pero solo tú, no quiero a tu padre aquí.
Sonríe débilmente y se aleja. Me quedo sentado en la reposera, pensando en mis siguientes pasos.
El sol tibio me despierta, sus rayos dorados acariciando mi rostro. Bostezo y me estiro, sintiendo el peso de la noche en mis músculos. Me quedé dormido en la tumbona, el puro está consumido hasta la colilla. Los perros, que normalmente me reciben con lengüetazos entusiastas, no están a mi lado.
Los murmullos me ponen en alerta. Mi corazón late con fuerza, me levanto de un salto y camino a paso rápido hacia las puertas corredizas. Entro a la alcoba de golpe.
Mi mujer sigue acostada en la cama, rodeada de sus médicos. Ava está sentada a los pies de la cama. Astrid tiene los ojos abiertos, aunque su mirada está perdida.
—¿Qué sucede? —paso las manos por mi rostro para despejarme.
Ava se vuelve hacia mí, sus ojos brillan de emoción. —Cuñadito, ¡despertó! Hace un rato que vine a peinarla y maquillarla un poco, y de repente abrió los ojos y movió los dedos.
Los médicos asienten con la cabeza. —Está despertando poco a poco, señor. En las próximas horas estará completamente lúcida. Pero aún necesitamos realizarle más estudios para asegurarnos de que todo esté bien.
Un nudo se forma en mi garganta. Me acerco a la cama y tomo su mano. Está fría y húmeda, pero siento una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo.
—Bellissimo —susurro, solo para que ella me escuche—, sono qui.
«Preciosa, estoy aquí».
Parpadea lentamente.
—Mi amor —murmura, su voz apenas un susurro.
Las lágrimas me nublan la vista. Finalmente, después de tanto sufrimiento, está a mi lado.
[...]
Las horas se deslizan lentamente en la clínica, cada tic-tac del reloj parece una eternidad. Ava y yo no nos hemos separado de Astrid ni un instante. Los médicos realizan una serie de pruebas exhaustivas para evaluar los daños cerebrales a causa de las torturas. La espera es insoportable, cada segundo parece una eternidad.
Uno de los doctores, un hombre de cabello canoso y mirada compasiva, me pide que lo acompañe a su consultorio. Mi corazón se acelera, ¿qué mierda pasó ahora?
—Señor Agnelli —se acomoda en su silla—, los resultados son bastante alentadores. Astrid se está recuperando admirablemente. No esperamos secuelas neurológicas a largo plazo.
Siento un peso levantarse de mis hombros. Al menos, eso es algo positivo.
—Sin embargo —continúa, su voz se torna más grave—, hay una complicación que debemos discutir. Debido a la naturaleza de las lesiones de su esposa, y en particular al aborto que le ocasionaron, existe una alta probabilidad de que haya sufrido daños en los órganos reproductivos. Es decir, puede tener dificultades para concebir en el futuro.
Mis piernas se sienten débiles. La noticia me golpea como un puño en el estómago. Habíamos perdido a nuestro bebé, y ahora me dicen que capaz nunca podremos tener otro.
—¿Quiere decir que... que no podrá tener hijos? — mi voz es apenas un susurro.
El hombre canoso asiente, evitando mi mirada. —Lamentablemente, esa es la posibilidad más probable. Sin embargo, existen tratamientos de fertilidad que pueden ayudar. Pero las probabilidades de éxito son bajas.
Mi mente se niega a aceptar la realidad. Nunca lo hablamos, pero con ella anhelo tener una familia numerosa, de llenar un hogar que nunca tuve con risas y amor. Y ahora, todo eso parece imposible.
Recuerdo las innumerables veces que me negué a tener hijos, convencido que este mundo es demasiado cruel para traer a un niño. Y ahora, que finalmente quiero una familia, la vida me está jugando para la mierda.
—Me niego a que esa sea nuestra realidad —murmuro, sintiéndome perdido y desorientado.
El doctor con la mano temblorosa me ofrece una caja de pañuelos, pero los rechazo. No quiero demostrar debilidad ante nadie.
—Sé que es una noticia difícil de asimilar —dice suavemente—, pero quiero que sepa que haremos todo lo posible para ayudarlos.
Me levanto y salgo del consultorio, caminando sin rumbo por el pasillo de la clínica. Ava me intercepta en el camino, pero la ignoro.
Bajo las escaleras, no pienso esperar un ascensor, mi ira no lo permite.
Solo quiero reventar cuerpo tras cuerpo, quiero arrancarle las entrañas, y saborear la sangre de ese hijo de puta. Y después, dárselas a mis perros.
Voy a destruir a todos.
Ava
Mierda, otro minuto más y me voy a volver loca. Miro el reloj de mi muñeca por enésima vez. «¿Cuánto más va a tardar Alessandro con el médico? ¡Y Astrid!» No sé cómo está, si se vendrá con nosotros o la volverán a conectar... ¡Dios! Odio esto, odio todo.
Mi celular suena, interrumpiendo mis pensamientos. Es Edward, el que se cataloga mi padre.
—Hija, ¿cómo sigue tu hermana? ¿Está apta para irnos? —escucho su voz autoritaria, como siempre.
—Qué te importa —zanjo.
—No me vengas con esas. Quiero que ambas se vengan conmigo, ahora mismo.
—¡Olvídalo! Ni se te ocurra acercarte a ella, ¿entendiste? Ni se te ocurra.
—No me digas que hacer, mocosa.
—Mocosa me dices, ¿y tú? ¡El que nos metió en este mundo de mierda eres tú! —grito sin poder contenerme más.
—¡Cállate!
—No me pienso callar. ¡Tú eres el peor padre del mundo! ¿Sabes lo que hemos pasado nosotras por tus malas decisiones? ¡Nada! ¡Tú solo piensas en ti!
—No te atrevas a hablarme así.
—Pues mira cómo me atrevo. Y te digo más, no pienso volver contigo a Estados Unidos. Me quedo con mi hermana. ¡Se acabó la farsa de la familia unida! ¡Porque unidas tus bolas, viejo insoportable!
—¡Maldita ingrata!
—¿Y tú qué eres? ¡Un cobarde! ¡Siempre lo fuiste!
Cuelgo el teléfono de un portazo. Me quedo mirando el aparato, sintiendo la mezcla de rabia y alivio. Al menos, dije todo lo que pienso.
Justo cuando quiero levantarme, Alessandro sale del consultorio. Su rostro está pálido, sus ojos grises son rojos y su mandíbula apretada. Parece querer llorar, pero al mismo tiempo está hirviendo en ira. Su postura es rígida, como si estuviera una fuerza descomunal.
No entiendo nada. Me levanto y lo intercepto antes de que se aleje.
—¿Qué te pasa? —Me preocupo.
Él me mira fijamente, sus ojos llenos de un odio que no había visto nunca en él.
—Cierra tu maldita boca, Ava —espeta.
—¡Ey, ey, ey! ¿Por qué me hablas así? —exijo, cruzándome de brazos—. Después de todo lo que pasamos juntos, ¿me tratarás para la mierda?
Él parece a punto de explotar. Aprieta los puños con fuerza, pero se contiene. Lo tiene que hacer.
—No estoy de humor para aguantarte —gruñe.
—¡No me hables así! —repito más fuerte esta vez—. No pienso dejar que nadie más me trate como un cero a la izquierda.
Alessandro sigue mirándome fijamente, como si estuviera decidiendo si merece la pena discutir conmigo.
—Si quieres venirte a Canadá conmigo y tu hermana, hazlo —se rinde—. Si no, no me importa.
—¿A Canadá? —pregunto confundida.
—Lo que escuchaste. Después de todo esto, necesito un cambio de aire. Y mi esposa también.
«Mi esposa» no he podido indagar sobre eso. ¿Cómo que son esposos? Astrid jamás me lo dijo. Al menos que...
Se da la vuelta y se aleja hacia el pasillo de las alcobas.
Lo sigo con la mirada, la confusión y el miedo me invaden. Siento una ola de tristeza, invadirme. No puedo dejarla ir sola, me necesita y yo a ella.
—Alessandro, espera— grito, corriendo tras él—. No te vayas.
Pero él no se detiene. Sigue caminando, cada vez más rápido.
[...]
Llevo dos horas esperando noticias y nada. El culo me duele de estar sentada en estas sillas de mierda. Pregunto por mi hermana y no me quieren dar respuestas porque Alessandro, demando que él solo puede saber el estado de su esposa.
«Me cago en su matrimonio»
Él huyó, no pude alcanzarlo. No sé qué sucede, solo sé que llegaron más matones a la clínica, vaciaron el piso y están custodiando a todo, aunque sé que a mí nadie me tiene que cuidar, no valgo tanto para eso.
El teléfono no deja de vibrar en mi camisaco, miro la pantalla y es Edward. Lo rechazo como las últimas 20 llamadas, no quiero hablar con él, no me interesa.
Apoyo los codos sobre mis rodillas mientras tarareo mi canción favorita. Lost On You.
Observo que los matones se comunican por el intercomunicador, aparentemente alguien tiene que subir y está solicitando permiso.
Las puertas del ascensor se abren y aparece Alessandro, tiene otra ropa a la que le vi hace dos horas. Lleva un traje azul marino, que le queda exquisito.
«Qué bendición tiene mi hermana a estar junto a este semental»
Detrás de él aparece un Adonis. Alto, un poco menos que Alessandro, cabello corto al estilo militar, y de color rubio. Lleva puesto un traje gris de alta costura, eso se nota. Me pongo de pie, pero ambos pasan por mi lado ignorándome.
El rubio parece verme, pero no puedo confirmarlo porque lleva gafas de sol.
«Diosito, ¿qué este dios griego? Decidiste escucharme»
No lo pienso dos veces y me voy detrás de ellos. Los sigo por el pasillo, ambos entran a la habitación de Astrid, pero cuando estoy por entrar también, el rubio se detiene «qué monumento de espalda», gira su cabeza, mirándome sobre su hombro.
Y se me cae la baba al ver como se marca su mandíbula. ¡Dios, esto no puede ser real! Y me cierra la puerta en la cara.
Intento entrar, pero dos matones se imponen en la puerta, prohibiéndome el paso.
—Muévanse si no quieren que les patee el culo —exijo molesta.
No emiten sonido ni se dignan a mirarme.
«¡Odio a todos!»
Me vuelvo a mi asiento frustrada, busco mi teléfono en el camisaco. Y me pongo a ver mis redes mientras espero a que se dignen a salir, y poder ver a mi hermana.
Pasa alrededor de una hora más, el sol ya comienza a esconderse. Mi estómago ruge del hambre, no he comido nada desde anoche. Me levanto para ir a la cafetería de la clínica.
Está en el piso de arriba, así que lo subo por escaleras. Llego y pido un sándwich de queso y jamón, con agua. Lo como rápidamente, no vaya a ser que decidan irse y me dejen tirada.
Pido un café para llevar y una dona. Me entregan y voy al ascensor, marco el piso de abajo y comienza a bajar.
Las puertas se abren y salgo caminando despacio, no quiero derramar ni una gota de mi café. Concentro toda mi atención en el vaso, tratando de mantenerlo lo más quieto posible. Agradezco que el piso esté libre, así nadie me lleva puesta.
Doblo el pasillo, lo estoy por lograr y ¡zaz!
Un cuerpo enorme me choca de frente. El café hirviendo sale volando del vaso y se derrama sobre la camisa y blazer del tipo que parece sacado de una revista.
«¡Es el imbécil que me cerró la puerta en la cara!»
«¡Genial! Justo lo que me faltaba».
El tipo parece enfurecido por más que esté con los lentes de sol aún puestos, aunque ya esté por anochecer.
Me vale verga si está furioso porque yo estoy el doble de enfadada.
—¡Pero mira por dónde vas, inepta! —ruge, señalando la mancha en su ropa.
¿¡Inepta!? Me hierve la sangre. ¡Por más que parezca un dios griego, nadie me va a faltar el respeto!
No lo pienso y levanto el vaso que aún tengo en la mano, con los restos de café, y se lo vacío encima.
—¡Y tú qué te crees, ¿qué eres el rey del mundo?! ¡Pues toma! ¡Y vete a la mierda! —le grito, sintiendo una satisfacción enorme al ver su rostro contraerse.
Se queda paralizado, como si no pudiera creer lo que acaba de pasar; pero poco a poco, empieza a ponerse rojo de la ira.
—¡Pero tú...! —ruge, acercándose a mí amenazadoramente.
«¿Qué onda? Imprimen Alessandro a loco, ¿o qué?»
—¡¿Pero yo qué?! —lo reto sin retroceder ni un paso— ¿Te crees muy macho por llevar un traje de Gucci? ¡Pues te equivocas!
El tipo abre la boca para responder, pero alguien me toma del brazo y me jala hacia atrás. Es Alessandro, que llego justo a tiempo para evitar que mate a su amigote.
— ¿Qué haces? —cuestiona furioso.
—Nada, solo me defiendo de imbéciles —respondo, cruzándome de brazos.
Se vuelve hacia el tipo y le dice en un tono calmado:
—Ignórala, su hermana es igual. ¡Están locas las Bright!
El tipo me fulmina con la mirada y Alessandro se va. El rubio pasa por mi lado, chocándome el hombro, pero me sujeta del brazo fuertemente.
—Me las pagarás —murmura entre dientes.
Me suelta y se va hacia el ascensor, que justo se abre dándole paso a los enfermeros que llegan con una silla de ruedas, supongo que para mi hermana.
Pero no pienso dejarlo ir con la batalla ganada, así que antes que se cierren las puertas metálicas, camino rápidamente y me detengo en frente.
—¡Te lo pagaré mamándote la polla, resentido! —grito y el tipo sonríe pícaramente mientras se baja las gafas, revelándome sus ojos.
«¡La puta mierda!»
«Miel y esmeralda.» «Tiene heterocromía»
¡Ay diosito, me desmayo!
Y las puertas se cierran, y con ellas desaparece él.
──⇌••⇋──
Hola! Perdoooooón, sé que este capitulo tenia que haber llegado el viernes, pero les juro que no pude subirlo, estaba complicadisima de tiempos. PERO LLEGO Y FUE CON TODO.
¿Qué les pareció la interacción de Ava y el extraño? ¿O cómo es realmente la familia Bright desde otra perspectiva?
Los leo, muchas gracias por todo. Ya estamos a nada de loas 17K de lectura asi que los amo mil.
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