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CAPÍTULO 37

𝐄𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐫𝐮𝐜𝐞 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫 𝐲 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚, 𝐞𝐥 𝐚𝐥𝐦𝐚 𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐥𝐚 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐝𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐦á𝐬 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐚.

──⇌••⇋──

Nos encontramos sentados frente a frente en la mesa, bajo la tenue luz de las velas que decoran el muelle. La cena romántica comenzó con una deliciosa entrada de mariscos, seguida de un exquisito plato de pasta con salsa pesto. Cada bocado es un deleite para mis paladares, pero la verdadera protagonista de la noche es la conversación que se desarrolla en nosotros.

—Astrid, no sé muy bien cómo ser un hombre romántico —confiesa en un tono de voz un tanto inseguro—. Nunca lo fui y nadie me enseñó a serlo.

Lo miro con ternura, comprendo su incomodidad. —No importa —sonrío para tranquilizarlo—. Lo que importa es que preparaste todo esto para mí y eso es lo más romántico que podría haber pedido.

Lo veo bajar la mirada, un velo de tristeza nubla sus ojos grises. —Quiero hacerte feliz —siento cómo su voz se va apagando—. Quiero darte todo lo que mereces.

Siento una punzada de dolor en el pecho al recordar cómo lo destruí. Cuando me gritó que me amaba, cuándo imploraba que alguien lo amara y yo no hice más que mentirle. —No merezco todo lo bueno, Ale —murmuro con la voz entrecortada—. Yo fui quien te lastimó.

Me interrumpe con un gesto firme. —Ya te perdoné, Astrid. No tengo rencores por tu pasado, por lo que me hiciste. Sé perfectamente en la mujer que eres hoy en día, la mujer que me enamoró esa mañana en la escudería cuando me gritó que me fijara por dónde caminará. Te quise en ese momento, te quiero ahora y te quiero para el resto de mi vida.

Lo miro con los ojos llenos de lágrimas, siento que una bomba cae sobre mí, una bomba que sabía que caería, una bomba que anhelaba escuchar, pero que no estoy preparada para asimilar.

—Pero, Alessandro... —comienzo a decir, pero él me vuelve a interrumpir.

—No te pediré casamiento, Astrid —suelta con una sonrisa tranquilizadora—, no te preocupes. Sé que quieres ir paso a paso, y yo respeto tu decisión.

Respiro aliviada, pero aún siento un nudo de tensión en el estómago. La conversación está tomando un rumbo inesperado y no sé qué cómo reaccionar.

De pronto, saca una carpeta de un maletín que está al costado de la mesa y la extiende en la mesa. — Nena —su semblante cambió a ser frío como lo es habitualmente—, quiero que vuelvas a la escudería bajo tu antiguo cargo, pero además que seas mi mano derecha junto a John.

Al fin, ¡Dios! Me cansé de fingir que era una soplona. Me extiende su pluma negra que tiene grabado sus iniciales en dorado para que firme, y sin dudarlo, lo hago.

No me importa más que volver con la frente en alto. La idea de volver a desempeñarme en lo que me apasiona y estar a su lado, es más que suficiente.

El camarero que nos está atendiendo, se acerca con una caja aterciopelada y me la entrega. La abro con manos temblorosas, estoy ansiosa por descubrir lo que contiene.

Dentro de la caja, sobre un fondo de terciopelo negro, descansa un collar exquisito. La cadena, hecha de oro macizo, brilla con intensidad bajo la luz de los velones. Pero lo que más llama mi atención es el dije que cuelga de ella: un corazón de oro tallado a mano, con una esmeralda en su centro y rubíes, rodeándola junto a pequeñas hojas con forma de diamantes.

Levanto la vista con los ojos llenos de lágrimas. —Alessandro... —murmuro con la voz entrecortada—, esto es precioso.

Una sonrisa arrogante se instala en los labios del castaño al darse que cuenta de que acertó con su bien gusto. —Es para ti, Nena —se levanta de su silla y se coloca a mis espaldas para abrochar el collar—. Nunca te lo quites, tienes que llevarlo siempre contigo. Lo llevarás como símbolo de mi amor y mi confianza en ti.

Admiro la belleza del dije que cuelga de mi cuello, pero lo que más valoro es el significado que representa: el amor incondicional de él, su perdón y su confianza en mí.

No puedo contener la emoción que me embarga. Me giro para lanzarme a sus brazos, buscando refugio en su calor y protección. Mis labios se encuentran en un beso ferviente, lleno de amor, deseo y gratitud.

Me corresponde con la misma intensidad. A pesar de su característico carácter arrogante y frío, conmigo siempre se derrite como la cera al calor del fuego. Yo soy su fuego, siempre lo seré. Sus ojos grises, habitualmente fríos y distantes, se iluminan con una calidez que solo yo puedo despertar.

Me toma entre sus brazos y me gira en el aire, mientras ambos reímos a carcajadas. La música suave y la brisa marina completan la atmósfera romántica de la noche y crean un escenario perfecto para nuestra felicidad.

Porque él lo es, es mi felicidad, mi hogar y, a partir de hoy, siempre volveré a mi arrogante hogar.

──⇌••⇋──

Dos semanas después.

Ese tiempo transcurrió desde el atentado en la villa y diez días desde que regresé a McLaren en las sombras, sin que nadie sospeche. Mi objetivo en este momento, Erik Karlsson, el traidor que vendió todo mi proyecto sigue en mi mira después de haberlo usado; y no descansaré hasta que pague la vergüenza que me hizo pasar.

Mientras tanto, Alessandro reanudó sus entrenamientos y se prepara para la inminente carrera en Montecarlo, Mónaco, donde nos encontramos ahora. Allí no solo correrá la próxima competencia, sino que también se celebrará el premio. Grand Prix. Es un evento que reúne a la elite del mundo del automovilismo y, debajo de esas caretas, a La Mano Negra.

Mucha charla de todo lo que sucedió en estos días, volvamos al presente,

Ahora me encuentro en mi auto, conduciendo por las calles soleadas de Montecarlo en dirección a un taller exclusivo. Mi sonrisa se amplía con cada kilómetro recorrido, anticipando el momento en que finalmente tendría en mis manos el regalo especial que mandé a hacer para mi castaño. En dos días es su cumpleaños número 28, y no escatime en detalles para demostrarle mi amor y lealtad.

Al llegar al taller, un hombre me espera con una caja de madera, recubierta por una bolsa negra de terciopelo en sus manos. La tomo con cuidado, mis dedos acarician la suave superficie mientras una ola de emoción me recorre. Sé que en su interior se encuentra algo único, algo que refleja a la perfección la personalidad de Alessandro.

Con paso firme y decidido, me dirijo al lugar acordado por Alessandro, donde mi víctima me espera. Me estremezco al sentir la adrenalina y la satisfacción recorrer mi cuerpo. Mi sonrisa se transforma en una mueca sádica, revelando mi lado más oscuro, el que me convierte en una asesina despiadada.

El sol brilla con intensidad en el cielo azul de mayo, contrastando con la oscuridad que se apodera de mi alma. Estoy lista para actuar, para llevar a cabo la misión que le suplique a Alessandro que me encomendara. Mi mente máquina, cada detalle, cada movimiento, cada palabra que usaré para infligir el castigo que mi víctima merece.

Contemplo mi reflejo en el espejo empañado del galpón, admiro el atuendo que elegí cuidadosamente para la ocasión: un enterizo de gabardina negra que se ajusta a mi figura trabajada en el gimnasio, realzando mis curvas y músculos definidos. Sobre mi pecho, una pechera de cuero a tono me permite portar dos armas a cada lado, no tan ocultas, pero accesibles al instante.

Con movimientos precisos, ajustó la pretina de la liga de cuero que sostiene mi Glock 17, asegurándome de que el arma esté firme en su lugar. Mi mano roza la daga afilada que descansa en el tobillo, oculta por el pantalón y las botas altas que complementan el atuendo.

Recojo el cabello en una coleta alta, dejando al descubierto mi rostro pálido y mis ojos verdes que brillan aterradoramente especiales. Con un gesto rápido, me coloco el pasamontaña negro que cubre mi rostro por completo, dejando solos mis luceros al descubierto.

Al salir del improvisado vestidor, me encuentro con la figura menuda de una niña no más de 16 años. Su cabellera rubia enrulada cae sobre sus hombros, mientras sus ojos vendados no dejan de derramar lágrimas. Sus sollozos resuenan en el silencio del galpón, creando una atmosfera de tensión y exquisitez.

Me acerco a la niña con pasos firmes y decididos. Mi mirada fría y penetrante no transmite ninguna emoción, solo la determinación inquebrantable que me define. Me coloco frente a ella, observando como su cuerpo tiemble de miedo.

Sin una palabra, levanto la mano y desato la venda que cubre sus ojos. La luz del galpón la ciega por un instante, pero pronto se ajustan y se encuentra con mi rostro impasible.

Un grito ahogado escapa de sus labios mientras sus fanales recorren mi atuendo, se detiene en las armas que porto. El miedo la paraliza, desde aquí puedo oler el terror que la recorre de pies a cabeza.

La observo en silencio, saboreo el miedo que el zafiro que sus ojos reflejan. Es una sensación familiar, una que me llena de satisfacción y me impulsa a actuar.

Con un movimiento rápido, agarro un cuchillo de la mesa de instrumentos y lo hago brillar bajo la luz tenue del lugar. Cierra sus parpados con fuerza, espera mi golpe, pero nunca llega.

Sonrió con una mueca cruel. Disfruto del juego, de la anticipación, del poder que ejerzo sobre ella. Sé que tengo el control, que puedo hacer con ella lo que quiera.

—De seguro te preguntarás qué haces aquí, ¿no? —camino en círculos, alrededor de ella—. Por favor, niña, no te haré nada, así que deja de llorar.

—¡¿Qué quiere?! —grita desaforadamente—. Cuando mi hermano se entere de esto, ¡la matará!

Una risa irónica escapa de mis labios. —Pensé que eras inocente en este mundo que nos rodea, pero veo que no eres ajena.

Pareciera que todas las rubias se esmeran en caerme mal.

Me acerco a ella, mi rostro se transforma en una máscara de furia. —No creas que me tiembla el pulso para matarte —agarro su cara con mi mano para obligarla a que me mire—. Tu hermano se metió con la persona equivocada. Hizo planes con otro hijo de puta para secuestrar a mi hermana menor, junto a otros desgraciados, y ahora tendrá que pagar por sus actos.

La adolescente me mira con terror, sin poder articular palabra. Me inclino hacia ella, invadiendo su espacio personal.

—No me busques —suelto su rostro con brusquedad—, porque si me encuentras, te encontraré a ti. Y cuando lo haga, desataré toda mi furia sobre ti. Serás un ejemplo de lo que les sucede a los que se meten en mi camino.

Me alejo de la rubia, dejándola sola con sus pensamientos aterradores.

Me percato que Tom ingresa al depósito en silencio. Últimamente, estamos siendo muy compinches, algo que a Alessandro le molesta o, mejor dicho, lo pone celoso.

Se acerca a mí con su habitual expresión seria. —Señora —habla bajo—, la basura está aquí. Lo tenemos afuera.

Asiento con un gesto imperceptible.

Camino decidida, salgo del lugar con Tom a mi lado como una sombra protectora. La luz del sol me ciega por un instante, pero pronto mi vista se ajusta y puedo ver lo que se desarrolla frente a mí.

En medio de la entrada, custodiado por dos antonegras corpulentas, se encuentra el rubio. Su cuerpo está visiblemente golpeado, y una bolsa negra le cubre la cabeza, ocultando su rostro.

Sonrío con una mueca cruel que se esconde bajo el pasamontaña. Mi pretendiente, intermediador con mi verdugo estrella, finalmente a mi merced.

Se mueve con dificultad, se tambalea sobre sus pies. Sus gemidos de dolor resuenan en el aire, pero no siento compasión por él. Solo experimento una profunda satisfacción al verlo en este estado tan deplorable.

Me acerco a él, lentamente, observo cada detalle del sufrimiento que le impartieron mis hombres.

Le arranco la bolsa negra de su cabeza. Su rostro está hinchado y ensangrentado. Me mira estupefacto, reconoce mi mirada.

—Karlsson —paseo a su alrededor—, llegó el momento de pagar cuentas pendientes.

Trata de hablar, pero sus palabras se ahogan en su garganta. Solo puede emitir un gemido gutural de dolor y miedo, capaz.

Sonrío aún más. Disfruto de su sufrimiento, de su impotencia. Es el mismo sentimiento que sentí hace una semana cuando mi padre me llamó para comunicarme el secuestro fallido de Ava.

¿Y cómo supe que él tenía que ver? Fácil, no soy ingeniera inútilmente. Esa noche que lo drogue para hackear toda su información almacenada, también le instalé un virus para controlar a distancia todo lo que hace. Y casualmente, tiene llamadas hechas a una línea irrastreable, excepto dos llamadas que hizo él a Boston, cerca del colegio de Ava.

Levanto la mano y señalo a Tom. —Llévalo adentro. Tom, asiente, lo sujeta del brazo y lo arrastra hacia el interior del galpón. Erik se resiste, lucha por escaparse de su destino, pero mi mano derecha es más fuerte que él.

Los veo irse, una sensación de triunfo recorre mi cuerpo. La primera fase de mi plan está completada. Están en mi poder y es momento de divertirme.

Camino detrás de ellos, disfruto de verlo sufrir, pero no me agrada que le hayan puesto la mano encima. Solo yo quiero ser la única en ocasionarle dolor, en infligirle el sufrimiento que se merece.

Dejó atrás la luz del sol y la oscuridad me envuelve una vez más. Preparo cada arma, cuchillo, cada objeto de tortura en la mesa metálica mientras escucho como los hermanos quieren zafarse de las ataduras y de las mordazas que le colocaron en sus bocas.

Me preparo mental y físicamente para esta tarea. Sé que será una noche larga y dolorosa, pero estoy dispuesta a soportarla con tal de lograr mi objetivo.

Alessandro

La noche cae sobre Montecarlo, envolviendo en un manto de luces y sombras. En uno de los lujosos hoteles del clan Mediterráneo, me encuentro reunido con los líderes de los demás clanes que pertenecen a La Mano Negra.

El ambiente es tenso, cargado de expectación y desaprobación por mis últimos movimientos. Estoy sentado en la cabecera de la mesa, en mi trono. Observo a los presentes con mi habitual mirada fría y penetrante, la cual no revela ninguna emoción.

—Convoqué esta reunión —comienzo a hablar autoritariamente—, para comunicarles la decisión que tomé y no está abierta a debate.

El murmullo de inquietud recorre la sala. Los líderes intercambian miradas nerviosas, presienten que mi comunicado no será de su agrado.

—Decidí casarme con Astrid Bright —declaro, llevando el vaso de whisky a mis labios.

Un silencio sepulcral se apodera de la sala. Los líderes se miran con incredulidad. Incapaces de creer lo que acabo de decretar.

Los entiendo porque estoy igual. Decrete casarme, pero la novia nunca me ha dado el sí y ni lo dará, pero poco me importa.

Las protestas no se hacen esperar. Alzan sus voces, expresan su profunda oposición al matrimonio.

—¡No te puedes unir en sagrado matrimonio cuando esa mujer te traicionó! —alza la voz uno de los trillizos del clan belga.

—¡No sabemos si nos vendió a Máximo! —se levanta de su lugar Katrina, líder del clan de Dinamarca.

—Es una idea estúpida, absurda e inaceptable — comenta el capo alemán con su típico tono de voz ronco.

Permanezco en silencio, impasible mientras ellos recuerdan lo que Astrid me causó, si mi progenitor no se hubiese encargado de esparcir lo sucedido, esto no pasaría.

—¡No me interesa lo que opinen! —golpeo el puño en la mesa—. Astrid Bright será mi esposa, y si no están de acuerdo con mi decisión, saben perfectamente cuáles son las consecuencias.

Mis ojos recorren cada rostro del lugar, los observo fríamente, penetrando en sus almas, desafiándolos a contradecirme.

Saben que mis palabras no son una simple amenaza, son una promesa. Saben perfectamente que soy un hombre de palabra, y que nunca dudo en cumplir mis promesas.

Uno a uno, bajan la mirada, sumidos en el silencio incómodo. Mi poder es innegable, y mi voluntad es inquebrantable.

Sin embargo, entre los líderes presentes, uno se atreve a desafiarme. El pelinegro, de ojos verdes, se levanta de su silla y me mira serio.

—Alessandro —apoya ambas manos sobre la mesa—, comprendemos tu decisión, pero nos preocupa la seguridad de la organización. Ella se atrevió a traicionar la confianza de nuestro rey, y aunque tú la hayas perdonado; nosotros no podemos negar la posibilidad de que lo vuelva a hacer.

Claramente, tienen que ser familia. Frío, calculador y esa determinación que los identifica. Ella es un espejo de su familia materna, los Di Lorenzi.

Lo miro con desprecio para mantener las apariencias. —¿Y qué sugieres Stefano? —hablo sarcásticamente—. ¿Qué le prohíba casarse conmigo?

El pelinegro niega con la cabeza. —No, solo propongo que podemos conocerla mejor, antes que tomes esta decisión tan importante.

Si supieran que solo fue un comunicado, porque el acta de matrimonio ya está bien firmada.

—Me parece bien —sonrío con una mueca cruel al percatarme de algo—. La conocerán todos y tú —a punto con el dedo a Stefano—, la entrenarás y elevarás su aire de reina en esta organización.

Me giro hacia los demás y los desafío con la mirada. —¿Y ustedes qué opinan? —inquiero sin borrar mi sonrisa—. ¿La conocen y la entrenan, o se callan, y aceptan mi decisión?

Se miran entre sí, puedo oler el nerviosismo de cada uno. Saben que no pueden desafiarme, pero tampoco negarse a aceptar lo que sugiero.

—Alessandro — habla con voz temblorosa Katrina—, aceptamos tu propuesta de traerla y ser entrenada por nosotros.

—Me parece bien —les sonrío mientras me abotono el saco—, la traeré lo más pronto posible.

Me levanto de la mesa de reuniones con un gesto brusco, poniendo fin a la acalorada discusión entre las personas más peligrosas del mundo; pero no más que yo.

No me importan sus opiniones, ya tomé mi decisión y la realicé sin decirle a nadie. Ella es mi esposa, y juntos construiremos un imperio que nadie desafiará.

Con paso firme y decidido, abandono la sala sin despedirme. La opulencia del hotel no me importa en este momento. Lo único que tengo en mente es la locura que está llevando a cabo mi mujer.

Salgo del hotel, y me encuentro con Eliot. Es el segundo al mando después de Tom. El hombre corpulento, calvo y leal, realiza una reverencia respetuosa.

—Señor —abre la puerta trasera de la camioneta brindada—, tengo buenas noticias sobre el trabajo de la señora. Tomó el control de la operación y está avanzando a un ritmo impresionante.

Una sonrisa cruel se dibuja en mis labios. —No me sorprende —afirmo seguro—, mi mujer es inteligente y despiadada. Sabe exactamente lo que tiene que hacer.

Me siento orgulloso de mi mujer. No solo es hermosa, sino también astuta y sádica. Es la mujer perfecta para mí.

—Llévame al lugar —le ordeno al gigante de dos metros—, quiero ver con mis propios ojos cómo se divierte mi mujer.

Eliot asiente con la cabeza y comienza a conducir, dejando atrás las luces de la ciudad.

──⇌••⇋──

La camioneta se detiene con un chirrido frente a los oscuros y lúgubres galpones. Desciendo del vehículo con la mirada al frente, mientras me abrocho el botón del traje, seguido de peinarme el cabello hacia atrás.

El calvo me guía a través de la oscuridad, hacia el interior de uno de los galpones. El olor al encierro y la humedad que inunda mis fosas nasales, es una atmósfera opresiva y claustrofóbica.

La luz de la luna es un recuerdo lejano en este lugar, es remplazada por las tenues iluminaciones de las bombillas colgadas del techo. El aire denso y pesado, cargado de una mezcla de sudor, miedo y sangre.

Llegamos al ala este del galpón, y me detengo. Mis ojos se posan en las dos figuras atadas a sillas metálicas, inmóviles bajo la tenue luz.

Erik, el estúpido que se cree más inteligente que yo, yace inconsciente en una de las sillas. Su rostro está ensangrentado y su cuerpo magullado. Dos cuchillos clavados en sus piernas complementan el cuadro de sufrimiento.

En la otra silla, una adolescente de cabello rubio también está inmóvil. Su rostro angelical está sereno, sin ninguna marca visible de violencia. La reconozco al instante: es la menor de los Karlsson.

Nunca creí presenciar a los Karlsson: humillados, quebrados y a punto de morir.

En mi interior se mezcla la admiración y deseo por Astrid. Su capacidad para infligir dolor, para hacer sufrir a quien la lastima, es fascinante.

Pero también es efectiva. Una sonrisa sádica se alza en mis labios mientras me deleito de la escena.

Mi mujer es una despiadada, es una fuerza antinatural que cuando necesita sangre, nadie la puede detener. Y yo, soy su fiel cómplice.

Camino hacia las oficinas que están en el fondo del depósito y la encuentro a ella, está dormida sobre su costado derecho en uno de los sofás del pequeño lugar. No puedo evitar escrutar su vestimenta, usa un enterizo negro, botas altas como si fuera una mercenaria.

Me acerco con cautela porque me percato que tiene su Glock bajo la almohada y no quiero que me meta un tiro. Cuando me encuentro frente a ella, me arrodillo ante la imagen que estoy teniendo: ella dormida como el ángel que es cuando quiere, sus labios carnosos entre abiertos y su cabello descansando sobre sus hombros.

Mis ojos siguen bajando y veo esos moratones en su cuello, esos los hice yo. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar que le encanta que la marque cuando nos poseemos en la cama. Sus pechos escapan por el escote del enterizo y mi ceño se frunce al darme cuenta de que todos estuvieron viendo un poco de lo que es mío.

Trato de subirle la cremallera para que nadie más vea lo que me pertenece, pero se complica la tarea teniéndola en esta posición. Estoy tan concentrado que no me doy cuenta de que ella me está mirando con sus ojos verdes bien abiertos. —¿Tú quieres una puta bala en la cabeza? —increpa, sacando el arma de bajo de la almohada—. Podría haberte matado.

—Podrías, pero sé que no puedes quedarte sin mi asombrosa existencia — le guiño un ojo, dándole un beso en la frente.

—Debí dispararte por arrogante —se mofa, me pongo de pie nuevamente y ella se sienta en el sofá—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a asegurarme que todo estaba bien y vaya que lo está —tomo asiento sobre el escritorio y observo más de cerca el lugar—, cuéntame que descubriste.

Se pone de pie y comienza a caminar por la habitación, se posa frente al espejo que está colgado en una de las paredes y se arregla el cabello.

Se ve tan sexy, es imposible no mirarla cuando está vestida de esta manera. Me invita a tomarla y poseerla sobre este maldito escritorio... pero no, hay temas más importantes.

—Nada relevante, no importa que le haga, no habla —termina de recogerse el cabello en una coleta y se gira a verme—. Intenté torturar a la hermana, pero no pude.

Baja la mirada al suelo y comprendo el porqué. — Para eso estoy aquí, nena —la rodeo con mis brazos por la cintura y la atraigo hacia mí—, lo que tú no puedas, yo lo haré. Soy tu fiel súbdito y lo sabes.

—Es mi problema, así que es mi venganza —sus luceros me encandilan cuando levanta la cabeza para mirarme.

—Lo sé, nadie te quita eso. Pero quiero que sepas que, cuando una situación te sobrepase, me tienes a mí. Porque sé perfectamente de lo que eres capaz y que si acudes en busca de ayuda es porque no puedes, y eso está bien.

Se pega a mí en un abrazo, el cual respondo sin dudarlo. Mi mujer está mal, lo sé, lo puedo ver en sus ojos. Cuando le avisaron que su hermana sufrió un intento de secuestro, casi se derrumba en el suelo.

Tuve que retenerla a toda costa para que no viajara hacia el otro continente. No podía dejarla ir, si lo hacía, la atraparían.

Todos sabemos que fue un intento por parte de Máximo y ese pelirrojo de mierda. Muy pronto lo veré a la cara y lo mataré con mis propias manos, no sin antes, hacerle vivir todo lo que mi mujer sufrió en sus manos.

Lo que nunca pensé, es que Karlsson se aliara con ellos. Siempre tuvimos diferencias, sabía que quería mi puesto, pero jamás pensé que actuaría en contra de ella.

—Ya, nena —le acaricio el cabello, intentando que se calme—, me ocuparé a partir de este momento.

Le planto un beso en sus labios pecadores y la suelto.

Veo al rubio despierto, su mirada está perdida en el frente. No está mirando a su hermana, pero lo intenta, más no puede.

Se culpa por lo que le está haciendo vivir a esta adolescente, que poco me importa. Él fue haciendo su propia tumba, y llegó la hora de que se entierre por sí solo.

—Sé que moriré de todas formas, hable o no —masculla, levantando su mirada para verme—, pero a ella, no la dañes, a mi hermana no.

—No estás en situación de ordenar —con un gesto, Astrid aparece en mi campo de visión—. Ella fue demasiado sutil, pero no has visto ni la cuarta parte de lo que podemos hacer los dos juntos.

Enredo mis dedos en la maraña rubia y la tiro hacía a mí, levantando la cabeza de la adolescente. La niña se despierta, intenta zafarse de mi agarre, pero no puede.

Trata de hablar, pero la cinta en su boca no se lo permite. Sus zafiros le imploran a su hermano que la ayude, pero poco sirve porque está mucho peor que ella.

—Me enteré de que no cooperas, Karlsson. Así que te haré más fácil tu decisión —mis labios se alzan en una sonrisa sádica—. ¡Tom! Tráeme mis pinzas.

Puedo ver cómo los ojos azules de Erik, van oscureciéndose a causa de la ira que lo azota. Pero poco me importa su furia, porque la mía es peor.

Tom coloca en mis manos la pinza, esa misma que usé para cortarle los dedos a Maier. Ahora las usaré para dejar sin dedos a linda Karlsson.

—Tienes una oportunidad, hablas o tu hermana se queda sin dedos —sonrío de lado mientras acerco la pinza a los dedos tersos de la niña.

Sigo la mirada brillante de él, la está mirando a Astrid, ese maldito se atreve a mirarla. Los celos comienzan a hacer estragos en mi cuerpo, la sangre se calienta, pero no, no pasa nada.

—Mírala, e implórale todo lo que quieras, ¡no te ayudará! —le ladro en la cara—. Abre tu maldita boca y dime dónde mierda está Máximo.

Sigue sin hablar y no mira a nadie más. Nunca pensé que le importaba un poco la vida de su hermana. —Bueno, qué lástima —aprieto, la pinza lo suficiente para machacar el dedo a la rubia, la cual abre los ojos como platos y trata de gritar de dolor—. Mira cómo sufre tu hermana, maldito, imbécil.

No la mira, cierra los ojos. La está abandonando, está apagando todo lo que le importa para que no lo utilicen en su contra. ¿Qué mierda le prometió Máximo para que venda a su propia hermana?

—No quieres hablar, no lo hagas, pero tu hermana sufrirá todo lo que le hicieron en un pasado a mi mujer por culpa de los tipos con quienes trabajas. ¿Quieres saber qué le harán?

Sigue sin hablar, y mi paciencia llega a cero.

Hago un gesto con la mano y mis antonegras aparecen, la levantan de la silla y comienzan a llevársela, arrastrándola a la rubia.

Claro está que nunca le haría una cosa así a una mujer, ninguna tiene por qué pasar por algo así. No soy ese tipo de mierdas, pero una amenaza nunca está de más.

—Ni se te ocurra, hijo de puta —al fin habla el desquiciado—. Déjala ir y diré todo lo que sé.

—Primero, no me insultes porque te irá peor. Segundo, no me ordenes y tercero te mataré de todas formas.

Una sola mirada basta para que Astrid se haga cargo de la situación con esa malcriada.

—Habla de una puta vez, marica de mierda.

—Tu querido padre está aquí, en Montecarlo —confiesa sin titubear—. Planean algo grande, no sé qué es porque mucho no cuenta, en eso son iguales —sonríe y su dentadura ensangrentada me genera arcadas.

Pasamos la siguiente media hora entre amenazas de mi parte para que cuente más, pero no lo hace. Hasta ahora sé que atacarán nuevamente, no sé qué piensa Máximo, ¿qué, secuestrando a Astrid, volveré a ser el mismo de antes? Vive en una mentira, porque si se atreve a tocarle una sola hebra de su cabellera negra, lo que logrará, es que desate una maldita guerra en el mundo criminal.

Tengo suficientes indicios para sospechar que el ataque se hará en los premios Grand Prix.

Veremos quién gana y quién termina llorando lágrimas de sangre.


𝙇𝙚𝙨 𝙥𝙧𝙚𝙨𝙚𝙣𝙩𝙤 𝙖 𝙡𝙖 𝙥𝙧𝙚𝙘𝙞𝙤𝙨𝙪𝙧𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙪𝙣 𝘼𝙜𝙣𝙚𝙡𝙡𝙞 𝙨𝙚 𝙥𝙪𝙚𝙙𝙚 𝙥𝙚𝙧𝙢𝙞𝙩𝙞𝙧 𝙧𝙚𝙜𝙖𝙡𝙖𝙧:


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