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CAPÍTULO 35

𝐓𝐞 𝐚𝐩𝐫𝐨𝐯𝐞𝐜𝐡𝐚𝐬𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐢𝐧𝐨𝐜𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐲 𝐚𝐡𝐨𝐫𝐚, 𝐭𝐮 𝐜𝐮𝐞𝐥𝐥𝐨 𝐞𝐬𝐭á 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐚, 𝐩𝐚𝐠𝐚𝐫á𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐮𝐬 𝐩𝐞𝐜𝐚𝐝𝐨𝐬.

──⇌••⇋──

Estoy recostada en la cama, siento el calor del cuerpo de Alessandro contra el mío. Un silencio incómodo reina en el aire, cargado de recuerdos y emociones que pugnan por salir a la luz.

Lo que sucedió anoche, dejó una marca imborrable en ambos. La pierna de Alessandro solo sufrió un roce de bala, una herida superficial que sanará pronto. En cambio, mi abdomen contará con una cicatriz profunda en el lado derecho, que me recordará por siempre lo que pasó.

Otra vez, Luck me marcó.

Decidimos refugiarnos en la mansión de John, un lugar seguro donde podemos reponernos y planificar nuestro próximo paso. La villa quedó impregnada de sangre y dolor, ya no es un lugar seguro para nadie hasta que no hagamos una limpieza exhaustiva. La única persona que queda, es el soplón, que de seguro morirá desangrado en los próximos días.

Alessandro, acaricia con su mano mi cabello y rompe el silencio—. ¿Te sigue doliendo? —apoya su mentón sobre mi cabeza.

Asiento levemente, sin apartar la vista del frente—. No tanto —murmuro—cómo el recuerdo de lo que sucedió.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar lo que eso provocó en mí, al ver de nuevo esa mirada cruel en mi verdugo. Me aferro con más fuerza a Alessandro, buscando consuelo en su calor.

—Necesito contarte todo lo que sucedió—mi voz tiembla—. Es hora de que sepas todo.

—Estoy preparado para lo que sea—susurra—. Para entenderte, para apoyarte, para ser tu escudo.

Respiro hondo, preparándome para abrir mi corazón y revelar los secretos que me atormentan.

Tres años atrás. CAMBRIDGE, EE. UU.

Mi mirada se clavaba en el techo de mi habitación en la residencia universitaria. Suspiré mientras acariciaba la tela de mi vestido favorito. La indecisión teñía mis pensamientos. La llamada de Luck, mi novio desde hacía seis meses, aún resonaba en mis oídos, insistiendo en que asistiera a la fiesta de su fraternidad.

Mi corazón estaba dividido entre el deseo de complacerlo y la resistencia a sumergirme en un ambiente que me parecía ajeno. La imagen del joven que adoraba, con su sonrisa encantadora y sus ojos llenos de súplica, me empujaba hacia la fiesta. Sin embargo, mi instinto me susurraba cautela, recordándome mi deseo por ser suya, de hacerlo en un momento especial, no en medio de una fiesta desenfrenada.

Finalmente, mi amor por él venció mis reservas. Me maquillé con esmero, resaltando mis ojos olivos y mis labios carnosos. Un último vistazo al espejo me devolvió la imagen de una joven insegura, pero dispuesta a enfrentar lo desconocido por el hombre que amaba.

Con pasos vacilantes, recorrí el camino hacia la casa de la fraternidad. La música atronadora y las luces multicolores se filtraban por las ventanas, anunciando la magnitud de la fiesta. Al llegar, el bullicio me envolvió como una ola, arrastrándome hacia un torbellino de emociones.

Mis ojos se abrieron de par en par al contemplar la escena. Chicos y chicas cogiendo en algunas esquinas del lugar, otros bebiendo y drogándose como si no hubiera un mañana. Y otros, bailando desenfrenadamente.

Luck me recibió con un abrazo efusivo, sus ojos brillaban de alegría al verme. Me condujo hacia su grupo de amigos. Me sentí fuera de lugar, observé con recelo las risas ajenas, los bailes sensuales y las miradas cargadas de deseo.

Sin embargo, la calidez de mi pelirrojo me envolvió como un manto protector. Sus atenciones constantes y su mirada enamorada me hacían sentir especial, a pesar de la incomodidad que sentía en este ambiente efusivo.

A medida que la noche avanzaba, la música y el alcohol fueron disipando mis inhibiciones. Comencé a bailar sensualmente con él, dejándome llevar por la melodía y la cercanía de su escultural cuerpo. La tensión entre nosotros era palpable, una mezcla de deseo y timidez que nos mantenía unidos en un baile sensual.

Bailamos tanto que nos cansamos, así que nos sentamos en un sofá libre. Sin dudarlo, me senté sobre sus piernas.

Sus besos descendían por mi cuello mientras tocaba mis piernas por debajo del vestido. Me fascinaba sentir sus labios, el toque de su piel. Sabía lo que quería y con todo el alcohol que tenía encima, pensé dárselo.

Estaba acalorada y sonrojada. Tenía al basquetbolista más guapo de la universidad comiendo de la palma de mi mano. Me hacía sentir única al exhibirme con él y presumirles a todas que era mío.

Luck me encantaba, era muy apuesto, pero descontrolado, siempre metido en peleas. No sabía qué me atraía de él. Mi vida se basaba en ser la niña aplicada, buena, inteligente y con excelentes notas; ni siquiera me interesaba estar metida en el mundo que se rodeaban los Bright. Él me brindaba esa porción de peligro, esa emoción de romper las reglas y la maravillosa sensación de ser la chica del chico malo y guapo de la universidad.

Me incorporé de su regazo para ir al baño cuando él se estiró, me imitó y tomó mi mano. Comenzó a llevarme hacia el sótano; no me negué.

En el sótano, la música era aún más fuerte y la atmósfera, más densa. Nos besamos con pasión, nuestras manos explorando nuestros cuerpos con desenfreno. De repente, me empujó contra la pared y...

Me tira en la cama que se hallaba en el centro de la habitación y bajó la tela de mi vestido y tomó uno de mis pechos con la mano, besó la areola por encima de mi sujetador.

—Quiero ir al baño, ya vengo—, me levanté de encima de él cuando, de pronto, sus brazos me sostuvieron desde atrás, apretándome.

—¿Qué haces Luck? —, mi voz comenzó a temblar.

—Es una sorpresa—, respondió.

La bilis estrujó mi garganta, cuando observé a sus amigos bajar de las escaleras.

Me zafé y corrí hacia arriba, pero uno de ellos se interpuso y me dio un puñetazo en el rostro, mandándome al suelo debido a la fuerza; no conforme con ello, pateó mi cabeza, durmiéndome.

Desperté por el dolor incesante en el cuerpo, estaba sola en el lugar, mis manos atadas detrás de la espalda con una cadena, ardía lo ajustada que la dejaron. Escuchaba voces a mi alrededor, evitaba moverme, aterrorizada de poner sobre aviso a ellos.

Quería tener fe de poder salir de allí, afuera la luz del día que ya entraba por las pequeñas ventanas. ¿Papá me estará buscando? Lo dudo, Victoria se hallaba en otra universidad y no tenía muchas amigas en la universidad para que alguna notara mi ausencia.

—Oh, aquí está mi bella As, ya has despertado, demoraste mucho—, se burló Luck —. Jeffrey se pasó de fuerza, pero era necesario.

Me agarró del cabello, colocándome de rodillas frente a él. Sentí la cabeza hinchada y dolor por la patada que me dieron.

Sus amigos aparecieron detrás de él: Jeffrey, Brian y Jacob.

—Déjame ir, Luck—, sollocé, esperanzada de que me dejaran en paz—. No diré nada, por favor.

Él río, burlándose de mis súplicas. Y es ese momento, es donde todo el amor que tenía por él fue remplazado por odio.

—A ver si entiendes—, intensificó su agarre—. No saldrás viva de aquí.

Luck me liberó, mi cuerpo vaciló, pero de inmediato Jeffrey me sostiene del cabello.

—Abre bien tus piernas—, susurró.

El pánico regresó mientras veía a Luck bajarse los pantalones. Se me empañaron los ojos de lágrimas.

—No, no lo hagas. Por favor—, rogué.

No quería ser abusada.

—Entre más ruegas, más me excitas—, comentó burlesco. No hay una pizca de piedad en el chico que estaba profundamente enamorada—. Bienvenida a tu primer día de tortura.

Apreté los párpados, lloré desconsolada al advertir que Brian y Jacob comenzaron a romper mi ropa. Destrozaron mi vestido preferido, desnudándome. Jeffrey sostuvo aún mi cabeza, mientras que los otros dos abren mis piernas, ejerciendo mucha fuerza.

—Abre los ojos, quiero ver esos angelicales ojos, As—dijo Luck, arrodillándose con el pantalón bajo—, hazlo.

Abrí los ojos por miedo a lo que puedan hacerme, pero es lo peor que pude hacer. Recibí una cachetada en la mejilla de parte de Luck y, sin poder evitarlo, me penetró a la fuerza. Las burlas de sus amigos se mezclaron con los gemidos de placer que él emitía. Sentí que el mundo se me venía encima cuando acababa en mi interior y vomité en el suelo, asqueada y humillada, pero sin que la tortura acabase, pues después de Luck, Jeffrey, Brian y Jacob hicieron lo mismo.

Al final, tiraron mi cuerpo al suelo, sobre el vómito y su semen.

Comencé a romperme.

Ignoraba el día en que es, mi cuerpo estaba sucio, desnudo. Hematomas comenzaron a aparecer al igual que las heridas de cigarrillos en mi brazo derecho.

Permanecía colgando desde el techo por una cadena. Ya no me bajaban ni siquiera para violarme, cada vez era más un cadáver que un ser viviente.

Ellos continuaban con la tortura de usar todos los orificios posibles de mi cuerpo. Me dolían de las penetraciones bruscas de todos. A veces abusaban de a dos, dentro mío. Mis pechos estaban llenos de chupones y mordidas dadas con brutalidad.

Jeffrey solía golpearme cada vez que eyaculaba, al igual que Luke, así que mi rostro se encontraba irreconocible, hinchado. Tengo cortaduras en todo el cuerpo, apenas lograba tomar oxígeno sin que ardiera por dentro.

Varias veces al día apagaban en mi piel sus cigarrillos, hiriéndola. Un día, Luck detuvo a Jeffrey de que apagara su cigarrillo en uno de mis ojos.

Sigo sin saber el porqué de todo esto. ¿Qué hice para merecerlo?

Disfrutaban de extender la tortura, se divertían viéndome vomitar su semen cuando me obligaban a chupárselas, mientras me violaban como unos enfermos, deleitándose con mi agonía.

No paraban de llamarme puta mojigata. Los odioba con toda mi alma.

—Ya necesitabas esa ducha, comenzabas a darme asco—, masculló Luck.

Me levantó del suelo y liberó mis muñecas de las ataduras. Mis brazos no se movían, mi cuerpo se mantenía débil, ellos solo me dan agua, nada más.

Acomodó mi cabello hacia atrás, estaba húmedo. A lo que a la ducha se refería, no fue lo que cualquiera esperaría. Jacob me echó encima agua helada e hizo tallar mi cuerpo con una esponja metálica, dejó más heridas ante la rudeza del metal contra lo delicado de la piel.

—¿Cuántos días? —, musité. Ya no era mi voz.

—Seis, hoy es el último, tu final llegó—, rozó mi abdomen con su daga—. Es lamentable, pero son órdenes.

—¿Órdenes? —, mi confusión aumentó—. Sigo sin entender por qué me hacen esto.

—Por ser hija de quién eres—, contestó en un tono burlesco—. Por meterse con la mujer de otro.

—No entiendo—, susurré.

—No importa, tu padre sí lo hará cuando esta noche reciba tu cuerpo muerto.

Me sacó del sótano, el frío me golpeó fuertemente. Me subió a la cajuela de su auto, desnuda y descalza. Cuando me sacaron de allí, me encontré en el interior del bosque.

¿Por qué nadie se percata de lo que sucede aquí?

La oscuridad me impidió ver por dónde me hacía caminar, pero hay partes donde la luz de la luna me ayudaba a ver y no caer. Estaba muy débil.

—Incluso con el rostro destrozado, sigues siendo bellísima—, siseó enfurecido, como si odiara ese hecho.

Luego de caminar varios minutos, nos detuvimos en un sitio libre de árboles. Jacob estaba sentado en el pasto, Jeffrey y Brian a su lado.

Luke se acercó y me mostró la daga que llevaba en la mano, temblé.

—¿Dónde te la clavo?

—Vete a la mierda—, exclamé. Ya no tenía nada que perder. No me importaba cómo moriría.

Empujó mi cuerpo contra el suelo, me obligó a ponerme de rodillas nuevamente, las heridas de mis piernas se volvieron abrir. El cuerpo me dolía como la mierda, hacía días que temblaba sin parar. Me negaba a mirar mi cuerpo; si lo hacía, entraría en shock.

—Hazlo de una vez —gritó Jacob—, me tiene harto esta puta.

—Cállate, imbécil—, sentenció Luck.

Luck me tiró la daga al suelo—. Córtate, y mejor que lo hagas. Porque si lo hago yo, será peor tu sufrimiento—, ordenó el pelirrojo.

La tomé entre mis manos y pasé el filo por las venas de mi brazo izquierdo, pero no lo suficiente profundo para desangrarme. Luke se acercó a corroborar lo que hice y, con un movimiento rápido, se la clavé a él en la pierna.

Sus amigos se pusieron en alerta rápidamente, pero era demasiado tarde. Salí corriendo con todas mis fuerzas, escabulléndome y aproveché la conmoción de lo que hice. Mis piernas no paraban por más que estaban heridas. Atravesé el bosque, oía sus voces llamándome. Mi cuerpo se cortaba por las ramas de los árboles, más ese dolor no me detuvo, quería vivir, no me fallaría de nuevo.

—¡Astrid! ¡Puta de mierda!

—¡Te encontraremos malnacida!

Escucharlos me horrorizaba, los sentía cerca, no sé por dónde iba, solo veía árboles y más árboles, la iluminación se volvió nula. Ya no tenía aire en mis pulmones, tenía pocas fuerzas, no quería desmayarme, soy consciente de que, si paraba, me agarrarían y se terminaría el juego, ganarían.

Entonces lo que menos esperaba, a la distancia, observé las luces del predio de la universidad. Mi esperanza aumentó y me apuré. Al llegar, comencé a pedir ayuda a gritos.

— ¡Ayúdenme! —grité—. ¡Que alguien me ayude, por favor!

Nadie quería escucharme. Los estudiantes pasaban a mi lado sin mirarme. Algunos incluso se reían. Y acepté que estaba sola.

Hasta que tres chicas corrieron hacia mí y caí de rodillas, y rápidamente ambas me ayudaron.

—¡¿Son estúpidos o qué?! ¡Ayúdenla! —, gritó furiosa una de ellas a todos los demás.

—¡Tyson! —exclamó otra—. ¡Llama a la maldita policía!

—Sáquenme de aquí, ellos vienen —sollocé—, no me dejen, por favor.

Una de las chicas colocó su chaqueta sobre mis hombros—. Tranquila, estás a salvo.

No, no lo estaba y jamás lo estaré con ellos vivos.

La policía no paró de hacerme preguntas, mi boca hablaba, pero mi mente se negaba a revivir mi tortura. Les dije todo lo que sabía.

—¡Astrid!

El rostro demacrado de mi padre me partió más el alma, y detrás de él, mi hermana menor llorando. Ava.

Cuando me abrazaron, el llanto se desbordó silencioso. Pensaba que no los volvería a ver, me aferré a ellos sin deseos de soltarlos. Aún no creía que escapé, tampoco lo que sufrí.

—Estás viva, gracias a Dios —lloraba, abrazándome desesperado—. Dame nombres y me encargaré, tesoro.

—Nos estábamos muriendo, Asti—, sollozaba mi hermana.

Mi padre limpió mis lágrimas, aunque no pude parar de llorar y Ava, acariciaba mi cabello.

—¿Qué te hicieron? Los mataré por tocar a una de mis joyas más valiosas.

—Sácame de aquí, llévame a casa.

—Sí, hermana, lo que tú quieras.

Al llegar a casa, pedí que me dejasen descansar a solas. Lloré por horas y horas, sola en mi habitación. Intenté de mil formas diferentes de tallar mi cuerpo para quitar el olor y la esencia de ellos cuatro, por más que ya no estuvieran en mi piel.

Cada vez que me miraba en el espejo, lloraba, mientras que, al observar mi reflejo, me daba asco y odio.

Grité por horas, desgarré mi garganta, mientras que el dolor de mi alma no me abandonaba. No quería cargar el resto de mi vida con esto, me condenaron por razones que no sabía ni tenían justificación.

Me sentía furiosa, triste, asqueada y aun en shock.

Y esos sentimientos se intensificaron más cuando leía los informes de los análisis hechos: muestras del semen que tomaron de mi intimidad, fotos de mis heridas, fotos de mi cuerpo desnudo cuando apenas logré escapar.

Pero llegó el día de contarle todo a mi padre, para que me explicara por qué me hicieron esto.

Toda mi vida supe que mi madre era italiana, al igual que mi padre, pero nunca supe por qué se habían mudado a Estados Unidos, hasta esta noche donde mi padre nos contó la verdad a mi hermana y a mí.

Mi madre, que para mí corta vida siempre la llamé Adele Amato, es toda una mentira. Su nombre verdadero siempre fue Marianne Di Lorenzi, primogénita de la gran familia Di Lorenzi, cabeza de la gran mafia italiana.

En su juventud, ella fue jurada por un matrimonio arreglado con Máximo Agnelli, otro capo mafioso dentro de Italia, para un cese de guerra entre ambas familias.

Ella comenzó a frecuentar a Máximo, pero nunca pensé que en la casa donde él vivía, estaría su gran amor, el jardinero de la familia Agnelli. James Bennett, mi padre.

Un inglés que viajó a Italia en busca de nuevas oportunidades, sin saber que encontraría su peor pesadilla y, a la vez, el amor de su vida.

Mis padres se vieron a escondidas por meses hasta que llegó el día de la boda, la unión entre familias enemigas, pero ninguna de las familias contó con que su primogénita tuviera el plan de huir del país en busca de su felicidad.

Así fue que mi madre, con ayuda de su hermano menor que la adoraba, huyó con mi padre, dejando plantado en el altar al gran Máximo Agnelli.

Llegaron a Estados Unidos, refugiándose de ambas familias. Cambiaron sus nombres por otros locales, con sus pocos ahorros compraron una casa y se establecieron en Boston.

A los pocos meses, mi madre quedó embarazada de mí. Nunca más supieron de sus familias, cortaron todo lazo con ellos, se mantuvieron en las sombras.

Hasta que, unos meses antes de que naciera, mi padre se unió a uno de los clanes más poderosos de la región. Con los años fue escalando posiciones, convirtiéndose en la mano derecha del líder, pero no todo fue color de rosa.

Mi madre quedó embarazada de mi hermana. Ava. Todo parecía ir bien, nuestra familia iba aumentando y todos estábamos felices, pero el día del nacimiento de Ava, mi madre falleció en el parto.

La tristeza consumió a mi padre, entró en un estado depresivo que por poco lo llevó a la muerte. De un día para el otro, era el hombre más feliz junto a la mujer por la cual daba su vida y al otro, el ser más infeliz al verla morir.

En ese entonces, tenía seis años y no comprendía demasiado. Solo sabía que no habría más domingos de lasaña, miércoles de parque y sábados de películas con mamá.

Ella estaba con sus amigos, los ángeles, pero se había olvidado de sus dos pequeñas demonizas aquí. Supuse que éramos demasiado malas para irnos con ella.

Con los meses, mi padre logró recuperarse. Se volvió padre soltero, cuidaba a sus preciosas reinas, como él nos llamaba. Siempre nos decía que éramos el idéntico retrato de mi madre: pálidas de piel, cabellera espesa, negra y larga, de ojos grandes, colores verdes, pero no cualquiera; eran verdes olivas; y lo que más amaba, eran nuestras pecas.

Crecimos en una familia llena de amor, comprensión y respeto, pero nunca supe hasta qué sucedió lo de mi violación que, mi padre, me confesó otra verdad.

Mi madre no falleció en el parto por causas naturales, fue asesinada en plena cirugía. Mi madre fue envenenada, nunca pudo conocer a su hija, nunca más pudo cocinar su maravillosa lasaña para mí. No pudo hacerlo más, porque un hombre que solo pensaba en él, un tipo cruel y sádico, la mandó asesinar. Ese hombre era Máximo Agnelli.

Mi padre se enteró por medio de su jefe, que es quien hizo las averiguaciones correspondientes para resolver la incógnita.

Cuando me enteré de toda esta verdad, todo tomó sentido. Lo que le hicieron a mi madre y a mí, fueron consecuencias de desafiar a una mafia que no olvida ni perdona.

Tardé días en procesar todo lo confesado, hasta que me cansé de estar deprimida y decidí tomar cartas en el asunto.

Hablé con mi padre, le informé que quería tomar clases de defensa y estrategia, y aceptó. Fui enviada a Filipinas para ser entrenada, pasé un año entero siendo entrenada para matar, para ser fría como el glacial de Perito Moreno y astuta con mi belleza.

Me convertí en un arma letal, es un veneno que arrasaba con todo lentamente.

Me especialicé en todo tipo de armas y explosivos, tiro al arco y ballesta. Hice especialización tras otra en defensa personal, tanto así que soy experta en Krav Maga, Jiu-Jitsu brasileño, Muay Thai y Aikido, entre otras.

Aunque lo que más amé fue especializarme en Eskrima, Kali y Arnis. El aprender a manejar mis dagas o cualquier arma blanca como una extensión más de mis brazos, despertó una adicción.

Mientras aprendía más idiomas, sabía hablar inglés, italiano y español, pero aprendí el mandarín y alemán.

Después de ese año entero, viajé a China donde me tomé medio año más para especializarme en todo tipo de sistemas inteligentes. El estudiar una carrera en esa rama, me facilitó todo lo que tenía en metas.

Cuando llegó el día de volver a mi hogar, me encontré con que, el jefe de mi padre falleció y, al no tener más descendencia, dejó escrito en su testamento; donde su última orden era que mi padre asumiera su cargo, ejerciendo todo su poder e influencia.

Al tener a mi padre como el máximo jerarca en la red de mafia más grande de América del Norte. Y así, a un año y medio de mi violación, me encaminé en una cacería con todo su apoyo y el de sus hombres. Al poco tiempo, encontré a tres: Jeffrey, Brian y Jacob, pero nunca a Luck.

Los torturé, les clavé cien veces el cuchillo en todas sus cavidades. Hice que los violaran una y otra vez con diferentes objetos hasta desgarrarles todos sus cuerpos.

Después de semanas de música para mis oídos, escuchando sus súplicas, sus lamentos; el deleitarme al verlos desangrarse, era arte.

Desde ese día, descubrí mi pasión por matar. Me fascina ver la sangre escurrirse del cuerpo de los que menos merecen un suspiro de vida; el ver como ese brillo se apaga en sus ojos, pero jamás, dejé de buscar el paradero de Luck, aunque el hijo de puta jamás apareció hasta ahora.

Volví a la universidad, cursé las pocas materias que me faltaban en tiempo récord y me gradué con honores, estaba feliz, pero no del todo. Aún faltaba algo: dos torturas más, dos muertes muy lentas.

Y así fue que, sin importarme más nada ni nadie, me encaminé en mi nuevo plan de venganza: vengarme de Máximo Agnelli.

Me nutrí de información, busqué todos sus puntos débiles dentro del alto y bajo mundo de donde se rodea hasta que descubrí a su hijo.

El magnífico Alessandro Agnelli: piloto, políglota, un sádico asesino y cruel soldado de La Mano Negra.

Mi plan era enamorarlo, someterlo a mi belleza hasta que fuera dependiente de mí y que, por esa devoción a mí, me convirtiera en reina de su clan.

Estuve tan cerca de eso, pero fallé. Involucre sentimientos que no tenía por qué hacerlo. Me entrené para eso, pero no pude.

Caí de rodillas a la bestia de ojos grises.

Ese castaño está demasiado agarrado de mis entrañas, de mi ser, de mi alma.

Estoy enamorada del hijo de mi verdugo.

Enamorada hasta los huesos. Tan enamorada hasta que mi plan se fue a la mierda desde esa noche en que suplicó que lo amará.

Esa noche quise gritarle que lo amaba, pero mi boca no lo quería decir.

Estoy enamorada, tanto que daría mi vida por él de ser necesario. Seré su sombra, su escudo, su arma, seré todo lo que él quiera que sea.

Porque amo a Alessandro Agnelli y nadie cambiará eso, y el que se atreva a intentarlo, morirá.

Alessandro, mi bestia de ojos grises.

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