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CAPÍTULO 33

Alessandro

Las llamas de ira arden en mi interior mientras observo el video. La imagen de ese bastardo besando a Astrid me provoca una punzada de dolor en el pecho, un sentimiento que no experimento hace mucho tiempo.

—Destruirme—, susurro roncamente—. Ese es su plan, ¿no?

Mi pelinegra está sentada frente a mí, permanece tranquila, sin una pizca de culpa en su rostro—. Era necesario—, afirma—. Tenía que saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

—¡Necesario! —, espeto sarcásticamente, levantándome de mi asiento—. ¿Necesario era que te besara? ¿Qué te manoseara?

Mi voz resuena en la habitación, llenándola de una furia que yo solo puedo contener. Las olivas que tiene como luceros se clavan en mí.

—¡No puedes reclamarme nada! —, espeta, su voz vibra con furia—. Ya sabías de qué se trataba, el que avisa no traiciona. Era necesario y punto, Alessandro.

Sé que tiene razón, pero es que los celos me avasallan.

—Lo sé—, murmuro, tratando de defenderme—. Pero no puedo evitar sentir celos.

Nuestra discusión me lleva a nuestros principios, donde discutíamos todo el tiempo en la escudería y lo arreglábamos a los besos, casi cogidas.

La ira y la frustración se mezclan con el deseo, y la nostalgia. Hace tanto tiempo que no estamos juntos, y ambos nos negamos a dar el siguiente paso.

—Astrid—, susurro, acercándome a ella—. No quiero discutir. Solo quiero...

—¿Qué quieres? —, me desafía, me mira con esos verdes que me vuelven loco.

—Te quiero a ti—, afirmo, tomándole la mano—. Te quiero a mi lado, en mi cama, en mi vida. Quiero escucharte, quiero saber todo lo que te atormenta, quiero todo de ti.

—Yo también—se doblega—, pero es que tienes que aprender a separar lo que es estrategia y lo que es nuestra relación.

—Coincido en lo que dices—tomo su rostro con mis manos—, no voy a negarte nada.

No pienso discutir por algo que sabía perfectamente que tenía que llevarse a cabo. Así que dejo que sea balance sobre mi boca, dejándome sin aliento cuando sujeta mi rostro con sus manos delicadas. Puta madre, me pone caliente inmediatamente y mis manos se ubican en su gran culo mientras alzo el vestido que lo cubre y juego con las tiras de su tanga.

—Te extraño, Alessandro—, jadea contra mi boca—. Te extraño dentro mío, despertar a tu lado y todo de ti.

Mi respuesta es deslizar sus bragas afuera y le quito el vestido, dejándola desnuda.

El cabello negro, largo y con sus ondas le cubren las tetas, así que se lo echo hacia atrás.

—Quiero—, mi boca se atraganta chupando sus pezones, me prendo con fuerza y se empieza a mover sobre mi regazo.

El roce de mi lengua hace que eche la cabeza hacia atrás, poniendo los ojos en blanco, jadeando. Sus manos están sobre mis hombros y alterno entre una y otra. Se las chupo como jamás lo hice antes y aprovecho el que esta pérdida para liberar mi verga del pantalón.

Llevo su espalda contra el sofá e intenta moverse otra vez, pero terminamos en la alfombra con ella debajo de mí.

Separo sus piernas, entrando en ella con una sola arremetida y está tan apretada, tan estrecha que es lo mejor después de tantas semanas en abstinencia.

—Estás... estás tan estrecha, nena—, jadeo mientras la embisto.

—Mhhhh—, gimotea, agarrándose las tetas con fuerza—. Lo que te extrañe, mi amor.

Invado su boca, follándola como la bestia que soy, poniéndola a jadear como la perra en celo que es. Sujeto su rostro con una mano, la obligo a mirarme mientras le doy más duro, mientras mi torso roza contra sus pechos.

Se aferra a mis hombros cuando aumento las embestidas consiguiendo que sus paredes se contraigan en un orgasmo y yo corriéndome con ella.

Me dejo caer a su lado, ambos con la respiración agitada aún jadeante. Ella aparta mi camisa entreabierta y recuesta su cabeza en mi pecho desnudo mientras juega con sus dedos sobre mi abdomen.

Su calor se extiende por mi pecho como un bálsamo después de una masacre. Su respiración tranquila se mezcla con el sonido de la lluvia golpeando los ventanales. El silencio reconfortante reina en el despacho, solo roto por el suave roce de su pierna sobre las mías cuando las entrelaza.

De pronto, su voz rompe la paz—. Es hora de hablar—, su voz es apenas audible—. Estoy preparada para contarte toda mi verdad.

Un suspiro escapa de mis labios, una mezcla de cansancio y resignación. La incertidumbre me carcome por dentro, pero una parte de mí anhela escuchar lo que tiene que decir, sin importar las consecuencias.

Porque siendo sincero, hace semanas Tom me entrego el expediente de Astrid que, pesa más que una pelota de fútbol.

—¿Qué quieres decir? —, pregunto con voz ronca.

Ella se separa de mí, apoyándose en su codo para mirarme a los ojos—. Te contaré todo—; sus ojos verdes me hipnotizan por la determinación que transmiten—. Desde el principio hasta el final. Y después, tú decides qué hacer conmigo.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. La intensidad de su mirada me deja sin habla. Sé que estoy a punto de escuchar lo que cambié mi vida para siempre.

—Ahora no, ¿te parece que esta noche cenemos y platicamos?

—Está bien—, una sonrisa triste y hermosa se alza en sus labios.

La observo con una mirada intensa, sintiendo la conexión que tenemos. A medida que me siento y me acerco, coloco una de mis manos con delicadeza en su mejilla, acariciando su piel suavemente.

Con delicadeza, le tomo del mentón, llevando mis labios a los suyos en un beso tierno y reconfortante que, jamás pensé darle a alguien.

Mis labios recorren el cuerpo de mi pelinegra con una ternura que contrasta con el deseo en mi interior. Sus manos acarician mi cabello, sus jadeos avivan la llama que arde dentro mío.

Cada beso, cada caricia, es una declaración de amor, una súplica por más. La necesito cerca, sentir su piel contra la mía, su calor envolviéndome, me vuelve loco.

Mis manos se pasean por su cuerpo, explorando cada curva, cada centímetro de su piel. Sus ojos se cierran con deleite, su respiración se acelera al ritmo de mis besos.

De repente, un golpe seco en la puerta nos congela. Un rugido escapa de mi garganta mientras aprieto los dientes con furia.

—¡¿Quién mierda es?! —, grito ásperamente, sin apartar mis ojos de Astrid —. ¡No se le ocurra pasar o le arrancaré la maldita cabeza!

Un silencio expectante se apodera del ambiente.

—Tranquilo, Alessandro—, una voz familiar resuena del otro lado de la puerta —. Solo soy yo, John. Y no, no quiero ver a nadie en pelotas otra vez.

Un bufido sale de mi boca mientras me levanto del suelo, con la mirada fulminante clavada en la puerta. Me acomodo los pantalones, guardando mi polla erecta dentro. Astrid se incorpora, vistiéndose rápidamente de nuevo con una sonrisa divertida en sus labios.

—Parece que la historia se repite—, dice con un guiño pícaro—. La última vez que nos interrumpió también estábamos en pleno acto.

Recuerdo la noche en que mi pelinegra me estaba montando deliciosamente en el sofá. Hasta que John vino a decirme que mi padre masacro a todos mis hombres.

—¡Cállate! —, gruño, y camino hacia la puerta—. ¡Y vete de aquí antes que pierda la paciencia!

Abro la puerta de golpe, fulminando a John con la mirada. Su rostro está enrojecido por la risa, sus ojos brillan con picardía.

Astrid se despide con un beso en la mejilla; su aroma aún impregna el aire. La observo alejarse, su cuerpo se mueve con una gracia que me hipnotiza.

John, aun con una sonrisa divertida en su rostro, se sienta frente a mí—. Esa mujer es increíble; no borra la maldita picardía de su voz.

Un gruñido escapa de mi garganta. La idea de que alguien más aprecie a Astrid me llena de una ira irracional,

—Cállate—, ordeno.

John se calma al ver la furia en mi rostro—. Tranquilo, solo bromeo—, se pone serio de repente —. En fin, tengo noticias.

—Dime—, mi impaciencia se hace notar en el tambaleo de mis dedos sobre el escritorio.

—Los clanes aceptaron reunirse aquí mañana por la noche, como ordenaste—, informa John.

Un brillo de satisfacción se apodera de mis ojos. La hora de la verdad se acerca, y yo estoy listo para ejecutar mi plan.

—Excelente—, mis labios forman una sonrisa cruel —. Es hora de que demuestren su lealtad hacía su líder.

—¿Qué tienes en mente? —, siempre tan chismoso.

No respondo a su pregunta. Un plan macabro se gesta en mi interior, un plan que deleita mi lado más oscuro.

—Ya lo verás—, digo con un tono enigmático—. Te prometo que será un espectáculo inolvidable.

John se queda en silencio, observándome con una mezcla de intriga y satisfacción. Sabe que no debe presionarme, que, tarde o temprano, le revelaré mis planes.

—Bien—, acepta finalmente—. Hablemos de la temporada. Tenemos que decidir tus movimientos.

Asiento con la cabeza, disimulando la impaciencia que me consume. La temporada es importante, pero en este momento es lo menos que quiero hacer.

Solo pienso en que, mañana por la noche, el juego comenzará. Y yo, Alessandro Agnelli, saldré victorioso.

Astrid

La luz tenue del atardecer se filtra por las ventanas de la habitación, creando un ambiente cálido y acogedor. Me encuentro sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida en el paisaje que extiende ante mí: los campos de flores silvestres, bañados por la luz dorada del sol, parecen un cuadro impresionista.

Un suspiro escapa de mis labios mientras me sujeto firmemente a las sabanas. La paz que reina en la villa contrasta con el infierno de emociones que se prende en mi interior.

No puedo negar que Alessandro es un gran hombre. A pesar de todo lo que le hice, de las mentiras y los engaños, él nunca me pagó con la misma moneda. Su paciencia y su comprensión me conmueven hasta lo más profundo de mi ser.

Me levanto de la cama y me acerco a la ventana. El aroma de las flores silvestres se mezcla con el aire fresco de la tarde, llenando mis pulmones de una sensación de calma.

—No más mentiras—, susurro para mí misma—. No más engaños.

Llego el momento de ser honesta conmigo misma y con él. No puedo seguir viviendo una farsa, una mentira que solo nos trae dolor a los dos.

El sonido del celular resuena en la habitación, rompiendo el silencio con un chirrido estridente.

Al responder, solo escucho una respiración familiar, una que me aterra. Un escalofrío recorre mi cuerpo y mis manos comienzan a temblar.

—Hola, As—, la voz masculina resuena en el auricular, cargada de satisfacción—. Hace semanas no escuchaba tu maravilloso miedo.

Trago saliva, luchando por controlar el temblor de mi voz—. ¿Qué quieres? —, pregunto con un hilo de voz.

—Jugar un poco—, escucho esa risa cruel de Luck—. Disfruto escuchar, ver y sentir tu miedo, As. Me recuerda a los viejos tiempos.

Las lágrimas brotan de mis ojos, las imágenes horribles inundan mi mente. Los gritos, la sangre, el dolor. Esa maldita semana de mi pasado me persigue como una sombra omnipresente.

—¡Basta! —, grito, llena de furia y dolor—. ¡Déjame en paz!

—Si me suplicas, tal vez lo haga—, se burla—. Pero primero, dime qué se siente ser la puta de ese tipo. ¿Te folla como yo lo hacía, As? ¿Te hace implorar por más, como yo?

Aprieto los dientes, la ira se mezcla con el miedo—. No te tengo miedo—, trato de sonar firme—. Y si te acercas a mí o a los míos, te juro que sufrirás el mismo destino que los hijos de puta de tus amigos.

Luck se ríe con estruendo—. No me hagas reír. Eres una puta para todos los hombres. Solo te usamos y luego te desechamos.

Sus palabras humillantes, la vergüenza y la impotencia... me siento vulnerable, expuesta, como si estuviera desnuda en público nuevamente.

—¡No es verdad! —, grito, y niego con la cabeza mientras las lágrimas corren por mis mejillas—. Tú y tus amigos, ustedes me arruinaron, pero ya no más. No soy la misma Astrid de hace tres años. Y, no vuelvas a llamarme As, por qué...

Las palabras se ahogan en mi garganta. No puedo negar la verdad. Fui usada, desechada, una marioneta en manos de ellos.

Sin embargo, algo cambió. Ya no soy la misma de antes. Ahora soy lo suficientemente fuerte para defenderme y proteger a los que amo.

—Cállate—, ordeno mientras me seco las lágrimas con furia—, No te daré la satisfacción de verme hecha mierda. Ya no te tengo miedo.

—¡¿Quién te crees que eres para ordenarme maldita zorra?! —, ruge a través de la línea—. ¡Sal al balcón ahora mismo y mira hacia el río Trebbia!

Obedezco, no por miedo, sino por una mezcla de duda y curiosidad. Me dirijo al balcón y sus ojos se posan en el río que serpentea a través del valle.

—El vestido lila te queda espectacular—, la voz ronca, cargada de deseo, me genera asco—. Tu cuerpo es tan perfecto... me dan ganas de colgarte del techo nuevamente y ...

Siento náuseas. La repulsión y el asco me invaden como un veneno. La voz de Luck, que antes me producía terror, ahora solo me causa repugnancia.

De pronto, mi mente se ilumina. Luck me está espiando, desde alguna villa del otro lado del río, observa cada uno de mis movimientos.

Mi cuerpo tiembla de paranoia. La villa de Alessandro está siendo vigilada. Lo están acechando, nos quieren atacar.

—Todo el lugar está siendo espiado—, afirma con voz gélida—. Si se te ocurre decir algo, tenemos órdenes del gran jerarca de explotar esa maldita casa.

Aprieto los dientes, la furia y el miedo se mezclan en un coctel explosivo. No permitiré que estos cobardes me intimiden. No dejaré que me destruyan.

—En las próximas horas recibirás un mensaje especial de tu mayor admirador y más vale que lo cumplas. Porque si no, explotan.

Cuelga el teléfono y mi mirada se enciende en el río Trebbia. En algún lugar, entre las sombras, Luck me observa.

No me inmuto ante sus amenazas. No me voy a quedar de brazos cruzados, esperando a que la tragedia me golpeé.

Sé muy bien que el gran jerarca es Máximo Agnelli, ese hijo de puta que, tanto, me jodió la vida y sigue haciéndolo. La idea de que él esté detrás de todo esto me llena de un frío glacial, pero también de una determinación férrea.

Tengo que advertirle a Alessandro. Mi vida, la de él, la de todos en la villa, corre peligro. Pero hacerlo sin levantar sospechas es una tarea titánica. La casa está plagada de ojos y oídos invisibles.

Un plan comienza a tomar forma en mi mente. Una idea arriesgada, pero que puede funcionar.

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Estoy sentada junto a Alessandro, en la cena. Finjo una naturalidad que no siento. Disimuladamente, deslizo un pequeño papel en su mano, bajo la mesa.

En el papel, solo dos palabras—. Jardín, medianoche.

El castaño me mira con una mezcla de sorpresa y curiosidad, apenas perceptible para los demás. Un leve asentimiento de cabeza confirma que recibió el mensaje.

Esta noche se suponía que le contaría toda mi verdad, que podría desahogarme de todo lo que sufrí, pero otra vez, ese malnacido me arruina la noche.

Las siguientes horas son una tortura. La tensión me consume por dentro, cada minuto es una agonía.

Finalmente, llega la medianoche. La luna brilla con intensidad, bañando la villa en una luz plateada. Me dirijo al jardín, mi corazón palpita con fuerza.

Alessandro no tarda en llegar. Sus ojos grises brillan con una intensidad inusual, una mezcla de expectación y aprensión.

—Astrid, ¿qué sucede? —, su voz es apenas audible.

Respiro hondo y le cuento todo. Las amenazas de alguien desconocido, no quiero nombrar que lo conozco porque sé que debería explicarle todo y no hay tiempo para eso. Le cuento la vigilancia constante, el plan de su padre.

Él me escucha en silencio, su rostro impasible, pero sus ojos delatan la furia que crece en su interior.

—Hijos de puta—, se aprieta el ceño con una de sus manos—. No te preocupes, me haré cargo.

—No podemos actuar de forma impulsiva. Debemos ser cautelosos, más astutos. 

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