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CAPÍTULO 32

Los tacones de aguja golpean suavemente el suelo de madera mientras me paseo de un lado a otro de la habitación. Mi vestido rojo, ceñido a mi cuerpo como una segunda piel, resaltan mis curvas y acentúa mi mirada sensual. Unas ondas sutiles en mi cabello pelinegro enmarcan mi rostro, donde una sonrisa enigmática se dibuja en mis labios.

Mi mirada se posa en el espejo, reflejando una imagen de belleza y misterio. La cena que preparé es una simple excusa. Lo que realmente busco son respuestas. Respuestas sobre si Erik es aliado de Máximo Agnelli.

Estoy decidida a descubrir la verdad, planee una cena casual en la intimidad de mi habitación. Una cena donde la sensualidad y la coquetería serán mis armas para obtener lo que anhelo.

Las velas encienden la habitación del hotel con una luz tenue y romántica. Las cámaras están, en su lugar, lugares estratégicos para captar cada palabra y acción. Acomodo la botella de vino para que repose sobre la mesa, lista para ser descorchada.

Un golpe en la puerta me saca de mi ensoñación. Mi corazón palpita nervioso, él llegó.

Al abrir la puerta, mi sonrisa se amplía. Erik, vestido con una camisa celeste y jeans oscuros, una imagen perfecta comparada al "accidente" que se provocó, está demasiado bien.

—Te ves hermosa—, dice, con un tono de admiración.

—Gracias—, respondo, con una mirada seductora en mis ojos—. Adelante, la cena está lista.

El rubio se sienta en la mesa, aún fascinado por mi belleza. La conversación fluye con naturalidad, entre risas y anécdotas. La tensión se intensifica con cada copa de vino, con cada mirada furtiva que le lanzo.

Finalmente, cuando el postre es un solo recuerdo y la botella de vino está vacía, y su borrachera es alta, decido dar el paso final.

—Erik—, digo con voz suave, me acerco a él, apoyando mis manos en la mesa—. Hay algo que necesito saber para poder confiar en ti.

—¿Qué es? —, sus luceros azules me miran con una mezcla de curiosidad y deseo.

Respiro hondo, preparándome para la pregunta que podría cambiar el curso de nuestras vidas.

—Quiero vengarme de Alessandro, me humilló y menosprecio mi lealtad hacia él, lo quiero hundir—, miento descaradamente—. Quiero saber, ¿qué planeas hacer con él? —, susurro, con mis ojos clavados en los suyos.

Un silencio se apodera de la habitación. La tensión es palpable. En su mirada, puedo ver lo sorprendido y desconfiado que está. Y entonces, él sonríe.

—Destruirlo, y una aliada como tú, no vendría mal—, confiesa con voz ronca—. Si quieres te puedes unir.

Los labios de Erik se posan sobre los míos intensamente. Su cuerpo se presiona contra el mío, sus manos recorren mi espalda. Una oleada de náuseas me invade, pero la apreto contra mi pecho. No puedo dejar que él note mi repulsión.

Correspondo al beso, fingiendo pasión y deseo. Mis ojos se cierran, concentrándome en la información que necesito obtener.

Me separo del beso, buscando aire—. Erik—, susurro roncamente—. ¿Tienes alianzas con alguien más?

Me mira con una sonrisa traviesa—. Sí, es un viejo amigo que también quiere a Alessandro fuera de este mundo.

—Explícame—me acerco a él.

Se inclina hacia mí, y susurra en mi oído—. Mi amigo tiene los recursos, la información, la influencia. Juntos, somos imparables.

Mientras habla, sus manos se deslizan por mi espalda y bajan hacia mis muslos. Un escalofrío de repugnancia me recorre, pero me obligo a quedarme quieta. No puedo arruinarlo ahora.

—Erik—, lo empujo suavemente—. Creo que es hora de celebrar.

Me levanto de la mesa y me dirijo al minibar, busco la botella de champán que compré esta misma tarde. La adrenalina bombea por mis venas, mi corazón palpita con una mezcla de miedo y excitación.

Mientras descorcho la botella, vierto dos copas, dándole la espalda. Le permito que aprecie mis curvas, que me desee, mientras más prendado esté de mí, será mejor. Es un hombre atractivo, inteligente, pero también es un traidor.

Vierto el líquido transparente en su copa, una mínima dosis que lo sumirá en un profundo sueño. No lo matará, pero dará tiempo de descubrir sus planes y proteger a mi hombre.

Levanto las copas, brindo por él—. Por nosotros —, le sonrío falsamente—. Por un futuro juntos.

El mar que posee como ojos me escrutan y sus labios se alzan en una sonrisa cómplice—. Por un futuro juntos—, repite, chocando su copa con la mía.

Bebemos el champán, y la seducción continúa. Erik me besa con más ardor, sus manos se deslizan por mi cuerpo con una avidez que me enciende. Sin embargo, poco a poco, su ritmo comienza a decaer. Sus ojos se cierran, su cuerpo se vuelve pesado. La medicación está haciendo efecto.

Lo conduzco hacia la cama, donde lo recuesto con cuidado. Su respiración se vuelve lenta y profunda, su rostro se relaja en un sueño profundo.

Me siento a su lado, observándolo con una mezcla de tristeza y determinación. Logré descubrir su traición, pero a un precio muy alto.

Tomo aire y me acerco a él con cautela. Sus músculos relajados bajo la fina tela de la camisa blanca me recuerdan horribles momentos. Con manos temblorosas, comienzo a desvestirlo, cada prenda que cae al suelo alimenta mi furia.

Una vez casi desnudo, solo con su bóxer azul, lo ato a la cama con firmeza. La tarjeta de su habitación brilla en la mesita de noche, un pequeño trofeo a mi osadía.

Si no fueras un traidor y no estuvieras enamorada de Alessandro, serías, perfecto, Karlsson.

Agarro la tarjeta y corro hacía su habitación, sintiendo el latido de mi corazón en mi pecho. La puerta se abre con un clic, revelando un espacio ordenado e impersonal.

Tom, el antonegra de Alessandro, aparece en el umbral, su mirada vigilante refleja la tensión del momento.

—Señorita, ¿está todo en orden? —, pregunta en voz baja.

Asiento con la cabeza, sin poder ocultar el temblor en mi voz—. Necesito encontrar pruebas—, mis ojos se clavan en el escritorio de Karlsson.

Juntos, comenzamos la búsqueda. Revisamos cada cajón, cada estante, cada rincón de la habitación, dejando todo como estaba para que no haya sospecha.

Documentos, fotos, agendas, todo parece normal. Incluso la caja fuerte, que encontré su clave y al abrirla no hay más que algunas joyas y dinero, no guarda ningún secreto incriminatorio. La frustración comienza a apoderarse de mí.

De repente, mis ojos se posan en la tablet que descansa sobre la mesa. Un último resquicio de esperanza me impulsa a tomarla.

Está bloqueada por un código de acceso, pero no me rindo. Busco mi equipo a mi habitación, de paso reviso que todo siga igual, Erik sigue dopado.

Genial.

Agarro mi notebook, cables y memoria externa. Conecto la tablet a mi equipo y, utilizando un software de recuperación de datos, logro acceder a su contenido.

Es como si una caja de Pandora se abriera ante mí. Archivos confidenciales, mensajes encriptados, fotos comprometedoras... todo está aquí, delante de mis ojos.

Con manos temblorosas, copio todos los datos en una memoria extraíble. La madrugada se nos va en la búsqueda y recopilación de evidencias.

Cuando los primeros rayos de sol se cuelan por los ventanales, me dirijo a mi baño, fingiendo una mañana de sexo salvaje que nunca existió.

Mientras la ducha lava mi cuerpo, también lava mi alma de la repugnancia que siento. Lo que descubrí es terrible, pero también es una oportunidad para desenmascarar a los hijos de puta que me quieren arruinar.

El vapor de la ducha se arremolina a mi alrededor, empañando el espejo. Mi cuerpo aún vibra por la adrenalina de la noche. Un nudo de tensión se aprieta en mi garganta mientras me visto con rapidez.

No hay tiempo para dudas ni remordimientos. Mi objetivo es claro: llegar a Italia junto a Alessandro y demostrar la hija de puta que puedo ser cuando se meten conmigo.

Salgo del baño con paso firme, encontrándome con la mirada azul atónita de Karlsson. Sus ojos se posan en su cuerpo desnudo, luego en la cama revuelta, y finalmente en mí. La confusión se refleja en su rostro.

—Astrid— murmura, su voz áspera por el sueño—. ¿Qué sucedió?

Trago saliva, reprimiendo la náusea que amenaza con subir por mi garganta—. No me digas que te olvidaste de la noche increíble que pasamos—, miento con una sonrisa descarada—. Es de muy mala educación, no recordar, eh.

Sus ojos se entrecierran, buscando una señal de mentira en mi expresión—. Pero... ¿Por qué estás vestida? ¿Y a dónde vas?

—Tengo que irme—, lo evado—. Un problema familiar urgente, pero me verás pronto. Te lo prometo—. Estaré para la carrera en Imola—, agrego, tratando de sonar convincente—. Estaré allí, no pienso rendirme hasta demostrar mi inocencia.

El piloto me mira por un largo instante, como si intentara descifrar mis palabras. Aún confundido por la situación, se levanta de la cama y se acerca a mí—. Astrid—, su voz es suave—. Te puedo acompañar si quieres, tampoco hace falta que vayas hasta Imola. Alessandro solo quiere hacerte daño, te está manipulando.

Sujeto su rostro con mis manos y poso mis labios sobre los suyos, en un beso suave. Acaricio su mejilla y dejo otro beso allí.

Finalmente, asiente con la cabeza, todavía con una expresión de duda en su rostro.

—Cuídate.

Me despido de él con un beso en la mejilla, un beso que no significa nada, un beso que solo sirve para sellar mi engaño.

Salgo de la habitación con paso firme hacia el aeropuerto. Tom me espera en la salida del hotel, con mis maletas en las manos.

Nos encaminamos al aeropuerto de Miami, rumbo al próximo destino. 

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