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CAPÍTULO 31

Alessandro

El sol de la mañana filtra a través de las ventanas del despacho, iluminando la opulenta decoración de mi finca. Sin embargo, la luz no logra disipar la oscuridad que se cierne sobre mi mente. El accidente de Karlsson me trastornó, llenándome de una mezcla de emociones que me consumen.

Camino de un lado a otro de la habitación, con el teléfono en la mano, mi voz tensa y llena de nerviosismo.

—¡No puede ser! —, exclamo, gesticulando con furia —. ¡Karlsson pudo haber muerto!

John, al otro lado de la línea, intenta mantener la calma —. Lo sé, Alessandro —, contesta con tono mesurado —. Pero fue un accidente. No hay que sacar conclusiones precipitadas.

—¡No me vengas con eso de que fue un accidente! —, grito —. Estoy seguro de que Astrid está detrás de esto. Ella tiene algo que ver.

Un silencio se apoderó del otro lado de la línea.

—Alessandro —, habla finalmente —. Te estás dejando llevar por la paranoia. Astrid no es capaz de traicionarnos. Ella te quiere.

—¡No la defiendas! — bramo y golpeo la mesa con mi puño —. Ella es una manipuladora, una mentirosa. Ya sabemos cómo me fue por enamorarme de esa arpía.

—¡Eso es una locura! —, exclama —. Tú no sabes la verdad porque no quieres, te quiso explicar mil veces y no la quisiste escuchar. Prefieres vivir en tu maldito mundo de mentiras —, continúa gritándome —. Está siendo víctima de un juego perverso de tu padre, al igual que tú.

Sus palabras me golpean como un puñetazo en mi entrepierna. La idea de que esté siendo manipulado me llena de una furia aún mayor.

—¿Qué juego? —, pregunto con voz ronca, mirando fijamente el suelo.

—No lo sé —, responde —. Estoy averiguando, pero Máximo está jugando con nosotros, moviendo las piezas como si fuéramos marionetas. Tenemos que ser inteligentes y no caer en su trampa.

Me quedo en silencio, meditando sus palabras. La ira y la confusión se mezclan en mi interior, creando una tormenta de emociones que me amenazan.

—Tienes razón —, me resigno —. Tengo que calmarme y pensar con claridad. No pienso ser controlado.

—Esa es la actitud —, responde aliviado —. Confía en mí, juntos vamos a descubrir la verdad.

Cuelgo el teléfono y me siento en el escritorio, mirando al vacío. La imagen de Astrid se refleja en mis ojos, que ahora está manchada por la duda y la sospecha.

El sentimiento de culpa me invade. ¿Fui demasiado duro con ella? ¿La juzgué mal?

Un golpe seco en la puerta del despacho resuena en la opulenta habitación. Levanto la vista del escritorio.

—Adelante —, gruño, cansado por la falta de sueño.

La puerta se abre y Tom, entra a la habitación. Su mirada es seria, como de costumbre.

Me levanto del escritorio y me acerco a él, con los ojos clavados en su rostro.

—¿Tienes noticias? —, hablo bajo.

Tom asiente con la cabeza —. Sí, señor —, responde —. He seguido la pista que nos dio la jefa de Luo Lim.

—¿Y qué encontraste?

—He localizado a las personas mencionadas. Y confirmaron que su padre se esconde en su fortaleza en Italia.

La ira y la sed de venganza me consumen por dentro.

—¡Esa rata tiene que pagar con sangre todo lo que hizo! —, bramo, dando un golpe a la mesa con mi puño —. ¡No descansaré hasta que su cabeza no esté colgada ante todos los clanes!

Mi hombre de confianza me observa serio, sin ninguna emoción a la vista. Sabe que la búsqueda por mi padre es una obsesión, una que me consume.

—Tranquilo señor —, trata de calmarme —. Sabe que hay que pensar con la cabeza en frío.

Respiro hondo, intento controlar mi furia —. Lo sé. Reúne a todos los clanes que me rinden lealtad para mañana en Italia, esta noche nos vamos para allá.

El castaño asiente —. Sí, señor. Lo haré de inmediato.

Se da la vuelta y sale del despacho, dejándome solo con mis pensamientos.

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El agua fría de la ducha se desliza por mi cuerpo, relajando mis músculos tensos. Mi mente, sin embargo, está lejos de la paz. La imagen de mi padre me persigue como una sombra.

De pronto, un golpe seco resuena en la habitación. El sonido me congela, el agua fría se convierte en un río de hielo que corre por mi espalda.

La paranoia se apodera de mí, imágenes de las traiciones y muertes invaden mi mente.

Sin pensarlo dos veces, me ato la toalla a la cintura, aún mojado, y mi mano derecha se dirige instintivamente al mármol oscuro, donde descansa mi Beretta 92FS, cargada y lista para usar.

Llego a la habitación y encuentro la puerta del balcón abierta, el sofá caído en un costado. Y ahí, en el suelo, está ella: Astrid.

Se levanta con dificultad, con un gesto de dolor en el rostro. Sus ojos brillan con una mezcla de miedo y determinación.

Le apunto con el arma, pero la bajo sin pensarlo.

Automáticamente, su rostro se desfigura en una sonrisa macabra, una sonrisa que a mí me derrite.

Corre, hacia mí y salta, abrazándome con sus piernas en mi cintura y sus brazos en mi cuello.

Dejo la Beretta sobre el mueble que tengo al lado y la sujeto como el loco posesivo que soy.

—¿Qué haces aquí? —, cuestiono, acordamos no vernos para que fuera creíble la situación.

La pelinegra me mira con esa intensidad que me enamora —. Necesitaba verte —, afirma —. Esto de fingir que nos odiamos, me fastidia, mi amor.

Una risa se escapa de mi garganta, me fascina lo descarada que es. —¿Me extrañas a mí o a esto? — la froto contra mi verga erecta que solo la tapa una simple toalla.

Se muerde el labio inferior y cierra los ojos, dejándose llevar por mis movimientos.

—No me desconcentres, vamos al punto.

—Lo podemos hablar después —comienzo a besar su cuello desnudo mientras camino al baño.

—Bájame ahora —ordena y como el esclavo que soy a esos luceros que iluminan mis días, obedezco. —Bien, hablemos porque descubrí un par de cosas.

—Te escucho —camino al vestidor y comienzo a vestirme mientras ella comienza a hablar.

—Karlsson, anoche antes de irme a ver en mi habitación, tuvo una llamada que salió desde el pitlane de Miami.

Cuando recuerdo lo de anoche, me hierve la sangre. Ese malnacido se atrevió a besarla, ¡A besarla! ¡Besó a mi novia el hijo de perra!

—No me recuerdes que ese huérfano te beso —bramo, enojado por esa puta imagen.

Si no hubiese sido por ella, ayer mismo le arrancaba cada pedazo de piel.

—Ya, deja esos celos —se acerca a besar mi espalda desnuda para persuadirme.

—Alto ahí manipuladora —la detengo antes de que siga, ella no quiere que follemos, bueno, que no me caliente tampoco.

Frunce el ceño ante mi rechazo, pero rápidamente me sonríe.

Maldita manipuladora.

—Como quieras, como te decía —continúa—. Además, tuvo otra llamada y ese vino desde Italia, y lamento decir que solo una persona vive ahí.

Sus palabras resuenan en mi mente porque es algo que ya sospechaba.

—Máximo — declaro y asiente.

—Tengo un plan para confirmarlo, pero necesito de tu ayuda —me interrumpe antes de que pueda continuar.

Camino de un lado al otro del vestidor, me imagino lo que quiere hacer porque lo planteó cuando hablamos de este plan y no me gusta nada.

—Confía — susurra, besando mi mejilla.

Y me tiré sin paracaídas.

—Está bien, hazlo. 


𝑩𝒖𝒆𝒏𝒐, 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒚𝒐 𝒂𝒗𝒊𝒔𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒎𝒆 𝒍𝒐 𝒎𝒂𝒍𝒕𝒓𝒂𝒕𝒂𝒓𝒂𝒏 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒂 𝑨𝒍𝒆𝒔𝒔𝒂𝒏𝒅𝒓𝒊𝒕𝒐...

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