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CAPÍTULO 30

Erik

La luz de la habitación del hotel Four Seasons de Miami baña mi rostro mientras observo la pantalla de mi tablet. La videollamada con Máximo terminó, y una mezcla de emociones pugna por salir a la superficie. Un leve temblor en mis manos, apenas perceptible, delata la inquietud que me carcome por dentro.

Mi mirada fría y penetrante, se clava en la imagen congelada de Máximo Agnelli en la pantalla. Una sonrisa irónica se dibuja en mis labios, una máscara que oculta la ira que hierve en mi interior. La satisfacción de haber logrado que Alessandro despida a Astrid se mezcla con el miedo a las impredecibles intenciones de Máximo.

—Ni se te ocurra tocarla —, gruño a través del dispositivo con voz ronca y tensa.

Pero su respuesta es un silencio glacial, un corte abrupto de la comunicación que me deja con un sabor amargo en la boca.

Me levanto de la cama con movimientos bruscos, la impecable camisa blanca se arruga ligeramente. Mis pasos resuenan en la habitación alfombrada, dirigiéndome hacia el ventanal.

Desde aquí, puedo contemplar la magnífica ciudad, el perfil urbano iluminado por las luces nocturnas. Pero la belleza del paisaje no logra aplacar el huracán que azota en mi mente.

Aprieto los puños con fuerza, las venas de mis brazos se marcan bajo la piel. La ira se manifiesta en la tensión de mi mandíbula, en la rigidez de mi cuerpo. Soy un hombre que estoy acostumbrado a controlar cada aspecto de mi vida, y ahora me encuentro a la merced imprevista de un Agnelli.

Un suspiro escapa de mis labios, cargado de frustración e impotencia. A pesar de la máscara de hombre justo y benevolente que muestro al mundo, no soy ajeno a los sentimientos más oscuros. La atracción que siento por ella es una realidad que me atormenta, un fuego que amenaza con destruirme.

Y ahora, esta mujer que me intriga y me perturba al mismo tiempo, la puse en peligro. La culpa y el miedo se trenza en una madeja inextricable en su interior.

Me alejo del ventanal y me dirijo al minibar. Un trago de whisky añejo, pienso, tal vez ayude a calmar los demonios que me acechan. Sirvo el líquido en un vaso de cristal, observando cómo las luces se reflejan en su superficie.

Me siento en el sofá, con el vaso entre mis manos. La imagen de Astrid se proyecta en mi mente, sus ojos color verdes, su sonrisa radiante. Un golpe de molestia me asalta.

Dejo el vaso sobre la mesa con un golpe seco. La decisión está tomada.

El teléfono vibra en mi mano, rompiendo el silencio de la habitación. Un escalofrío recorre mi espalda mientras observo la pantalla. Un solo nombre.

Con un gesto impaciente, respondo la llamada. Mi voz suena áspera, cargada de tensión apenas contenida.

—¿Está hecho? —, voy al punto.

Un silencio tenso se apodera del otro lado de la línea. Finalmente, la voz ronca responde: — Sí, señor. Ya está hecho.

Un suspiro de alivio escapa de mis labios. Sin embargo, la tensión no se disipa.

—Más vale que no me suceda nada —, bramo —. Si me sucede algo, las pagarás con creces.

Cuelgo la llamada bruscamente, arrojo el celular sobre la cama. La ira y la preocupación se mezclan en un torbellino de emociones dentro de mí.

No puedo permitirme el lujo de fallar.

Me dirijo hacia la puerta de la habitación, con pasos firmes y decididos. Mi destino: la habitación de Astrid. Me ofrecí a pagarle la estadía en el hotel hasta que arreglé el problema de su culpabilidad, pero sabemos que no podrá hacerlo.

Un golpe seco resuena en la puerta. Unos segundos después, la puerta se abre y ella aparece ante mí, vestida con una bata blanca que deja al descubierto sus esbeltas piernas. Su rostro se desconcierta al verme.

—Erik —, dice con una fingida sonrisa —. Qué sorpresa.

—Hola, Astrid —, murmuro —. He venido a ver su necesitas algo.

—No, estoy bien —, responde, sin dejar de mirar hacia la puerta del baño —. Gracias por tu amabilidad.

Me quedo mirándola, fascinado por su belleza. Un deseo inesperado se apodera de mí, un fuego que arde en mi interior.

Sin pensarlo dos veces, me acerco a ella y la beso. Un beso apasionado, lleno de una intensidad que me deja sin aliento.

La pelinegra no responde el beso. Sus ojos se abren con sorpresa, y luego se aparta de mí con un gesto de desagrado.

—Esto no está bien, Erik —, dice con firmeza.

Siento como si me hubiera dado una bofetada. La vergüenza y la confusión me inundan.

—Lo siento —, murmuro, con la mirada clavada en el suelo —. No sé qué me pasó.

Sin decir una palabra más, me doy la vuelta y salgo de la habitación, con el corazón palpitando con fuerza en mi pecho.

Astrid

El rugido de los motores llena el aire mientras observo la carrera desde la tribuna. La adrenalina bombea por mis venas, mezclada con una pizca de nerviosismo. La vuelta 40 se acerca y la tensión es palpable.

De pronto, la imagen de Erik en las pantallas gigantes me congela. Una columna de humo negro sale de su monoplaza, se desvía del asfalto como un caballo desbocado. Un escalofrío recorre mi espalda mientras el auto impacta contra la barrera con un estruendo aterrador. Las llamas devoran el vehículo en un infierno de fuego y metal.

Me levanto del asiento, con el corazón palpitando en el pecho. No puedo apartar la vista de la pantalla.

Segundos después, el rubio emerge de las llamas, tambaleándose y con el traje ennegrecido. Un suspiro de alivio escapa de mis labios mientras él se tira en el pasto.

Corro hacia la salida, lo espero ansiosamente con la mirada fija en su figura que reposa en una camilla. A pesar de las quemaduras y el hollín que cubren su rostro, está vivo.

—Astrid —, susurra por la inhalación de dióxido de carbono —. Estoy bien.

Lo miro a los ojos, busco cualquier señal de gravedad. Mis manos se posan en mis mejillas, acaricio la áspera piel quemada.

—Gracias a Dios, estás bien —, susurro.

En ese momento, John aparece junto a Victoria, que es la médica del equipo. Llegan corriendo hacia la ambulancia.

—Vamos al hospital —, ordena John dirigiéndose a Vicky.

Me interpongo en su camino.

—No estoy más en la escudería y siguen los sabotajes, esto demuestra mi maldita inocencia.

—No hay tiempo para esto, Astrid.

—¿Entonces, para cuándo? Llevo días queriendo hablar contigo, no puedes creer esas viles mentiras.

—Vicky, llévatelo, ya los alcanzó — dictamina John y mi amiga obedece.

La ambulancia parte y nos quedamos ambos, solos y sin nadie a nuestro alrededor.

—Es mejor que tomes u distancia, Astrid —, mira a todos lados —. Sé que esto es un plan de alguien más para alejarte de la protección de Alessandro.

—Máximo, ¿no? —, paso mis manos por mi rostro, estoy cansada de esto.

—Sí, ten cuidado. Y aléjate de Karlsson, no es lo que parece.

Camino de un lado al otro, pensando en qué mierda está pasando. Hay algo que está pasando por mis ojos y no lo puedo ver.

—Toma esto —, me entrega unas llaves —. Es de la entrada principal de la finca de Alessandro. Cuéntale todo, él te ama y te creerá.

—No pienso rogarle a ese desgraciado —, bufo.

—No seas estúpida, estás desprotegida y si no pide ayuda a tu padre.

Deja las llaves en mis manos y desaparece entre los muros. Miro a todos lados y comienzo a caminar, sintiendo miradas por todos lados. 


¡𝑯𝒐𝒍𝒂 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆! 𝑺𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒊́ 𝒕𝒓𝒂𝒆𝒓𝒍𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔, 𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒕𝒖𝒗𝒆 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆𝒈𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝒑𝒓𝒐𝒚𝒆𝒄𝒕𝒐𝒔 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒖𝒏𝒊 𝒚 𝒏𝒐 𝒕𝒖𝒗𝒆 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐, 𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒂𝒒𝒖𝒊́ 𝒍𝒐 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒏. 𝑬𝒔𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒆𝒔 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒆 𝒚 𝒂𝒖́𝒏 𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒎𝒖𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒋𝒂𝒋𝒂𝒋𝒂. 𝑳𝒐𝒔 𝒂𝒎𝒐 𝒎𝒊𝒍

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