CAPÍTULO 26
Las zapatillas Chanel rechinan contra el implacable suelo de mármol del centro comercial. Avanzo a paso firme, con mirada altiva recorriendo boutiques de lujo. Mi atuendo es una declaración de poder: pantalón tiro alto y ancho a juego con un blazer blanco, realzando mi figura esbelta. Un top del mismo color deja entrever un escote sutil, adornado con una gargantilla y aretes de Chanel que brillan bajo las luces del lugar. El bolso de la misma marca cuelga de mi hombro, complementando mi perfecto look sport.
Vicky me sigue a unos pasos de distancia. Ambas nos criamos en el seno de familias mafiosas, un mundo donde la riqueza es abundante, pero la felicidad escasa.
¿No les había contado mis verdaderos orígenes, cierto? Bueno, ya lo expliqué, confórmense con esto por ahora.
Me detengo frente a la vitrina de Cartier, mis ojos admiran un brazalete de diamantes. Un vendedor se apresura a atenderme, con una sonrisa servil en su rostro. Lo ignoro, mi mente está en otro lado.
— No puedo creer que lloré de nuevo por él —, me dirijo hacia Victoria, sin apartar la vista del brazalete.
Ella suspira, comprende mi frustración —. Astrid, sabes que Alessandro no la tiene fácil. Te vio masacrando a más de 50 hombres, y encima nunca le dijiste la verdad sobre tu origen —, susurra para que el vendedor no nos escuche.
Aprieto los dientes, una oleada de furia me recorre el cuerpo —. No me importa lo que piense. No voy a arrastrarme más por nadie. Tengo demasiados problemas para estar llorando.
La pelirroja me mira con una mezcla de tristeza y comprensión —. Sé que no es fácil, pero ambos tienen que entender qué la están pasando mal. Es difícil para ambos.
Me giro hacia ella —. No me compadezcas, Victoria. No lo necesito. Soy fuerte, y puedo salir adelante sola.
Ella asiente, sabe que es mejor no llevarme la contraria cuando estoy así. Continuamos nuestro recorrido por el centro comercial, compramos ropa, joyas y accesorios. Gasto el dinero sin reparos, ser una caprichosa es una forma de calmarme.
El aroma a especias y té verde inunda mis sentidos mientras me siento en el restaurante chino. Vicky está sentada frente a mí, degustamos dumpings y fideos, observando el ir y venir de la gente a través de los ventanales.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotras después de lo que me dijo. De repente, mi teléfono vibra, es un mensaje de John. Lo leo con rapidez y mis ojos se entrecierran disgustados.
— John quiere verme —, comento, mientras bebo un sorbo de mi bebida —. Quiere hablar.
— ¿Ahora? —, me mira preocupada —, ¿no te parece un poco pronto?
Asiento, estoy irritada —. Lo sé, pero no puedo negarme.
Me levanto de la mesa, dejando la comida a medio terminar. Me ofrezco a pagar, pero ella no lo acepta. Me despido con un breve beso en la mejilla y salgo del lugar.
En el trayecto al hotel, la furia crece dentro mío. No tengo ganas de hablar con nadie.
Llego a su habitación, respiro hondo antes de llamar a la puerta. Un segundo después, la puerta se abre y John me recibe con una sonrisa cálida.
— Astrid, querida, me alegra verte —, dice con voz paternal —. Entra, entra.
Entro al dormitorio, sintiendo una opresión en el pecho. Él me mira con una expresión de cariño.
— ¿Quieres tomar algo? – camina hasta el minibar, pero niego con la cabeza —. Estuve reflexionando mucho sobre lo que pasó desde que llegaste a nuestras vidas —, dice con voz pausada —. Es un momento difícil para todos, en especial para ti, y quiero que sepas que estoy para lo que necesites.
Lo miro a los ojos avellanas, mis lágrimas pugnan por salir —. Gracias — susurro, temblando —, lo agradezco.
John se sienta a mi lado y me toma la mano —. No tienes que agradecerme nada, querida. Eres como una hija para mí. Pero necesito explicaciones y lo sabes. — Quiero ayudarte —, repite suavemente y firme —, pero para hacerlo, necesito que me digas la verdad. ¿Quién eres realmente? ¿Qué es lo que buscas?
Trago saliva, mis ojos se clavan en el suelo. Sus preguntas son como dagas afiladas, desgarrando el velo de mentiras que me envolví durante tanto tiempo.
— No es fácil —, murmuro —, he vivido una vida... complicada.
Asiente, mirándome compresivo —. Lo sé, pero confía en mí, estoy para escucharte.
Respiro hondo, reuniendo valor necesario para hablar. Le cuento sobre mi familia, sobre la violencia que presencie desde niña. Le hablo de lo que pasó hace años, del amor que empecé a sentir por Alessandro. Y de mi negación a dejarlo ir, al igual que mi venganza, que amenaza con destruir todo.
John me escucha en silencio, no me interrumpe, no me juzga.
Termino de hablar, y la habitación, se llena de un silencio aún más pesado. Me siento desnuda, vulnerable, expuesta ante su mirada comprensiva.
— No sé qué hacer — sollozo —, él no me quiere escuchar y no lo he visto desde esa noche después de lo que sucedió con Máximo.
— No pienses mal de él – me acaricia la mejilla con ternura —. Está confundido, necesita tiempo para procesarlo.
— ¿De verdad lo crees? – me limpio las lágrimas.
Asiente con firmeza —. Lo digo porque lo conozco. Y mientras tanto, yo estoy aquí para ti, te ayudaré en todo.
Me aferro en un abrazo a John, sintiendo un consuelo inesperado. Ahora sé que no estoy sola.
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El golpe resuena en el gimnasio, vibrando mis músculos y liberando una oleada de furia contenida. Mis puños se mueven con una velocidad y precisión aterradora, cada golpe conecta con el cuerpo de Andreas con un sonido seco y contundente.
El sudor corre por mi frente, empapando mi corpiño deportivo y mezclándose con las lágrimas que brotan de mis ojos. No son lágrimas de dolor, sino de liberación, de una catarsis que me permite expulsar los demonios que me atormentan.
Andreas, mi compañero de entrenamiento, esquiva y bloquea mis golpes con una agilidad felina. Sus ojos negros brillan desafiándome, su cuerpo responde con una intensidad que solo he visto en combate real.
— ¡Vaya, vaya! — Andrea exclama con una sonrisa pícara, esquivando un gancho con gracia —. ¡Parece que alguien está de mal humor!
Le lanzo una mirada fulminante, sin perder la concentración de mis golpes —. Cállate y pelea —, gruño.
El pelinegro se ríe entre dientes, disfruta mi desafío —. De acuerdo, de acuerdo, —, dice, y adopta una postura más seria —. Pero no te enfades conmigo, preciosa. Solo estoy tratando de animarte un poco.
Resoplo, ignorando su comentario. Seguimos luchando durante unos minutos más, intercambiando golpes y patadas con ferocidad.
De repente, me lanza un ataque sorpresa, me atrapa desprevenida. Me derriba al suelo con un movimiento rápido y ágil, quedando encima de mí.
Jadeo por aire, sorprendida e inmovilizada. Sus ojos brillan con una intensidad que me hace sentir incómoda.
— ¿Te rindes? —, pregunta con una sonrisa arrogante.
Lo miro frustrada —. ¿Pensé que querías que te ayudase con Vicky? —, gruño, empujándolo con fuerza para liberarme de él.
Se ríe entre dientes, ayudándome a levantarme —. Manipuladora, ¿eh?, me gusta eso – me guiña un ojo.
Jadeo por aire, mi cuerpo está empapado en sudor y la adrenalina aún corre por mis venas. Me giro hacia él, a punto de lanzarle una broma sarcástica, cuando una figura imponente en la puerta del gimnasio me congela.
Es Alessandro.
Su mirada de acero está clavada en mí. Un aura de recelo lo rodea, como si hubiese presenciado algo que no le gustó.
El pelinegro, ajeno a la tensión, camina hasta a él con una sonrisa radiante —. ¡Ale! —, exclama, dándole una palmada a la mejilla del castaño —. ¡Cuánto tiempo sin verte, hermano! Te busqué, pero me dijeron que estabas practicando.
Alessandro lo saluda con un breve abrazo, sin apartar la vista de mí —. La carrera es en dos días —, responde tajante —. Pero me alegro de verte, hermano.
¿Son amigos? ¿Por qué nunca supe de esto? Se supone que esta información es sumamente importante.
— Te presento a Astrid —, dice Andreas con una sonrisa traviesa —. Es una amiga, y una gran manipuladora.
Alessandro no se inmuta, no dice nada.
— ¿Qué pasa? Vas a dejar sin saludo a la señorita.
— Sí.
Se despide de Andreas con un breve apretón de manos y me dirige una última mirada.
— Disculpa – el pelinegro, me sonríe —. Alessandro es un poco gruñón a veces. Pero es un buen tipo en el fondo —, se encoge de hombros.
Asiento, sin darle más importancia, me empiezo a quitar el vendaje de las manos para irme a la habitación y ver si alcanzo a verlo de nuevo.
— Me voy, hablaré con Victoria para la sorpresa que le tienes preparada como quedamos —, me seco el sudor del cuerpo con una toalla mientras, Andreas estira.
Asiente, y me encamino hacia al ascensor. Subo a la caja metálica, las puertas se cierran. Me apoyo en la pared, miro perdidamente a las luces del pasillo. Un leve suspiro escapa de mis labios, siento el peso de la tensión acumulada durante el día.
De repente, una mano se interpone en el cierre de las puertas, abriéndolas de nuevo. Un escalofrío recorre mi espalda al verlo entrar, acomodándose a mi lado.
Su mirada intensa y penetrante, me atrapa como un imán. Desvío la vista rápidamente hacia el frente, finjo un interés inexistente en los números que marcan los pisos. Un silencio incómodo se apodera del espacio, cargado de una energía palpable.
— Te busqué durante toda la tarde —, su voz resuena en el pequeño espacio, rompiendo el silencio.
Trago saliva, el calor se apodera de mis mejillas, siento la intensidad de su mirada sobre mí.
— ¡Ja! Ahora si te interesa verme —, respondo ácidamente, tratando de ser fuerte.
Se acerca un paso, acortando la distancia entre los dos. Su mano se posa sobre la pared del ascensor, junto a mi cabeza, atrapándome.
— Siempre te buscaré —, confiesa en voz ronca —. No importa si estoy enojado, molesto o feliz. Siempre iré por ti.
Sus palabras resuenan en mi corazón, encendiendo una llamarada de pasión que me recorre de pies a cabeza.
— ¿Por qué? Si ni siquiera me hablas, me llevas ignorando hace días. Prohibiendo que me acerque a ti —, digo con firmeza, sin mirarlo a los ojos. — Además, según vos, te asquea mi presencia.
Alessandro se queda en silencio por unos segundos, sé que está buscando las palabras "adecuadas" —. Porque eres mía —, responde finalmente —. Eres mi mujer, Astrid, y nadie te alejará de mí.
Y en un movimiento rápido, se abalanza sobre mí, capturando mis labios en un beso feroz. Me besa con posesividad, sus manos me suben el top deportivo, dejando mis pechos al aire.
Me aferro a sus hombros, correspondiendo al beso con la misma intensidad. Nuestros cuerpos se presionan uno contra el otro.
Lo veo oprimir el botón de detener entre medio de los pisos, deteniendo al ascensor. La oscuridad nos envuelve, intensificando el fuego que nos consume.
Suelta mis labios y me gira, quedando a mis espaldas, y mis pechos contra la pared fría de metal. Sus dedos aprietan mis pezones, enviando una corriente de placer a mi vientre bajo.
Sus manos siguen bajando por mi cintura, caderas y se detienen en ellas, donde sin perder tiempo, baja mis shorts deportivos. Mi cerebro me dice que está mal, pero mi corazón lo necesita.
Pareces su puta, Astrid.
— Detente, no quiero —, hablo bajo, apoyando la frente en la pared.
— ¿Segura? —, y el muy descarado, no sé cómo es tan veloz, apoya su glande en mi entrada —. ¡Joder! Estás demasiado... húmeda —, ronronea en mi oído y trago grueso.
Claro que quiero que me folle aquí mismo, sabiendo que, en menos de cinco minutos, las alarmas comenzarán a sonar. Pero Dios, la calidez de su polla entre mis pliegues es exquisita.
Por favor, te quiere follar para marcar territorio únicamente.
Se hunde un centímetro más dentro de mi canal —, ¿Segura que no quieres? Porque tus paredes me están recibiendo placenteramente – ahogo un gemido, mordiendo mi brazo —. Tomaré ese gemido como un no.
¡Mierda! Curvo mi espalda cuando comienza a sumergirse en mis paredes. Mis pezones se endurecen al tacto de la pared metálica, sus manos se ubican en mis caderas, sujetándolas para arremeter con violencia.
Comienzo a gemir desesperadamente, sucumbiendo al placer que solo él desata en mí —. Por favor...
Mete y saca su polla de mi interior —. ¿Por favor qué? ¿Me pides parar o sigo? – susurra con voz ronca, sujetándome mi cuello con una de sus manos.
No logro hilar palabra, siento mis paredes hincharse consiguiendo que se expandan recibiéndolo gustosamente —. Responde o te arrepentirás —, ejerce más fuerza en el agarre de mi cuello.
— No pares —, logro decir entre gimoteos.
La manera en que bombea dentro, cada embestida es más fuerte que provoca que mis tetas gordas reboten. ¿Cuántos días hace que no follábamos? Porque no puedo apartar la sensación cada vez que entra y sale... Entra y sale, no para, logra que la temperatura se eleve. Mis piernas se tensan de la nada, veo como todo da vueltas, como mis paredes se achican y mis latidos aceleran; mis labios se abren para soltar un gemido gutural cuando me corro inmensamente con él aun arremetiendo.
Seguido de mi grito, escucho sus gruñidos cuando sus fluidos se liberan en mi canal. Apoya su frente contra mi cabeza, ambos jadeamos, agitados.
— La próxima vez que me traiciones, te mato — dice firmemente, saliendo de mí, consiguiendo que un vacío se apodere de mi cuerpo.
— Entonces, mátame ahora porque no sabes todo lo que soy —, lo encaro y sus ojos me fulminan.
El pudor aparece ante mí e inmediatamente comienzo a subir mi short y a acomodarme el top deportivo. Aprieto el botón del tablero, volviendo a la normalidad el movimiento del ascensor.
Para mi suerte, en nuestro piso no hay nadie esperando a la caja metálica, así que salgo rápidamente y camino a nuestra habitación.
Tengo que pedir una para mí sola porque ahora que apareció, no vamos a seguir durmiendo juntos.
Respiro hondo mientras cruzamos el umbral de la habitación, el corazón me palpita frenéticamente. Me giro hacia él y me encuentro con su mirada fría, y penetrante. Me recorre de pies a cabeza, me desnuda con los ojos.
— Ya confirmé que no solo eres un rostro precioso —, dice con voz áspera, cargada de ironía —. Eres una experta en combate cuerpo a cuerpo, en armas blancas... ¿Qué más tengo que descubrir sobre ti, Bright?
Un escalofrío recorre mi espalda. La ira que emana es notoria, es una tormenta que está a punto de desatarse.
— Te metiste en una guerra con mi padre —, continúa, su voz es cada vez más tensa —. Y no tengo ni la más puta idea de por qué. ¿Vas a explicarme o tengo que seguir adivinando?
Trago saliva, lucho por mantener la calma. Su furia me intimida, pero también me desafía.
— Hace días que quiero decirte la verdad —, respondo con voz firme, clavando mi mirada en la suya —. Pero me evitas, desapareciste por días, ni siquiera duermes aquí.
— Desaparecí porque no quiero decepcionarme más de la mujer que conocí hace meses —, dice con amargura —. Esa mujer no tiene nada que ver con la que duerme en mi cama.
Sus palabras me hieren como un cuchillo. Mi corazón se encoge de dolor, siento como la confianza que construimos se desmorona por mi culpa.
— Hace años no soy esa persona que conociste, pero por razones mías la tuve que sacar para mostrártela —, las palabras tiemblan en mi boca, a la vez que mis ojos se llenan de lágrimas —. Pasé muchas cosas. Tengo que luchar por mi vida y por los que amo.
Sus luceros me fulminan, sé que está herido y furioso, y lo comprendo más que nadie.
— ¿Y por qué no me lo contaste de un principio? ¿Por qué traicionarme? Yo te hubiese puesto en un trono a mi lado, serías la puta reina de mi organización, de todo lo que hubieses pedido — confiesa roncamente.
— Porque tenía miedo — susurro, camino hasta él, con la esperanza de poder calmarlo; extiendo la mano para tocarlo.
— ¡No me toques! — gruñe, su rostro está rojo por la ira y aparta mi mano bruscamente —. No eres de quién me enamoré.
Me quedo petrificada, no sé qué decir o hacer. Sus palabras me devastan, dejando un vacío en mi corazón.
Me sujeta por los brazos haciendo que no le quite la mirada —. Estoy locamente enamorado de ti, Astrid —, confiesa con voz ronca.
Mi cuerpo se estremece. Su confesión me conmueve, dejando al descubierto la vulnerabilidad que esconde bajo su facha de furia.
— Sé que debo odiarte, estar concentrado en la temporada —, continúa, su voz refleja lo que le cuesta decirme esto —. Pero no puedo. Te amo aún más que antes.
Trago saliva, sin saber qué decir. Sus palabras me llenan de una profunda tristeza.
— Sé que puedes clavarme una daga en cualquier momento —, sus ojos están clavados en mí —. Pero, aun así, tengo la necesidad de protegerte a cada momento. Si tú no estás, yo no vivo. Eres el maldito aire que respiro.
Me rompo en llanto, su sinceridad me hace mierda.
— Pero tú no me amas —, me mira con amargura —. Solo fui una pieza en tu maldita venganza de mierda. Porque sé que es una venganza contra Máximo.
Niego con la cabeza, un sollozo escapa de mis labios —. No es así —, susurro —. Te quiero, Alessandro. Te quiero con todo mi corazón.
Su rostro se endurece y sus ojos brillan por la furia que aumentó con mis palabras.
— No me basta con que me quieras —, gruñe roncamente —. Necesito que me ames hasta desarmarte a ti misma. Que te entregues a mí, sin ninguna puta reserva.
Me quedo sin habla, siento como el miedo y la confusión se apodera de mí. Su intensidad me intimida, pero es una de las cualidades que más me atrae que no puedo explicar.
—Yo no puedo amar nadie —, confieso, mis labios tiemblan —. Ya lo hice una vez, y terminé mal.
Camina hasta a mí, escrutándome con sus pozos color plomo —. No me compares con nadie —, ordena —. ¿Qué más necesitas para que me ames?
No respondo, soy incapaz de encontrar las palabras. Su ira me aterroriza, pero a la vez me excita.
De repente, se gira bruscamente, lanzando una patada a una silla que se encuentra en el tocador. La silla vuelca con un estruendo, rompiéndose en pedazos.
Me encojo de miedo, sin saber qué hacer. Está en un estado de furia, el cual no sé cómo ayudarlo.
— ¡No puedo seguir así! —, grita, golpeando la pared con su puño —. ¡Necesito que me ames!
Me acerco a él, con la esperanza de poder calmarlo —. Alessandro, por favor —, susurro, poniendo una mano en su hombro.
Él me mira con una intensidad que me derrite —. Tú sí me vas a amar, ¿cierto? — pregunta con voz ronca, su rostro está a escasos centímetros del mío.
Vuelvo a tragar saliva, siento que el corazón late a mil por hora —. Sí, sé que en algún momento te amaré —, artículo finalmente, con voz apenas audible.
Su expresión se suaviza, sus ojos brillan y funde sus labios en los míos.
Sé que le volví a mentir, nunca amaré a nadie más,jamás. Aunque él es... especial.
¡No, jamás! ¡Lo juré!
𝐇𝐚𝐜𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐨 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫é 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐢𝐦𝐚𝐠𝐞𝐧 𝐲 𝐬𝐢𝐧𝐜𝐞𝐫𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐞𝐬 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐩𝐚𝐬𝐚 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐞𝐥𝐢𝐧𝐞𝐠𝐫𝐚. 𝐍𝐨 𝐭𝐞𝐧𝐠𝐨 𝐩𝐫𝐮𝐞𝐛𝐚𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐚𝐦𝐩𝐨𝐜𝐨 𝐝𝐮𝐝𝐚𝐬.
𝙃𝙤𝙡𝙖 𝙜𝙚𝙣𝙩𝙚, 𝙡𝙚𝙨 𝙩𝙧𝙖𝙞𝙜𝙤 𝙚𝙡 𝙘𝙖𝙥í𝙩𝙪𝙡𝙤 26 𝙙𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙡𝙞𝙗𝙧𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙢𝙚 𝙚𝙨𝙩á 𝙘𝙤𝙣𝙨𝙪𝙢𝙞𝙚𝙣𝙙𝙤 𝙟𝙖𝙟𝙖𝙟𝙖. 𝙌𝙪𝙞𝙚𝙧𝙤 𝙨𝙖𝙗𝙚𝙧 𝙤 𝙢𝙚𝙟𝙤𝙧 𝙙𝙞𝙘𝙝𝙤, 𝙣𝙚𝙘𝙚𝙨𝙞𝙩𝙤 𝙨𝙖𝙗𝙚𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙤𝙥𝙞𝙣𝙖𝙣 𝙙𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙖𝙣𝙙𝙖 𝙨𝙪𝙘𝙚𝙙𝙞𝙚𝙣𝙙𝙤 𝙚𝙣𝙩𝙧𝙚 𝘼𝙡𝙚𝙨𝙩𝙧𝙞𝙙. ¿𝘾𝙤𝙣 𝙦𝙪𝙞é𝙣 𝙘𝙤𝙞𝙣𝙘𝙞𝙙𝙚𝙣? ¿𝙌𝙪𝙞é𝙣 𝙩𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙡𝙖 𝙧𝙖𝙯ó𝙣? 𝙃Á𝘽𝙇𝙀𝙉𝙈𝙀 𝙋𝙊𝙍 𝙁𝘼𝙑𝙊𝙍 𝙅𝘼𝙅𝘼𝙅𝘼𝙅𝘼𝙇𝙤𝙨 𝙖𝙢𝙤 𝙢𝙞𝙡.
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