CAPÍTULO 22
𝓒𝓪í 𝓭𝓮 𝓷𝓾𝓮𝓿𝓸 𝓪𝓷𝓽𝓮 𝓮𝓵𝓵𝓪, 𝓪𝓷𝓽𝓮 𝓾𝓷 𝓿𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 𝓵𝓮𝓽𝓪𝓵.
Alessandro
El sótano en Sakura es un hervidero de sudor, testosterona y violencia. El hedor a cerveza rancia y cigarros impregna el aire, mientras las apuestas clandestinas se multiplican en la penumbra.
En el cuadrilátero me enfrento contra otro tipo con mi misma contextura física, solo uno sale vivo. Y siendo sincero, soy un volcán de furia y sanguinario, nadie es competencia.
Mis puños golpean como martillos sobre el rostro del moreno. La sangre brota de su nariz y boca, tiñe el suelo de un rojo carmesí. Sus ojos están llenos de un terror animal mientras trata de defenderse, pero mi fuerza bruta lo supera.
Cada golpe es una descarga de mi furia, la cual me consume. Mis codos y rodillas se convierten en armas letales, machacando su cuerpo sin piedad.
En mi mente, solo hay una imagen: Astrid a punto de follarse a otro, el cual termino casi sin nariz. Su traición es una herida abierta que supera el dolor y rabia. Cada golpe que asesto es una venganza, una forma de expulsar la furia que me corroe por dentro. La ira nubla mi juicio, transformándome en una bestia imparable.
El ruso cae al suelo, gimiendo de dolor. Me aproximo a él, lo miro con la locura tomando posesión de mí. Levanto el pie y lo coloco sobre su cuello, presionando con fuerza.
Sus ojos azules se desorbitan, su rostro se congestiona y la vida se escurre de su cuerpo con cada segundo que pasa. No me inmuto, fui criado para esto. La adrenalina y la locura me dominan por completo.
Finalmente, deja de moverse. Lo contemplo con la mirada vacía, sin ningún remordimiento. Gane la pelea, pero no la batalla. La traición de la pelinegra me persigue, me atormenta como un fantasma. Podré descansar cuando tenga todo de nuevo bajo control.
Solo de una cosa estoy seguro. Te arrastrarás por mi perdón, por mi atención, Astrid Bright.
Salgo del cuadrilátero, con el rostro ensangrentado y la mirada perdida. Las peleas de esta noche no me calmaron, solo alimentaron más mi locura.
Astrid es desde hace mucho mi obsesión. Su imagen me persigue en cada esquina, en cada sombra. La necesito, la deseo, pero también la odio con todo mi ser por traicionarme.
Podía esperar la traición de cualquier persona, pero nunca de ella. Mi confianza hacia ella creció exponencialmente y eso siempre me alertó, pero ella siempre supo mover sus peones para mantenerme bajo su engaño.
Pero no puedo negar, que muchas veces pensé que era yo quien quería vivir bajo su engaño.
La furia es un fuego que me consume por dentro. Sé lo peligroso que es, estoy al borde del abismo, pero no me importa.
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El ascensor se detiene en el piso de mi suite. Salgo con paso firme, la furia aún arde en mis venas. La imagen de ella, montando a otro bastardo, me enferma.
Sin pensarlo dos veces, me detengo en la puerta de su habitación. Mis nudillos machacados y morados, golpean la madera con rudeza. La espera se hace eterna, cada segundo un tormento.
La puerta se abre lentamente, revelando a Astrid en un mini short y un sostén de encaje a juego. Nuestros ojos se encuentran y la tensión en el aire es notoria. Ella está somnolienta, su cabello despeinado y su mirada aún nublada por el sueño.
Mi furia se transforma en deseo. La necesito, la quiero ahora mismo. Sin mediar palabra, la tomo por los glúteos y la atraigo hacia mí, y devoro sus labios en un beso feroz.
Se resiste al principio, sus manos empujan contra mi pecho, pero la intensidad de mi beso la desarma, y poco a poco se rinde al fuego que nos conduce a ambos.
Mis manos ansían meterse entre sus curvas, mis dedos se deslizan bajo la tela de su short, encontrando que no trae bragas. Se lo quito impaciente de tenerla bajo mío, haciéndola mía.
Ella jadea mientras su pasión se despierta. Sus dedos se enredan en mi cabello, atrayéndome más cerca. Desabrocho su sostén, dejándolo caer. Me humedezco el labio inferior, estoy demasiado caliente. Le doy una mirada apreciativa a su cuerpo desnudo y la quiero toda para mí.
Me está mirando con demasiada intensidad, lleva sus manos a mi torso y toma el borde de mi blusa ensangrentada, y la quita rápidamente. Desliza sus manos por mi torso duro y la veo morderse los labios.
Vuelvo a fijar mi vista en sus tetas desnudas, mi respiración se acelera al igual que la de ella. Suelto un gruñido bajo en mi garganta y las tomo con mis manos rápidamente.
Los amaso otra vez y ella ahoga un gemido, acercándose a mi toque. Me vuelvo exigente y atrapo su pezón entre mi pulgar e índice, y lo retuerzo una vez, logrando que grite y luego otra más.
Vuelve a morderse el labio inferior para ahogar un gemido.
— Necesito comerlos, como el puto infierno que voy a comerlos.
Bajo mi boca y me apodero de una de sus tetas mientras masajeo con mi mano a la otra. Al primer contacto con mi lengua, echa la cabeza hacia atrás y gime necesitadamente. Me toma por la cabeza para mantenerme en mi trabajo y aumento mis movimientos en ferocidad.
— Tan deliciosos — gruño ahogándome con ella y le dedico la misma atención a la otra.
Gimotea fuerte y disfruto de escucharla. No sé cómo llevo un mes si probarlas.
— Mmmm... sigue así — arquea la espalda.
Muerdo su pezón y paso mi lengua antes de succionarlo. Baja su mano para acunar mi polla caliente.
Se acabaron los juegos.
La sujeto de los muslos y la levanto del suelo. Envuelve sus piernas en mi cintura, agarrándose a mis hombros para evitar caerse.
Poseo su boca con decisión y comienzo a caminar con ella en mis brazos, pero antes cierro la puerta de una patada y sigo caminando.
Sí, le estaba chupando las tetas con la puerta abierta. Menos mal que no pasó nadie por el pasillo, porque si no tendría que haberlo matado por ver a mi mujer desnuda.
La dejo sobre la mesa, aparto mi boca y la veo de frente. — Te voy a joder duro como lo hiciste conmigo, Astrid.
Se muerde el labio inferior y yo llevo dos dedos a su boca. — Chupa.
Abre la boca inmediatamente y los deslizo dentro. Los meto y saco de una manera sucia. Me mira fijamente mientras pasa su lengua como si no fueran mis dedos, sino mi polla.
Abro sus piernas y poso mi mirada en su coño rosado, y húmedo, sin vello púbico. Ahora soy yo quien se muerde el labio.
Su respiración se acelera y comienza a jadear grandes bocanadas de aire. Tomo su pierna izquierda y la subo sobre mi hombro. Reparto lentamente besos por su pierna.
Veo cómo se estremece, así que le doy lengüetazos a la piel que está a mi alcance, bajo peligrosamente hasta su entrepierna.
Gime alto. — ¿Lista para pedirme perdón? — la observo desde abajo.
— No — dice entre jadeos y bajo mi boca. — ¡Alessandro! — grita arqueándose. Se deja caer sobre la mesa y jadea fuertemente cuando lamo sus labios rosados.
Gime mientras mi lengua atrapa su clítoris y lo muerdo suavemente. Toma un puñado de mi cabello para mantenerme aquí.
Gruño de satisfacción mientras ella rota sus caderas, aumentando la fricción, pero la detengo subiendo mi mano a sus caderas.
Dos dedos míos la penetran haciéndola soltar un grito agudo. Los meto y saco con fuerza, jadea y me sostiene la mirada. Está a punto.
Me apodero de sus tetas y aumento la velocidad de mis dedos. Sus paredes se contraen contra mis dedos, haciendo que eche la cabeza hacia atrás y gime en alto, corriéndose en mi mano.
Gime como la loca ninfómana que es, arqueando su espalda. Ese es el efecto que tengo en ella y es su perdición.
Sigo metiendo y sacando suavemente los dedos mientras se relaja y lamoteo por última vez sus tetas.
Llevo mi mano a mi boca y gruño satisfecho, saboreando sus jugos, una delicia.
Froto la mano por su coño de nuevo y la llevo de nuevo a mi boca, chupando todo lo que tengo.
Termino mi tarea y llevo la mano al cordón de mi chándal, desatándolo. Estudio su reacción, tentándola y torturándola.
El pantalón se desliza por mis gruesas piernas, dejando a la vista mi piel. Sonrío de lado y deslizo también el bóxer blanco hasta mis tobillos.
Ahoga un jadeo y mi sonrisa se ensancha, la quiere tocar, pero antes que pueda, la atrapo de los muslos y la levanto de la mesa.
Camino hacia la pared y en dos zancadas la empotro contra la pared más cercana. Mi verga queda encajada en su sexo y gime en alto.
— Ruégame que te la meta, Astrid — susurro en su oído y la deslizo entre sus pliegues —. Súplica.
Me mira fijamente con sus pozos verdes que están oscuros, al igual que los míos por el deseo.
— ¿Piensas que te rogaré después de que vaya a saber con cuántas follas? — se ofende —. Ponte un preservativo, por lo menos, no quiero que me pegues nada.
— No pienso usar nada, lo nuestro es piel a piel. Pero no vas a distraerme, tú quieres lo mismo que yo, solo súplica y lo tendrás. — Hablo mientras me acerco a su boca, para pasarle la lengua por sus labios carnosos.
— No voy a suplicar, así que bájame. — Voltea la cabeza ignorándome.
Sé muy bien lo que quiere hacer, me quiere manipular. Puedo entender lo de usar preservativo, porque he estado con otras mujeres, no lo niego, pero ella es la única mujer a la cual le hago el amor piel a piel.
A ella siempre la cuido y la cuidaré, todas las demás quisieran que las folle sin ninguna barrera de protección, pero esa exclusividad la tiene ella.
Respecto a lo de no rogarme, se me hace inútil cuando siempre me ha suplicado para hacer el amor. Porque sí, en esta defectuosa y poco funcional relación, ella es la ninfómana.
— Bueno, si eso es lo que quieres — bajo sus pies al suelo—. Me iré con otra que no intente manipularme con estupideces.
Alzo mi ropa, acomodándome para salir presentable al lobby. La ignoro y comienzo a caminar hacia la puerta, pero antes de que pueda tomar el pomo, ella ya está colgada de mí.
Se abraza a mi cintura con sus piernas, mientras me quita nuevamente la remera. La vuelvo empotrar contra la pared sin dejarle de comer esa boca preciosa que trae.
Se agarra con fuerza a mis hombros y agarro mi polla con una mano y la guío hacia su entrada.
Se desliza en su interior, sacándole un grito de placer que me fascina.
Suelto un sonido de satisfacción y levanto sus caderas, empalándola por completo de una arremetida.
— ¡Puta madre! — grito por el placer.
Comienzo a sacarla fuera hasta que solo el glande queda dentro suyo. La miro fijamente y gime mientras la meto hasta la mitad.
— Tu coño está demasiado apretado, Nena. —Gimo ruidosamente y la entierro por completo.
Clava sus uñas en mi espalda, marcándola. — ¡Mi amor! — grita de placer.
La penetro una y otra vez con una velocidad constante. Gimotea en mi boca con la frente apoyada en la mía.
La pienso dejar en sillas de ruedas. Hace un mes que no se la metía, mínimo una silla de ruedas va a tener que usar por unos días.
Sus tetas se agitan de un lado a otro mientras la empalo constantemente. La beso ahogando nuestros gemidos. Nuestras lenguas se enredan, cierro los ojos dejándome llevar por el placer de estar follándola. Estoy perdido en el puto infierno.
Su espalda choca contra la pared una y otra vez mientras la follo, pero el sonido se pierde entre nuestros gemidos y respiraciones.
Coloco una mano en la pared y con la otra sujeto su pierna, abriéndola más y penetrarla más profundo. Grita en mi boca y se aferra con fuerza a mi espalda.
Deslizo mi mano entre nuestros cuerpos y froto su clítoris. Vuelve a gritar y veo cómo está por correrse de nuevo.
— ¡Más fuerte, Alessandro!
Roto las caderas y la tomo de los muslos, para embestirla contra la pared. — Mierda, Astrid, me tienes loco.
Acompaña mis movimientos con sus caderas. Sus músculos se aprietan contra mi polla con energía. Mi polla se expande dentro suyo y explota en un orgasmo intenso, gritando mi nombre desaforadamente.
La embisto una y otra vez, apretando su culo redondo, gruñendo en su oído mientras aumento la velocidad. Gimotea y suelto un rugido áspero finalmente.
Mi verga se expande y vibra en su interior, soltando la primera descarga de semen en su canal. Aprieto posesivamente su culo y me corro.
Caí de nuevo ante ella, ante un veneno letal.
No me arrepiento en absoluto.
Camino alejándonos de la pared. Deja caer su cabeza sobre mi hombro mientras la cargo hasta su enorme cama con sabanas grises. La acuesto y esconde su cara en las almohadas, suspirando.
— Te doy un descanso porque te cogeré duro de nuevo.
Me mira perpleja, pero poco me importa. No dice nada, pero veo que sus parpados se van cerrando y se queda dormida.
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Los primeros rayos se filtran a través de las gruesas cortinas. La habitación decorada con un elegante minimalismo japonés, aún conserva el aroma a sexo.
Observo a Astrid dormir plácidamente sobre mi pecho desnudo. Su respiración tranquila contrasta con el incendio feroz que se prende en mi interior.
No dormí nada, mis ojos están abiertos como platos desde hace horas.
No sé por qué vine a verla. Su traición, la forma en qué me utilizo, me llena de una rabia que me consume. Sin embargo, en lugar de matarla, como mi instinto lo dicta, sucumbo a la tentación de su cuerpo.
Maldigo en silencio. La observo con una mezcla de fascinación y desprecio. Es tan hermosa, tan perfecta, es Afrodita dormida. Sus labios, ligeramente entreabiertos, son una invitación al pecado. Su piel tersa y pálida, brilla con la luz del amanecer.
Una punzada de dolor azota en mi pecho. La quiero, la deseo con una intensidad que me aterra, pero también la odio. Es una lucha interna que me desgarra por dentro.
Me levanto con cuidado, sin despertarla. Camino al baño y me miro en el espejo. Mis ojos están inyectados en sangre, mi rostro marca la tensión. Me mojo la cara con agua fría, tratando de calmar el incendio que flamea aún más.
Vuelvo al dormitorio y me visto en silencio. Me acerco a la cama y observo por última vez. Mis dedos rozan suavemente su mejilla.
— Algún día, tendré que matarte por lo que me hiciste. Y cuando ese día llegue, no podré hacerlo, pero me aseguraré de que el resto de tu vida, sea una total agonía el querer estar conmigo.
Sin decir otra palabra, me marcho.
𝐄𝐬𝐭𝐚 𝐜𝐚𝐧𝐜𝐢ó𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐣𝐨 𝐚𝐪𝐮í 𝐚𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐛𝐞 𝐮𝐧 𝐩𝐨𝐜𝐨 𝐚 𝐀𝐬𝐭𝐫𝐢𝐝 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐫𝐢𝐨𝐫. 𝐄𝐬 𝐦𝐮𝐲 𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐯𝐢𝐨 𝐚 𝐀𝐥𝐞𝐬𝐬𝐚𝐧𝐝𝐫𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐑𝐞𝐛𝐞𝐤𝐚𝐡.


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