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CAPÍTULO 15

Mi corazón late con fuerza. La mirada furiosa de Alessandro, me taladra mientras que Karlsson, a mi otro lado, está tenso como un animal a punto de atacar. La situación se descontroló y soy la única que puede calmarla.

- Karlsson, por favor –, le suplico en voz baja, pero firme –. Vete. Voy a estar bien.

Erik me mira preocupado –. No te quiero dejar sola con él –, da un paso más, pero lo detengo con mi mano.

- Yo sí –, señalo a la bestia de ojos grises –. Y él, jamás me haría algo.

La respiración de Alessandro está más acelerada, demostrando lo furioso que está.

- ¡¿Qué quieres decir?! ¡¿Piensas que le haría daño?! – grita en su cara, dando un paso adelante - ¿Acaso crees que soy un monstruo?

Erik se le hace frente, empujándolo contra la pared –. No te acerques a ella –, advierte con voz amenazante.

Me vuelvo a interponer entre ellos, separándolos.

- ¡Basta! – les grito, turnando mi mirada entre los dos –. ¡Los dos!

Erik se acerca, mirándolo con recelo a Alessandro –. Astrid, si necesitas algo, no dudes en llamarme.

Asiento con la cabeza y lo veo salir al rubio, dejándonos al castaño y a mí, solos.

- Tenemos que hablar –, me dirijo hacía Alessandro.

- Sí, tenemos mucho de qué hablar –, contesta cruzándose de brazos. Imponiendose como lo es.

El silencio que hay es inmensamente tenso. El aroma de su fragancia mezclado con la fragancia de la lasaña que cayó al piso a penas entro a mi apartamento, aumenta mi culpa.

Tomo asiento en frente de él –. Necesito que me escuches – le hablo con voz suave, casi suplicante.

Él me mira, sus ojos grises siguen nublados por la duda y la ira. Sus labios se curvan en una mueca de dolor.

- ¿Qué quieres qué te diga? –, trato de tocar su mano, pero la aparta –. Quiero que me entiendas – logro articular con voz temblorosa –. Erik es un amigo, nada más, ya te lo he explicado muchas veces. Vino a verme de improviso, y como yo estaba preparando la cena, se ofreció a ayudarme.

Mi bestia de ojos grises frunce el ceño y tuerce la boca desaprobatoriamente.

- ¿Ayudarte? –, repite con sarcasmo –. ¿A qué? ¿a cocinar un nido de amor para los dos?

Me muerdo el labio inferior por la frustración que crece y crece en mi interior, y no puedo manejar –. Solo fue un gesto amable. Conversamos de cosas triviales, como el trabajo, el nuevo restaurante que abrió cerca de la escudería.

Me observa con su mirada intensa que siempre logra hacerme sentir intimidada –. Hubieses empezado por ahí –, exclama con tono acusatorio.

- No me diste la oportunidad, Alessandro –, bajo mi mirada y la clavo en sus manos, sus nudillos están abiertos, con hematomas.

- ¿Qué te sucedió? – observo fijamente sus manos –, ¿dónde te metiste?

- No te importa – gira su cabeza para evitar mirarme –, y ni se te ocurra tratar de curarme. Me gustan mis cicatrices. 

Otro silencio incomodo se apodera de la sala. La tensión se puede cortar con cuchillo. Lo veo levantarse del sofá y comienza a caminar de un lado a otro, con sus manos apretadas en puños.

- Me cuesta creerlo – murmura más para sí mismo que para mí –, no puedo creer lo qué me dices.

Me levanto también, acercándome con cautela.

- Alessandro – coloco mi mano en su brazo – no es lo que piensas, te lo expliqué. Además no cambies el tema, te sangran los nudillos a lo loco.

Se aparta bruscamente, mirándome con dolor y furia. Una mirada que jamás había visto en sus hinoptizantes ojos grises.

- ¡¿Qué quieres que piense?! – grita –. ¡Estabas con ese bastardo a solas!

Comienzo a sentir como mis ojos se empañan y las lágrimas no se hacen esperar, brotando por mis luceros.

- No hagas esto – le suplico –, te juro que nunca pasó nada con él ni con nadie, Alessandro.

Él me mira por un largo instante, como si estuviera tratando de leer mi alma. Finalmente, veo como su mirada se suaviza y la expresión de su rostro se transforma a una de arrepentimiento.

- Está bien –, murmura, tomando mis manos entre las suyas –. No tenía que reaccionar así, pero estoy celoso Astrid. Cualquier hombre que este cerca de tuyo, me provoca ganas de quitarle los ojos.

Le sonrío con ternura y le agarro las mejillas con mis manos –. Te quiero, Alessandro y nada ni nadie puede cambiar eso.

Se acerca despacio hasta mí, haciendo que nuestros cuerpos se encuentren en un beso. Uno necesitado, lleno de furia y el deseo incontrolable que nos une. Sus labios se apoderan de los míos con una intensidad feroz, quiere devorarme, como si solo así puede calmar su tormenta.

Me dejo llevar por la pasión del momento, mis manos se aferran a su camisa azul mientras nuestras lenguas se enredan en nuestra danza sensual.

El beso va subiendo de tono, cada vez más ardiente, más íntimo. Sus manos empiezan a recorrer mi cuerpo con avidez, dejándome sin aliento, sus dedos se deslizan por mi espalda, acariciando mi cuello.

Mis labios ahogan un gemido suave dentro de su boca, es un sonido que nace de las profundidades de mi ser. El dominio que ejerce me consume, convirtiéndome en una fiera que solo él sabe domar. Mis caderas se presionan contra las de él, en busca de lo que anhelo, nuestra fusión.

Alessandro me levanta del suelo, sus brazos fuertes me sostienen como si fuera un objeto precioso. Besa mi cuello, hombros y baja hasta mi pecho por encima de la blusa. Sin dudarlo, me quito la camiseta que traigo y le dejo mis tetas a su disposición.

Comienza a dejar un rastro de besos y chupetones ardientes en el valle de mis senos, haciéndome temblar de deseo. Comienza a caminar hacía al dormitorio, levanta la cabeza y me mira lleno de una determinación que no admitirá negativas.

Me arroja sobre la cama, con una suavidad que contrasta con la intensidad de sus ojos. Se quita la camisa con un movimiento rápido, revelando su torso musculoso. Lo miro con fascinación.

Abro las piernas y lo entiende perfectamente, porque no espera en posicionarse entre ella, y empezar a flotarse contra mí. Me besa salvajemente, su tormenta nos envuelve a los dos, pero en un momento se detiene.

- Eres mía – susurra roncamente –, solo mía.

Lo sostengo la mirada fascinada, detallándolo y confirmando que es un Apolo moderno y que una vez en mi vida, fui bendecida.

- Dilo, Astrid – me rodea el cuello con su mano, posesivamente –. Eres mía, dilo.

Asiento con la cabeza, cautivada por este posesivo y dominante piloto –. Soy tuya, Alessandro – susurro con voz áspera.

Sus ojos grises se iluminan y me besa nuevamente. Comienzo desabrochar su cinturón, prosigo con el botón y termino bajando la cremallera del pantalón que trae. Él rompe mi sujetador y deja mis tetas al aire completamente, que sin esperar se prende de ellas.

Las succiona con desesperación, moviendo su lengua sobre mis pezones. Se turna con cada una, cuando no succiona a una la masajea deliciosamente mientras se llena la boca con la otra. Me remuevo de placer con sus lengüetazos, mis labios no paran de emitir jadeos tras jadeos.

Trato de masajear su polla erecta sobre el bóxer, pero se complica con el éxtasis que me provoca este hombre.

- Deliciosas – dice, atiborrado de ellas –, y mías, por supuesto.

Solo asiento con la cabeza porque no tengo mente para más, solo pienso en lo delicioso que es este momento.

Sube su cabeza y me besa agresivamente, sujetándome del cuello, ejerce la fuerza suficiente para provocar una a agonía necesitada de aire y de su polla dentro mío.

Me permite respirar y baja sus manos, las coloca sobre mis leggins blancos, y los baja desesperadamente.

Por lo menos, esto no lo rompe.

Los tira al suelo y solo queda mi tanga de hilo, no sé porque hoy presentía que capaz me quedaría bien estrenarlas. Son de La Perla, él las eligió esa tarde de compras en la mejor tienda de lencería internacional.

Sus pupilas se expanden al ver lo que traigo puesto, sube su mirada abrasadora y me observa fijamente. Sus labios se alzan en una sonrisa pícara y vuelve a bajar la cabeza, y deja un beso suave sobre mi pubis cubierto por encaje.

Un beso que me estremece y logra que me humedezca aún más –. Estas no las romperé, pero las quiero – me mira desde abajo, con una sonrisa pícara.

Clavo mis uñas en sus hombros mientras corre hacía un costado el pequeño pedazo de tela y pasa su lengua por mis pliegues –. Exquisito – sigue lamiendo –, dale nena, mójate más. Aún no cené.

Pasa sus dedos por mi sexo, empapándose de mis fluidos y su saliva. Juega unos segundos y se aleja, para bajarse el bóxer, liberando su miembro erecto. Lo agarra con su mano, paseando la punta entre mis pliegues, es tan grande y gruesa que me arqueo suplicando que me tome y me haga suya.

- Ábrete más – hunde sus dedos en mi coño –, hoy te la meteré completa.

Como buena sumisa, las abro más y él ubica el glande en mi entrada. Me embiste duramente, hundiéndose dentro mío, provocando jadeos por el dolor placentero de tenerlo tan adentro. Dios, no podré caminar mañana.

Deslizo mis manos por su torso duro y como siempre sucede, la boca se me hace agua. Su polla entra y sale, su potencia y tamaño acapara cada centímetro de mi cavidad, maltrata mi zona, pero al mismo tiempo me complace.

Se prende de mis tetas nuevamente mientras hunde sus manos en mis anchas caderas, gruñendo con cada embestida.

Acerco mi boca a su oído y gimoteo apropósito, mordiéndole el lóbulo. El orgasmo está tan cerca y necesito sentir su derrame dentro mío antes que todo.

- Córrete –, le suplico jadeante.

- Demasiado pronto, Astrid – responde con la respiración agitada.

Me toma del cuello y su mandíbula se marca más, es un maldito Apolo este hombre.

Levanto las caderas, motivando a que se corra. Desde la primera vez, empezó a crecer una necesidad de sentirlo para poder liberarme junto a él.

Su mirada se oscurece con cada lanzada que da dentro mío, pero no se corre el maldito desgraciado. Embiste con golpes hábiles a mi pequeño coño, mirándome fijamente a los ojos sin dejar de gruñir y yo de gemir.

Me agarro fuertemente a sus brazos cuando siento que el orgasmo está por liberarse. El deseo me gana cuando caigo al infierno que me consume en sus llamas. Infierno que conocí por él y que me fascina.

Retira su miembro de mi cavidad y se corre en mi entrada, haciendo círculos que me generan escalofríos por el reciente orgasmo.

Cae a mi lado, transpirado y respirando ferozmente.

Mis parpados me pesan, mis oídos dejan de escuchar poco a poco nuestras respiraciones agitadas, hasta que me quedo dormida.

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El sol se filtra por las rendijas de las persianas, bañando la habitación en una luz tenue. Un leve aroma a café recién hecho flota en el aire. Abro los ojos, aún somnolienta, y me encuentro con la realidad: solo dos horas de sueño después de la noche tórrida con Alessandro.

Un cosquilleo de placer recorre mi cuerpo al recordar las caricias apasionadas, los besos ardientes y su palabrería sucia. Una sonrisa involuntaria se dibuja en mis labios.

Sin embargo, la sonrisa se borra rápidamente al ver que no lo encuentro a mi lado. Solo una breve nota sobre la mesita de noche: Te veo en la gala. Desayuno en la cocina.

Un leve resquemor me invade. ¿Por qué se fue sin despedirse? ¿A dónde tan temprano?

Me levanto de la cama con pereza y me dirijo al baño. La ducha caliente me ayuda a despejarme y a prepararme para el día que me espera.

En el salón de belleza, las manos expertas de la maquilladora y la peluquera me transforman en una versión radiante de mí misma. El vestido verde esmeralda, largo, entallado y sensual, resalta mis curvas y me hace sentir poderosa. Mis hombros están al descubierto y una pequeña cola, genera un volumen agradable para mis caderas. Un corte en mi pierna izquierda que, comienza desde a mitad de mi muslo hasta el suelo, permite apreciarlas. La pedrería que adorna el vestido, logra que brille ante cualquier luz, convirtiéndome en el centro de atención.

El cabello recogido en un moño con algunos mechones sueltos, genera un aire liberal dentro de tanta formalidad. El maquillaje acompaña a mis ojos verdes en un esfumado negro y labios en un carmesí claro.

La pedrería Swarovski acompaña mi look con aretes de esmeraldas y oro blanco, al igual que el collar. Regalo de Alessandro.

Mientras me miro en el espejo, no puedo evitar pensar en él. ¿Dirá algo sobre nosotros?

Un escalofrío me recorre la piel al imaginar su reacción. Su mirada intensa, su sonrisa arrogante, sus manos posesivas...

De repente, me siento nerviosa. La gala que, antes me parecía un evento aburrido, ahora se convierte en un campo de batalla. Una batalla por su atención, por su deseo.

Tom, me espera al salir. Su porte imponente y su mirada serena me infunden una sensación de seguridad. Un leve aroma a colonia masculina me envuelve cuando me saluda con una sonrisa amable.

- Buenas tardes, señorita Astrid – dice con su voz grave y educada –, el señor Agnelli la espera en la Gala.

- Gracias Tom – le sonrío –, es un placer verte.

Me sujeto de su brazo para no caerme por los tacones que elegí en esta ocasión. La amabilidad y el carácter reservado de Tom me agradan. Es un hombre de pocas palabras, pero sus gestos y expresiones transmiten una calidez y un respeto que me hacen sentir cómoda.

La tensión crece en mi interior a medida que la camioneta avanza por las calles de Londres. Tom, impasible al volante, mantiene un silencio sepulcral que solo se rompe por el suave sonido de la música clásica que emana del equipo de sonido. Mis ojos se fijan en las luces de la ciudad que se reflejan en la ventanilla, creando un caleidoscopio de colores que no logran calmar mi inquietud.

Falta poco para llegar al Palacio de Kensington, escenario de la Gala de Inauguración, y la incertidumbre me carcome. La imagen de Alessandro, vestido de esmoquin y esperándome en la entrada, no se aparta de mi mente. La idea de que no esté allí me llena de un vacío inexplicable.

Finalmente, la camioneta se detiene frente al majestuoso palacio. La fachada, iluminada por miles de luces, brillan como un diamante en la noche. Sus imponentes columnas y la elegante arquitectura me transportan a otra época, a un mundo de realeza y opulencia.

Un escalofrío me recorre la piel al descender del vehículo. La alfombra roja se extiende ante mí como una invitación a un mundo de ensueño. Sin embargo, la ausencia de Alessandro me golpea con rudeza. Un susurro de desilusión escapa de mis labios.

Decido entonces enfrentar la situación con valentía. Camino por la alfombra roja con la frente en alto, ignorando las miradas curiosas y los flashes de las cámaras. Mi vestido verde se mueve con fluidez a mi paso, y mi corazón late con fuerza en mi pecho.

De repente, una mano se posa en mi brazo. Me giro y me encuentro con la sonrisa radiante de Erik. Su presencia me brinda un sosiego inmediato.

- Estás magnifica – su voz cálida y reconfortante, me calma –. ¿Me permites entrar juntos?

No es una mala propuesta. No tengo con quién entrar, no es algo que me moleste, pero si el castaño prometió estar y no está. No le quedará otra que aguantarse por mentiroso.

Enredo mi brazo alrededor del suyo y juntos, cruzamos el umbral del palacio y nos sumergimos en un mar de opulencia. El interior del palacio es aún más impresionante que el exterior. Los techos altos, los chandeliers de cristal y las paredes adornadas con frescos me transportan a un cuento de hadas.

Los invitados, vestidos con sus mejores galas, conversan animadamente mientras disfrutan de copas de champagne y bocadillos gourmet. La música de una orquesta en vivo crea una atmósfera elegante y sofisticada.

Erik me conduce a través del salón, saludando a algunos conocidos y presentándome a otras personas. A pesar de la magnificencia del lugar, una sensación de inquietud me persigue. No puedo evitar pensar en Alessandro y en la razón de su ausencia.

El murmullo de la multitud me envuelve como una ola mientras me acercó a la barra. La copa de champagne en mi mano brilla bajo las luces, reflejando la incertidumbre que nubla mi mente. Mis ojos recorren el salón, buscando ansiosamente una figura en particular.

De repente, mi corazón da un vuelco. Allí, a unos metros de distancia, se encuentra mi objetivo: Máximo Agnelli. Es como una versión de Alessandro con dos décadas más, con la misma mirada penetrante y la arrogancia grabada en su rostro. Sin embargo, algo en él no encaja. Unos moretones y heridas adornan su rostro y sus manos, como vestigios de una pelea reciente.

Un escalofrío me recorre la piel al recordar los moretones que había visto en Alessandro la noche anterior. Unas piezas del rompecabezas encajan en mi mente: la evasión de Alessandro cuando le pregunté, las marcas en su cuerpo. No cabe duda, habían peleado.

La mezcla de furia y determinación, me mueve con sigilo entre la multitud. Mis pasos son calculados, cada movimiento disimulado entre la masa de invitados. La adrenalina bombea en mis venas mientras me acerco a Máximo, a punto de colisionar con él.

Finalmente, nuestros cuerpos se encuentran. El impacto me hace tambalear, pero me mantengo firme. Lo miro a los ojos, buscando una reacción, una señal de reconocimiento.

Sus ojos se encuentran con los míos, y por un instante, una chispa de sorpresa cruza su mirada. Sin embargo, su rostro se endurece rápidamente, adoptando una expresión de indiferencia.

- Disculpa – murmura con voz gélida, alejándose de mí bruscamente.

Mis labios se alzan en una sonrisa satisfactoria. Conseguí lo que quería, que viera que estoy demasiado viva y que tengo en mi bolsillo a su hijo.

No soy la única que tiene tantos secretos, los Agnelli superan a mi familia y a mí; en especial el cabecilla.

Quiero a Alessandro, pero solo es un vínculo necesario para concretar mi plan.

Se preguntarán de qué plan hablo ¿No?

No puedo decir mucho, aún no, pero puedo confesar que los Agnelli han sido los culpables de que mi familia haya sido perseguida por años y que yo, haya sufrido esa semana en donde casi me cuesta mi vida.

¿En serio pensaban qué no sabía lo que quería? ¡JA! Siempre lo supe, llegué aquí sabiendo a quién tenía que enloquecer para que haga el trabajo pesado por mí. Esa persona es Alessandro Agnelli.

Por eso, no me molestó ver a Rebekah esa mañana, por qué no pedí explicaciones, solo una advertencia recibió de mi parte. Tampoco me asustan los negocios sucios que tiene él, por más que los oculté de mí, sé todo.

¿Alessandro es una víctima más de su padre? Sí ¿Me importa? No, bueno, puede ser que un poco. Comprobar que realmente me quiere, no sería un problema si yo no lo quisiera, pero fallé, me encariñe demasiado.

Pero nada ni nadie, detendrá mi plan. El ver caer a Máximo Agnelli y lo mejor, es que caerá a manos de su hijo, bajo mis órdenes. Porque seré la puta Reina dentro de Mano Negra.

Primero tengo que localizar a Alessandro, aún no aparece y no puedo negar que me preocupa.

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Alessandro

El frío de los sótanos del Palacio de Kensington contrasta con la opulencia del evento que se desarrolla en el piso superior. Un ambiente cargado de tensión y conspiración impregna el aire, mientras me encuentro en una sala privada, rodeado de los jefes de las diferentes regiones de Europa que se oponen al régimen de mi padre.

John, es mi mano derecha, siempre permanece a mi lado como una sombra, vigilando cada movimiento. La seguridad es extrema, con hombres armados apostados en cada esquina del laberinto de pasillos que conducen a la sala.

A pesar de la importancia de la reunión, un sentimiento de culpa me corroe por dentro. No haber recibido a Astrid en la entrada me pesa en la conciencia, pero en este momento, los negocios son lo primero.

La sala, a pesar de estar en los subsuelos, es un lujo en sí misma. Alfombras persas cubren el suelo de piedra, muebles antiguos de madera tallada rodean una mesa redonda iluminada por velas, y un retrato de un ancestro real observa la escena con ojos severos.

Los jefes, hombres y mujeres de aspecto curtido y mirada penetrante, conversaban en voz baja, intercambian información y estrategias. Un murmullo incesante llena la sala, solo interrumpido por el tintineo de las copas de coñac.

Stefano Di Lorenzo, jefe de la región italiana y enemigo acérrimo de Máximo, se levanta de su asiento, con un brillo de odio en sus ojos.

- No podemos seguir tolerando las atrocidades de Máximo – brama con voz ronca –, su tiranía ha llegado demasiado lejos. Es hora de que La Mano Negra tenga un nuevo líder, uno que represente nuestro verdadero lema.

Un coro de asentimientos y murmullos de aprobación recorre la sala.

- Alessandro, tú eres el único que puede destronar a Máximo – continúa Stefano, dirigiéndose a mí con una intensidad feroz –. Tienes la sangre, el liderazgo y el apoyo de la mayoría de las regiones. Te necesitamos como nuestro nuevo rey.

Una sonrisa satisfactoria se forma en mi rostro. Es lo que estuve esperando por demasiado tiempo, el apoyo de ellos para destronar a mi padre. Su tiempo acabó y es hora de que, la nueva generación tomé el poder.

- Es lo que quiero hacer desde hace tiempo señores y señoras – me coloco de pie –, necesito saber, qué regiones me apoyan.

Stefano Di Lorenzo, es el primero en dar un paso adelante. Su mirada, tan fría como el acero, se clava en la mía mientras toma la daga con mano firme. Un corte rápido y profundo en su palma derecha libera un chorro de sangre carmesí.

- Juro lealtad a Alessandro Agnelli, Rey de la Mano Negra - proclama con voz grave, dejando caer las gotas de su sacrificio sobre el pergamino negro.

Uno a uno, los demás jefes siguen su ejemplo. Los trillizos belgas, unidos por el vínculo fraternal más fuerte que el acero, sincronizan sus movimientos, cortando sus palmas al unísono. El capo de Alemania, un gigante de mirada feroz, ruge su juramento mientras la sangre brota de su mano herida.

Suiza, Dinamarca, Austria, Polonia y Eslovenia. Cada jefe, cada región, se une a la causa con un corte de daga y un juramento solemne. La gasolina vieja se mezcla con la sangre, creando un símbolo macabro de hermandad y compromiso.

Al final, solo quedo. Tomo la daga, su peso es familiar en mi mano. La sangre de mis hermanos corre por el pergamino, un río carmesí que sella nuestro destino.

- Yo, Alessandro Agnelli, Rey de la Mano Negra, juro defender a mis hermanos y luchar por la justicia – digo con voz áspera, sin inmutarme por el dolor de la herida en mi palma –. Cualquiera que me traicione, lo pagará con su vida. Y eso incluye a su futura reina.

Un silencio sepulcral se apodera de la sala. Los ojos de los capos brillan con una mezcla de miedo y admiración. Saben que no es una amenaza vana. La crueldad y la sed de venganza corren por mis venas, y no dudaré en derramar la sangre de un traidor, incluso si fuera la de la mujer que quiero.

Un suspiro de satisfacción escapa de mis labios mientras observo a los jefes de las regiones europeas retirarse por los pasadizos secretos del Palacio de Kensington. Su lealtad jurada con sangre es un triunfo, un paso crucial en la guerra que se avecina contra Máximo.

Con pasos firmes y la mente en calma, me dirijo hacia el salón de baile, ansioso por encontrar a Astrid.

La imagen de ella bailando con Karlsson, me llena de una furia que lucho por contener.

La música vibrante y el aroma a rosas impregnan el ambiente. La opulencia del salón contrasta con la tormenta que se gesta en mi interior. Astrid, con su vestido verde esmeralda que resalta su belleza, gira en la pista con una sonrisa radiante, ajena a mi presencia.

Un nudo de celos se forma en mi garganta. La idea de que ella me niegue su afecto mientras se diverte con otro hombre es intolerable. Sin embargo, la razón me impide hacer una escena. No es propio de un rey perder la compostura en público.

Con una máscara de indiferencia, me mezclo entre la multitud. Disimulando mi furia, pido una copa de champagne y observo con atención a la pareja que baila. Karlsson, con una sonrisa arrogante, parece disfrutar de la atención de Astrid.

Parece que a ese bastardo, busca que lo mate de una maldita vez. 

Decido actuar. Con la copa en la mano, me acerco a ella y, con la voz más serena, le pido bailar.

- Gracias, por entretenerla – fulmino con la mirada a Erik –, pero, su verdadera pareja ya está aquí.

Trato de tomar su mano, pero ella me la niega sin ni siquiera mirarme. Se mantiene a su lado, pegando su cabeza al pecho de él.

Calma Alessandro, sólo te toca los cojones.

- Astrid, lascia che ti spieghi perché non mi hai trovato prima. Non umiliarmi davanti a questo idiota, non te lo perdonerò mai –, le susurro lo más cerca de su oído.

Astrid, déjame explicarte por qué no me encontraste antes. No me humilles delante de este idiota, nunca te lo perdonaré.

Despega su cabeza del pecho del bastardo sueco y se suelta de su agarre, me sonríe irónicamente y choca contra mi hombro al pasar por mi lado. Le dedico una sonrisa ladeada al rubio y la sigo.

Camina por los pasillos, dobla a la derecha y sigue caminando. ¿A dónde me lleva? Ésta mujer es una loca de mierda.

La sigo a paso acelerando hasta que entra en una puerta, entro después de ella y es una habitación.

La decoración es una mezcla de estilos, con muebles antiguos y objetos exóticos que parecen fuera de lugar. Un aura de misterio impregna el ambiente, acrecentando mi desconcierto.

Astrid se sienta con gracia en la gran cama, su vestido verde crea un contraste con las sábanas blancas. Sus ojos brillan con una intensidad que nunca antes había visto.

- Explícate – su voz es firme y no aparta su mirada de la mía.

Quedo atónico ante su actitud. Esta no es la Astrid dulce y sumisa que conozco. Sé perfectamente cómo es cuando está molesta, pero, aun así, no deja de tratar con dulzura a los demás.

Comienzo a tejer una red de mentiras, le invento un encuentro desafortunado con unos socios. No quiero que se entere de mi otra vida, del mundo oscuro que habito.

Sin embargo, mi farsa no dura mucho. Sus ojos, llenos de perspicacia, me taladran hasta lo más profundo de mi ser.

- No me mientras, Alessandro – dice con voz quebrada por la ira –, se perfectamente lo que eres. Sé que estás envuelto en algo peligroso, algo que te consume.

Sus palabras me golpean como un puño en el estómago. Las palabras se atascan en mi garganta mientras observo la mirada expectante de Astrid.

- No sé de qué hablas – miento –. Solo soy el mejor piloto de la decada y nada más.

Camino hacía a ella, pero alza la mano para que me detenga. 

- ¿Me crees estúpida? – su tono de voz es sarcástico.

- No, Astrid – camino de un lado al otro – no sé de lo que hablas. 

- Si me dices una mentira más, no me vuelves a ver en tu puta vida. 

¿Alessandro Agnelli siendo amenazado nuevamente por una pequeña pelinegra? 

- No me amenaces, Astrid – elevo el tono de vos y clavo mis ojos en los suyos.

- Está bien – mi orgullo desaparece –, solo no tengas miedo ¿Si?

- Te escucho. 

- Dentro del mundo de las carreras de automóviles hay...escuderías que se manejan...

- ¡Ya basta! – el grito de Astrid me interrumpe –. Sé muy bien que dentro de las escuderias hay clanes o mejor dicho, diferentes mafias. Así que di la puta verdad de una vez.

- Está bien, soy parte de La Mano negra. La mafia más sangrienta, cruel y grande de este mundo. 

Un silencio sepulcral se apodera del espacio. Espero un grito de horror, un gesto repulsivo, cualquier señal de que ella comprenda la magnitud de mi revelación.

Sin embargo, ella no se inmuta. Su rostro está pasivo, sus ojos son un fondo que me observan sin pestañear.

- Lo sabía – confiesa con su voz fría como el hielo.

Mi sorpresa es mayúscula. ¿Cómo puede saberlo? 

Qué mierda.

- ¿Lo sabes? – mi incredulidad resuena en la habitación.

- Sí – responde con una simpleza escalofriante. – He visto cosas, Alessandro.

Un escalofrío recorre mi espalda. Su confianza me hiela la sangre. Es como si ella hablará desde el corazón mismo de la oscuridad.

- No puedo contarte todo – lucho por mantener mi compostura – no todavía.

Ella asiente con una leve inclinación de cabeza. Su comprensión me desconcierta aún más.

- La pirámide no es lo que parece – continúo –, hay una lucha interna, una guerra por el control. Yo estoy en medio de ella.

Las manos me sudan mientras la observo y no quiero decir esto, pero necesito dejarlo en claro.

- Al contarte esto, estás dentro – busco apartar mi mirada de ella, pero no puedo –. Si me traicionas, Astrid – advierto con voz ronca –, lo pagarás con tu vida.

Sigue sin inmutarse. ¿Pero, con qué clase de mujer llevo follando desde hace semanas? ¿Con la viuda negra o quién?

- Tus amenazas no me intimidan, Alessandro – responde con una voz tan fría como el acero.

- ¿No te das cuenta del maldito juego al que te acabo de meter? – mi voz aumenta en intensidad –. La pirámide no es algo que puedas tomar a la ligera.

- Soy consciente de los riesgos – replica con su mirada desafiante – pero, no me acobardas. Por estar a tu lado, estoy dispuesta a enfrentar lo que sea necesario.

Su determinación me deja sin habla. La fuerza que emana de su ser inquebrantable, esa voluntad indomable que me llena de una mezcla de admiración y temor. Su desafío, su fuerza, me encienden como un fuego incontrolable.

Sin pensarlo dos veces, me abalanzo sobre ella, acorralándola contra la cama. La tomo del cuello y la traigo hacía a mí, capturando sus labios en un beso feroz.

Mis labios se mueven con una intensidad que solo ella puede despertar en mí. Es una mezcla de furia, de pasión, de necesidad. Sus labios, firmes y dulces, responden al beso con una entrega inesperada.

Sus manos se aferran a mi camisa, arañando la tela con sus manos. Sus ojos, brillantes y salvajes, reflejan la misma pasión que me consume.

La beso con una fuerza que raya en la brutalidad, explorando cada rincón de su boca, saboreando su esencia. Es como intento devorarla, absorberla en mi ser.

La respiración de Astrid se acelera al ritmo de la mía, sus labios responden con una entrega que me enardece. Sus manos quitan el saco negro y acaricia mi espalda, sus dedos se enredan en mi cabello, acercándome aún más a ella.

Mis manos exploran su cuerpo con desespero, no lo puedo controlar. Sus curvas se ajustan a las mías, encajando a la perfección. La necesidad de poseerla, de fundirme en ella, es una fuerza arrolladora.

Mis dedos se entremeten por el tajo de su vestido, cuando un golpe seco en la puerta nos sobresalta.

- ¡Señor! La conferencia de prensa está por comenzar. Su presencia es requerida.

Un rugido de frustración escapa de mi garganta. La interrupción es inoportuna.

Astrid se aparta de mí con un suspiro entrecortado. Sus ojos brillan con una intensidad que me deja sin aliento.

- Tenemos que ir – digo con voz ronca, aun jadeando.

Me alejo de ella a regañadientes, lucho por controlar mi deseo. Me acomodo la ropa, alisando las arrugas que delatan la reciente pelea de pasión.

La ayudo a levantarse, admiro su magnífica belleza. Su vestido esmeralda, ahora un poco arrugado y ligeramente desaliñado, solo la hace más atractiva.

- Te ves espléndida – mis labios forman una sonrisa que no llega a mis ojos.

Ella me observa intensamente – Tú también –, susurra, sus labios rozan los míos en un breve y electrizante beso.

Caminamos juntos por el pasillo, un silencio expectante carga el aire. La tensión entre nosotros es palpable. Entramos a la sala de conferencia por separado.

El salón es un hervidero de actividad. Periodistas de todo el mundo se arremolinan alrededor de los pilotos, ansiosos por obtener la última primicia.

Observo a Astrid desde la distancia. Su vestido esmeralda se distingue entre la multitud, como una sirena incandescente en un mar de grises. Su rostro serio y concentrado, refleja su determinación.

Finalmente, llega mi turno. Me siento frente a la batería de micrófonos, la luz brillante me ciega momentáneamente. Las preguntas comienzan a llover, una tras otra, como un aluvión imparable.

- ¿Se siente listo para la gran temporada? –, pregunta uno.

- ¿Ha encontrado su motivación? –, pregunta otro.

Respondo a cada una de ellas con calma y seguridad. Mi mente, sin embargo, está en otra parte. En Astrid, en la forma en que me miró antes de entrar a la sala.

De repente, una pregunta corta el aire, como un cuchillo afilado: 

 – ¿Está usted en pareja, señor Agnelli?

Un silencio expectante se apodera del lugar. Todas las miradas se posan sobre mí, esperando mi respuesta.

Reflexiono por un instante. La imagen de ella se materializa en mi mente, su belleza, su fuerza, su pasión.

- Sí – confirmo con voz firme –, estoy en pareja.

Un murmullo de sorpresa recorre la sala. Los periodistas se miran entre sí, ansiosos por saber más.

- ¿Es la ingeniera que se unió recientemente a McLaren? ¿Cómo se llamaba? Astrid Bright, ¿no?

Miro hacía los ojos verdes, buscando su aprobación. Ella me mira con una sonrisa radiante y sus ojos brillan.

- Sí – confirmo – lo es. Y no es una mujer cualquiera. Es Astrid Bright así que fijesé a como se refiere a ella.

Hago una pausa, dejo que mis palabras se impregnen en la atmosfera. – Astrid es una persona excepcional, una mujer brillante, valiente y apasionada.

Un aplauso espontaneo resuena en la sala, seguido de una lluvia de preguntas sobre ella. Decido no responder más, para no sobre pasar sus límites.

Confirme mi relación con ella, espero que no sealo peor que pude haber hecho. 

Gente, no me gusta pedir estas cosas, pero me harían un gran favor si me siguen en mis redes, más que nada en tiktok. En esta plataforma me tienen un poco bloqueada del fyp y no muestran mi contenido. Se los super agradezco y ahora sobre el capítulo de hoy, no tengo nada que decir...

Les dejo la imagen ilustrativa de cómo está vestida nuestra chiquita 

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