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❝ El dolor es un ladrón astuto que nos roba una parte de nosotros cada vez que lo dejamos entrar ❞

SELQUOIA LINDBERG, más tarde Skogen por su marido Klaus, solía acurrucarse por las noches preguntándose si la mañana siguiente estaría viva. Una parte de ella tenía miedo de no despertar, pero había otra que se había rendido. Porque cuando despertaba, la sensación de alivio nunca llegaba, solo la opresión de sentirse atrapada en una cárcel de espinas y hierros afilados que rasgaban su interior con cada respiración, y que cada día, las heridas se hacían más profundas e imposibles de ignorar. Pero no siempre había sido así.

Nacida y criada en una familia de clase media en Norrköping, Suecia, Selquoia era lo que muchos consideraban "una niña prodigio". Sus dos hermanos mayores, Alvar (padre de Vilhel), y Otto, también destacaban por su inteligencia y habilidades, pero ninguno era tan "extraordinario" como ella. A los tres años, ya era capaz de leer y comprender runas antiguas. A los cinco, hechizaba objetos muggles y los hacía obedecer a su voluntad. A los ocho, creaba ilusiones increíblemente detalladas e invocaba criaturas asombrosas. Y a los doce, demostraba un dominio impresionante de hechizos complejos que ni siquiera se enseñaban en Durmstrang hasta cursos avanzados. Sin duda, Selquoia era una niña extraordinaria que llamaba la atención y cautivaba a quienes la conocían.

Pero si había un campo en el que Selquoia destacaba era la Defensa Contra las Artes Oscuras, campo en el que también brillaba su hermano Otto, quien era cuatro años mayor que ella y tres años menor que Alvar. Muchos comentaban que Selquoia tenía un don para defender cualquier causa y protegerse de cualquier maldición, además de poseer un sentido de la justicia muy arraigado. Por lo que, cuando se graduó, Durmstrang la honró con un escudo de oro expuesto en la escuela junto con otros alumnos que también destacaban por sus grandes aptitudes, y el Consejo de Magia de Suecia quedó tan impresionado que trató de contratarla inmediatamente.

Con tan solo dieciocho años, Selquoia se convirtió en la auror más joven del país. En aquellos tiempos, la Guerra contra Grindelwald estaba en pleno apogeo, lo que significaba que los aurores se arriesgaban constantemente tratando de detener a todos los infiltrados y magos oscuros que planeaban atentados en las grandes ciudades. Selquoia y Otto eran dos de los aurores más solicitados y siempre lograban capturar a sus objetivos. Hasta que una mañana de junio, se enfrentaron a un mago tenebroso que les había tendido una trampa. Tras un sangriento enfrentamiento, finalmente fue capturado, pero cuando Otto se acercó para arrestarlo, el mago le arrancó la varita de la mano y antes de que Selquoia pudiera hacer algo para detenerlo, el mago le lanzó la maldición imperdonable. Llena de furia, Selquoia intentó herirlo, pero el mago, que no había venido solo, ordenó a uno de sus secuaces que destruyera el edificio en donde se hallaban, dejando a Selquoia indefensa. Después del derrumbe, quedó gravemente herida, tanto que parecía imposible que pudiera sobrevivir.

Luchando por su vida, Selquoia fue llevada al hospital por sus compañeros, quienes temían perderla. La memoria de aquel día era difusa en su mente, pero había tres cosas que nunca olvidaría: el pesar de haber perdido a Otto, el dolor de las heridas que desgarraban su piel, y los ojos azules del hombre que le salvó la vida. Klaus Skogen, un joven medimago dotado, se hizo cargo de ella con dedicación y compromiso, nunca dejándola sola durante su recuperación. Selquoia era una pieza muy valiosa para el Consejo de Magia de Suecia, pero ahora que su estado físico no volvería a ser el mismo que una vez fue, ya que la recuperación le ocuparía demasiado tiempo y le dejaría secuelas a largo plazo, la obligaron a retirarse del cargo y a dedicarse a otra cosa. Porque ahora ya no era "la niña prodigio" que una vez conocieron.

Por lo que, sola y en reposo en una cama de hospital durante meses, Selquoia se aferró a la presencia de Klaus y su habilidad en el arte de curar, confiando en él para recuperarse, no solo para sanar sus heridas físicas, sino también emocionales. Con el tiempo, su agradecimiento se transformó en una profunda amistad, y Klaus se convirtió en uno de los pilares más importantes en su vida. Porque a pesar de que nunca pudo recuperar a su hermano, Selquoia sabía que había ganado algo igual de valioso: la amistad y posteriormente el amor de Klaus Skogen.

Un año después, Selquoia y Klaus se casaron, y poco después de que ella cumpliera los veinte, recibieron la bendición de Jonella. Aunque Klaus podía parecer frío y distante en ocasiones, era un padre entregado y amoroso. Y Selquoia... Selquoia se convirtió en una madre feroz, dispuesta a hacer cualquier cosa por su hija. Aquellos años que pasaron juntos fueron la luz que iluminó sus vidas después de la oscuridad de la tragedia. Klaus ayudó a Selquoia a recuperarse, pero fue Jonella quien sanó su corazón y la ayudó a encontrar de nuevo la felicidad. Con un esposo que amaba y su preciosa hija a su lado, Selquoia pudo procesar su dolor y seguir adelante, aunque siempre llevaba la memoria de Otto en las profundidades de su alma. Klaus continuó ejerciendo como medimago en el hospital, mientras que Selquoia, gracias a su reputación y habilidades, logró convertirse en una Investigadora de Reliquias después de que Jonella comenzara a ir al colegio. Esos años fueron un oasis de felicidad en la vida de Selquoia, y aunque todavía sentía tristeza y culpa de vez en cuando, aprendió a vivir con ellas y a seguir adelante. Fueron los diez años más felices que vivió jamás.

Hasta que el 27 de diciembre de 1952, ocurrió la mayor desgracia que puede afligir a un matrimonio, y la gota que rompió el único punto de estabilidad en la vida de Selquoia: Jonella murió en un trágico accidente, un infortunio del destino que nunca pudo ser remediado. Ese día, aunque sus pulmones aún se llenaban de aire y su corazón latía, el alma de Selquoia también murió con ella. Abandonó su trabajo y, al no poder soportar la idea de permanecer en el lugar donde todos sus recuerdos felices se asociaban a Jonella, ella y Klaus decidieron mudarse a Inglaterra, donde la madre de Selquoia, una mujer mitad inglesa y mitad sueca, había pasado parte de su vida en una hermosa casa en Castle Combe que había sido heredada por sus padres. Klaus y Selquoia pagaron una gran suma de dinero para llevar el cuerpo de Jonella con ellos, ya que querían tenerla cerca para siempre. Pero a pesar de sus esfuerzos por mantenerse fuertes, su vida empezó a desmoronarse desde entonces.

Klaus logró mantener su trabajo como medimago en San Mungo, ascendiendo lentamente a puestos más importantes, mientras que Selquoia se quedó estancada, sumida en la tristeza y la desesperación. Pasaba largos periodos de desempleo, y cuando finalmente aceptaba trabajos que no estaban a la altura de sus habilidades, no tardaba en ser despedida por llegar tarde o no hacerlo lo suficientemente bien, si es que en los momentos en que lograba mantener un trabajo estable, era ella quien decidía dejarlo y encerrarse en su propio dolor, incapaz de encontrar consuelo ni siquiera en el alcohol. La pareja estuvo un largo tiempo poniendo la mesa para tres personas, como si Jonella aún siguiera presente en sus vidas, y cada noche, Selquoia se sentaba en el porche y esperaba horas y horas a que apareciera por la puerta. Pero, como era de esperar, Jonella nunca aparecía.

De vez en cuando intercambiaba cartas con su hermano mayor, Alvar, para contarle cómo estaba, pero ni ella lograba viajar hasta Suecia para verlo, ni Alvar, inmerso en sus propias ocupaciones, estaba dispuesto a bajar hasta Inglaterra. Klaus, normalmente sereno, también se vio afectado por la pérdida, aunque de una manera diferente, ya que había devenido por completo en un hombre distante y apático que, a pesar de esforzarse por cuidar a su esposa, despegaba una actitud amarga y venenosa a su alrededor. Y así, aunque ambos intentaban encontrar el consuelo mutuamente, se habían alejado el uno del otro.

Hasta que diez años después, en marzo de 1962, a sus cuarenta años, Selquoia recibió una sorpresa que la llenó de vida y esperanza: estaba embarazada de nuevo. Fue un milagro, un regalo del universo. En seguida dejó de beber y empezó a buscar nuevos hobbies y actividades que la ayudaran a reconstruir su vida en solo nueve meses. Y así, el 27 de diciembre de ese mismo año, nació Jonella Pandora Skogen, una niña que recibió su segundo nombre en honor a que "la vida es como la caja de Pandora, donde a pesar de que sobresalen todos los males, siempre cabe un rayo de esperanza". Para Klaus y Selquoia, Pandora, en aquel entonces nombrada Jonella por ellos, era una segunda oportunidad para rehacer su familia y llenar el vacío que había dejado la partida de su hija. Sin embargo, aunque esperaban que la llegada de Pandora fuera una señal del destino para que la Jonella original volviera a ellos, la realidad fue cruel y despiadada. O así es como lo vivió, en especial, Selquoia.

Pandora tan solo era una niña común y corriente, y no había nada en ella que les recordara a Jonella. Klaus y Selquoia no encontraban nada en Pandora que quisieran ver, no querían reconocer la belleza única de su personalidad. Jonella era una niña dulce y tranquila, mientras que Pandora era una complicada alma libre, inquieta e incapaz de permanecer quieta en un solo lugar. Jonella era obediente y mostraba interés por cosas como la lectura y el arte, mientras que Pandora era una niña extraña con aficiones poco convencionales, como coleccionar pelos de gnomo o hablar sola durante horas en el jardín, y que no empezó a mostrar interés por la lectura hasta los doce años. Jonella era una niña dotada con gran inteligencia, mientras que a los ojos de Klaus y Selquoia, Pandora era simplemente extraña. Y aunque Selquoia intentó hacer que Pandora se interesara por las mismas cosas que Jonella, su nueva hija rechazaba todos los intentos de adaptación, feliz en su propio mundo.

Con todo ello, Selquoia volcaba todos sus esfuerzos en ella mientras intentaba superar la depresión postparto que había provocado el nacimiento de su segunda hija. Pero cuando se dio cuenta de que eran en vano, fue cuando sintió la presencia de Pandora como un error de fábrica. Como si ella hubiera matado el alma de Jonella y se hubiera interpuesto en su camino para sustituirla. Y así, a los cuatro años, Jonella Pandora Skogen se convirtió simplemente en Pandora. Borraron su primer nombre del registro civil, la trasladaron de habitación para que dejara de ocupar la de Jonella, y ambos siguieron con sus vidas como si Pandora no existiera. Y así, pasaron los años hasta que Pandora cumplió diecisiete años, siendo ignorada y sin reconocimiento por parte de sus padres, que nunca supieron ver la belleza y la singularidad que había en su hija.

El día anterior había sido un verdadero tormento para Klaus y Selquoia. Se habían subido a sus escobas, algo que raramente hacían, y habían volado hasta el cementerio de Ford para honrar la memoria de Jonella. Klaus había comprado un ramo de orquídeas, las flores favoritas de su hija, mientras que Selquoia había preparado con esmero un estofado Köttgryta, con carne de cerdo, cebolla, zanahoria, patata y setas, un plato que solía cocinar para Jonella en vida. Durante toda la mañana estuvieron frente a su tumba, dedicándole palabras bonitas y deseándole que estuviera bien, que aún la seguían esperando. Selquoia le dejó el estofado al lado de la lápida y Klaus conjuró un hechizo para que las orquídeas crecieran alrededor de la tumba sin marchitarse. Pero el dolor no se desvanecía y finalmente el hambre los obligó a dejar el cementerio para buscar algo de comer en la ciudad.

Selquoia caminaba callada al lado de Klaus, sufriendo en silencio. Hacía poco que había dejado su trabajo como limpiadora de una familia muggle adinerada debido a su salud mental, lo cual no era extraño viniendo de ella. Klaus, por su parte, no estaba dispuesto a mostrar su dolor a la gente de la calle, y aunque estaba destrozado por dentro, mantenía su fría y manipuladora máscara ante el mundo. A medida que avanzaban por las calles, el silencio incómodo se hacía cada vez más insoportable, pero ambos no querían dar el paso de romperlo.

Después, el hambre los obligó a caminar hacia la ciudad para buscar algo de comer. Sin hablar demasiado, se sentaron en una terraza y empezaron a comer en silencio. Klaus optó por un sencillo fish and chips, mientras que Selquoia pidió una botella de vino tinto y un plato de salchichas fritas con puré de patatas que apenas probó.

—No puedo soportarla más —Se lamentó Selquoia—. Esa niña es muy egoísta. Nos ignora, se comporta como si fuera la dueña de la casa y cree que tiene derecho a decirme cómo debo sentirme.

—¿Qué quieres que hagamos? No podemos seguir así para siempre —respondió Klaus, frívolo como siempre.

Selquoia suspiró, jugando con la comida y con la mirada perdida en algún punto lejano.

—No es Jonella. Nunca lo será. Me duele mirarla a los ojos y no ver a nuestra hija allí.

—Quizá deberías buscar ayuda. Un terapeuta, alguien que te ayude a entender lo que sientes y encontrar una manera de... Sobrellevar todo este calvario.

—No me trates como si fuera una loca —recriminó, apretando el puño y bebiendo otro trago de vino, con los ojos hinchados por las lágrimas que no podía contener—. Tú también estás metido en esto. Dicen que la pérdida nos hace más fuertes. Pero yo lo único que veo son cicatrices invisibles que solo nosotros podemos sentir.

Klaus entrelazó sus dedos y se inclinó hacia atrás en la silla.

—No hables así, Selquoia. Tú sabes que yo siempre he sido pragmático en estas situaciones. Jonella se fue y no podemos hacer nada para recuperarla. Pandora es lo que tenemos ahora y debemos aceptarla como es. Y si eso conlleva que sea peculiar y egoísta, y eso te hace daño, entonces no podemos permitir que su comportamiento errático y sus intereses extraños nos afecten más de lo que ya lo han hecho. Debemos hacer lo que sea necesario para protegernos a nosotros mismos y a nuestra familia.

En ese instante, los ojos de Sequoia brillaron intensamente y se clavaron en los de Klaus. Ya no eran los mismos ojos azules, cálidos y amorosos que ella conocía. Ahora eran fríos, distantes y apagados, como si nunca hubieran conocido la luz o la bondad.

—¿No crees que somos demasiado duros con ella?

—Solo estamos siendo realistas con Pandora. No es como Jonella, nunca lo será. Aceptar la pérdida de aquellos que amamos no es fácil, pero cuando aparece alguien que solo te pone obstáculos en el camino, entonces hay que repelerlo. Es como una plaga que se extiende y atrae la muerte y la enfermedad.

Las palabras de Klaus hirieron a Sequoia, pero también la dejaron confundida.

—Pero, ¿realmente crees que es justo tratarla así? ¿No crees que deberíamos intentar entenderla en lugar de simplemente rechazarla? Es nuestra hija, Klaus.

—¿Y qué ganaríamos con eso? Pandora no cambiará, Selquoia. No podemos seguir viviendo en el pasado y aferrándonos a la idea de que ella podría ser otra cosa. Ella no es Jonella.

Selquoia sollozó.

—Pero sigue estando en nuestros corazones. Y eso no significa que tengamos que tratar a Pandora como si fuera un monstruo. ¿Es eso lo que querría Jonella?

Klaus soltó una risa amarga.

—Selquoia, me sorprendes. ¿Desde cuándo eres tan misericordiosa? Yo no fui quien le deseó la pérdida de nuestros nietos hace unas horas —Klaus bebió un sorbo de la copa de Selquoia, sin apartar la mirada de ella—. Jonella es cosa del pasado y Pandora es lo que tenemos ahora. Pero tenemos que asegurarnos de que no nos arrastre hacia abajo. Es mayor de edad y puede vivir sola perfectamente de forma legal. No podemos permitir que nuestra vida gire en torno a una niña que no tiene nada que ver con nosotros.

Selquoia se debatía en su interior. Cuando estaba a solas, a menudo se preguntaba a sí misma si realmente estaba justificada a tratar así a su hija. Se carcomía la cabeza y se autoconvencía de que, pese a sentirse y ser una mala madre, cambiaría e intentaría acercarse a su hija y conocerla con amor. Pero cuando volvía a cruzarse con su presencia, todas esas falsas promesas se esfumaban como si jamás hubieran sido pronunciadas y el rencor volvía a apoderarse de ella.

—Tú no lo comprendes, Klaus.

—No, nadie te entiende, cariño, porque eres la única que sufre en soledad y, a veces, con la compañía de la bebida.

Selquoia golpeó la mesa con fuerza.

—¡Tú no has perdido a un hermano y una hija! ¡Vi a Otto morir ante mis ojos y Jonella lo siguió después! ¡Tengo un hermano muerto, otro que me ignora, una sobrina que no tiene nada en común con nosotros, una hija que nos dejó hace tiempo, y otra que no le importa una mierda nuestra situación!

—Jonella también era mi hija —Klaus borró su sonrisa, y aunque no tuvo la necesidad de gritar, su tono fue lo suficientemente claro para estremecer a su mujer—. Si sientes tanta compasión por Pandora, si anhelas ser con ella la madre que una vez fuiste con Jonella, dime, ¿serás capaz de abrazarla cuando llegues a casa, decirle que lo sientes y amarla con todo tu ser? ¿Serás capaz de hacerlo, Selquoia?

Se quedó en blanco. Las palabras se atragantaron en su garganta y la ansiedad empezó a crecer en su interior. Paralizada, completamente perdida y sin palabras, Selquoia terminó por tragar saliva, acabarse la copa de vino, levantarse en silencio y entrar en el restaurante a pagar la cuenta, dejando a Klaus en la terraza con la frívola tranquilidad de un hombre que ha perdido todo rastro de humanidad tras una horrible tragedia.

Y con ello, a unos kilómetros de Ford, Pandora estaba sentada en su cama, con un cigarro que ardía entre sus dedos, mientras Vilhel trataba de acompañarla en silencio. Miraba fijamente la ventana, esperando con desilusión una carta de sus amigos que nunca llegaba, sin nadie en quien confiar, sin nadie a quien acudir. Y mientras tanto, las palabras envenenadas de Selquoia resonaban en su cabeza como un eco ensordecedor y la acuchillaban por dentro. Y así, las lágrimas caían por sus mejillas mientras se preguntaba si alguna vez lograría encontrar un lugar en el mundo donde realmente perteneciera.


¡Hola, gente! Lamento la densidad de este capítulo, pero me parecía necesaria. Sé que estos capítulos pueden estar siendo duros y un tanto agotadores, pero si queréis un poco de consuelo, falta muy poco para que Pandora vuelva a verse con Xenophilius ;) 

Por último, este es un tema que me he estado encontrando últimamente y me gustaría ponerle remedio: si te está gustando la historia, por favor, no te limites solo a votar un capítulo. ¡No cuesta nada votar los demás: es gratis, y a mí me ayuda a crecer y también a saber que te está gustando la historia! Gracias.

Dicho esto, ¡nos vemos en el siguiente capítulo!

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