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❝ Las luces y los adornos de Navidad son hermosos, pero también pueden hacernos sentir solos y tristes ❞
LA NAVIDAD ERA UN RECORDATORIO de las cosas que faltaban a la vida de Pandora: amor, felicidad y paz mental. Se sentía como la protagonista de un cuento de Charles Dickens, donde ella era Scrooge y el resto de la gente eran las almas felices que podían disfrutar de la festividad.
Los Skogen estaban sentados en la mesa del comedor en silencio. Selquoia trajo un pollo asado de la cocina que desprendía un aroma exquisito, aunque Pandora sabía que no había sido cocinado con amor. Vilhel hablaba de vez en cuando con Klaus y le contaba lo mucho que había disfrutado su viaje a Londres. Mientras tanto, Selquoia servía el pollo con la mirada fija en su hija, y de vez en cuando desviaba su atención hacia la botella de vino que estaba al otro extremo de la mesa, como si vigilara que Pandora no la tocara y mucho menos la rompiera. Sin embargo, en el fondo de su corazón, sentía un nudo atascado en la garganta. Algo dentro de ella rogaba por acercarse a Pandora y pedirle perdón por todo, pero su orgullo y resentimiento la echaban atrás.
Empezaron a comer. Lo único que se escuchaba era el sonido de los cubiertos chocando contra los platos y cortando la comida. Selquoia bebía el vino como si fuera agua; Vilhel intentaba analizar el ambiente sin mucho éxito; Pandora evitaba el contacto visual con su madre y se esforzaba por acabar rápido el pollo y salir al patio a fumar a pesar del frío; y Klaus era el que parecía estar más tranquilo, imperturbable, como si tuviera el control de la situación y no se inmutara por la incomodidad que se respiraba en la cena. Cuando acabaron de comer, Selquoia se levantó apresuradamente de la mesa y Pandora interpretó que la cena había terminado.
—Salgo un minuto.
Selquoia se volteó, ofendida. Sus ojos se abrieron tanto que se asemejaban a los de un búho y su rostro adquirió un tono rojo intenso.
—¿A dónde vas? —exigió Klaus con un tono sosegado, pero imponente.
—Pues voy a... A hacer el cigarro.
—No hemos acabado —recriminó, cortando un último pedacito de pollo—. ¿Qué te ha parecido la comida?
Pandora frunció las cejas, algo confundida.
—Buena.
—Lo suponía. Supongo que cuando uno tiene el paladar insensible por el tabaco, cualquier cosa le sabe "buena". Pero para aquellos que no tenemos la necesidad de destrozarnos la salud de esa manera tan absurda, tenemos la suerte de apreciar la exquisitez de la comida. Este pollo, por ejemplo, es una sinfonía de sabores: jugoso, tierno, con un toque sutil de acidez que lo hace simplemente espléndido. Lástima que no hayas sido capaz de saborearlo debidamente.
Pandora tensó su mandíbula y sus ojos empezaron a aguarse.
—Yo no he dicho que no me haya gustado la comida.
Klaus arqueó las cejas en una falsa sorpresa y dibujó una sonrisa maliciosa en su rostro que le arrancó una pequeña risa.
—¿En serio? —preguntó con una ironía punzante.
—Hora de los regalos —anunció Selquoia, sentándose con desgana.
Vilhel no supo dónde meterse, así que simplemente sonrió y esperó a que le dieran el suyo. Pandora miraba a su padre sintiendo el deseo ardiente de reprocharle un montón de cosas que sabía que le harían daño, pero su valor flaqueaba ante la sonrisa burlona y maquiavélica que Klaus mantenía. Los señores Skogen le dieron a Vilhel un hermoso vestido de muda que, a juzgar por las costuras y la calidad, era ridículamente caro. Pero tampoco era extraño, pues los Skogen tenían mucho dinero y se lo podían permitir.
Ella contempló el vestido con la ilusión de un niño. Estaba confeccionado en seda suave y satinada de un color morado oscuro, con un brillo sutil que parecía bailar bajo la luz. La falda amplia caía en cascada hasta los pies, con pliegues bien definidos que se abrían en un vuelo majestuoso al caminar. La cintura estaba acentuada por un fajín de terciopelo negro, que contrastaba con el morado intenso de la tela y creaba una silueta elegante y curvilínea. El escote en forma de corazón estaba bordeado de encaje negro intrincado, que se extendía hasta los hombros y adornaba también los puños de las mangas largas. Los detalles plateados de las joyas que lo acompañaban relucían con elegancia, y con ello añadiendo un toque de brillo extra a la sofisticada prenda. Aunque, a su parecer, el vestido carecía de un tono juvenil, y quizá la haría parecer una mujer mucho más mayor de lo que era.
—Tack! —agradeció, dándoles un abrazo que ambos correspondieron con un poco de frialdad—. Es precioso.
Pandora sabía que no tendría regalo. Hacía tres años que sus padres habían dejado de hacerlo. De hecho, ni siquiera se regalaban cosas entre ellos. La Navidad se había convertido en un recordatorio doloroso que estaba cerca de una fecha que los sumergía en un mar de recuerdos amargos y desgarradores. Una fecha oscura que cambió el rumbo de sus vidas para siempre desde que ocurrió.
—Es muy bonito, Vilhel. —halagó Pandora con tristeza—. Seguro que te sentará muy bien.
—Gracias. Yo también te he traído un regalo—dijo Vilhel.
¿Un regalo? Después de años sin recibir nada, el simple hecho de saber que alguien había pensado en ella la llenó de una ilusión y alegría inexplicable. Con manos temblorosas, desató cuidadosamente el lazo de la caja que Vilhel le entregó, con la sensación de que el tiempo se detenía. Era como si un rayo de sol hubiera iluminado su día y sus malos pensamientos se hubieran disipado, al menos por un momento. Cuando contempló lo que había dentro, le entraron ganas de llorar: un par de calcetines divertidos y una libreta con un estampado de flores preciosas. Cualquiera diría que es el típico regalo que se le da a alguien a quien apenas conoces, y que probablemente acabaría olvidado en un rincón de la habitación criando polvo, pero para Pandora, era un regalo perfecto. Era el mejor que cualquiera podría haberle dado.
Vilhel era esa clase de personas que necesitaba pasar muchas horas consigo misma, sola y en sus propios pensamientos. Y aunque amaba a su familia y Suecia, estaba quemada. Desde pequeña, siempre había comprendido que era diferente a los demás. Y que mientras sus hermanastros estudiaban para ser futuros hechiceros, pocionistas, alquimistas e incluso árbitros de Quidditch, ella tenía que conformarse con una escuela normal, trabajos ordinarios y un futuro sin magia. Sin embargo, Vilhel había aprendido, así como Pandora en su sufrimiento, construir su propio nido y refugiarse en él. Porque sabía que no encajaba en el mundo de magos ni tampoco en el de los muggles.
La cena del día anterior había sido muy incómoda. A pesar de que apreciaba a sus tíos, sentía que eran personas extrañas e incomprendidas a las que la vida no había tratado bien, y que intentaban sobrellevar su dolor de la mejor manera posible. Vilhel no podía imaginar el horror de perder a un hijo. Por eso siempre había pensado que lo mejor era no tener ninguno. Aunque, a pesar de eso, odiaba que ambos la llamaran "Vilhelmina": para ella, ese era un nombre espantoso. Además, aquí se aburría con frecuencia y se sentía demasiado aislada del mundo.
—Hej —saludó Pandora cuando encontró a su prima sentada en el patio de su casa. Llevaba sus calcetines divertidos, y Vilhel parecía haberse dado cuenta.
—Hej —respondió con una sonrisa tímida.
Pandora se sentó a su lado, sin saber muy bien qué decir o qué contarle. Después de todo, no tenían una relación cercana más allá de los lazos familiares. Pero Vilhel era su prima... Y quizá la única persona que podría traerle un poco de luz en esos días tan oscuros.
—¿Te lo estás pasando bien, aquí?
—Sí.
—Y... ¿Te gusta Castle Combe?
—Prefiero Londres. Es más grande y hay más cosas que hacer —contestó Vilhel con una pizca de desgana.
Pandora odiaba las conversaciones de ascensor, y cuando intentaba tirar del hilo y la otra persona no ponía de su parte, se frustraba aún más.
—Vilhel, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Claro —respondió mientras jugaba con la hierba.
—¿Por qué has decidido pasar la Navidad en Inglaterra? No me malinterpretes, me gusta tenerte aquí.
Vilhel se sonrojó y esbozó una sonrisa un poco más confiada. Pero cuando volvió a pensar en su pregunta, notó una leve presión en el estómago que la obligó a suspirar y volver a echar la mirada en la hierba.
—Necesitaba un respiro. Estaba... En fin, últimamente he estado un poco sensible y necesitaba un cambio de aires.
Vilhel guardaba sus inquietudes para ella sola. No se las contaba a nadie, ni siquiera a su padre, el hermano de Selquoia. Porque sabía que los demás nunca la entenderían y quería evitar las miradas de compasión o los intentos de hacer que "viera el lado bueno" de la situación. Ser squib era una mierda, una auténtica putada. Y nadie, jamás, sería capaz de comprenderlo.
Pandora percibió que ella escondía algo, pero no se sentía preparada para ahondar en el tema. Así que cuando la miró y se dio cuenta de que su sonrisa se había apagado, le tiró un poco de hierba para animarla.
—Al menos aquí tendrás sol durante todo el invierno. Tengo entendido que en Suecia solo es de día cuando llega el verano. ¡Es curioso! Hablo sueco contigo y, sin embargo, nunca he vivido en Suecia. ¡Cachis, es raro!
Vilhel arrancó una carcajada y después se percató de que haber venido aquí no había sido tan mala idea. Porque aunque solo había visto a sus tíos un par de veces, y en su momento le sorprendió que la hubieran aceptado tan rápido para quedarse durante la Navidad, suponía que necesitaban su compañía y que por eso les venía bien que ella los visitara. Además, Pandora le parecía una chica, a pesar de algo extraña, de buen corazón.
—¿Y tú qué? ¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó Vilhel a Pandora con una sonrisa.
Pandora sonrió ante la pregunta. Vilhel parecía una joven de confianza. Era su prima y, ¿por qué no ponerla al día? Cuando se fuera, Merlín sabe cuándo volverían a verse.
—Estoy conociendo a un chico.
—¿De verdad? ¿Y cómo se llama?
—Xenophilius.
Vilhel frunció el labio y asintió. Se alegraba por su prima. La verdad es que si se fijaba en su mirada, podía ver la admiración y aprecio que sentía Pandora por ese tal Xenophilius.
—Es un nombre... Curioso. —Sonrió—. Y... ¿Y él sabe que te gusta?
—¡No! —Pandora rio con vergüenza—. Somos mejores amigos, nada más. ¿Y tú tienes pareja?
Vilhel negó con la cabeza.
—No. La verdad es que no me va mucho eso de tener novio.
En realidad, a Vilhel no le gustaba la gente y nunca había sido muy sociable. Siempre había tenido dificultades para relacionarse con las personas de su entorno porque tampoco sabía cómo acercarse a ellas. Tenía algún que otro amigo y había iniciado un par de romances tímidos con chicos guapos, pero nunca había llegado a nada serio. Ya que, con el tiempo, se había acostumbrado a estar sola, y a convencerse a sí misma que no había lugar en el mundo para ella más que el suyo propio. Y que, si a ella le resultaba tan fácil no aceptarse a sí misma, los demás tampoco tendrían ningún problema para rechazarla.
De todas formas, a pesar de sus inquietudes, ambas hablaron un poco más sobre Xenophilius y se divirtieron juntas. Por un momento, tanto Vilhel como Pandora se sintieron como si se conocieran desde siempre. Su conversación fluía de forma tan natural que deseaban que este momento no terminara nunca. Pero como suele ocurrir, aquello que es efímero, dura muy poco.
—Pandora, no he tenido la ocasión de decírtelo, pero lamento mucho la pérdida de tu hermana. No puedo ni imaginar cómo debe ser vivir con algo así. Si necesitas hablar del tema puedes contar conmigo.
Los ojos de Pandora se oscurecieron y se entristecieron. Agachó la mirada y suspiró con pesar. No sabía cómo expresar que agradecía las condolencias de Vilhel, pero que ella no había conocido a Jonella y no tenía idea de quién era por mucho que hubiera sido o fuera su hermana. Llevaba toda la vida arrastrando una mochila que ni siquiera sabía lo que llevaba. Y a veces, sentía que todo el mundo que conocía del tema la miraba con pena, como si ella hubiera tenido algo que ver, como si también lo hubiera vivido cuando nunca había sido así.
—Gracias. Te lo agradezco —respondió. Vilhel asintió y se levantó para entrar en casa. Entonces, Pandora se levantó con ella y empezó a hurgar en el bolsillo de su pantalón—. Por cierto, Vilhel, también te he hecho un regalo de Navidad. Es una tontería, pero espero que te guste mucho.
Sonrió con entusiasmo. No se lo esperaba, pero era un detalle que Pandora hubiera pensado en ella.
—¡Oh, tack! No hacía falta, en serio.
—¡No, me hacía ilusión! Mira —Pandora sacó un medallón en forma de corazón hecho de cuarto—, este medallón cambia de color cada vez que hay algo que te inquieta o te hace muy feliz o... Qué sé yo, tienes hambre. Es como una herramienta para el autoconocimiento y la gestión emocional.
Vilhel sostuvo el medallón con cautela, observando cada detalle con atención. A medida que Pandora explicaba su funcionamiento, su expresión comenzó a cambiar. Primero fue una ligera arruga en su frente, seguida de un apretón en los labios y un brillo de furia en sus ojos. Sus manos temblaron ligeramente y sus dedos apretaron el medallón con fuerza. Vilhel sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y luchó por mantener la compostura. El regalo de Pandora le parecía una burla cruel, un recordatorio constante de lo que no podía ser ni jamás podría poseer. Mientras Pandora seguía hablando, Vilhel se sentía más y más atrapada en su propia impotencia, incapaz de controlar la marea de emociones que la abrumaba.
—¿Por qué me has regalado eso? —cuestionó con un tono severo y agrio.
Pandora la miró con los ojos muy abiertos, sorprendida por su reacción. Nunca había pensado en cómo se sentiría Vilhel al respecto. No de esa manera.
—Yo...
—No —interrumpió con la mandíbula apretada—. ¿Por qué? ¿Te resulta gracioso? Crees que... ¿Crees que me va a gustar tener un objeto mágico que no podré utilizar? Dime, ¿le regalarías unas gafas a un ciego? ¿O quizá te parece más divertido regalarle un patinete a un tullido?
—No pensaba que... Vilhel, escucha...
—No, oye, escúchame tú a mí. —Dio un paso hacia ella con furia. Su voz se quebraba y sus ganas de romperse ahí mismo aumentaban cada vez más. Y lo que ahora mismo cabía en ella era un resentimiento que penetraba hasta lo más profundo de su ser—. No vuelvas a ser amable conmigo. No quiero saber nada.
Vilhel irrumpió en la casa hecha añicos, con el medallón apretado en su mano y la ansiedad latente en su pecho. Pandora trató de seguirla, pero Selquoia, que había observado toda la escena desde la ventana del comedor, salió tras ella en cuanto la vio entrar en casa. Vilhel cerró la puerta de su habitación de golpe e ignoró las llamadas de su prima. Pandora se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer para calmarla, así que subió al desván y se sentó en el borde de su cama. Selquoia la siguió y se sentó a su lado, mientras Pandora se cubría el rostro con las manos y se dejaba llevar por los lloros, la tensión del momento, y la desesperación.
—Una cosa. Solo te pedimos una sola cosa.
—¡Mamma, eso no tiene nada que ver! Por favor, quiero estar sola —lloró a gritos.
—¡No, Pandora, es suficiente! Sabes que Vilhelmina no lleva nada bien este tema y lo único que te pedimos fue que durante su estadía no haríamos uso de la magia, precisamente para ahorrarnos esa situación.
—No estabas allí. ¡Ni siquiera sabes lo que ha pasado!
—¡Lo he escuchado todo! ¿No podías regalarle un collar muggle? ¿Unos pendientes normales? ¡No! Tú siempre tienes que ir a la tuya, sin pensar en los demás. Eres muy egoísta.
—¿Yo soy la egoísta? ¿Y qué hay del vestido? ¡Os habéis gastado un montón de dinero en un vestido de señora rica para una chica de veintiún años! Lo único que quería era que por fin pudiera tener algo mágico de su propiedad porque nadie nunca se lo ha dado. ¡No he hecho nada malo!
—¡Se acabó! Se acabó. —Selquoia se quedó plantada frente a su hija y Pandora solo pudo mirar hacia un lado, guardarse las palabras y llorar de frustración—. Eres... No quiero oír hablar más del tema. Que sea la última vez.
Selquoia caminó hacia las escaleras que la conducían hacia el piso inferior, pero la voz de Pandora la detuvo, como se le hubiera helado la sangre, y al mismo tiempo empezara a hervirle a máxima temperatura.
—Dentro de dos días es mi cumpleaños —recordó en un tono seco y también lloroso—. ¿También me vas a culpar por haber nacido ese día?
En ese instante, Selquoia sintió la necesidad de sacar su varita del bolsillo y cometer una locura. El silencio que se formó tras las palabras de Pandora fue tan afilado que le partió el alma en dos. El sol de la tarde empezó a esconderse tras las montañas, y Selquoia, firme, pero inmóvil, le dio la espalda a su hija y apretó ambos puños.
—Sabes muy bien lo que ocurrió en esa fecha.
Y sin añadir nada más, abandonó el desván y, así como Vilhel y Pandora, se encerró en su habitación hasta el día siguiente y no habló con nadie más.
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GLOSARIO
Tack: Gracias
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