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𝗑𝗏𝗂𝗂. 𝖡𝗈𝗍𝖾𝗅𝗅𝖺𝗌

Recolecto mis penas en botellas.

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VERANO, 1970
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—MAMMA? MAMMA —gritaba una Pandora de ocho años mientras sacudía a una Selquoia poco más joven que yacía dormida en el sofá.

El humo denso y sofocante llenaba el aire y dificultaba la respiración de Pandora mientras tosía y luchaba por mantener los ojos abiertos. El fuego crepitaba a su alrededor y devoraba los muebles, las cortinas y los recuerdos familiares. Pandora sentía el calor intenso y abrasador en su piel, el humo nublando su visión y el pánico apoderándose de su cuerpo. Sus lágrimas corrían como arroyos implacables mientras luchaba por despertar a su madre con la agonía de estar atrapada en una pesadilla que se volvía cada vez más real.

Pandora la sacudía con todas sus fuerzas. Sus manos temblaban mientras agarraba los hombros de Selquoia y gritaba su nombre una y otra vez en vano. Su madre no respondía, dormida, completamente ajena al peligro que las rodeaba. El tiempo parecía ralentizarse mientras Pandora peleaba desesperadamente por salvarla y escapar del fuego. Los colores de las llamas bailaban a su alrededor, en donde el naranja y el rojo contrastaban con un humo negro y asfixiante. El ruido del fuego lo consumía todo a su paso y era ensordecedor. Esa tarde, el terror reinaba en casa de los Skogen.

El calor se volvía insoportable, y Pandora sentía cómo sus ropas se chamuscaban y su piel se enrojecía. El humo llenaba sus pulmones y la ahogaba cada vez más. El tiempo se agotaba, y la angustia y el miedo se apoderaban de ella. Cuando Pandora agachó la mirada, se dio cuenta de la botella vacía de Bacardi que su madre sostenía, hundida en su propia miseria y en el alcohol. Así que, en un acto de desesperación, gritó una vez más sin saber si este iba a ser su último aliento:

—¡MAMMA, TENGO MIEDO!

Nada. Eso es lo que Pandora sentía: nada. Con la mirada fija en el vacío, exhalaba el humo de su cigarrillo con lasitud, como si estuviera ajena a cualquier tipo de dolor o sensación. El humo negro que una vez atentó contra sus pulmones, nueve años atrás, ahora lo consumía, lo saboreaba y lo dejaba ir, buscando, de alguna forma, algún consuelo efímero en esa rutina autodestructiva. A veces se preguntaba cómo era posible que, teniendo dos padres con una alma tan envenenada, ella hubiera nacido con un espíritu alejado de todo ese cianuro. Pero había momentos, como ese, en los que Pandora se cuestionaba hasta qué punto se parecía a ellos, especialmente a su madre.

Selquoia era una mujer reservada que jamás mostraba sus demonios interiores a los demás. También era débil, distante y frágil como una copa de cristal: se rompía con facilidad y tardaba mucho en recomponerse. Vivía en el pasado y mentía a los demás para mantenerse a salvo en su propia cáscara. Pandora hacía lo mismo. Se sentía débil, reservada y frágil como su madre. Era buena con Xenophilius, pero, ¿a qué precio? No le contaba la verdad sobre su vida y había construido su relación a base de mentiras: una chica buena, con una vida perfecta y una familia que le daba cariño y calor. Todo era falso. Ni siquiera se sentía una buena persona. ¿Quién en su sano juicio mentiría a un ser querido para recibir su amor? Esa era su batalla y, aunque sabía que nunca dejaría de luchar para combatirla, apenas tenía armas para defenderse. Y cuando caía en esa clase de altibajos, perdía todas sus fuerzas y energía para levantarse.

Se levantó con fatiga y descendió en el comedor. Klaus no estaba allí, ya que había tenido que acudir al trabajo de urgencia en el Hospital San Mungo. Vilhel había salido a visitar Londres por su cuenta, y Selquoia, quien se encontraba de baja (como en muchas otras ocasiones), y, por lo tanto, actualmente no estaba trabajando como diseñadora de jardines mágicos, había salido a hacer la compra. Pandora comenzó a revolver la ropa sucia para secarla en el jardín, sin pensar en demasiadas cosas. De repente, notó algo inusual, algo duro que parecía vidrio. Siguió removiendo la ropa y encontró una botella medio vacía de Bacardí enterrada entre los tejidos.

En ese preciso instante, el mundo se detuvo. El recuerdo del incendio que había intentado reprimir durante tanto tiempo comenzó a surgir con fuerza. La visión de la botella medio vacía desencadenó una avalancha de imágenes y sensaciones vívidas en su mente, que se reprodujeron cada vez más deprisa.

No solo porque eso indicaba que Selquoia, su madre, había vuelto a recaer en la bebida, sino porque la sensación de ahogo, impotencia y miedo que había experimentado en aquel fatídico día revivieron de manera abrumadora. El olor a humo y el calor del fuego le parecían presentes de nuevo, y la transportaron de vuelta a aquel momento traumático. La maldita botella de Bacardi se había convertido en un símbolo doloroso de los problemas y la autodestrucción de su madre, en un recordatorio gráfico de los peligros y el caos constantes que la acompañaban debido a su comportamiento adictivo, así como de la falta de responsabilidad y cuidado que esta tenía hacia ella y su hogar. Por primera vez en muchos años, Pandora sintió el terror helándole la sangre.

La puerta se abrió repentinamente. El impacto del sonido hizo que Pandora se sobresaltara y en su conmoción, dejara caer la botella de Bacardi, que se rompió en mil pedazos al impactar contra el suelo de madera. El alcohol se esparció como un río tormentoso hasta formar una mancha húmeda y penetrante en el suelo. Los fragmentos de vidrio brillaban en el suelo, y reflejaban la luz de forma iridiscente, mientras que el olor a alcohol impregnaba el aire. Pandora se quedó paralizada, observando cómo la botella destrozada y su contenido se mezclaban con sus emociones desbordadas. La imagen de los pedazos de vidrio rotos y el olor del alcohol avivaron aún más los recuerdos del incendio y la situación traumática que vivió con su madre.

—Pandora —mencionó una voz femenina tras ella—. ¿Qué has hecho?

Ella se volteó poco a poco. Su cuerpo temblaba y su piel palidecía visiblemente. «¡Mamma, tengo miedo!», recordó. Miró a Selquoia a los ojos. Su madre contempló la botella desmenuzada en el suelo con una rabia contenida, como si su tesoro más preciado se hubiera ido por el retrete.

—Y-yo... Yo... Ma-mamma, yo n-no...

—¿Qué hacías hurgando entre mis cosas, Pandora? ¿Por qué tocas mis cosas?

Su voz resonó con dureza y temor. La ira era palpable en sus palabras, y Pandora, todavía atrapada en aquel antiguo y doloroso recuerdo, no supo cómo reaccionar, atónita y sin palabras.

—N-no... Yo no... No he tocado nada, yo no, no... Mamma, snälla...

—¡¿Qué has hecho, Pandora?! ¡No sabes que el alcohol es muy caro! ¿Por qué tocas mis cosas? ¿Has entrado también en la habitación de Jonella? ¿Acaso yo también toco las tuyas? ¿Cómo te atreves? ¡Son mis cosas! MIS COSAS. DEJA DE METERTE EN MI VIDA.

Selquoia agarró a Pandora por los hombros y la sacudió con violencia para que la mirara a los ojos.  Sus manos temblaban con la intensidad de la situación, su rostro estaba enrojecido y sus ojos parecían casi desorbitados.  Nunca antes había reaccionado así y parecía completamente fuera de sí. El corazón de Pandora latía acelerado en su pecho, mientras su mente luchaba por entender lo que estaba sucediendo. La preocupación y el temor se apoderaron de ella, mientras el agarre firme de Selquoia la mantenía atrapada en su lugar.

—¡Mamma, para! TENGO MIEDO.

Así que, prendida por el pánico, Pandora cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza repetidas veces, hasta que arrancó un llanto doloroso que dejó a Selquoia helada. Se dejó caer hasta el suelo y se abrazó a sí misma, con la frente pegada en el suelo y la ansiedad apuñalando su estómago mientras lloraba con miedo y desesperación. Selquoia se apartó de su hija sin saber cómo reaccionar o siquiera entender la gravedad de la situación. ¿Qué había hecho? Había atemorizado a su propia hija. Empezó a temblar, sin atreverse a afrontar el problema o acercarse a su hija para consolarla. ¿Qué podía hacer?

—Re-recoge todo eso... —pronunció, immóvil ante sus propias acciones—. Te traeré algo para que... Puedas limpiarte.

Selquoia se retiró del comedor, sin saber cómo responder ante su actitud completamente fuera de lugar. Pandora hundió sus llantos contra el suelo, desesperada, desmoralizada y acobardada frente a la inesperada explosión de ira de su madre. Selquoia no regresó, huyendo, una vez más, de los problemas. Y su hija, quién cada día que transcurría se sentía más muerta por dentro, quedó enterrada en un silencio tenso y ensordecedor, ahogándose en sus propias lágrimas y deseando que todo ese infierno llegara a su fin.

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GLOSARIO

Snälla: Por favor
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El capítulo de hoy, o al menos a mi parecer, sí ha sido heavy... Hay muchas formas de maltrato y el abuso no siempre es físico. De hecho, el maltrato psicológico es una de las formas de abuso más comunes en el mundo, incluso en el mundo mágico.

¡Pero no os preocupéis! Pronto nos reencontraremos con Xenophilius y disfrutaremos de la magia que todos amamos en su relación con Pandora. Sin embargo, mostrar la otra cara de la moneda también es interesante. No todo termina aquí pues aún hay muchas cosas por descubrir y muchas sorpresas por venir. ¡Así que, después de dejarnos con un sabor amargo, nos vemos en el próximo capítulo!

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