
𝗑𝗏𝗂. 𝖣𝖾𝗌𝗍𝖾𝗅𝗅𝗈𝗌 𝖾𝗇 𝗅𝖺 𝖺𝖿𝗅𝗂𝖼𝖼𝗂𝗈́𝗇
❝ A veces, la magia está en lo que somos capaces de hacer, no en lo que nos falta.❞
EL INVIERNO ERA CADA VEZ MÁS FUERTE y el corazón de Pandora anhelaba el calor de Xenophilius. Era la primera vez que echaba tanto de menos a una persona. No dudaba de que él estaría disfrutando de unas vacaciones maravillosas, mientras ella seguía atrapada en ese mismo lugar, sintiéndose consumida por dentro. Vilhel ya llevaba tres días en casa y no habían hablado mucho. Parecía estar ocupada charlando con Klaus y Selquoia, quienes la recibían con agrado. No era culpa de Vilhel, pero tampoco era suya. La única persona con la que sentía que podía construir un vínculo, ni siquiera podía estar para ella.
De repente, su lechuza interrumpió sus pensamientos y empezó a dar picotazos contra la ventana. Llevaba una carta en el pico. Pandora abrió la ventana y la dejó entrar, cerrándola tras de sí.
—¿Qué traes contigo, Chillidos?
Pandora tomó la carta con cuidado y se sentó en su cama. ¡Era de Xenophilius! Sus ojos se iluminaron con anticipación y rasgó el sobre con ansias, sintiendo cómo su pulso se aceleraba. Dibujó una sonrisa nerviosa y mezclada con un toque de alivio por, al fin, recibir noticias de la persona que tanto extrañaba. Sus ojos se aferraron a cada palabra y con ello absorbiendo cada línea con avidez. Cada línea de la carta de Xenophilius era como un rayo de sol en medio de ese invierno solitario, iluminando su día y haciéndola olvidar por un momento su tristeza y su sensación de ser prisionera de una familia que no la amaba.
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Gracechurch Street, 20 de diciembre de 1979
Mi apreciada Pandora,
¡Es extraño no tenerte cerca! Cuando pienso en la distancia que nos separa, tengo ganas de robarle una escoba a mi padre y volar hasta encontrarte. Eres mi mejor amiga... ¡No quiero ponerme sentimental! ¿Cómo van tus vacaciones? ¡Espero que estén siendo mágicas!
Ayer mis padres me llevaron al Museo de Plantas Estrambóticas y Excepcionales. ¡Fue toda una maravilla! Me habría encantado que estuvieras allí para comentar la jugada y pasárnoslo en grande. Se acerca la Navidad y quería preguntarte: ¿te apetece que nos veamos en algún lugar? Esos días, Londres es más hermoso que un hechizo de encanto fijador, pero seguro que Castle Combe también tiene su encanto. Tu cumpleaños es dentro de siete días, ¿verdad? Te he preparado una sorpresa. Espero ansiosamente tu respuesta.
Tu Xeno, que te echa muchísimo de menos... como un dementor en busca de su patrón.
Xenophilius Lovegood
PD: ¡Les hice un bocadillo de los tuyos a mis padres y los encantó! ¡Ojalá los conocieras! Seguro que les sacarías una sonrisa tan grande como un caramelo sorpresa de Bertie Bott.
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Pandora se sumergió en la carta y sintió cómo su conexión con Xenophilius se fortalecía cada vez más, como si su presencia estuviera allí, con ella, en ese momento. Cada frase, cada expresión de cariño, provocó que su corazón se hinchara de felicidad. La emoción era tan intensa que le costaba contener las lágrimas de alegría que luchaban por brotar. La carta de Xenophilius era un recordatorio de que, a pesar de las circunstancias, había personas en su vida que la apreciaban y se preocupaban por ella, y que existía un mundo fuera de su entorno actual.
Lo primero que hizo cuando terminó de leer la carta fue apretarla contra su pecho y abrazarla con ternura. Saber que Xenophilius se lo estaba pasando bien y que estaba disfrutando del invierno la hacía sentir feliz. Pero esta felicidad no solo provenía del amor que sentía hacia su mejor amigo, sino de otro sentimiento más profundo. Un amor que trascendía la magia que conocía, un amor que iba más allá. Unas lágrimas se escaparon de sus ojos, pero las secó rápidamente. Era una tristeza dulce: triste porque ella nunca había experimentado lo que Xenophilius vivía con su familia, y dulce porque la felicidad de Xenophilius era su tesoro más preciado.
Con la varita, tomó una pluma y un pedazo de pergamino impecable del primer cajón. Sin pensar demasiado en lo que debía escribir, plasmó en el folio todo lo que le venía a la mente.
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Castle Combe, 20 de diciembre de 1979
Mi amado Xeno,
Sí, es extraño. ¡Cachis! Me he acostumbrado tanto a tu presencia que no encontrarme cada mañana contigo me resulta raro. ¡No sabes lo mucho que me alegra que te haya ido tan bien! Ojalá estuviera... ¡Te habría comprado un regalo por haberme invitado!
Mis vacaciones están yendo bien. ¿Sabías que encontré mi tintero en la maleta? ¡Los nargles me lo devolvieron! Supongo que no me guardé nada para mí, pero no sé qué era... ¿Podemos vernos pronto? ¡Echo de menos tus abrazos, bobo! Alma y los demás me dijeron que no podrán quedar durante las vacaciones y James está en Perú, pero aún no me ha enviado nada. Supongo que las lechuzas necesitan hacer muchas paradas para viajar desde un extremo del mundo al otro. ¡Se acerca la Navidad y hay que comprar regalos! Ya fijaremos una fecha pronto. ¿Qué te parece si nos vemos por Año Nuevo? No sé si estaré ocupada por mi cumpleaños y me encantaría celebrar el último día del año contigo, porque es mucho más especial. ¡Qué ganas de volver a verte!
Tu Pandora, que te quiere muchísimo, aunque no pueda estar contigo.
Pandora Skogen
PD: ¡Dile a tus padres que aún me quedan recetas que enseñarles! Espero que entiendas mi letra.
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Envolvió su escrito en un sobre y sacó su crema de color zafiro chillón, untándosela en los labios. Besó el papel y se lo entregó a su lechuza, abriéndole la ventana de nuevo.
—Llévalo a la oficina de correos, por favor.
Cuando la lechuza partió, ella se levantó y abrió una cajetilla que siempre custodiaba con un Alohomora para contar todos los ahorros que tenía para poder viajar desde tan lejos. Castle Combe quedaba a dos horas de Gracechurch Street, el barrio de Londres donde vivía Xenophilius, y eso eran, como mínimo, cien galeones. Pandora sabía que tenía dinero de sobra, porque desde que trabajaba se lo guardaba todo. Su sueño era hacerse un colchón económico para marcharse de casa cuanto antes, y el único dinero que gastaba eran pequeñas cantidades para comprar tabaco. Pero con Xenophilius... No le importaba cuánto gastar con tal de ir a verlo, aunque fuera solo por un día.
Al mismo tiempo, desde la ventana de su habitación, Vilhel observó la rechoncha lechuza de Pandora volar lejos con un sobre en el pico. Contempló la imagen con tristeza y apartó la mirada de la ventana, sintiendo un vacío en su espíritu que ni el médico más experimentado del mundo podría remediar. Como squib, la magia siempre le había sido esquiva, y ver a Pandora usarla con tanta facilidad le recordaba su propia limitación. Era una herida constante en su corazón que cada vez sangraba más.
Pero no lo iba a permitir. Su familia entera tenía sangre mágica corriéndole por las venas. Era imposible que ella no. Estaba segura de que también era una bruja, pero su cuerpo aún no estaba listo para demostrárselo. A lo largo de los años, había vivido con la constante sensación de ser diferente, de no encajar en el mundo mágico que la rodeaba y de que todo el mundo ignoraba que haber crecido con la magia solo había aumentado su deseo de poseer ese don. Ver a sus padres y a sus hermanastros, con su magia tan evidente y activa, solo intensificaba su deseo de ser parte de ese mundo, pero se sentía atrapada en su propia incapacidad. Era una lucha dolorosa, una carga que llevaba consigo en silencio, sabiendo que la magia estaba allí, pero fuera de su alcance, como un sueño imposible.
Vilhel se sentó en el suelo con frustración. Agarró un lápiz y lo colocó delante de ella, poniendo su mano sobre él sin tocarlo. Su mente estaba llena de determinación mientras repetía en voz baja: «Levántate, levántate, levántate, levántate, levántate, levántate, levántate, levántate, levántate». Esperaba con ansias que el lápiz se elevara, aunque fuera solo un poco. Quería desesperadamente demostrarse a sí misma y al mundo que también tenía el don de la magia. Llevaba intentándolo cada día de su vida desde que tenía uso de razón. Esta vez, sin embargo, estaba segura de que lo conseguiría. Sintió un recorrido electrificante por su cuerpo mientras su corazón se llenaba de esperanza. Con una sonrisa de satisfacción, se concentró intensamente en el lápiz, dispuesta a verlo levitar.
Pero una vez más, no sucedió. El lápiz permaneció inmóvil, como si se burlara de su carencia. Vilhel lo sintió como una fuerte bofetada. Y mientras Pandora celebraba que dentro de poco volvería a recibir esa dosis de libertad y alegría que tanto había deseado, los ojos de Vilhel se llenaron de lágrimas de desilusión. Se aferró al lápiz con impotencia, sintiendo cómo su sueño de demostrar su magia se desvanecía una vez más en el aire, como un cruel recordatorio de su incapacidad para acceder a su verdadera naturaleza mágica. La invadió una sensación abrumadora de aflicción, como si un oscuro abismo se abriera frente a ella, separándola de todo lo que anhelaba y ansiaba en lo más profundo de su ser.
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