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𝗑𝗏. 𝖫𝖺 𝖼𝖺𝗌𝖺 𝖽𝖾 𝗅𝖺𝗌 𝗉𝖾𝗇𝗎𝗋𝗂𝖺𝗌

Puedes recuperarte de una lesión física, pero las heridas del corazón no sanan jamás.

UN DÍA DESPUÉS DE SU REGRESO A CASA, PANDORA SEGUÍA APAGADA, SINTIÉNDOSE RECHAZADA E IGNORADA cada vez que intentaba ser amable con sus padres. Por la mañana se levantó a las seis para tomar el autobús a las siete y llegar al Naughty Hedgehogs a las siete y media, donde trabajó sin descanso hasta las cuatro de la tarde. Desde que tenía edad legal para trabajar, había intentado mil y una veces convencerlos de que le permitieran usar la Red Flu para ahorrar tiempo, pero sus padres siempre la tachaban de inexperta y le negaban cualquier responsabilidad que consideraran demasiado grande para ella.

Alrededor de las cinco, regresó del trabajo, y se tomó unos minutos para hacer el cigarro y decirse a sí misma que esta vez iba a ser diferente, que esta vez pasaría unas Navidades más cálidas con ellos. Se sentía atrapada en una rutina agotadora, sin el apoyo ni el entendimiento de su familia, y aun así se esforzaba para gustarles. Porque ellos eran sus padres y ella su hija. ¿No se supone que esa clase de relaciones cultivan amor y apoyo mutuo? ¿Por qué ella no podía tenerlo? Estas preguntas retumbaban en su cabeza con agresividad mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con salir.

Mientras ella fumaba su cigarrillo en el porche, Selquoia salió de casa con una expresión atormentada y severa. Y aunque ella, siendo seis años menor que Klaus, era una mujer de cincuenta y ocho años, esas muecas de amargura la hacían parecer mucho más mayor de lo que era. Sabía que Pandora estaba allí, pero no le dijo nada. Tan solo se limitó a abrocharse su abrigo de piel y a empezar a caminar en sentido contrario.

Mamma! —saludó Pandora, siguiéndole el paso—. ¿A dónde vas?

Selquoia ni siquiera se inmutó ante las palabras de su hija. Siguió su camino como si nada, sin molestarse en mirarla o corresponder a sus palabras, a pesar de haberla escuchado claramente. Como si fuera un gato callejero que había llegado hasta su puerta y no tenía nada para ofrecerle. Pandora, vacía y con las palabras atascadas en la garganta, cayó en silencio de nuevo, sintiendo culpa y una sensación de haber hecho el ridículo. Se dio cuenta de que, por mucho que la llamara, no recibiría respuesta. La miró con lástima y asintió, comprendiendo que era inútil.

Cada día, se preguntaba qué había hecho mal para merecer ese trato. No buscaba problemas, sus notas eran buenas—aunque no excelentes—, tenía amigos y era amable con todo el mundo, pero parecía que nada de eso era suficiente para sus padres. La marginaban, y siempre había sido así, incluso antes de ir a Hogwarts.  «¿Por qué yo?», se cuestionaba una y otra vez. ¿Por qué era la única en sentirse así dentro de su propia familia? A pesar de sus esfuerzos, nada parecía cambiar. Y en medio de la confusión y la soledad, se aferraba a la esperanza de que algún día las cosas pudieran mejorar. «¿Qué hiciste, Jonella?,» se preguntó en ese momento, «¿Qué hiciste para que te amaran?».

Dio una última bocanada al cigarro y lo apagó en su cenicero personal. Con la mirada afectada, entró en casa y se dirigió hacia Klaus, quien estaba en su sillón repasando informes del Hospital de San Mungo. Klaus era un medimago excelente, muy querido y respetado por sus pacientes, en su mayoría, niños y jóvenes. A él le entregaban su confianza y cariño sin reservas, y Klaus les correspondía con el mismo amor. Los padres, agradecidos, solían llorar ante él al ver la mejoría de sus hijos. Pero todo eso se desvanecía cuando se trataba de Pandora. Como si no valiera nada.

Pandora mostró una sonrisa afectada y se acercó un poco a él, husmeando en sus informes con curiosidad.

—¡Wow, pappa! ¡Todo eso parece muy interesante!

—Es privado —replicó con frialdad, guardando sus informes—. Y deja de fumar. El hedor del tabaco me resulta muy molesto.

Avergonzada, echó unos pasos atrás y se mordió la lengua.

—Solo quería saber cómo estabas.

Klaus suspiró con somnolencia.

—¿A qué has venido, Pandora?

Sin siquiera pestañear, la miró a los ojos por primera vez en mucho tiempo y Pandora se sintió pequeña como una pulga. Los ojos claros de su padre, fríos como el hielo, la intimidaban. Agachó la mirada y borró su expresión amable. No supo qué decir.

—Yo... N-nada. Solo... No sé, yo... No lo sé.

Su padre dibujó una sonrisa astuta en su rostro y se levantó del sillón, pasando de largo, pero manteniéndose lo suficientemente cerca para que Pandora pudiera prestarle atención.

—Vilhelmina llegará a las ocho. Después, comeremos —explicó con un tono autoritario, empezando a ordenar sus informes en una carpeta en la mesa del comedor con la varita—. Tu madre y yo hemos decidido que mientras Vilhelmina esté en casa no haremos uso de la magia. Pero, por supuesto, no he podido evitar preguntarme si tú serás capaz de resistir la tentación de mostrarle tus habilidades mágicas. Me preocupa que puedas hacerla sentir mal por ello. Por eso también hemos decidido cederle tu habitación durante su estadía. Así que lo mejor es que duermas en el cuarto del desván. Puedes llevarte todo lo que necesites.

Pandora se quedó completamente paralizada. Esta vez, en vez de sentir un vacío profundo en su corazón, notó cómo la rabia y los celos se apoderaban de ella.

—¿Y qué hay de mis deberes? Tengo que estudiar y prepararme las materias. Y... Necesito mi varita para poder hacerlo.

Klaus la miró de nuevo y suavizó su sonrisa.

—Cuando teníamos un mal día, Jonella siempre nos traía un ramo de flores del jardín. No se lo mandábamos, pero ella sabía que, aunque no podía hacer mucho por nosotros, eso nos haría más felices. Era una niña con muchas virtudes, pero la consideración hacia los demás era una de las muchas con las que sobresalía. Era un don innato —Klaus esquivó a su hija y se dirigió hacia las escaleras—. Es una verdadera lástima que tú no lo hayas heredado.

Paralizada, Pandora se quedó quieta, incapaz de hacer algo al respecto. Su mirada permaneció fija en el suelo, mientras los pasos despreocupados de su padre se alejaban por las escaleras. Se sintió sola y abandonada, como si su dolor no importara en absoluto. Era como si el mundo entero hubiera dejado de girar, mientras ella seguía allí, inmóvil y sumida en su propia angustia. Y a pesar de los sollozos varoniles que luego escuchó en el piso de arriba, Pandora fue incapaz de remediar los suyos.

Välkommen, Vilhelmina! —recibió Selquoia cuando su sobrina llamó al timbre.

—Cuánto tiempo —saludó Klaus, dándole un abrazo—. La última vez que te vi eras pequeñita como una pulga. Ahora, en cambio, eres tan alta como yo. ¿Cuántos años tienes ya?

Vilhel dejó caer sus maletas en el suelo con un suspiro de alivio y una sonrisa que parecía sacada de una revista de moda. Era alta y esbelta como una modelo, de cabello largo, liso y castaño, como el de su madre; y unos ojos azules oscuros que parecían capaces de hipnotizar a cualquiera, heredados de su padre. Vestía una chaqueta larga de color beige, un jersey de lana blanco y unos pantalones oscuros que marcaban su figura estilizada. Pero lo que más llamaba la atención eran sus botas de tacón, que la convertían en la más alta de la sala. Además, presumía una diadema negra en el cabello que le daban un aire juvenil y chic.

—En verano cumplí veintiuno, farbror.

Mientras Vilhel saludaba efusivamente a sus tíos con besos y abrazos, Pandora se mantenía a un lado y contemplaba la escena con una falsa sonrisa de bienvenida. La observaba con envidia, esperando a que su prima se percatara de su presencia.

Hejsan, Vilhel —saludó Pandora—. Qué guay que estés aquí.

La sonrisa de Selquoia se desvaneció como quién apaga una vela de golpe, y la mirada de Klaus adquirió una aura oscura y autoritaria. Vilhel, ajena a todo, se acercó a Pandora con una sonrisa amable y reservada, y le ofreció un abrazo un tanto distante.

—¡Sí! —respondió, un poco cortada—. Lo mismo digo, Pandora. Estás muy guapa.

—Tú también lo estás.

Ambas se mantuvieron abrazadas unos pocos segundos más y luego se separaron en seco. Klaus y Selquoia recorrieron la casa con Vilhel y le mostraron "su" habitación. Pandora caminaba en silencio tras ellos, deseando desaparecer de la escena. Desde la llegada de Vilhel, la casa de los Skogen había dejado de ser mágica: las fotografías móviles de Jonella ya no se movían, los platos ya no se lavaban solos, la cama de Pandora ya no levitaba y las varitas estaban guardadas en sus respectivos cajones.

—Me encanta tu habitación, Pandora. —Sonrió—. ¡Muchísimas gracias por prestármela!

Pandora notó cómo Klaus la fulminaba con la mirada, desprendiendo una atmósfera de dominio que lo hacía ver mucho más arbitrario de lo que era. Incómoda, ella miró a un lado y esperó pacientemente a que el tour terminara. «Sí, de nada», pensó, sintiendo cómo la envidia la corroía por dentro.

Cuando llegó la hora de la cena, Selquoia y Klaus sirvieron la mesa con una serie de platos que, pese a ser deliciosos, no estaban hechos con amor: unas köttbullar (albóndigas suecas de carne picada, servidas con puré de patatas, arándanos rojos y salsa marrón); smörgåsbord (una variedad de platos, que incluían arenques encurtidos, salmón ahumado, paté de hígado de ganso, ensaladas, quesos y panes); una Janssons frestelse (un gratinado de patatas, cebolla y anchoas); un surströmming (arenques fermentados en salmuera con patatas, cebolla y pan de centeno); y de postre una tarta ostkaka (queso cottage, huevos, nata y azúcar).

Todos comían en silencio y, de vez en cuando, Vilhel charlaba con sus tíos. Pandora, que se encontraba a su lado, solo se limitaba a comer y escuchar. No quería ni le apetecía hablar.

—Pareces una supermodelo, Vilhelmina —alagó Selquoia, con una voz ligeramente afectada—. Jonella solía tener el cabello largo y estirado cómo tú. Nunca quería que se lo cortaran, ¿verdad, Klaus? Decía que quería ser como Rapunzel.

Vilhel asintió con interés.

—Seguro que era una niña preciosa. Cuando la he visto en las fotos, lo he pensado. Parecía una prince...

—¿Qué estás estudiando, Vilhelmina? —preguntó Klaus de sopetón mientras se servía un poco de vino tinto—. ¿Sacas buenas notas? ¿Mantienes contento a tu padre?

Ella reprimió sus palabras con educación y sonrió con calidez. Sabía que este era un tema delicado para sus tíos y no quería remover los dolores del pasado.

—Estoy estudiando Química y Derecho en la Universidad de Uppsala. Es... Bueno, tenemos mucho trabajo, pero este semestre he sido la mejor de la clase en Derecho Internacional, Química Orgánica, Espectroscopia y Derecho Mercantil. Me han dado cuatro matrículas de honor.

—A Jonella le encantaba estudiar. Se pasaba el día con un libro entre las manos —insistió Selquoia de nuevo —. Era muy inteligente. Me recuerdas un poco a ella.

Vilhel posó su mirada en su tía con un brillo en los ojos que denotaba su entusiasmo, y le sacó una sonrisa halagada. Le encantaba lucirse con sus habilidades, ya que no siempre tenía la oportunidad de hacerlo.

A medida que avanzaba la conversación, Pandora se sentía cada vez más fuera de lugar. Ella también sacaba buenas notas, le gustaba aprender y era inteligente. Pero escuchar que su prima, la cual ni ella ni sus padres habían visto en siete años, les recordaba más a Jonella que no ella misma, lo recibió como una puñalada en el pecho. Pandora empezó a jugar con la comida, sin decir nada, mientras Klaus notaba su malestar, pero decidía seguir adelante con el tema. Sus manos temblaban y su pie picoteaba cada vez más rápido. No quería que la rabia se manifestara, pero llegó un momento en que no pudo contenerla más.

—Yo he sacado un Extraordinario en Encantamientos. —Se hizo un silencio sepulcral y profundamente incómodo—. Si mantengo este ritmo podría trabajar en el Ministerio de Magia y ascender a una buena posición.

De repente, la alegría de Vilhel se esfumó. Agachó la mirada con tristeza y comenzó a comer en silencio. Sabía que era la única en toda la familia que no había nacido con dotes mágicas. Sus padres, tíos, hermanastros, primos y abuelos eran magos, mientras que ella era solo una squib intentando encajar en un mundo que no le correspondía. Y, por una vez, esperaba poder pasar unas vacaciones sin tener que escuchar nada sobre la magia, pero la mención de Pandora en relación con ese tema también la hirió en lo más hondo de su ser.

—¡Tsst, Pandora! —mandó Selquoia con arrebato.

—Discúlpate —dijo Klaus.

Pandora suspiró con resentimiento y miró a Vilhel con vergüenza. No quería hacerlo, pero al mismo tiempo, no quería envenenarse de la  toxicidad y negatividad que desprendía su familia.

—Lo siento, Vilhel. No quería hacerte sentir así.

—No, déjalo —respondió ella con frialdad, negando con la cabeza.

—En serio, lo lamento. No pensé que pudiera afectarte de esa for...

—He dicho que ya está. —Bebió un sorbo de agua—. Da igual.

Pandora se quedó helada, sintiendo el dolor y la desilusión corroyéndole por dentro. Sin añadir nada más, recogió su plato y se levantó de la mesa, sintiéndose saturada de todo aquello. Recordó con añoranza su estadía en Hogwarts, los momentos con James y la compañía de Xenophilius. Anhelaba volver a encontrarse con él y cobijarse en sus brazos, planear juntos, hacer alguna locura. Pero, a pesar del rechazo que sufría, se sentía atrapada en esa casa, como si fuera incapaz de huir a pesar de todo.

Sus padres empezaban a ser mayores. Klaus tenía sesenta y cuatro años y su madre cincuenta y ocho. ¿Y si les pasaba algo? ¿Y si en el fondo la necesitaban? ¿Y si tenía que cuidarlos? ¿Y si había algún modo de acercarse a ellos y darles el amor que les dio Jonella cuando aún vivía?

—Buenas noches.

Sin obtener respuesta por parte de sus padres, solo un susurro de Vilhel, Pandora subió las escaleras hasta el tercer piso, donde se encontraba el desván. La habitación era acogedora y tenía todo lo que necesitaba: una estantería con algunos libros, un escritorio pequeño, un viejo piano y su guitarra. Pero no era la suya. Se tumbó en la cama y dejó que toda la tensión que había estado cargando durante todo el día saliera a la luz, hasta que finalmente logró dormirse.

¡Bueno, gente! Ya hemos empezado a conocer los padres de Pandora y cuál es su situación en general. Aún hay mucho que explorar y, no sufráis, porque ya volveremos a tener capítulos con Xenophilius. Estoy muy contenta porque ya he introducido mi personaje favorito del libro (obviamente incluyo a Pandora), Vilhel.

Quería daros las gracias una vez más por apoyar mi historia con vuestros votos y comentarios. Como una vez dije, "Pandora" es una historia muy personal y especial para mí, y me llena ver que hay personas que han decidido acompañarme en este camino. ¡Os quiero mucho!

Por último, cabe decir que Pandora habla sueco con sus padres, lo único es que, a no ser que haya otro personaje en la escena que no lo hable, no escribiré los diálogos con su familia en cursiva, ya que si no, es incómodo de leer y no hace falta. Por lo tanto, se introducirán breves palabras para dar a entender que Pandora y su familia hablan sueco. Os dejo un pequeño glosario sobre algunas de las palabras suecas que se han mencionado en el capítulo:

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GLOSARIO

Välkommen: Bienvenido/a
Farbror: Tío
Hejsan: Hola
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