
𝗑𝗂𝗑. 𝖬𝖺𝗋𝗂𝗉𝗈𝗌𝖺𝗌
*❝La muerte no es el mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos.❞
Xenophilius no sabía cómo sentirse. Por un lado, se sentía impotente, inútil por no poder hacer nada para ayudar a Pandora. Los días pasaban y pasaban y él no recibía cartas. En otro momento de su vida, su inseguridad lo habría llevado a pensar que Pandora no valoraba su amistad y que en el fondo todo había sido pura fachada. Pero Xenophilius la conocía y, tal y como había comenzado a sospechar antes de las vacaciones de navidad, si ella no le estaba escribiendo nada era porque estaba pasando algo. Aun así, estaba dolido y en cierta manera, enfadado con la situación. Porque el hecho de saber que algo no iba bien en la vida de Pandora, y que ella se sentía incapaz de compartirlo con él, lo dejaba en una posición complicada en donde, a pesar de tener un compromiso moral, no podía actuar. Y eso lo hería.
Con pocas cosas en las que distraerse, excepto la ansiedad de no saber cómo contribuir en la situación más allá de ofrecerle su apoyo, Xenophilius volcaba todos sus pensamientos y angustias en su diario. Hoy era el 27 de diciembre, el cumpleaños de su mejor amiga. Y pesar de no poder celebrarlo con ella, Xenophilius había encontrado otra forma de hacerlo y decirle que a pesar de no estar presente, aún permanecía a su lado. Había pasado semanas planeando su regalo de cumpleaños y, aunque reconocía que estaba un poco asustado, confiaba en que a ella le gustaría. Una vez que lo tuvo todo estuvo listo, preparó el regalo y se lo entregó a su lechuza hembra, Patadura, para que lo llevara a la oficina de correos de Castle Combe y llegara a tiempo. Le abrió la ventana y dejó que se fuera.
—¿Qué es lo que está pasando, Pandora? —Suspiró mientras observaba a su lechuza alejándose del paisaje urbano que caracterizaba Londres—. ¿Qué es eso que tanto te angustia?
Pandora siempre había anhelado celebrar su cumpleaños. Sus amigos, sus compañeros, e incluso sus profesores lo celebraban con ilusión. Recordaba los días en los que se sentaba en el Gran Comedor y veía llegar una lechuza que traía regalos a los estudiantes del colegio: abrigos, jerséis, amuletos, objetos mágicos, entradas para visitar algún sitio... Y ellos reían, los estrenaban y planeaban una jornada inolvidable.
Pero Pandora nunca había tenido esa suerte, ya que para los Skogen, ese era un día de luto. No había ni un momento del año en que Klaus y Selquoia fueran felices, pero el 27 de diciembre era una fecha que les recordaba constantemente que su existencia estaba condenada al tormento eterno, hasta el fin de sus días. Porque a pesar de que ese era el día en el que nació su, ahora, única hija, Pandora, también era el mismo que perdieron a Jonella.
Pero no siempre todo fue tan sombrío. En un principio, los Skogen creyeron que el nacimiento de Pandora se trataba de una señal divina, un milagro que les regresaría a su preciosa hija de vuelta, a su amada Jonella. Era como si el universo los hubiera escuchado y les hubiera concedido una segunda oportunidad, devolviéndoles lo que una vez les había quitado. Pero, sin embargo, les trajo a una niña muy diferente. Una niña con un carácter distinto, una mente distinta, unos gustos distintos, un aspecto distinto y un alma distinta. Una nueva criatura que no era Jonella. «Esa no es mi niña», decía Selquoia. «¿Dónde está mi niña?».
Pasaron los días, las semanas, los meses y los años, y con el paso del tiempo, Pandora comenzó a sentirse cada vez más aislada de sus padres, y ellos de ella. Vagamente, recordaba una etapa de su vida, cuando era muy pequeña, en la que se arrancaba los vestidos y peinados que su madre le hacía, los de Jonella. Y entre todos esos rechazos involuntarios, sus padres, al no ver en Pandora lo que veían en Jonella, empezaron a desentenderse de ella. Para ellos, esa niña que les había concedido el destino no era más que una intrusa, una extraña que había venido a ocupar el lugar de su hija fallecida y que ni siquiera guardaba un solo rasgo que les recordara a ella. De forma que, a medida que Pandora fue creciendo, más empezó a darse cuenta de que necesitaba la atención de sus padres, aunque ellos se alejaran de ella. Los necesitaba, los exigía y, en cierta medida, quería amarlos, por mucho que se preguntara si alguna vez había sido importante para ellos. Y así, la soledad y la tristeza habían devenido compañeras constantes de su vida. Pero si había algo que Pandora tenía claro, era que a pesar de toda esa dependencia, no quería hundirse con ellos.
Y ese 27 de diciemebre de 1979, su decimoséptimo aniversario, no fue la excepción.
Eran las seis y media de la mañana y, como siempre, Pandora se había preparado para ir a trabajar a Naughty Hedgehogs. Bajó las escaleras con una lentitud que reflejaba su pesar. Escuchaba a sus padres hablar en bajo en el comedor. Sin hacer ruido, Pandora bajó un par de escalones más y observó la escena. Sus padres contemplaban las fotografías de Jonella con una actitud despedazada. Y a pesar de eso, lo único que sentía era rencor. Rencor hacia ellos, rencor hacia la situación y rencor hacia su hermana. Porque hoy era su cumpleaños y, por ende, era invisible.
Un chirrido la delató cuando intentó bajar un escalón más, y en seguida captó la atención de sus padres. La mirada de Klaus denotaba decepción, rabia y apatía, como si su mera presencia le resultara una molestia. En cambio, la de Selquoia era un reflejo del vacío, el dolor y la culpabilidad de no poder mirar a su hija a los ojos. Los tres permanecieron en silencio, sin saber qué decirse los unos a los otros. Pandora, como en tantas otras ocasiones, sintió la necesidad de ir con ellos al cementerio, pero sabía que su presencia en la tumba de Jonella no sería bienvenida. Se sentía como un incordio y no pintara nada en todo aquello.
Pandora sollozó con un tono resentido y herido e intentó retener las lágrimas.
—Hoy es mi cumpleaños.
—No, Pandora —mandó Selquoia en el mismo tono que ella—. Tú no lo entiendes.
Con una tensión palpable, Pandora bajó un escalón más y avanzó hacia ella.
—Solo pido... Solo pido un poco de afecto.
—No sigas.
—¿Acaso estoy pidiendo algo imposible, mamma? —Pandora dio otro paso hacia ella, con la voz temblorosa y un tono más alto—. Lo único que quiero es poder tener un cumpleaños normal. Mamma, mírame, por favor. Mamma! No quiero regalos, no pido un pastel, solo quiero que me quieras. Pappa, por favor, di algo. Mamma, escúchame. ¡Escúchame, por favor!
Pero su madre no reaccionaba, así que Pandora sacudió su brazo con fuerza y suplicó por su atención. Las lágrimas empezaron a manifestarse y la respiración de Pandora se aceleró. Selquoia también empezó a llorar, y parecía que su tristeza era suficiente para derrumbarse y no volverse a levantar. Hasta que alzó la cabeza, sus lágrimas se desbordaron y su voz se quebró.
—TÚ NO LO ENTIENDES.
— ¡Intento entenderte, pero tú no quieres entenderme a mí! ¡Lo único que quiero es que seamos una familia! ¡Pappa, di algo! ¡Por favor, di algo, ayúdame!
Klaus no quiso intervenir. Solo se limitó a sujetar con suavidad a su esposa y a levantar levemente la cabeza para fulminar a su hija con la mirada, dejando así clara su postura. Sin apartar los ojos de Pandora, apático y dominante, ayudó a Selquoia a sentarse. Vilhel, que llevaba horas despierta, salió silenciosamente de su habitación en cuanto empezó a escuchar los llantos y gritos que se apoderaron de la casa, que habían convertido ese traumático día en algo aún más triste de lo que ya era. Se sentó en el borde de las escaleras del piso de arriba y escuchó la conversación con quebranto.
—¡Nunca me escuchas! ¡No te pido nada salvo eso!
—¡Sabes que no puedo celebrar tu cumpleaños! SABES QUE NO PUEDO.
—¡Eso pasó hace mucho tiempo, mamma! ¡Yo también tengo derecho a ser feliz! ¿Por qué no me dejas serlo?
Selquoia dejó caer su cabeza entre las manos y comenzó a sollozar. Pandora se quedó en silencio, sin atreverse a hablar. Tras unos minutos, su madre levantó la mirada.
—No eres fácil, Pandora. No lo eres. Y me duele. Sabes que eso es difícil para mí y para tu padre. Tal vez algún día te des cuenta de que la vida no es solo tomar, sino también dar. De que no se trata solo de satisfacer tus propios deseos egoístas, sino de pensar en las consecuencias de tus acciones y ponerte en la piel de los demás. A ti te gustaría que fuéramos una familia feliz, con una historia feliz y una vida feliz. Tú quieres tu cumpleaños, abrir regalos, soplar velas y pedir deseos. —Inspiró aire—. Y yo quiero seguir viviendo en Suecia, seguir manteniendo mi trabajo y tener a mi hija de vuelta.
Dos lágrimas solitarias cayeron de los ojos de Pandora. Apretó el puño con tanta fuerza que fue incapaz de mirar a su madre a los ojos.
—Yo soy tu hija, mamma.
Selquoia sorbió la nariz y apretó la mandíbula, destrozada.
—Ningún padre debería enterrar a sus hijos. ¿Pero sabes qué? Ojalá tú los tengas. Ojalá tengas hijos, los cuides y los ames con todo tu ser. Porque ojalá llegue el día en que tengas que experimentar el dolor de perderlos. Incluso así, creo que nunca llegarás a entenderlo. Porque tú nunca serás la madre que yo fui.
Selquoia se puso en pie y su rostro volvió a adoptar la misma expresión amarga de siempre. Tomó su chaqueta de piel y salió de casa sin decir una palabra. Klaus hizo lo mismo y se marchó con su mujer. Pandora se quedó allí, abatida e impotente, en el comedor. Enfadada, llena de resentimiento, culpa y rabia, subió las escaleras con tanta furia que no se dio cuenta de que Vilhel estaba allí, escondida en un rincón, escuchándolo todo.
Sus ojos estaban inyectados en sangre y su rostro estaba contraído en una mueca de dolor y rabia. Sin decir una palabra, subió las escaleras hacia su habitación, seguida por el sonido de sus pisadas pesadas y decididas. Al llegar al desván, empezó a tirar todo lo que encontraba a su paso por los aires, lanzando libros, cuadernos y ropa por toda la habitación. Agarró su varita y romper cosas con una ferocidad que asustaría a cualquiera.
—TE ODIO.
La tela se rasgó en pedazos, y todas las plumas salieron volando en todas direcciones, flotando como una lluvia de nieve. Luego, con un alarido de dolor, tomó su guitarra y la estrelló contra el suelo una y otra vez hasta que solo quedaron pedazos de madera. Llorando y gritando con una desesperación que hacía temblar las paredes, Pandora continuó.
—TE ODIO, JONELLA. TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO.
Tumbó la cama y lanzó los cojines por el aire, rompió espejos, jarrones y cualquier cosa que encontró a su alcance. Hasta que finalmente, exhausta y sin fuerzas, se dejó caer al suelo y comenzó a llorar, con sus lágrimas cayendo en un charco junto a los pedazos de sus pertinencias destrozadas. Apretó los brazos contra su estómago e hiperventiló en un mar de llantos.
•✦───────────•✧
Cuando regresó del trabajo y Pandora llegó a casa, estaba agotada. Contempló el desván y todo el desastre que había dejado: los cristales rotos y esparcidos por el suelo, la cama tumbada, las plumas de los cojines distribuidas por todas partes, la ropa rasgada o enterrada entre los escombros... Abatida, pero un poco más tranquila, conjuró un Reparo y arregló el desván. Todo volvió a su debido sitio, como si nunca hubiera sido profanado y ella no hubiera despegado toda su ira contra ellas. Sabía que sus padres no estaban, y que llevaban todo el día fuera, aferrados a la tumba de Jonella deseando que todo hubiera sido diferente, así que salió del desván y bajó hasta el comedor. Se instaló en el piano de cola de su fallecida abuela, que hacía años que ya no era usado, y empezó a entonar notas.
Cuando te fuiste, dejé de soñar
Nunca vi tu rostro, pero aun así no te quiero soltar
A veces me siento sola, a veces amada
si es que amar a alguien significa ahogarlo en la nada
Oh, ¿aún sigo siendo tu estrella?
No sé si soy torpe o si aún te inspiro compasión.
Oh, ¿me vas a perdonar?
Tu recuerdo yace en la arena, enterrado para siempre.
Quisiera que me amaran como te amaron a ti
¿Cómo lo hiciste? ¿Qué les decías?
Te necesito aquí, pero estás tan lejos de mí
Anhelo encontrar tus alas y saber por qué te fuiste
Oh, ahora no sé si debo odiarte o perdonarte.
No es justo que tú te fueras... y yo pague el precio.
Oh, pero ¿cómo no amarte, si fuiste mi hermana?
Si yo te diera la mano, ¿la aceptarías como si de una vieja amiga se tratara?
Pandora estuvo horas practicando, intentando encontrar una forma de canalizar su dolor y su rabia hacia algo más productivo. Cuanto más tocaba y cantaba, más se daba cuenta de que no se reconocía a sí misma. Finalmente, se detuvo y se dejó caer en el sofá, con la varita aún en su mano temblorosa. Murmuraba frases sin sentido y suspiraba de vez en cuando, mientras su pierna se movía nerviosamente arriba y abajo, haciendo que la varita también se moviera. De repente, sin darse cuenta, una niebla negra y espesa se extendió por todo el comedor, consumiéndolo todo a su paso.
Pandora se levantó de golpe, asustada y sin saber qué estaba pasando. Miró a su alrededor, buscando una explicación, hasta que una lechuza del mismo color que la oscuridad llamó a su ventana. En un instante, la niebla desapareció, dejando a Pandora confundida y aturdida por lo que acababa de suceder.
Y aunque este fue el inicio que la llevó posteriormente a convertirse en una reconocida figura en el mundo de la magia, esa Pandora frágil y vulnerable de diecisiete años aún no lo sabía.
Aun confundida, Pandora abrió la ventana del comedor y tomó con delicadeza la carta que la lechuza había traído. Agradeció al ave y subió corriendo al desván, inspeccionando el sobre por el camino. Se sentó en el borde de la cama y se acomodó para leerlo. Al ver la clásica y delicada letra del remitente, una sonrisa tierna se dibujó en su rostro, y sintió un leve cosquilleo en el estómago:
Soy el mensajero de invierno y caigo suavemente del cielo. Y al tocar el papel con ternura, desvelo secretos con mi escritura.
Pandora deslizó suavemente su mano hacia el interior del sobre, emocionada por descubrir el misterio que Xenophilius le había preparado. Pero al sacarlo, encontró que estaba completamente en blanco. Frunció el ceño, pensativa. Sabía que su amigo era un joven ingenioso, y que la respuesta a la pista que le había dado no sería fácil. Pero no estaba dispuesta a renunciar tan fácilmente. Además, a pesar de la ansiedad acumulada que yacía en su pecho, quería recuperar esa sensación de amor y paz que le transmitía Xenophilius, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirla.
Fue entonces cuando, de repente, reparó en la pequeña ventana del desván. Afuera estaba nevando, y los copos caían suavemente desde el cielo, como mensajeros de invierno. «Un copo de nieve...», pensó. Se acercó a la ventana y abrió los cristales de par en par. Sintió cómo los copos de nieve se posaban delicadamente en sus manos y se fundían al instante en su piel. Y entonces lo supo. «¡Tienen que tocar el papel!». Con sumo cuidado, lo sacó por la ventana y lo extendió. Los copos de nieve se posaron en el papel, y crearon pequeñas figuras blancas que parecían flotar en el aire. Entonces, como si de una mágica reacción en cadena se tratara, el papel comenzó a brillar intensamente. Las letras, bañadas en tinta invisible, se revelaban poco a poco. La elegante cursiva aprecía lentamente y formaba las palabras que Xenophilius había escrito para ella.
Querida Pandora,
Es difícil encontrar las palabras adecuadas para describir toda la belleza que veo en ti.
Es la luz en tu mirada cuando hablas de las cosas que amas. Es la pasión en tus palabras cuando defiendes lo que crees justo. Es la fuerza que emana de ti cuando te enfrentas a los obstáculos. Es tu mente brillante y ágil, capaz de percibir matices y detalles que a otros nos pasan inadvertidos. Es la inteligencia que se refleja en tus ojos celestes, la chispa que enciende tu mente al descubrir nuevos conocimientos, incluso aquellos para crear bocadillos que aparentemente no gustarían a nadie, pero que esconden una bomba de delicias. Es tu sensibilidad cultural y tus ganas de querer aprender algo nuevo. Es la capacidad que tienes para entender y conectar con el mundo que te rodea.
Es tu corazón, único y fuerte, una brújula que siempre apunta hacia el norte de la bondad. Eres un jardín en flor, con cada pétalo de tu ser exudando amor y generosidad. Eres una estrella fugaz que corre por los cielos oscuros y extiende su alegría como si solo hubiera lugar para ella en el mundo.
Es tu mirada, que conmueve y me despierta emociones que jamás había sentido. Es el calor de tus abrazos, y la paz de tu presencia. Es tu voz, que con su canto y sus palabras, me hacen sentir a salvo. Es el olor a madera que desprenden tus cabellos bañados en oro cuando rozas los dedos en las cuerdas de tu guitarra, despertando un matiz dulce, como el aroma del caramelo tostado, y una cualidad ahumada y profunda que evoca la sensación de estar al aire libre en un bosque espeso y tranquilo.
Eres tú, Pandora. Solo tú.
Feliz cumpleaños.
Con amor,
Xenophilius
PD: Usa lo que se halla dentro del sobre y volarás.
A medida que Pandora avanzaba en la lectura de la carta, sus lágrimas se hacían más grandes y pesadas, como si quisieran arrastrar consigo todo el dolor acumulado en su corazón. Sin embargo, en medio de aquellos días oscuros y dolorosos, encontró una luz que la mantuvo fuerte: el amor que Xenophilius le profesaba. Mientras otros le habrían traído simples objetos materiales, él le había regalado algo más valioso: un sentimiento puro y genuino que brotaba de lo más profundo de su ser. La amistad y el amor de Xenophilius eran un tesoro que no tenía precio. Con la varita mágica, Pandora abrió el sobre y sacó una pluma dorada y adornada con runas antiguas. Con ella, escribió su nombre en la libreta, y en ese mismo instante las letras cobraron vida y se convirtieron en una mariposa vibrante de color azul, que alzó el vuelo y se posó en su hombro.
Pandora se quedó maravillada, sus ojos brillando con una luz intensa y cálida, mientras seguía escribiendo en la libreta. Sus palabras tomaban forma y se convertían en mariposas de colores, que revoloteaban a su alrededor, llenando la habitación con un aroma suave y delicado. Pandora lloraba, pero esta vez no eran lágrimas de tristeza, sino de felicidad y gratitud, por sentirse acompañada por esas criaturas mágicas e incomprendidas, que buscaban su calor y su amor. Hasta que llamaron a la puerta, y toda la magia desapareció.
Su sonrisa se desvaneció. Esperaba encontrarse con su madre o su padre, listos para convencerla de que entendiera lo ocurrido esa mañana. Sin embargo, al abrir, allí estaba Vilhel, con su típica seriedad y compostura. A juzgar por su postura, aún estaba enfadada con ella: mandíbula tensa, dificultad para mirarla a los ojos, una sensación de distancia. Pandora sintió la presión en su pecho, Vilhel siempre le había impuesto respeto y temor cuando estaba enfadada. Pero entonces notó el pequeño cupcake en sus manos, con una vela encendida, y se conmovió, aunque no quiso decir nada.
—Sigo enfadada contigo —aclaró Vilhel, sin cambiar de expresión—. Pero te mereces algo mucho mejor.
Pandora se quedó observando el cupcake con ternura, incapaz de ocultar sus lágrimas y una pequeña sonrisa que se asomaba en su rostro.
—Gracias.
—Ven aquí.
Avanzó hacia ella con los brazos abiertos, como un refugio seguro y cálido, y Pandora se aferró a su prima mayor con fuerza, dejando escapar un llanto contenido que se había mantenido dentro durante mucho tiempo. Vilhel la sostuvo con amor y paciencia y le acarició el cabello con ternura y dedicación. La habitación quedó en silencio, solo se oía el sonido del llanto de Pandora que se mezclaba con la respiración tranquila de Vilhel. En ese abrazo, Pandora encontró el consuelo que tanto necesitaba, el amor incondicional que solo una familia podía brindar. Vilhel amaba a sus tíos, pero entendía su dolor, porque lo compartía con ella, y eso la hacía sentir menos sola en el mundo.
Por lo que ambas se quedaron en el suelo, abrazadas y compartiendo ese momento íntimo y especial que recordarían para siempre.
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