
𝗑𝗂𝗂𝗂. 𝖵𝖺𝖼𝖺𝖼𝗂𝗈𝗇𝖾𝗌 𝖿𝗋𝗂́𝖺𝗌 𝗒 𝗀𝗋𝗂𝗌𝖾𝗌
*❝Tener hijos no te convierte en padre, del mismo modo que tener un piano no te convierte en un pianista.❞
LA EMOCIÓN ERA PALPABLE EN EL AIRE. La nieve caía del cielo en copos ligeros como si de polvos de hada se trataran, los árboles desnudos se balanceaban suavemente en el frío invierno y el Lago Negro estaba tan helado que cualquiera podía caminar sobre él. Las vacaciones de Navidad habían llegado y Hogwarts Express estaba lleno de alegría y alboroto. Pero en su interior, Pandora no tenía ningún motivo para celebrarlo. Su corazón estaba apagado y la cálida luz que normalmente envolvía la Navidad, no brillaba. Era la única que había perdido su estrella polar y la única que no tenía el anhelo de volver a recuperarla. Y le daba tanta rabia ver que los demás disponían de una felicidad que ella no podía sentir, que ni siquiera se atrevía a levantar la cabeza y observar el panorama.
Alma, Mark e Imogen habían decidido subirse antes en el tren para no tener que compartir compartimento con Pandora, ya que se sentían resentidos por el hecho de que ella hubiera hecho migas con Xenophilius y pasara más tiempo con él y no con ellos. Por su parte, James quiso sentarse con Pandora, pero cuando vio que iba acompañada de Xenophilius y ambos parecían muy dispuestos a buscar su propio vagón, decidió encontrar otro sitio con el que reflexionar y estar más tranquilo. Se acercaba la Navidad y no quería comenzar con mal pie.
Cuando el Hogwarts Express arrancó, ambos sentados uno enfrente del otro, se sumergieron en sus respectivas lecturas. Xenophilius necesitaba recoger ideas para su futuro proyecto como escritor y Pandora intentaba tener la mente ocupada para no tener que enfrentarse con pensamientos que la atormentaban. Llevaba su clásica guitarra con ella, pero no pensaba usarla para no molestar. La nieve seguía cayendo fuera del tren, y dentro, el silencio reinaba en armonía.
—Siempre he tenido la curiosidad de saber qué transportes usáis los magos y brujas que no vivís en Londres para volver a casa —comentó súbitamente Xenophilius, que había cerrado su libro y había decidido contemplar el paisaje nevado.
Pandora levantó la mirada con encanto.
—Pues... No lo sé. Venimos con el Autobús Noctámbulo, alquilamos escobas, tomamos coches voladores o nos vamos en el Ministerio de Magia y pagamos por un traslador o una Red Flu que nos deje cerca de casa. Pero, en fin, es muy caro —Se acercó a su oído—. Lo digo por experiencia.
Xenophilius quería sacarle información de alguna manera y sabía que Pandora no hablaría voluntariamente a no ser que fuera él el que tomara las riendas. Durante el trayecto, ella había permanecido en silencio, y su ansiedad era patente.
—¿Y tú qué sueles hacer? ¿Tus padres te llevan?
Pandora se tensó como un árbol y empezó a balbucear en busca de una respuesta rápida. Sabía que Xenophilius intentaba sacarle más datos de los que quería dar, y se sentía culpable por mentirle cuando él solo pretendía ayudarla. Pero si había una cosa que había aprendido con los años era protegerse a sí misma de esa manera.
—¡Cachis! Qué cotilla eres, ¿eh? ¿Es que acaso pretendes seguirme?
Xenophiliius soltó una risa forzada. Sabía que Pandora estaba evadiendo su pregunta, pero ¿cómo podía insistir sin herirla? ¿Cómo podía abordar el tema sin salpicarse?
—De acuerdo, no he dicho nada. No he dicho nada de nada —Xeno retrocedió con una sonrisa. Luego arrancó un suspiro. Sus ojos se ablandaron y la miró—. Oye, Pandora. Si hay algo que te entristece o te preocupa, acude a mí. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
—Estoy bien —respondió firme, mientras empezaba a meter sus cosas en la mochila. Se sentía fatal por actuar así—. Lo sé, Xeno. Lo haré, no te preocupes. Estoy bien. ¡Venga, levanta tu culo del asiento! Estamos a punto de llegar.
El trayecto en el Hogwarts Express llegó a su fin, y con ello, una lluvia de emociones invadió la estación 9 y 3/4 cuando los estudiantes se reencontraron con sus familias. Entre el tumulto, Xenophilius ayudó a Pandora a bajar su maleta y juntos caminaron hacia la salida. A lo lejos, se distinguían padres agitando los brazos para atraer la atención de sus hijos, mientras que Xenophilius buscaba a los suyos entre la multitud, agarrado de la mano de su mejor amiga, que intentaba seguir su paso. «¿Dónde se habrán metido? ». Finalmente, los encontró y esbozó una sonrisa sincera.
—¡Ahí están! ¡Qué bien!
El padre de Xenophilius, un hombre calvo y con unas gafas estupendas, vestía un traje de color morado oscuro que le daba un toque elegante y divino. La corbata azul marino a juego completaba su impecable aspecto. Por otro lado, su madre era una mujer de mediana edad con pocas arrugas y una bonita melena casi albina como la de su hijo, y llevaba un vestido de flores que se movían por sí solas. Pero lo que más llamó la atención de Xenophilius fue el hermoso sombrero de su madre adornado con plumas beige que ondeaban suavemente con el vapor que desprendía el tren. La pareja parecía irradiar una amabilidad y un cariño inmensos. Pandora los observó desde la lejanía mientras movía los dedos con nerviosismo. No había duda de que era todo un detalle que se hubieran presentado a ir a buscar a su hijo. Era una muestra de amor que ella nunca había tenido el placer de recibir.
—¿Y tus padres? —preguntó con emoción mientras los saludaba entre la gente, pero sin olvidar la situación que ella le estaba ocultando.
—¡Oh! La semana pasada me enviaron una carta y dijeron que me esperarían fuera de la estación, así que supongo que debería irme ya.
—¿Estás segura de que todo está bien? —preguntó de nuevo, sospechando que algo no cuadraba. Pero se contuvo, tratando de mantener la apariencia de asombro que había mostrado unos segundos antes.
—¡Y tanto! ¿Acaso crees que son tan salvajes de no venir a recogerme? Anda, no seas bobo —Le respondió Pandora con una sonrisa mientras se ajustaba bien el abrigo y tomaba su maleta para empezar a alejarse. Luego, se volteó y lo señaló con un dedo—. ¡Recuerda! ¡La oficina de correos de Castle Combe está abierta todos los días, excepto los jueves y los domingos! ¡No te olvides! —Cuando estuvo a punto de desaparecer entre la multitud, corrió hasta él y saltó para abrazarlo con fuerza—. Te echaré mucho de menos, Xeno. Muchísimo.
—Yo también, Pandora. No quiero que te vayas.
—Yo tampoco —dijo ella, manteniéndose abrazada a él unos segundos más antes de separarse—, pero debo. ¿O acaso quieres que mate a mis padres de una pulmonía?
Pandora besó su mano y finalmente se marchó. Y a pesar de que Xenophilius la había visto segura de sí misma, sabía que algo no estaba del todo bien. Algo en su actitud y en sus palabras que era extraño. Pero si algo tenía claro es que si no podía descubrir su secreto, estaría allí para ella hasta que tomara la confianza de contárselo.
Cuando salió a la calle, contempló la ciudad desde la estación con tristeza. Sabía que había mentido a Xenophilius al decirle que sus padres vendrían a recogerla a King's Cross. En realidad, nunca venían y esta vez no iba a ser la excepción. Cada año era lo mismo, y la única vez que recordaba haber venido con ellos en la estación fue en su primer año en Hogwarts. Y ahora se alejaba de allí, sola y desolada.
La nieve bailaba, como pequeñas plumas blancas que flotaban en el aire, como mariposas que volaban sin un rumbo fijo. El paisaje urbano de Londres estaba cubierto por un manto de nieve que parecía borrar todos los colores, rociando cada detalle en una tonalidad blanca y grisácea. El sonido de los coches y las conversaciones de la gente se apagaban, dejando solo el susurro de la nieve al caer. Las farolas de la calle lanzaban destellos de luz dorada y los edificios iluminados parecían brillar más que la propia luna. Los copos de nieve se posaban delicadamente en las ramas de los árboles, cubriendo cada hoja y creando un paisaje de ensueño. La brisa helada hacía que la nieve se adhiriera a la ropa y al cabello, y con ello formando pequeños cristales de hielo. Era precioso.
Y a pesar de que la nieve traía consigo frío y una brisa helada, también creaba un ambiente mágico y tranquilo. Londres parecía estar en paz, como si el mundo se hubiera detenido por un momento para admirar la belleza de la naturaleza en su forma más pura. Y así, en medio de la noche y bajo la nieve, Pandora caminó con soledad hacia Charing Cross Road, una zona mágica que usaba para tomar el Autobús Noctámbulo y llegar a su destino final. Debido a que era menor de edad y todavía no podía hacer magia fuera de la escuela, tuvo que soportar el frío durante cuarenta minutos mientras esperaba a que el autobús llegara, que, como siempre, iba con retraso.
Finalmente, el Autobús Noctámbulo llegó y Pandora subió al piso de arriba, no sin antes enseñar su carné de identificación y pagarle diecisiete stickles a un joven Ernie Prang que ignoraba las tonterías que repetía su cabeza colgante respecto a todos los pasajeros que subían en el bus. Se tumbó en una de las camas del piso de arriba y sacó su libreta y pluma para anotar algunas ideas, hasta que se dio cuenta de que aún no había recuperado su tintero. De repente, notó que algo pesaba en su guitarra y al abrir la funda, encontró su precioso tintero perfectamente bien colocado. Lo tomó como si fuera un tesoro y lo besó con cariño.
¡Xenophilius siempre negaba la existencia de los nargles, y ahora, madre mía, acababa de recuperarlo por arte de magia! Aun así, pensó que era algo extraño, pues los nargles solían robarle sus cosas cuando ella no decía toda la verdad frente a una persona. Aunque la realidad era que Xenophilius, que se había acordado de cuando Pandora le comentó semanas atrás que había perdido su tintero, le había reglado el suyo y lo había metido en la guitarra minutos antes de que se subieran el tren sin decirle nada, ya que respetaba su fantasía y sabía que era mucho mejor que siguiera siendo así.
Ay, Xeno... Solo de pensar en estar tres semanas sin verlo, Pandora sentía que el tiempo se estiraba como una eternidad, por más cartas que se enviaran. Le dolía profundamente no tener a nadie con quien compartir su añoranza. Mañana, al despertar, ya estaría trabajando en el Naughty Hedgehogs, y, excepto por los fines de semana, al día siguiente sería lo mismo, y lo mismo, y lo mismo, hasta que regresara a Hogwarts. Porque, ahora, a partir de este momento, Pandora volvería a sentirse sola. Sola de verdad. Porque sabía que toda la felicidad que había estado cosechando durante todos esos meses desaparecería como un mero chasquido de dedos.
Como siempre había sido.
¡Vaya, vaya! Estoy muy emocionada porque a partir del siguiente capítulo llegaremos a la parte del primer arco que más me ha gustado escribir: la situación de Pandora con sus padres y su estadía con ellos. ¡Espero que lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo! Y si bien sentiremos impotencia, rabia y hasta rencor, es importante recordar que, aunque no toda acción en la vida es justificable, al mismo tiempo, no siempre todo es blanco y negro, sino que a veces hay demasiado gris.
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