
𝗑𝗂𝗂. 𝖢𝗎𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖾𝗅 𝖾𝗌𝗉𝖾𝗃𝗈 𝗌𝖾 𝗋𝗈𝗆𝗉𝗂𝗈́
❝El arte de inventar es el arte de no temer al fracaso.❞
NOVIEMBRE FUE UN MES AGOTADOR. Se acercaba la Navidad y cada día todas las parejas de Hogwarts se reunían en la Tienda de Té de Madame Tudipié para despedirse antes de las vacaciones. Y aunque a Pandora le gustaba verlos disfrutar de esos últimos momentos románticos antes de Navidad, llegaba agotada al castillo, ya que su turno siempre se alargaba más de lo previsto.
Últimamente, había estado haciendo muchos planes con Xenophilius para las vacaciones, a pesar de no estar segura de poder cumplirlos todos. No obstante, estaba decidida a intentarlo. Después de todo, tenía suficiente dinero ahorrado para permitirse viajar a donde quisiera, aunque no tanto como para poder marcharse de casa. A lo largo de esos días, Pandora le había dado la dirección de la oficina de correos de su pueblo a Xenophilius, pero no la de su casa, para que él pudiera escribirle cartas. "¿Vives en la oficina de correos o qué?", le solía decir Xenophilius. "No, vivo una seta gigante que no tiene buzón ni dirección", le contestaba ella. Aunque Xenophilius dudaba, nunca se atrevía a hacerle la misma pregunta, pues no quería presionarla ni crear malas ideas que tal vez no eran verdaderas.
Asimismo, Pandora les había propuesto a Alma, Mark e Imogen hacer algo juntos durante las vacaciones, pero todos habían puesto una excusa. A diferencia de otros años, curiosamente esta vez todos "tenían planes". «Qué raro», pensaba ella, «siempre hemos hecho cosas por Navidad». Por su parte, James estaba enfadado, pero cada vez que se encontraba con ella, sentía que era injusto estarlo. No podía enfadarse con Pandora. Quería, pero no podía. Nunca antes habían discutido. ¿Y si la perdía? Así que lo único que sabía decirle es que le enviaría muchas cartas y muchos souvenirs desde Perú, cosa que Pandora agradecía. Le había estado preguntando por qué no se presentó en la Tienda de Madame Tudipié y James, sin saber cómo comunicarse, siempre acababa diciendo "Me puse enfermo".
La semana antes de que los alumnos abordaran el Hogwarts Express en la Estación de King's Cross para reunirse con sus familias, quienes seguramente los estarían esperando ansiosas, Pandora recibió una carta de sus padres. La primera en todo un trimestre, habiendo pasado poco más de un mes desde que les había enviado las suyas. Estaba inmersa en la composición de su canción "Jonella" cuando su lechuza le entregó el correo. La carta no tenía ningún tipo de gracia ni de decoración. Y aunque le dolió, tampoco le pareció extraño:
«Pandora,
No recibimos ninguna carta tuya informándonos de las asignaturas extracurriculares que se habían cancelado. Era tu responsabilidad, no puedes esperar que seamos nosotros quienes hagamos tu trabajo por ti. Esperamos que lo tengas en cuenta para el futuro.
Saludos cordiales,
Klaus y Selquoia Skogen.»
Pandora asintió con una tristeza contenida y apretó la carta con furia. A pesar de saber que nunca recibiría un "Querida hija", "Estamos bien, gracias por preguntar" o "Te queremos" de sus padres, seguía teniendo la esperanza de que en algún momento lo hicieran. Como los perros que esperan indefinidamente a su dueño fallecido frente a la puerta, esperando a que un día regrese. Y tras suspirar con resignación, sacó su libreta de la mochila y comenzó a hojear las páginas hasta encontrar su canción favorita, "Jonella". Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no derrumbarse, empezó a cantarla.
Cuando te fuiste, dejé de soñar
Nunca vi tu rostro y aun así no te quiero soltar
A veces me siento sola y otras veces amada
si es que querer a alguien significa hundirlo a la nada
Oh, ¿aún sigo siendo tu estrella?
No sé si soy torpe o si te sigo dando pena
Oh, ¿me vas a perdonar?
Tu recuerdo sigue en la arena, enterrado sin más
Quisiera que me amaran como te amaron a ti
¿Cómo lo hiciste? ¿Qué les dijiste?
Te necesito conmigo y sin embargo estás tan lejos de mí
que anhelo encontrar tus alas y saber por qué te fuiste
—¿Qué estás cantando? —Pandora se sobresaltó y contuvo un grito en el pecho, pero Xenophilius, con las manos en los bolsillos y una sonrisa suave, alzó la mirada en el cielo y contempló el edén que los rodeaba—. El Bosque Prohibido es un buen lugar para cantar. No dejes de hacerlo, Pandora. Tienes una voz preciosa.
—Me has dado un susto de muerte. ¡Anda, siéntate conmigo, Xeno!
Xenophilius se sentó a su lado y la envolvió en un cálido abrazo. Pandora se recostó en su hombro y dejó que la tranquilidad la inundara. La suavidad de su voz y el calor de su cuerpo eran un bálsamo para su alma herida. Porque era con Xenophilius cuando sentía que las tormentas, las crisis y la oscuridad no existía.
—A veces escribo canciones. Ya sabes, a mí también me gustaría poder compartirlas algún día con el mundo.
—Veo que ambos compartimos la misma ambición. ¿Y sobre qué trataba esa canción? Parecía triste.
Pandora se quedó sin palabras, atónita ante la pregunta de Xenophilius. Nunca antes alguien se había preocupado por ella de esa manera. Él era la única persona que respetaba su espacio personal y se interesaba por ella verdaderamente. Pero la realidad es que no supo cómo responder. Jamás se había abierto con nadie respecto al tema. Era demasiado personal para ella. Y también demasiado doloroso. Pero teniendo en cuenta lo ocurrido en la Tienda de Madame Tudipié, Pandora sentía que Xenophilius merecía saberlo. Si no podía cuidarse a sí misma, tendría que hacerlo por los demás. Como había hecho desde que era una niña.
—Bueno... Normalmente, se dice que las personas tenemos un pasado oscuro. O que todos escondemos algo, como los nargles, que lo esconden todo y en todas partes. —Xenophilius podría haber seguido la broma, que era, de hecho, lo que Pandora esperaba. De esa manera, ella habría tenido la oportunidad de desviar la conversación hacia otro tema. Sin embargo, en lugar de eso, lo único que escuchó fue un silencio atento y los ojos de Xenophilius acompañando a los suyos, sintiendo verdadero interés por lo que tenía por decirle. Entonces, la sonrisa de Pandora se desvaneció y agachó la mirada, dándose cuenta de que no siempre podía manejar las cosas hacia donde ella quería, especialmente frente a una persona que volcaba todo su cariño en ella.—. Cuando mis padres eran jóvenes, mucho antes de concebirme a mí, tenían otra hija llamada Jonella. Cuando ella tenía diez años, murió. Mis padres quedaron muy tocados y, bueno, diez años después me tuvieron a mí. La ausencia de Jonella siempre ha sido parte de mi vida, aunque nunca la haya conocido. Porque, a pesar de que nos dejó hace mucho tiempo, es como si su presencia siguiera vigente en casa. Como si nunca se hubiera ido del todo.
De repente, la suave brisa de invierno que los rodeaba, se congeló, como si el dolor que emanaba de las palabras de Pandora lo hubiera detenido en seco. Xenophilius no conocía nadie que hubiera sufrido una pérdida así, ni siquiera él, pero sintió su dolor y su vacío. Sin embargo, había algo en su relato que no cuadraba del todo. Sabía que Pandora no se lo había contado todo, porque en cuanto terminó, le vino una pregunta en mente: ¿Cómo era posible que, después de casi treinta años, todavía parecía que la herida estaba abierta y sangrando, como si las cosas nunca hubieran cambiado? Xenophilius no quiso pronunciarlo en voz alta, ni mucho menos, porque no le pareció oportuno ni tampoco adecuado. Así que en su lugar, le ofreció el consuelo de su presencia.
—No puedo entender lo que tu familia y tú habéis atravesado, pero si necesitas hablar, desahogarte o simplemente estar acompañada, aquí estaré. Siempre. Gracias por confiar en mí y compartirlo conmigo, Pandora. Significa mucho para mí.
Xenophilius fortaleció su abrazo para apoyarla, aún sabiendo que ella no iba a contarle nada más. «Descubriré lo que te está pasando, Pandora», se dijo a sí mismo, «Lo descubriré».
Cuando James se miraba en el espejo, no sabía quién era. ¿Un romántico que se entregaba a sus sentimientos sin reservas y luchaba por lo que amaba? ¿Un bohemio que rechazaba las normas convencionales? ¿Un intelectual que meditaba acerca de grandes problemas y siempre sabía cómo hallarles una solución? ¿Un consentido que esperaba que todo le fuera dado en bandeja de plata? ¿Un egoísta que solo pensaba en sí mismo? ¿Un incomprendido que nadie más podía entender? ¿Un muchacho que había crecido más rápido que sus compañeros de escuela y, a veces, se sentía como un adulto atrapado en el cuerpo de un adolescente, pero cuando se trataba del amor, se sentía perdido y confundido?
¿Quién era? Pasaba horas mirando su reflejo, intentando encontrar respuestas, pero nada de lo que veía le gustaba. «Ese no eres tú, James», se decía a sí mismo, «Tú nunca has sido así».
A veces sentía que su actitud no se correspondía con lo que todo el mundo esperaría de alguien como él. O incluso de lo que él esperaba de sí mismo: alguien inteligente, analítico, dotado de todo tipo de habilidades, una persona capaz de solucionar cualquier problema. Pero, de todo lo que había leído y aprendido a lo largo de su vida, ¿quién le había enseñado a amar como aman los amantes, a disfrutar como disfrutan los aventureros, a soltarse como se sueltan los pájaros al extender las alas? Todo era mérito de los libros, pero, ¿acaso alguna vez había aprendido algo por su propia cuenta y se había dado la libertad de equivocarse? Jamás. Porque si había con lo que James Joyner no estaba familiarizado era con el fracaso. Su familia nunca le había dado la oportunidad de cometer errores y aprender de ellos. Quizá por eso, en tercero se enfadó tanto con Aurora Sinistra cuando no quiso subirle la nota de Astronomía a pesar de todo su esfuerzo y horas de estudio, y quizá por eso era incapaz de aceptar que Pandora lo quería con todo su ser, pero no de la forma que él quería.
¿Con quién podía hablar si no era con él mismo? ¿Alma? No, porque le daría una solución superficial y en seguida se desentendería del tema. ¿Con Imogen? No, porque le daría vueltas al mismo tema sin llegar a ninguna conclusión. ¿Con Mark? Bueno, fueron mejores amigos durante un tiempo. Últimamente, se habían distanciado, porque ambos habían tomado caminos muy distintos: Mark se pasaba las tardes fumando hojas de mandrágoras y perdiendo el tiempo en algún lugar remoto del castillo, y James se encerraba en la biblioteca estudiando para labrarse un buen futuro. Pero, al fin y al cabo, ambos seguían siendo amigos. De forma que, si había alguien con quien James sentía que podía hablar del tema, era él.
—Mark, ¿podemos hablar?
En ese momento, Mark estaba sentado en un cómodo sillón de color caoba de la sala común de Hufflepuff, besando a Imogen y susurrándole dulces halagos al oído. Al verlo, se sorprendió y arrancó una carcajada nerviosa. Reconocía que no se lo esperaba. James no sonrió, manteniendo su serenidad y tranquilidad habitual. Aunque no tanto como solía hacer cuando disfrutaba de sus momentos con Pandora.
—¡James! Coño, qué sorpresa. Vaya... No te esperaba, pensaba que estarías a la biblioteca. ¿Tiene que ser ahora? Es que... Verás, colega, estamos ocupa...
—Ahora —insistió—. Por favor.
—Vale, vale, lo que usted diga. —Mark se levantó y besó a Imogen para despedirse—. Nos vemos luego, preciosa.
Para tener un poco más de privacidad, decidieron dirigirse a petición de James a su mismo dormitorio, el cual estaba repleto de libros y notas que lo hacían sentir como en casa. No sabía cómo sacarle el tema, pero teniendo en cuenta que no tenía mucho tiempo y que si no lograba captar la atención de Mark en menos de cinco minutos este se iría, inhaló profundamente y tomó valor para hablar.
—Oye, Mark, ¿has estado alguna vez enamorado?
Mark se puso pensativo, mientras rebuscaba en el bolsillo sus "hierbas mágicas".
—Bueno, sí. Cuando me ha gustado una chica y esas cosas.
—No, pero me refiero a estar verdaderamente enamorado. Como cuando el corazón te late como un tambor desenfrenado, como cuando observas a esa persona y te pierdes en su mirada, como cua...
—Oye, oye, no te me pongas poético, ¿vale? Es... Raro —Carcajeó, alzando las manos—. Claro que he estado enamorado. Imogen y yo somos pareja. Si no estuviera enamorado de ella, ¿entonces que se supone que estoy haciendo con mi vida?
—Pero, ¿nunca te ha dolido? Imagínate que, por un momento, Imogen estuviera enamorada de otro chico y tú no pudieras hacer nada para impedirlo. Y que cada vez que cruzaras con ella, la vieras feliz con alguien que no eres tú. ¿No te haría daño?
—Si Imogen estuviera enamorada de otro tío y yo supiera que con él es feliz, dejaría que lo fuera. No puedo controlar lo que los demás sienten por mí. El amor no tiene que doler, James, no es sano —Mark paró en seco y apoyó las manos en sus hombros—. ¿Me vas a contar de una puta vez qué coño pasa?
James reflexionó sobre las palabras de Mark, sorprendido por la agudeza de su respuesta. Si bien no esperaba consejos sabios de alguien que a menudo se comportaba como un pasota y un vago, no podía negar que había acertado en el clavo. ¡Parecía que tenía razón!
—Estoy enamorado de Pandora.
El silencio invadió la sala. ¿De Pandora? ¿Su mejor amiga desde la infancia? Mark se quedó a cuadros. No se lo podía creer. Sus palabras le provocaron una carcajada ruidosa que resonó en toda la habitación y James, sin saber muy bien si debía seguirle el juego o no, empezó a mirar a su alrededor con nervios.
—¿Cómo? ¿De Pandora? No, no, no, no puede ser. ¿En serio? ¡James, lo tenías muy escondido! Wow, wow, wow, esto es... Me he quedado completamente "impalabrado". Wow.
—Se dice "quedarse sin palabras" y, por favor, no grites. No quiero que lo sepa nadie.
—Te entiendo, tío —dijo Mark súbitamente, cambiando el tono de la conversación—. No me extraña que te duela si el chico con el que va es Xenophilius. Hasta a mí me dolería.
James arqueó una ceja y se cruzó de brazos, lamiéndose levemente el labio. ¿Qué se supone qué pintaba él aquí? ¿Por qué le había dado por meterse con Xenophilius?
—¿Qué has querido decir con eso?
—Oh, vamos, tío, no te me pongas así. Ya sabes lo que quiero decir.
—No, la verdad es que no sé muy bien lo que intentas decir. Explícate.
—Hay que joderse... —Mark rio y negó con la cabeza—. Xenophilius es un friki, James. ¿A quién vamos a engañar? Es superraro, nunca ha querido juntarse con nadie y... Yo qué sé. ¡Que es raro, tío, es raro! Siempre lo ha sido, desde primero.
—Creo recordar que el otro día estabas encantado con él. Es más, si la memoria no me falla, ¿no fuiste tú el que se acercó a Pandora y le dijiste que Xenophilius te había caído de maravilla?
Marcando una sonrisa desdeñosa, Mark negó con la cabeza y se alejó con indolencia, retrocediendo al mismo sitio.
—Y me cayó bien. Pero no por ello significa que quiera ser su amigo. Tuve suficiente con una tarde. ¿Más? No, gracias.
—Xenophilius es buen chico, Mark. Un buen chico —defendió James, a pesar de que le dolía tener que hacerlo. Y más teniendo en cuenta que él era el muchacho que brillaba a los ojos de Pandora, la chica que amaba.
—Mira, "Tu chica" no te hará más caso para que defiendas a tu competencia. Si no quieres luchar por ella, me parece perfecto. Es más, me parece lógico. Y aún más hablando de Xenophilius. Pero a mí no me sermonees con eso de que todos tenemos que querernos y ser amigos porque, en serio, me da mucha pereza.
Por momentos, James se encendía como una hoguera y su corazón ardía como una llama incandescente y ni siquiera entendía por qué. Xenophilius no era su amigo, pero, ¿por qué hablar mal de él? Por mucho que se sintiera impotente, enfadado, desmerecido y triste, en el fondo, algo en su interior provocaba que esos menosprecios lo enervaran. Todo lo que quería era que Pandora fuera feliz, y para ella, Xenophilius era... era algo que aún no podía entender del todo. Pero no por ello tenía que permitir que lo trataran así.
—Ya basta, Mark. No tienes aspiraciones en la vida, apestas a hojas de mandrágora, juzgas a todo el mundo sin motivo y tus calificaciones dan pena. Estoy harto de tus estupideces de niño pequeño. Me tienes hasta los cojones.
La cara le cambió. Su expresión se transformó en una mueca de incredulidad. Mark no podía creer que su amigo de toda la vida, James Joyner, acabara de hablarle de esa manera. ¿Qué jodida mosca lo había picado? La ira comenzó a bullir en su interior, haciéndole sentir como si una fiera rugiera en su pecho.
—Wow. WOW. ¡El puto James Joyner diciendo una palabrota! ¡Aleluya! ¿Quién lo diría? Con esa cara de niño bueno que me llevas. ¿Sabes que eres para mí? Un amigo de mierda. Nunca hablas con nosotros porque te pasas el día empollando en la biblioteca pensando que así vas a llegar a alguna parte, y ni siquiera eres capaz de preocuparte por la gente de tu alrededor. Y luego acudes a mí, llorando, porque no tienes los huevos de acercarte a la chica que te gusta cuando no has tenido el detalle de dirigirme la palabra en semanas —Se acercó a él, amenazante—. Todo eso no lo haces por él, lo haces por ti. Pero, felicidades, colega, a lo mejor ya has encontrado tu lugar en el mundo. Quizá te ves reflejado en ese friki y por eso has saltado a defenderle. Viniendo de ti, no me parece tan raro.
James apretó los puños con furia y se quedó paralizado ante sus palabras. ¿Cómo se atrevía a hablarle así? Se sentía tentado a darle un puñetazo y partirle los dientes, a hacerle pagar por su insolencia en un duelo de varitas, sabiendo que fácilmente podría vencerlo, pero cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que no valía la pena. Estaba herido, pero no quería ser como él. No quería ser como esos chicos tóxicos que babeaban por una muchacha, que se metían en peleas para demostrar cuál era el que tenía más agallas de todos, y que marcaban pecho para conquistarla sabiendo que ella no los deseaba. No quería ser como Mark, un tipo reflejaba todas sus inseguridades en la indiferencia, los insultos hacia los demás y los porros. Porque, en el fondo, James sabía que, aunque no supiera cómo o por qué, él valía mucho más que eso.
Así que, sin nada que perder, James lo miró con una mezcla de lástima y resignación, y se dispuso a retirarse.
—Adiós, Mark.
Mark se quedó, como diría él, "impalabrado". Mudo, completamente atónito. No podía creerse que James le hubiera dado la espalda y lo hubiera dejado ahí, sin nada más que añadir.
—¡Eso! ¡Huye! ¡Huye como haces siempre! ¡Cobarde!
James luchó contra las lágrimas, pero se negó a permitir que Mark lo arrastrara a su oscuro y ridículo abismo de negatividad. Se negaba a caer tan bajo. Lo único que necesitaba era alejarse de allí y encontrar un lugar donde pudiera respirar y recuperarse. No quería volver a mirarse al espejo y no reconocerse. Quería mirarse y decirse a sí mismo «Estoy orgulloso de ti. Lo estás haciendo bien, James, y aún puedes hacerlo mejor. No te eches abajo».
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