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𝗏𝗂𝗂𝗂. 𝖵𝖺𝖼𝗂́𝗈𝗌

* ❝No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos.❞

TRAS MINUTOS DE LARGA ESPERA, FILIUS FLITWICK LLEGÓ A CLASE. Todo el mundo empezó a acomodar un montón de instrumentos encima de la mesa, entre los cuales, destacaban los famosos sapos del coro. Flitwick se acomodó en su escritorio y sacó una montaña de pergaminos que se esparcieron por todas partes. Pandora también preparó su guitarra y miró a su alrededor con incredulidad. «¿Desde cuándo se ha puesto de moda usar sapos para la asignatura de Música Muggle?», se preguntó.

—Bien, muchachos, voy a pasar lista antes de empezar. ¡Silencio! Por favor, levanten la mano cuando cite sus nombres —señaló Flitwick cuando desplegó con la varita uno de los mil pergaminos que cargaba.

El hombrecillo empezó a cantar todos los apellidos correspondientes todo lo rápido que supo. Pues, teniendo en cuenta que ya estaban empezando tarde, no quería perder más tiempo: Allister, Babcock, Crouch Jr., Griffin, Longstaff, Proudfoot, Winfield, Zeller, etc. Flitwick mencionó veintidós apellidos en total y ninguno de ellos fue "Skogen". Extrañada, la joven Pandora levantó la mano con un desconcierto evidente.

—Disculpe, profesor, no me ha citado.

Filius arqueó una ceja y pegó la nariz al pergamino.

—¿Está segura? Juraría por Merlín que los he nombrado a todos y a cada uno de ustedes.

Pandora sonrió con desconcierto.

—Yo no lo he oído. ¡A lo mejor no he estado atenta! Si es así, le pido mil disculpas.

—¿Nombre, señorita?

—Pandora Skogen.

—Skogen, Skogen... ¿De dónde es ese apellido? —musitó con curiosidad mientras echaba un ojo a la lista.

—Es sueco. Mis padres son de allí.

—Conque sueco, ¿eh? Interesante, nunca había tenido un alumno de padres suecos. He tenido alemanes, indios, daneses e incluso franceses, pero suecos, no —Analizó la lista una última vez—. Lo siento, no aparece en el registro. Solo tengo un Simpkin, un Stoddard y un Swanson.

Todo el mundo fijó los ojos en ella. Agachó la mirada sin saber donde ponerse y empezó a analizar la situación. Eso olía mal. ¡Recordaba haberse inscrito en la asignatura de Música Muggle durante el verano! ¿Por qué carajos no aparecía en la lista?

—Debe ser un error. Yo me apunté, lo recuerdo perfectamente, profesor.

Flitwick suspiró y guardó el pergamino.

—Yo no puedo acogerla en clase si no está en mi lista. Todo ese asunto queda en manos de Irma Pince, la bibliotecaria. Ella es quién custodia y gestiona todos los registros de la escuela: inscripciones, actividades, asignaturas. Si ha habido un error, seguro que la Sra. Pince la podrá ayudar. Me encantaría tenerla en clase, pero, insisto, no se permite el acceso a alumnos no-registrados. Lo lamento.

Fastidiada, pero manteniendo una expresión amable, Pandora recogió sus cosas y abandonó el aula con discreción para no molestar a nadie. Era la primera vez que le pasaba algo así y no sabía por qué, pero algo le decía que eso no había sido solamente un fallo de la escuela. Cruzó la mayor parte del castillo hasta llegar al cuarto piso, lugar donde se hallaba su destino. Entró con la misma cautela con la que había salido de clase. «No hagas ruido, no hagas ruido, camina despacio», se decía a sí misma intentando no causar ningún alboroto al caminar. Se acercó a la mesa de recepción, que era atendida por, efectivamente, Irma Pince, que ordenaba documentos con la varita y escribía de vez en cuando.

—Buenas tardes, madame —saludó en un tono sumamente bajo y respetuoso—. ¿Sería posible que me pudiera echar una mano con un problema respecto a las inscripciones de mis asignaturas extracurriculares? Creo que ha habido un error.

Pince, a pesar de haberla escuchado, no la atendió hasta que acabó su tarea. Luego asintió con la cabeza y abrió un baúl lleno de listas y archivos.

—¿Qué clase de error?

—No aparezco apuntada en una asignatura extracurricular. A lo mejor algo fue mal en la inscripción y mis datos se han perdido.

—¿Nombre y apellido?

—Pandora Skogen.

Irma Pince echó un ojo en su ficha de estudiante, en donde yacían apuntadas todas las asignaturas que daría este año, y recitó:

—Pandora Skogen; nacida el 27 de diciembre de 1962; estudiante perteneciente a la casa Hufflepuff; Jefa de la Casa, Pomona Sprout; séptimo año. Asignaturas optativas de la alumna: Estudios de Runas antiguas y Cuidado de Criaturas Mágicas, ¿es eso correcto?

—Sí, madame.

—Bien, por lo que veo, en sus asignaturas extracurriculares solo consta Teoría Mágica.

Pince le mostró la hoja de inscripciones y Pandora negó con la cabeza.

—¿Solo Teoría Mágica? No, espere, yo también me anoté en Música Muggle.

La bibliotecaria arrugó la nariz y guardó el pergamino dentro del baúl.

—Señorita Skogen, este año no se da la asignatura de Música Muggle debido a la falta de estudiantes que se inscribieron el curso pasado. Las únicas que están disponibles para este año son Estudios Antiguos, Arte, Magia terrestre, Música mágica, Arte Muggle, Teoría Mágica, Estudios Avanzados de Aritmancia, el Coro del Sapo y Orquesta de Hogwarts. Música Muggle, Estudios de demonios necrófagos y Xilomancia se suspendieron por no ocupar el mínimo de plazas requerido para que se dé la asignatura.

Pandora quedó completamente desconcertada. ¿Desde cuándo habían suspendido Música Muggle?

—Pero... Yo me inscribí, Madame Pince, y nadie me avisó de que estaba anulada.

—¿A principios de julio le mandaron vía lechuza un pergamino con todas las materias disponibles?

Pince empezó a escribir.

—Sí.

—Si se apuntó en una de las materias que actualmente no están contempladas, a finales de agosto tuvo que llegarle una carta de inscripciones conforme su asignatura no iba a estar disponible y, por ende, debía inscribirse en otra antes del inicio de clases.

—Yo no recibí nada —explicó confusa con toda la amabilidad que supo, a pesar de los nervios y las mariposas en el estómago—. De ser así, estoy segura de que me hubiera inscrito en otra materia en seguida.

La bibliotecaria arqueó ambas cejas en señal de disconformidad y luego dejó la pluma en el tintero.

—Es usted menor de edad, ¿cierto?

—Sí. Aún tengo dieciséis años.

—Pues entonces esta carta tuvo que llegarle directamente a sus padres. ¿No le informaron sobre el cambio de asignaturas?

Un rotundo "No" resonó en su cabeza. Sus padres... Klaus y Selquoia Skogen. Como no. En este momento, Pandora no se quedó perpleja, sino que también se sintió disgustada y enfadada. ¿Por qué no le dijeron nada? Se tocó uno de sus pendientes colgantes a raíz de los nervios y tragó saliva con vergüenza. No era la primera vez que sucedía algo así. Sus ojos se humedecieron y luego asintió con la cabeza.

—Se les debió olvidar, supongo. —Se encogió de hombros y esbozó una ligera sonrisa a pesar de que su tono de voz sonaba afectado.

—Si quiere, puedo hablar con el profesor Flitwick y preguntarle si aún tiene plazas disponibles. Siempre hay alumnos que deciden cambiarse de materia durante las primeras dos semanas, así que con un poco de suerte podrá ocupar el lugar de otro estudiante. ¿Le parece bien?

Pandora, cruzada de brazos y algo encogida, aceptó y esperó unos diez minutos más a que la bibliotecaria terminara de hacer el papeleo. No se lo podía creer.

Cuando acabaron, ella se marchó directamente a su sala común. Mientras meditaba acerca de la situación e intentaba retener los sollozos, se secaba las lágrimas como podía. Cuando llegó a su dormitorio, lo primero que hizo fue arrancar un folio de su cuaderno y escribir una carta con impotencia. Luego sacó de debajo de su colchón su crema de labios habitual de color zafiro y besó el sobre.

—Esto es para papá y mamá.

Su lechuza recogió la nota con el pico y en un abrir y cerrar de ojos su silueta ya había desaparecido entre los picos de las bellas montañas de Escocia. Pandora se sentó al suelo y abrazó su guitarra, que yacía bajo envoltura de protección. Y empezó a llorar. A llorar, como cuando el pecho lucha para mantenerse firme, pero se hunde en el llanto; como cuando el nudo que se forma en el estómago se estriñe hasta dejarte sin aire; como cuando los ojos se hinchan tanto que la mirada se desvanece; como cuando las lágrimas te recuerdan por qué ese dolor es tan desolador y por qué cada vez te hace más daño; como cuando te sientes abatido, cansado, impotente, y sabes que la única forma de sacar esa toda esa rabia es comprimiéndote a ti mismo. Como cuando sabes que no eres libre y quizá no lo llegues a ser nunca.

Pandora se cubrió el rostro con las manos y pateó el suelo para intentar compensar los llantos ahogados de otra manera. Abrazó su guitarra e hiperventiló tanto que pensó que en cualquier momento que alguien subiría las escaleras y entraría en su cuarto para socorrerla. Las horas transcurrieron en silencio y ella, incapaz de remediar su tristeza, se quedó dormida al pie de la cama con la cabeza apoyada sobre sus manos. Los rayos crepusculares se pegaron a su rostro e iluminaron su figura durante horas, como si empatizaran con ella y quisieran hacerle compañía. Hasta que cayó la noche y la oscuridad se los llevó.

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