
𝗂𝗏. 𝖢𝗈𝗋𝖺𝗓𝗈́𝗇 𝗊𝗎𝖾 𝖺𝗆𝖺, 𝖺𝗅𝗆𝖺 𝗊𝗎𝖾 𝗋𝗂́𝖾
❝La belleza solo es belleza cuando te conquista, no cuando la mitificas por el hecho de ser bella.❞
LA GENTILEZA Y LA HUMILDAD ABRE MUCHAS PUERTAS, sobre todo si nace en el corazón. Sus padres nunca se lo enseñaron, pero con los años Pandora se había dado cuenta de que esa era la mejor forma de vivir. "¡No cuesta nada y sale gratis!", respondía cada vez que alguien le preguntaba cómo conseguía estar siempre tan alegre.
Estos últimos dos días le habían llovido miles de preguntas acerca de lo que había sucedido con Xenophilius. Sus amigos no entendían qué mosca le había picado respecto a este chico, de forma que cada vez que se les venía a la cabeza algo acerca del tema, aprovechaban para echárselo en cara con humor. O más bien, su humor. Todos, excepto James Joyner, que se mantenía al margen del asunto y le daba igual lo que Pandora hiciera con su vida siempre y cuando fuera feliz.
—¿Te ocurre algo?
—¿Qué? —dijo Pandora mientras jugaba con un vaso que había tomado prestado de las cocinas.
—Te preguntaba si estás bien.
—He dormido poco —Se inclinó en la silla con pereza—. ¿Por qué?
—Por nada —James atendió sus tareas—. ¿Es por lo de Xenophilius?
—¿Te refieres a lo del libro que le presté? ¡No! Estoy encantada. Creo que le gustará mucho.
James suspiró con preocupación.
—Oye, no dejes que te afecte lo que van diciendo por ahí sobre ti.
Pandora arrancó una risa sincera.
—No me afecta para nada, tranquilo. No le des más vueltas a eso, ¿acaso es importante? Ni que me hubiera hecho con la Piedra Filosofal.
—Tienes razón.
En el fondo, James pensaba que aquello había sido un poco raro. A ver, no es que Xenophilius fuera un marciano de otro universo, pero era... Diferente. Y, claro, eso no tenía nada de malo, pero la visión que todo el mundo tenía de él no era precisamente para tirar flores. Nadie hablaba nunca con Xenophilius. ¿Por qué hacerlo ahora? ¿Para qué? Pandora sabía que James no estaba siendo del todo sincero, pero no era culpa suya que ella estuviera abierta a todo el mundo en un entorno donde la gente se conformaba con lo que tenía.
—¡Es muy simpático! —recordó, y con ello viéndose con la necesidad de justificarse—. Pero duda de la existencia de los nargles.
—¿En serio?
—Sí. Dice que no le suenan. Espero que nunca tenga que encontrarse con ninguno.
—Yo tampoco.
James nunca se burlaba de las creencias de su mejor amiga, a pesar de que algunas le parecieran un tanto esperpénticas. Pero a diferencia de Mark, Alma e Imogen, dejaba que viviera en paz con ello. Al fin y al cabo, ¿qué mal había, aunque él no lo compartiera?
—Le di un corcho de cerveza para que los repele. No quiero que se lleven el libro. Cachis, si eso ocurriera sería un problema.
Él arrancó una sonrisa sincera y la miró a los ojos.
Pero cuando Pandora volvió a fijar la vista en el vaso, James no fue capaz de hacer lo mismo. Era su mejor amiga. Solo su mejor amiga... Ambos se conocían desde que cursaban primero. Fueron seleccionados en la misma casa y a partir de entonces se hicieron inseparables. James, a diferencia de ella, era un muchacho tranquilo y de pocas palabras. No le gustaba llamar la atención ni tampoco pasar desapercibido. Provenía de una familia muy numerosa—siete hermanas mayores, tres de las cuales habían tenido críos—, en la cual el jaleo, el desorden y la juerga eran el pan de cada día. Y convivir con Pandora era hallar toda esa paz, silencio y harmonía que James echaba en falta cuando se reunía con sus seres queridos. Y a pesar de que apreciaba su amistad con ella como si de un tesoro se tratara, no podía evitar amarla más allá de lo que un amigo puede amar a otro.
—¿Cómo están tus hermanas?
James desvió la mirada hacia su pergamino para fingir que había estado estudiando todo ese rato.
—Bien. Esas navidades nos reuniremos con la mayor en Perú. Iremos toda la familia.
—¡Cierto! Por un momento pensé que ella vivía en México, disculpa. Me alegro muchísimo. Jo, qué envidia. Siempre he querido viajar a Perú. Un país con tanta sensibilidad cultural... ¿Y cuántos seréis en total?
—Pues... Mi madre, mi padre, mis siete hermanas, sus cuatro parejas, mis nueve sobrinos, mis abuelos y yo. Veinticinco.
—¡Increíble! A veces se me olvida que sois tantos. Siempre he querido tener una familia numerosa.
—Si tú lo dices —James rio—. Al menos no tienes que compartir nada con nadie. No tienes ni hermanos ni hermanas.
Los ojos de Pandora brillaron por un momento. Su respiración tomó otro rumbo. Ahora parecía más tensa. Se hizo silencio durante unos minutos. Pandora no levantó la mirada del vaso. Él la miró unos instantes más. Para James, ella siempre había sido todo un misterio. ¡La conocía! Sabía cuáles cosas le gustaban y cuáles no; la entendía; se sentía cómodo a su lado. Pero, a decir verdad, sabía muy pocas cosas de su vida. Nunca hablaba de ello y si tenía que decir algo al respecto eran cosas ambiguas y poco relevantes. De todas las puertas que Pandora había abierto a lo largo de los años, esa siempre había estado cerrada.
—Oye... Tú no crees lo que los demás dicen de Xenophilius, ¿verdad?
James frunció las cejas y luego negó con la cabeza.
—Si eres feliz, yo soy feliz.
Pandora sonrió.
Ambos se pasaron el resto de la tarde en la biblioteca. James atendiendo sus cosas y Pandora escribiendo fórmulas para diseñar un nuevo encantamiento. Quería lograr un hechizo que le permitiera ver a los nargles. Esas criaturas—en el fondo inexistentes—, se camuflaban entre la gente, las plantas y los muebles. Pero Pandora tenía la esperanza de llegarlos a ver algún día. De la misma forma que confiaba en que tarde o temprano la gente se diera cuenta de que ser especial no tenía nada de malo. Especial como Xenophilius y tantísimos más corazones que residen en ese curioso e imprevisible mundo.
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