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ix. 𝖫𝖺𝗌 𝗏𝖾𝗋𝖽𝖺𝖽𝖾𝗌 𝗊𝗎𝖾 𝗇𝗈 𝗊𝗎𝖾𝗋𝗂́𝖺𝗇 𝗁𝖺𝖻𝗅𝖺𝗋

Y es cuando sonríes cuando sé que nada ha cambiado.

ERAN LAS SIETE DE LA TARDE Y PANDORA Y XENOPHILIUS aún seguían dando el paseo por los jardines de Hogwarts. Xenophilius siempre le decía que la naturaleza lo ayudaba a mantener la mente despejada, y como Pandora le daba igual tener los pies tanto en tierra firme como encima de un árbol, lo seguía allí donde él se sintiera más conectado con el mundo. Últimamente, hablaban sobre objetos mágicos estrafalarios que les gustaría poseer algún día, como un loro de madera que cantara las canciones más populares del momento en treinta idiomas distintos en vez de las horas puntas, o un reloj de arena cuyo polvo fluyera según el tiempo que hacía.

Hacía mucho que Pandora no reía tanto con una persona y Xenophilius se sentía orgulloso de quién era. No creía en el destino ni esas cosas, pero solía decirse a sí mismo que si el hecho de haberse encontrado con una persona como Pandora no se trataba un regalo de la vida, entonces no tenía sentido creer en la magia.

—Ayer no te vi en la cena del Gran Comedor. Tus amigos estuvieron mirándome un buen rato como si supiera algo, pero al final no se acercaron a consultarme nada. Luego, un tal James, creo que es amigo tuyo, me preguntó por ti, y le dije que yo tampoco sabía de tu existencia. Quise ir a tu sala común, pero los barriles me escupieron vinagre en la cara y me cerraron la entrada. ¿Dónde estabas, si puedo preguntar?

Pandora se mordió las uñas y sonrió con una excitación nerviosa. Xenophilius se había dado cuenta de que no era la primera vez que ella no aparecía durante la cena o el desayuno. Desde que la conocían, Alma, Mark e Imogen también habían sido testigos de ello, pero nunca le habían hecho preguntas al respecto ni tampoco se habían planteado siquiera perseguirla. "¿No deberíamos ir a buscarla?", solía decir James. "Querrá tener su espacio, dejemos que descanse", respondía Alma. Por eso Pandora se sorprendió cuando Xenophilius se interesó por eso.

—Pues... Estaba haciendo los deberes en mi dormitorio y me quedé dormida. Tengo un sueño muy profundo, ¿sabes? No me he despertado hasta hoy. ¡Cachis! Perdóname por no haberte avisado.

—No, Pandora, por favor, no te disculpes. A veces no te veo en algunas comidas y por eso me preguntaba si estabas bien.

Pandora tragó saliva y empezó a sudar. Asintió con la cabeza.

—Lo estoy. Gracias por preguntar. ¿Tú estás bien, Xeno?

—Mejor que nunca, "Dora". Hace fresco y mañana hará sol —Pandora rio y lo pegó en el brazo de forma amistosa—. ¡Au! ¿Qué caracoles he dicho?

—¿"Dora"? Mi nombre es Pandora. PANdora. Paaaandora.

—¿No te gustan los diminutivos, DORA? —Xenophilius soltó una carcajada y ella repitió el mismo gesto—. AU.

—No son para mí, Xeno. "Dora" es diminutivo de "Teodora", no de "Pandora".

—Entonces yo me llamo XenoPHILIUS. Xeno-philius. Xenophiiiiilius.

—¡No te burles de mí!

—¿Tú puedes llamarme "Xeno" y yo no puedo llamarte "Dora"?

—Tú aceptaste que te llamara así, bobo. Yo no he dicho nada de "Doras".

—Está bien, está bien, como quieras, PANdora. Seguirás siendo Paaaaandora si estos son tus deseos.

—Así me gusta.

—Por cierto —Sacó un bote rectangular de su túnica y le extendió la mano para que lo tomara. Xenophilius se sonrojó—, ayer la cena estuvo repleta de cosas que sé que te gustan, así que pensé que... En fin, no podías perdértelas. Te he traído eso. Comí un poco de pastel de calabaza, así que te añadí un bollo de Bath para compensarlo. Espero que te guste. N-no es mucho, pero, en fin.

Pandora abrió el bote y encontró tres bollos de Bath, un pedazo de pastel de calabaza, la mitad de una empanada de Cornualles y unas cuantas cerezas azucaradas.

—Oh, Xeno... —Levantó la mirada—. ¡Xeno! ¡Gracias! ¡Eres un sol!

Cuando saltó a abrazarlo, Xenophilius la correspondió con una cálida confianza que mancaba de incertidumbre. Porque era su mejor amiga. Y los amigos que se dan amor mutuamente siempre son los mejores que uno puede tener. Pandora se separó y sin pensárselo dos veces compartió los bollos con él.

—Yo también tengo algo que decirte.

—¡C-Claro! ¡Dime!

—Estuve estudiando con los apuntes de Herbología que me prestaste. ¡Y he sacado un Supera las Expectativas! Quería agradecértelo porque casi siempre mis resultados son un Aceptable y me cuesta llegar al notable. Y lo he conseguido. ¡Gracias a ti!

«¿Me ha felicitado? ¡Me ha felicitado!»

Xenophilius nunca había recibido un halago por un trabajo que bien hecho. A excepción de sus padres, claro. Bueno, y algún que otro "Bien hecho, Lovegood" por parte de algunos profesores, ya que rara vez bajaba del E (Extraordinario). Tristemente, la gente, o bien pasaba de él, o estaba tan atenta a sus "rarezas" que se le olvidaba lo brillante que era.

—¡Vaya! Es... Es fantástico, Pandora, me alegro mucho por ti. Pero no ha sido gracias a mí. El mérito es tuyo. Hay personas que tienen mejores apuntes que yo y...

—¿Puedes parar? —advirtió Pandora. Xenophilius sintió que se le caía el mundo encima—. No desestimes tus méritos. Esta es una manía horrible que tenemos las personas cuando destacamos en algún campo. Ser sobresaliente no es un defecto.

—De acuerdo, de acuerdo. Pues... Vale, sí, prometo no hacerlo más. Gracias por considerarlo. Estoy muy contento de que, eso, hayas sacado un notable con mis apuntes. Supongo que también debería felicitarte porque tú eres brillante en la asignatura de Hechizos y McGonagall siempre está muy contenta conti...

—¡Ahora estamos hablando de ti! —Suspiró, descansada—. Tengo sed. ¿Me acompañas a beber algo?

—Sí, sí, claro. ¿Quieres que te traiga algo que te apetezca? ¿Agua? ¿Té?

—¡Xeno, no has venido al mundo a complacer a nadie! Anda, iremos juntos.

—¡Tienes razón! —calló—. ¿Seguro que no quieres que te lo lleve yo?

—¡Cachis, Xeno!

—Vale, vale.

Pandora abrazó a Xenophilius una última vez y suspiró con calma. James Joyner no tenía ni idea de que a veces las coincidencias, a pesar de ser inesperadas, pueden aparecer en momentos crudos y fáciles de corromper. Tenía que ir a recoger un par de libros sobre Runas Antiguas en la biblioteca, pero esa tarde había decidido que quería cruzar el patio norte de Hogwarts para darse un respiro de las clases. Cuando escuchó las risas de su mejor amiga en una esquina del claustro, su clásica expresión de seriedad se transformó en una sonrisa de oreja a oreja. «¡Es Pandora!». Se echó el pelo hacia atrás, levantó la cabeza con decisión y siguió su voz como un marinero sigue el canto de una sirena. Pero cuando la encontró, su sonrisa se esfumó en menos de un instante.

Pandora, su mejor amiga, abrazada a Xenophilius Lovegood con una felicidad que jamás había visto en sus ojos. James tensó la mandíbula. Después se sintió fatal. No podía borrar esa imagen de su mente. No era justo para ella. Pero tampoco era justo para él. James se dio la vuelta y abandonó el claustro. ¿Por qué de repente se sentía tan comprimido en sí mismo? ¿Qué era esa rabia que había despertado en su interior? ¿Por qué no se sentía contagiado por la felicidad de Pandora? ¿Por qué...? ¿Por qué era Xenophilius el que había despertado el corazón de su mejor amiga y no él?

Alma, Mark e Imogen, que recién habían salido de su sala común, se alegraron al verlo.

—Eh, James, ¿te vienes con nosotros a...?

—Disculpa.

James esquivó a Alma y la dejó con la palabra en la boca. Ni siquiera entró en la sala común porque sabía que Mark no lo dejaría en paz hasta que confesara. Se perdió entre una hilera de estudiantes que recién salían de sus lecciones, sin decir "Hola" y "Adiós", y se marchó sin más. Alma afiló la mirada y entreabrió los labios.

—Oye... ¿A este le ha picado un chizpurfle o simplemente acaba de esquivarnos a los tres?

—Ni idea. La última vez que lo vi así fue cuando la profesora Sinistra no quiso subirle la nota de Astronomía. Y de eso hace cuatro años —dijo Mark, agarrado de la mano de Imogen.

—No hacía muy buena cara —dijo Imogen—. ¿Deberíamos ir a buscarlo?

—No —contestó Alma—. Ya se le pasará. ¿Nos vamos ya a las Tres Escobas, chicos? Me ruge el estómago.

Los días transcurrieron con misma normalidad de siempre. Muchos profesores empezaron a percibir un cambio en Xenophilius. Decían que ahora estaba más presente en clase y su actitud había mejorado. Ya no caminaba tan encogido y, sobre todo, se lo veía alegre desde que pasaba tiempo con su nueva amiga. Hacía preguntas–aunque a veces se reservaba algunas y luego se arrepentía–y cuando no estaba sentado al lado de Pandora tampoco se situaba en el fondo de la clase. "Es un cambio importante", repetía Filius Flitckwick, jefe de su casa.

Cuando Pandora pasaba tiempo con sus amigos, les hablaba de Xenophilius y lo bueno que era, que deberían conocerlo porque era ese tipo de personas que merecía mucho la pena tener cerca. Ellos le soltaban un "Más adelante" o un "Ya veremos" que luego no llegaba a nada. James había intentado olvidar lo sucedido en el patio norte, y cierto es que cuando se encontraba cerca de Pandora se daba cuenta de que el asunto no era tan grave, pero cuando ella mencionaba el nombre de "Xenophilius", aun así sabiendo que no era culpa de ninguno de los dos, no podía evitar sentir una ola de celos.

En cambio, cuando Pandora estaba con Xenophilius, el tiempo se le quedaba tan corto que no llegaba a contabilizar los minutos. A veces lo invitaba en su dormitorio, ya que, a su parecer, el colchón era mucho más cómodo para charlar que un banco del Gran Salón o una piedra de cualquier de los jardines del castillo.

—No es SkOgen. Mira, tienes que pronunciarlo como si fuera una "u". Así: SkUgAn.

—SkUgEn.

—No, la última E es neutra. ¡Vuelve a intentarlo!

—SkU-SkUgÁN.

—No.

—¿SkOgan?

—¡No!

—Pandora, el sueco no es lo mío.  —Rio Xenophilius. Pandora le lanzó una almohada—. ¿Y hablas sueco con tus padres?

—Sí, con los dos. Mi abuela, por parte de madre, era inglesa, pero mi madre nació en Suecia y se crio allí.

—Qué... ¡Qué guay! Yo con los míos hablo inglés. Porque, bueno, vivo en Londres.

—¿En serio? Cachis, pensaba que la lengua oficial de Inglaterra era el sánscrito.

—Muy graciosa —Xenophilius suspiró—. Oye, Pandora, ¿cómo son tus padres? Nunca me hablas de ellos.

Pandora se sentó en la cama y cruzó las rodillas. Se encogió de hombros, sin saber qué contestar. Se hizo silencio. Xenophilius esperó con paciencia. Pandora arrugó la nariz y negó con la cabeza. No quería que los malos pensamientos jugaran en su contra y menos en ese momento.

—¡Ese tema de conversación es muy aburrido! Anda, cuéntame la cosa más rara que se te haya cruzado nunca por la cabeza.

Xenophilius quedó bastante descolocado, pero Pandora lanzó tan rápido la pregunta que no tuvo tiempo de ponerse a reflexionar sobre la situación.

—¿C-cómo qué?

—Pueees... No lo sé. ¿Qué es lo que más ilusión te hace encontrar en esa vida?

—Un snorkack de cuernos arrugados.

—¿Eso existe? ¡Já! Nunca he oído a hablar de ellos.

—Ni yo de los nargles.

—Cuando te encuentres tus calzoncillos colgados en el Sauce Boxeador veremos si vuelves a cuestionar su existencia.

A raíz de las carcajadas, Xenophilius se vio obligado a cubrirse el rostro con las manos para no causar más alboroto del que estaban haciendo.

—Pandora, ¡río tanto contigo! Me haces muy feliz, en serio.

«¿QUÉ ACABO DE DECIR?».

Xenophilius se enrojeció como un tomate y no supo dónde meterse. ¡Oh, por Merlín! Ahora Pandora iba a malinterpretar su mensaje, ambos caerían en un malentendido y todo sería un desastre. ¡Era su mejor amiga y ahora parecía otra cosa completamente fuera de lugar! Quedó mudo, se atragantó con sus propias palabras, inmóvil. Pero Pandora, aceptando que el amor de una amistad es una de las maravillas más valiosas con las que en la vida puede encontrarse una persona, lo tomó de la mano y lo miró directamente a los ojos.

—Xeno, mírame. —Él levantó poco a poco la mirada—. Tú también me haces muy feliz. 


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