
𝟎𝟐| 𝙷𝚞𝚎𝚕𝚕𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘
Mina despues de verlo irse entro a su departamento tomando hielo acercandolo a su mejilla observo la tarjeta pero solo la dejo guardada en una de sus cajoneras.
A la manana siguiente al despertar bajo a ayudar a la anciana Yuno con el correo y la limpieza como siempre ella le pagaba poco pero lo suficiente para poder comer, eso le recordo la cantidad de billetes que habia ganado anoche solo por unas cuantas bofetadas.
—¿Estás en otro mundo? —dijo la voz cálida de Yuno, sobresaltándola.
Mina parpadeó y sonrió apenas.
—Nada, solo tuve una noche rara.
—Ya veo... vi al hombre salir anoche con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Pasó algo especial?
Ella miro a Mina pero esta esquivo su mirada, Yuno paso un mechon de Mina detras de su oreja notando el moreton de la bofetada.
—Sabes que puedes decirme todo. Soy vieja, sí... pero no estúpida.
Ambas rieron, la risa simple de quien intenta no ahogarse en la miseria.
—Estoy bien, no te preocupes —respondió Mina, esta vez con una sonrisa más firme.
—De acuerdo. Ve terminando con eso. Iré a buscar las escobas grandes para el patio.
Yuno se alejó con sus pasos lentos pero constantes, y Mina la observó con ternura.
A pesar de no compartir sangre, esa mujer era su familia. La única que estuvo con ella cuando, a los dieciséis, la encontró empapada y temblando bajo la lluvia tras escapar de un hombre que la había tomado por la fuerza. Yuno no preguntó, no juzgó. Solo la arropó y le dio una sopa caliente.
Desde entonces, Mina nunca se fue. Nunca se lo dijo en voz alta... pero habría matado por ella.
Estaba revisando el buzón cuando algo golpeó con fuerza una puerta detrás de ella. Se giró de inmediato.
—Vaya, vaya, Mina —dijo una voz que le heló la sangre.
Un hombre en sus cuarentas, con la chaqueta abierta, una cadena barata y el rostro picado de años de droga y calle. Se llamaba Marlo, uno de los cobradores del "jefe", un tipo al que Mina debía una buena suma por culpa de unas malas decisiones.
—El jefe está cansado de esperar, maldita zorra —escupió con una sonrisa sucia.
Mina cerró el buzón lentamente.
—Lo que me pidió es una suma grande. Además, no tengo trabajo, ¿cómo creen que voy a pagarles?
—Estuve escuchando que te andas acostando con los gangsters —dijo, acercándose—. Ellos deben darte buena plata. De tal madre, tal hija, ¿no?
Ella se acerco a el amenazante.
—No te atrevas a compararme con esa mujer. Ella hacía lo que hacía por gusto. Yo lo hago para no morir de hambre.
Pero el tomo su cabello hechandolo hacia atras.
—Será mejor que me des ahora lo que le debes al jefe —susurró al oído, sacando una pequeña navaja y apoyándola contra su abdomen— O... ¿no quieres irte tan pronto?
Ella penso en el dinero que gano la noche anterior por el juego coreano y dijo.
—No tengo mucho...
—Entonces lo que tengas me lo das.
Mina respiró hondo.
—Está bien —murmuró.
Él la soltó de golpe, como si supiera que había ganado.
Mina se alejó caminando lento, sintiendo las piernas temblar, y subió a su cuarto.
Abrió la gaveta. El dinero estaba ahí y también la tarjeta.
Miró ambos.
—Mierda... —susurró.
Tomó el dinero. Luego, casi sin pensarlo, tomó también la tarjeta.
Mina bajó con pasos pesados, apretando el dinero en su bolsillo con tanta fuerza que las puntas de los billetes sobresalían. Marlo seguía esperándola en la planta baja, como una sombra podrida contra la pared. Sonreía como si el mundo le perteneciera.
Ella extendió el fajo arrugado sin mirarlo a los ojos.
—Aquí está.
Él lo tomó, lo revisó con desconfianza y contó rápido, como si pensara que lo estaban estafando.
—No es todo —espetó con voz seca.
—Es lo que tengo. Te dije que no hay más.
Marlo la escaneó con esa mirada de perro hambriento.
—Por ahora te lo paso. Pero el jefe quiere lo que falta... y lo quiere pronto.
—Claro —dijo ella sin alma.
Él se alejó como si nada, silbando una melodía desafinada. Como si no acabara de amenazarla con una navaja horas antes.
Mina cerró los puños y subió a su departamento sin detenerse. Al llegar, lo primero que hizo fue ir directo a la gaveta.
Ahí estaba.
La tarjeta. Ese maldito pedazo de cartón la miraba como si supiera que ella no tenía opciones. Ya no era una simple invitación. Era un último recurso.
Respiró hondo. La guardó en su chaqueta, bajó las escaleras sin despedirse, y salió a la noche de Berlín. Caminó por calles húmedas, pasando frente a bares cerrados, prostitutas en las esquinas y borrachos discutiendo con postes de luz. Cada paso la alejaba de lo poco que tenía.
Cerca de la estación Alexanderplatz, encontró una vieja cabina de teléfono público, una de esas que casi nadie usaba ya. El cristal estaba rayado, y olía a cigarro y orina seca.
Marcó el número con manos temblorosas.
Sonó una vez.
Dos veces.
A la tercera, contestaron.
Una voz masculina, seca y neutra.
—Nombre y fecha de nacimiento.
Mina tragó saliva, por un segundo pensó en colgar.
—...Mina Hyerin. Veintidós de marzo de mil novecientos ochenta y siete —respondió, apenas con voz.
La línea se mantuvo en silencio unos segundos, como si analizaran cada palabra, cada respiración.
Entonces la voz volvió a hablar:
—Lugar de encuentro: parada de buses abandonada en Köpenicker Straße, al lado del galpón número tres. Día: jueves. Hora: 3:00 a. m. Contraseña: "La luna no nos mira."
—¿Qué...? —susurró ella, confundida.
Pero ya habían colgado.
La línea quedó muerta. Solo quedaba el eco de su propia respiración en la cabina, dejo el telefono en su lugar ya no habia vuelta atras pero tampoco tenia muchas opciones si queria seguir sobreviviendo.
Salió de la cabina sintiendo que el aire de la ciudad la oprimía más que la vida misma. Caminó sin mirar atrás, como si ya no perteneciera a las calles que pisaba. Berlín seguía igual de sucia, de gris, de indiferente.
Subió las escaleras con pasos suaves, casi cuidadosos. Cuando llegó a su puerta, no entró de inmediato. En lugar de eso, se detuvo frente a la ventana del pasillo.
Desde ahí podía ver el pequeño patio trasero del edificio, donde colgaban unas sábanas viejas al viento y una jardinera medio muerta que Yuno insistía en mantener viva.
Y ahí estaba ella. Yuno, de espaldas, barriendo con una escoba más grande que su cuerpo.
Mina apoyó la frente contra el cristal. La imagen se le clavó en el pecho como un cuchillo. Yuno no sabía nada. No sabía que su niña rota, su niña rescatada de la lluvia, había aceptado entrar en algo peor que cualquier tormenta.
—Lo siento —susurró, aunque nadie podía oírla.
El viento movió una sábana blanca en el fondo. Por un segundo, parecía una figura, como un fantasma.
¿Y si no regresaba?
¿Y si esa era la última vez que la vería?
¿Que escucharía esa voz rasposa diciéndole "no eres una molestia"?
Yuno giro su mirada regalandole una sonrisa una que Mina se prometio no olvidar.
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