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𝐮𝐧𝐨

Más allá del mar.

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Sus verdosos azulados ojos me miraban, podía sentir sus labios besarme. Era la primera vez que sentía esa emoción, el sentir las mariposas en mi estomago volar, me hacía sentir algo que no había sentido antes por una persona. Jamás creí que podría llegar a quererle, no tenía idea de cuando empecé hacerlo, solo se que lo hice. Mis mano anhelaban acariciar su cabello, recordaba el sonrojo de mis mejillas, y como se calentaban por su mirada tan penetrante. Sus ojos me consumían, al punto de que podía ver mi alma reflejarse en su mirada. No había manera de olvidara su tacto, inclusive aunque ya no lo sintiera. Mis párpados pesados se abrieron, mostrándome así como aquel sueño solo estaba lejos de una realidad, una que había creído olvidar, pero en lo más profundo de mi subconsciente, aún se hallaba. Mire el techo, sintiendo ese vacío extraño recorrerme. No había ánimo que me levantara de esta cama, a menos que fuera el dulce balbuceo del pequeño niño en la otra habitación. Sabía que su vida era mi único propósito, pero más que eso, no encontraba algún motivo por el cual seguir. Me quede sentada en el borde, con mis humedecidos ojos. Me los restregué, llevando luego mis manos a mi cabello, creando una corta coleta. Limpiaba mi cabello de los flequillos, para que así no taparan mi campo visual.

Estire mi cuerpo, levantándome. La cama estaba vacía, solo era yo quien estaba durmiendo. Pasando por aquel espejo veía mi delgadez, la tristeza me consumía, tal cual decía mi padre aquel día en medio de la noche. Mis ojeras se marcaban, después de todo, solo respiraba, ya no vivía. Camine, llegando al baño, quitándome todas las prendas, quedando libre para tomar una fría ducha. Las gotas de agua continua caían en mi cuerpo, pero no me inmutaba en moverme, a menos que fuese para restregarme con el jabón. Algo en mi había cambiado, desde que volví, no había sido la misma, pero en estos últimos dos años, lo único posible de causarme felicidad, era mi familia, pero cuando me encontraba sola como ahora, todo me pesaba, todo me agobiaba. Estaba marcada en todo mi cuerpo, huellas y cicatrices de los daños, muertes y traiciones que sobrellevé en mis hombros. Seque mi cuerpo, fueron muchos años donde mi vida fue dirigida por la ignorancia de los adultos donde residía. La verdad estaba fuera de esta nación, ocultada dentro de los muros, en aquella Isla, más allá del mar. Me tire en la cama, observando nuevamente el techo, no podía describir como me sentía, pero jamás pensé sentirme así, como si ya no viviera más. Suspire, sabiendo que debía hacerlo, porque mi familia era el único impulso que me mantenía aquí, pero hoy eran de esos días donde todo aborrecía.

Me viste, y peine. Saliendo de mi habitación, para caminar por aquel pasillo y dirigirme a la otra puerta abierta, ya que en cualquier ruido que hiciera aquel bebé que yacía durmiendo en su cuna, me alertara. Me acerqué, debió haberse levantado más temprano que yo, pero ahora estaba dormido, vestido y bañado. Lo sabía porque tenía su cabello húmedo, y había un biberón aún lado suyo, vacío. La cogí, no le di un beso con temor a interrumpirle su sueño. Con cuidado me distancié, saliendo de la habitación para en si volver a dejar la puerta abierta, en caso de que se levantara. Me quede con el biberón en las manos, viendo las giros colgadas en la pared, alumbrando el brillo de mis ojos por la tristeza que estaba sintiendo. Tenía motivos para ser feliz, y me despreciaba a mi misma por no valorarlos, deseaba cambiar eso, pero me era difícil para mi olvidar todas las cosas que pasaron. Aunque lo más difícil para mi era comprender que lastimosamente no tendría un tiempo extra en el mundo para ver a las personas que amo vivir, porque lo más que deseaba era su larga vida. Baje por las escaleras de ese primer piso, encontrándome con el comedor, viendo la cabellera negra de mi hermana Pieck, quien yacía sentada aún lado de Porcco, quien estaba serio ante mi presencia, tomando una taza de café, se veía soñoliento.

-Buenos días.-salude un poco distante, dirigiéndome al lava manos, para dejar el biberón del bebé.

-Vaya, al fin despiertas.-expresó el menor de los Galliard, tomando de su taza.

-¿Otra vez no pudiste dormir?-me preguntó Pieck ante ver como bostecé, pasando por su lado cabizbaja.-Desde que llegaste de esa Isla hace cuatro años no recuerdo que sepas lo que es dormir.-comentó, sentada aún lado de aquel chico.

-Creo que es porque no siento que esté en mi hogar.-expresé, asomándome por la ventana, viendo como la gente continuaba viviendo su vida con plenitud.

-¿Por qué dices eso?-me preguntó ella, mirándome detenidamente.-Este es tu hogar.-afirmó.

-Está bien Pieck, Reiner se siente igual, hay que entenderlos.-decía Porcco, queriendo tener algún tipo de entendimiento.-Se que ambos algún día se sentirán bien.-añadió.

-No creó que haya algún tipo de esperanza en que las cosas mejoren. Cuando pudieron mejorar, lo arruinamos más.-musité, cabizbaja.

-Es mejor que continúes adelante, lo has hecho bien estos últimos cuatro años.-opinó Pieck, pero tan solo me acercaba a la puerta de la entrada, quería tomar aire fresco.-Al menos lo que nos queda.-añadió, entristecida, sabiendo que ella tampoco tenía tiempo.

-No tengo miedo en morir. Tengo miedo de dejar atrás los que aún vivirán, porque yo, hace mucho deje de vivir, porque esto, no es vida.-añadí, quedándome detenida frente a la puerta.

-¿Y que es?-me volvió a preguntar, intentaba de entenderme, pero no podía.

-Una jaula de la que no podemos escapar.-respondí, fría y cortante, abriendo la puerta.

-¿Qué fue lo que te hicieron en esa Isla?-preguntó ella, desconcertada.

-Me abrieron los ojos, Pieck.-respondí, para así, salir del hogar, y dejarla con la palabra en la boca.

Me detuve en la acera, para mirar alrededor. Dirigí mis manos dentro de mis bolsillos, para brindarles calor. Veía el cielo soleado, las nubles blancas, y el cielo desbordando colores cálidos. Sabía que los días pasaban, pero aún así, se sentía lento desde aquel momento en que abandone la Isla. Era como si todo hubiera perdido algún tipo de sentido, como si mi hogar, ya no se sintiera como eso. Pero aún así, vivía aquí, pues había nacido y crecido en cada parte de Liberio. Veía en mi horizonte la plaza, pero más allá, el gran puerto, donde podía ver el mar. Un lago de agua salada tan enorme, que no se podría quitar la sal ni con mil comerciantes, o eso creía aquel joven que recordaba con sus azulados ojos, del mismo color que el mar. Su sonrisa, su tierno rostro era uno de los pocos que recordaba con gratitud. Me coloqué en aquella baranda, observando detenidamente las olas bailar hasta la orilla de la arena. El olor salado se colocó en mis fosas nasales, lo cual me hizo suspirar, y mirar más allá. A veces me preguntaba si aquel joven de cabello negro azabache debía estar mirando desde el otro extremo, debíamos estar mirando el mismo mar, con el anhelo de que algún día, volviéramos a encontrarnos para entender la situación en la que crecimos. La brisa fresca me azotaba, mis codos estaban en la baranda, sosteniendo mi peso allí.

Observaba a la gente pasar, muchos me conocían, algunos se ponían melancólicos al verme, pues me vieron en los brazos de mi madre cuando nací. Les sonreí, y salude. Respetaba a varios, como ellos a mi. Entre varias miradas, pude encontrarme con la suya. Reiner Braun y yo nos miramos detenidamente, creía que ambos nos conocíamos, pero realmente a este punto, éramos desconocidos. Cuando éramos niños, deseábamos ser lo que hoy éramos, pero no creía verlo de esta manera, jamás creí que esto era en lo que nos convertiríamos. Nuestra mirada fija, creo que un vacío de recuerdos me estremeciera. Nos hacía falta nuestros amigos, aquellos que habíamos dejado en el olvido, pero no era así. Recordábamos a esos que dejamos atrás. Ya no había nada que nos uniera, nuestras miradas fueron frías y desconocidas. Ya no éramos esos niños, ya no éramos aquellos que subíamos a la colina para hablar de nuestros sueños, todo había quedado atrás, inclusive nuestra amistad. El continuó su andar, y yo continué en este vago rincón que me hacía querer escapar de la realidad de mis pensamientos tan deprimentes.

-Amaya.-la voz de Colt atrapó mi atención, pero aún así, continué mirando el mar.-¿Estás bien?-sentí su delicado tacto en mi hombro con suavidad, a lo que le miré de reojo.

-Eso intentó.-le respondí serenamente.-Lo estoy intentando... -musité, mirándole.-Se que mis actitudes te afectan, Colt.-añadí, a lo que él negó, acariciándome nuevamente.

-¿Qué piensas?-me preguntó, quedándose aún lado de mi, tranquilamente con su informe estándar de Marley.

-¿Crees que verdaderamente son ellos los enemigos?-le pregunté, observando su mirada, y como parecía no tener respuesta.

-No lo sé.-me respondió.-Desde que nacemos, nos hacen creer que es así, pero a estas alturas, conociéndote, sabiendo las cosas que se, no se si es correcto que nazcamos y nos hagan pensar de esa manera, pero para respetar mi honor y el de nuestra familia, lo son.-musitó, cabizbajo, sabiendo que no teníamos opción.

-Es por eso que nosotros somos los verdaderos demonios. Nos hemos guiado por generaciones en la misma ignorancia.-decía, mirando más allá del mar.-Estoy segura Colt que pronto, pagaremos el precio, y pensar en eso, me quita el sueño.-continuaba diciendo, mientras que sus ojos color avellana me miraban.

-Mi amor... -suspiro, queriendo decir algo ante mis comentarios, pero podía ver por las aceras aquel niño correr hacia nosotros.

-¡Amaya!-visualice cómo Falco corría hacia mi, su claro rubio cabello se revolcaba en el viento, mientras que sus ojos color avellana me miraban.

-Falco, ¿qué sucede?-le preguntó Colt a su hermano menor, este quien colocaba sus manos en sus rodillas e intentaba de retomar aire.-¿Por qué venías con tanta prisa?-pregunta curioso, y claramente preocupado.

-Es que necesito que Amaya me acompañe, quiero mostrarle algo.-le respondió Falco, retomando su aire, y mirando a su hermano.-Por favor, solo tú y yo.-aclaro él, creándole dudas a su modelo a seguir, quien le miraba confuso.

-Vale.-acepte, observando como Colt nos miraba.-Nos vemos en casa.-le indique, viendo como asentía, y se quedaba allí parado.

-¡Vamos!-me pedía Falco, se veía animado, pero no había manera de describir que podría él enseñarme en estos momentos.

-¿Me dirás?-le pregunté, caminando a su lado.-Veo que estás algo inquieto, ¿te ha picado algo?-le pregunté serenamente.

-No.-me respondió.-Es solo que se, que tú si te vas alegrar.-me decía, dejándome más curiosa.

Su mano apretó la mía, y me sonroje. Él era un niño tan genuino, era diferente a todos los demás pequeños reclutas que conocía. Era amable y valiente, pero más que todo, era eso, un niño. Era idéntico a Colt, ese pequeño Falco tenía un lugar muy grande en mi corazón. Era parte de su pequeña familia desde hace años, y Falco traía una aventura cada día. Alegraba mis grises días, al menos unos segundos. Deseaba poder salvarle de este pecado, deseaba que no tuviera como visión el portar un poder tan poderoso, como el de un titán. La vida era corta para aquellos que lo llevaban, pero más que eso, la vida era triste y pesada. Un monstruo vivía dentro de ti, uno que manejabas, pero su fuerza era indescriptible, y a la vez, destructible. Ojalá pudiera hacer que entendiera el sacrificio de ser esto, de ser un guerrero, si yo hubiera podido no serlo, no estaría aquí y quizás, fuera feliz, más allá del mar. Camine cabizbaja, siguiéndole, sin saber a donde me llevaría. Solo le seguí, pasábamos por la gente, quienes nos saludaban ante conocernos, pero me era incapaz de levantar la vista, y sonreírles, no podía, sentía que vivían en una burbuja de mentiras, e hipocresía, pero al menos yo había despertado, o eso creía.

Alce la mirada, viendo como Falco me llevaba a este hospital, en donde hospedaban aquellos guerreros de Marley quienes habían peleado en la guerra, contra una de las naciones enemigas. De seguro él deseaba que le ayudara con alguno, así era Falco, bondadoso. Veía a muchos pacientes, a muchos soldados obligados a combatir en dicha guerra que no les pertenecía, la mayoría estaban destrozados y no tenia quienes cuidarán de ellos. Continué caminando junto a Falco, o al menos a su tan rápido ritmo. Me seguía arrastrando, su emoción se notaba a leguas, pero no comprendía la razón, hasta que me detuvo en seco frente a ese hombre sentado en un banco. Una pierna le faltaba, estaba sosteniendo con su mano un bastón. Su cabello era largo, de un negro azabache, mientras que su ojo derecho estaba vendado. Parecía un vagabundo, pero esa fría mirada, me hizo reconocerle. Mis manos temblaron, y no sabía cómo mantenerme de pie ante mirarle. Su ojo, ese color de ojo era uno que me era incapaz de ver en otra persona que no fuese en él, era imposible creer que después de tanto tiempo, volviésemos a encontrarnos de esta manera, y en estas posiciones tan agrias.

-Es el señor Kruger, me indicó que te conocía, así que decidí traerla para que pasara el rato con él.-hablaba Falco, mientras que mi mano sudorosa y temblorosa le soltó.-¿Qué sucede?-me preguntó, curioso ante mi actitud.

-Falco.-le llame, pero no le miraba.-Déjanos solos, por favor.-le pedí de una manera neutral, esperando no preocuparle, pero él lleno de emoción, se desapareció de nuestra vista, mientras que aturdida mire a ese fantasma.-Eren Jeager... -dije en un suspiro, uno que ni siquiera salió como debía, me faltaba el aire; me había robado todo el que tenía mis pulmones.

-Ha pasado mucho tiempo, Amaya.-fue lo que dijo, con una gruesa voz que erizó mi piel, y tan solo sentí como mis manos continuaron temblando, y como un ataque de pánico me invadía.-Después de tanto, por fin te encontré.-expresó, y yo, me quede ahí, mirándole.

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Próximo capítulo: Donde todo empezó.
Yendo años atrás, seremos testigos de la travesía de Amaya en la Isla Paradis y el por qué quedó tan afligida a esa nación, y sus habitantes, entre ellos; Eren Jeager.

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