Sin Filtro: The Hideous Storm
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La joven reina de Auradon iba caminando por los pasillos de su hogar. Amélie, su hija menor, iba en sus brazos. La bebé de apenas un año estaba bastante tranquila. Le gustaba que la pasearan por el castillo a pesar de que ya comenzaba a caminar.
Mal se dirigía a la torre oeste, en donde se encuentra su madre. Desde la pandemia habían decidido que se quedaría ahí y no en el centro de rehabilitación. Estaba más cerca y podía vigilarla con mayor facilidad. Aunque Maléfica ya no era una preocupación para ella, viendo que estaba tranquila con la atención que le daban.
Tenía todas las comodidades a su disposición a pesar de ser una lagartija. Y, pese a haber crecido tan solo unos pocos centímetros, le gustaba que su hija la visitara. No podía hablarles, pero apreciaba el par de visitas semanales de Mal. Sobretodo cuando llevaba a Matthew y Amélie.
Ben iba de vez en cuando con amabilidad, para que al menos su suegra lo conociera un poco. Bella suele ir a llevarle comida, con Adam quedándose la mayor parte del tiempo callado a sus espaldas. Hades no suele ir al menos que Mal se lo pida. Ya no se detestaban, pero tampoco es como que tuvieran muchas ganas de convivir.
Por más que odiara admitirlo, Perséfone era extremadamente amable y cordial con ella. Veía como hablaba de Mal y los niños, y eso le bastaba para saber que su ex-esposo estaba en buenas manos.
Volviendo a la reina y la princesa, los guardias en la puerta hicieron una reverencia al verlas. Mal les sonrió con gentileza.
-Mi esposo y yo les hemos dicho que no hace falta que la vigilen todo el tiempo. Solo hagan rondas cerca de la torre y ya. Les prometo que ella no se escapará- los tranquilizó al verlos inquietos.
Era obvio que les daba miedo estar delante de la puerta de la habitación de la que solía ser la Emperatriz del Mal.
-Lo siento, su majestad. Solo queríamos colaborar- se disculpó uno de ellos, bastante apenado.
-No se preocupen - caminó hacia la gran puerta de madera- Tómense el resto del día. El pronóstico indica que habrá un gran tormenta más tarde. No me gustaría que se queden atrapados acá sin sus familias.
Ambos hombres le agradecieron a su gobernante antes de dar una última reverencia y retirarse. Entendía que en público tuvieran que hacer cosas así, pero le seguía pareciendo un tanto absurdo que tuvieran que demostrar tanto respeto estando allí, en el castillo donde viven y hasta los ven en pijama.
Ingresó a la habitación, llamándo la atención de su madre. Maléfica se bajó del muro donde estaba. Se había parado allí para observar por las ventanas. Caminó hacia su sillón y emitió un sonido.
-Hola mamá- habló la reina con alegría- Meli, saluda a tu abuela- tomó su manito para que la agitara.
Esta le hizo caso. Maléfica ladeó la cabeza por el gesto de su nieta.
Amélie no entendía porqué su mamá decía que esa es su abuela. ¿Qué no era la linda señora castaña que le hace galletas a ella y a su hermano? Le parecía extraño que esa lagartija fuera parte de su familia. Pero notaba contenta a su mami, así que eso le bastaba.
-¿Abuella? - cuestionó la niña, girándose hacia Mal.
-Sí mi vida, es tu abuela Maléfica. Mi mamá - se señaló.
Miró alternativamente a su madre y al curioso animalito. Bueno, si veía que sus ojos eran similares. Y habiendo convivido con ella antes, sentía algo agradable al tenerla cerca.
Mal la dejó en el suelo. El hada se sorprendió cuando la princesa logró dar varios pasos, alcanzandola. De repente, Meli se agachó junto al sillón y pasó su manita con cuidado por las escamas de su espalda. Profirió un ruido de gusto, viendo con cariño a su nieta. La bebé se rió.
-Ha avanzado mucho con sus pasos desde el sábado- la ojiverde miró a su hija con orgullo.
Maléfica agradecía ver como es que su descendiente decidió seguir su propio camino en la crianza de sus hijos. Sabía que no fue el mejor ejemplo para Mal, pero hizo lo que pudo. Era su experiencia en base a como su propia madre la crió. Estaba feliz porque la pelimorada hubiera roto ese círculo tóxico. Y no sabía cómo recuperar el tiempo perdido como familia. Pero ahí estaba ella, haciéndola parte de su vida.
-Ben tuvo que llevar a Matt con la pediatra. Ya sabes, con eso de que anda en su etapa de transición hacia los tres años- suspiró con nostalgia.
Mal se sentó junto a ella. Maléfica rozó su mano con su espalda, reconfortándola. La reina le sonrió.
-Como sea, quería venir para distraerme un rato. Meli apenas despertó de su siesta- la niña daba pasitos, curioseando todo- Y solo estamos nosotras por acá. Bella y Adam se fueron a casa de Maurice a traer algunas de sus pertenencias, y papá está en el Inframundo.
Maléfica asintió con comprensión. Hizo un ruido similar a una risa cuando su nieta la abrazó contra su pecho. Tenía mucha fuerza para solo tener doce meses y dos semanas.
(...)
La reina terminó de lavar los platos con los que habían almorzado. Estuvo hablándole a su madre por poco más de una hora hasta que a Amélie le dio hambre. Se despidió de Maléfica y bajó con la niña para calentar el almuerzo. La bebé la esperaba pacientemente en su sillita, viendo Bluey en el televisor.
-Blui- dijo contenta.
Mal se rió. Meli comenzó a decir más palabras desde que Ben y ella regresaron de su luna de miel. De eso hacían casi cuatro meses. No las decía a la perfección, pero tenía mucho vocabulario para su edad.
Miró a través de las ventanas, preocupada. El hermoso cielo soleado se había tornado en uno gris y espantoso. Ben y Matthew aún no llegaban. No quería que estuvieran en el auto bajo la lluvia.
Se sentía inquieta. Detesta las tormentas desde niña, probablemente uno de sus pocos miedos absurdos que pocas personas conocen. Los truenos le molestan en sus oídos sensibles de dragón. El frío que cala sus huesos no le agrada, y esa sensación de que algo malo puede pasar como consecuencia de estas le aterra.
Le gusta la lluvia, saltar en los charcos de lodo con sus hijos y como el viento refresca el aire que va a sus pulmones. Lo que no le gustan son las tormentas eléctricas.
Pensó que lo mejor sería subir a su cuarto y arroparse con su hija entre las suaves sábanas y cobijas de su cama mientras que esperaba la llegada de su esposo e hijo.
Buscó un termo para ella, vertiéndole el chocolate caliente que acababa de preparar. Llenó de agua un biberón para Meli y un envase lleno de fresas para ambas.
-Ven mi amor, vamos a la cama- la cargó y la sacó de su silla para comer.
Le entregó a ella su biberón y tomó su manito con la que tenía libre. Caminaron al ritmo de la niña. Tardaron bastante en subir las escaleras, pero ella iba segura y tranquila. Aún no le gusta subirlas sola, así que siempre espera a que alguien pueda ayudarla.
Unos diez minutos después, las dos se subieron a la cama y se arroparon. La ojiverde mayor tomó el control del televisor y lo encendió.
-¿Qué quieres que veamos? - le preguntó.
La niña dio su respuesta con seguridad.
-Miñions.
Su madre se rió.
-Veremos a Gru y a los Minions entonces.
Colocó el dibujo animado. Veían la película, comiendo las fresas y tomando sus bebidas. Algunos minutos después, Amélie estaba pegada a su pecho. La seguiría amamantando hasta que su pequeño dragón lo deseara.
Meli jugaba con su camisa, sin perderse ningún detalle de los personajes amarillos. Mal acarició su cabello castaño, intentando relajarse.
La lluvia había comenzado, con fuerza e intensidad. El primer rayo iluminó la habitación. A este le siguió un trueno que hizo retumbar las ventanas. La bebé empezó a llorar.
-Tranquila cielo, estoy aquí contigo- besó su frente.
La abrazó, hundiéndose más en las sábanas. No quería alterarse para no asustar a su hija, pero ella también estaba asustada. No llamaba a Ben para no distraerlo al manejar.
Otro rayo azotó la ciudad, acompañado de un trueno aún más escandaloso. Amélie se escondió en su pecho, aterrada. ¿Dónde estaban su papi y su hermano? Quería que su papá la abrazara. Su llanto regresó.
Los terribles escenarios aparecieron en la mente de Mal. ¿Y si les había pasado algo? Trató de calmar su ansiedad, meciéndose para calmar a su bebé. Le subió el volumen al aparato, tratando de tapar el ruido de la lluvia.
La puerta se abrió al mismo tiempo que un trueno rebotó en la habitación. La pelimorada gritó, al igual que Amélie. Ben, quien venía cargando a un Matt más dormido que despierto, se asustó. Corrió hacia la cama.
-Mal, mi amor, soy yo- tanteó las sábanas buscándola.
-Mamiii- la llamó el príncipe, despertándose preocupado por los gritos de su mami y su hermanita.
Matt se sentó en la cama luego de quitarse sus pantuflas. Su papá y él habían ido a cambiar su ropa para que estuviera cómodo. El frío y la ropa lo habían adormilado.
Con tanto ruido que provocaba la lluvia chocando contra las ventanas, el viento agitando los árboles y los truenos, no estaba seguro, pero desde que estaban en el cuarto de Matt le pareció oír el llanto de la bebé.
El rey levantó las coberturas, encontrándose a su esposa temblando, con lágrimas en sus mejillas y a su hija aferrada a su madre. Esa imagen le rompió el corazón. Las abrazó con fuerza.
-Estamos aquí, con ustedes. Estamos a salvo- besó las coronillas de ambas repetidas veces.
Matthew se unió al abrazo. No le gustaba verlas así. Su mamá siempre lo arrulla cuando está asustado, lo protege. Y ver a Ami de ese modo le dio ganas de llorar. Su hermana menor siempre está riéndose y sonriendo. No le gusta verlas así.
-Ami, mami. Tranquilas, papi y yo no lash dejaremos solas.
Ben pasó su brazo sobre los tres. Cuando él y su hijo salieron de la clínica lo había llevado por un helado. Apenas se fueron de la heladería vio el mal clima. Había mucho tráfico por lo mismo. Estuvieron más de una hora en un camino que suelen hacer en veinte minutos.
Le preocupaba el como podrían sentirse su amada y su princesa. Descubrió el miedo de Mal por las tormentas a los meses de empezar a salir. Sabía cuanto le afectaban las de esta magnitud. Y habían descubierto días atrás que su hija heredó ese miedo. Lo único que quería era llegar a casa para cuidarlas.
Los sollozos de la bebé se calmaron lentamente. Sentía la calidez de los brazos de sus papás y su hermano. Mientras que Mal aún lloraba, sin hacer ruido, pero lo hacía.
-Ben, tenía miedo de que algo les hubiera pasado- hipó entre sus palabras.
Hundió su cara en el pecho de su marido, buscando algo de estabilidad en los latidos de su corazón para regular su respiración.
-Lo sé, cariño, lo sé- besó su cabello- Entiendo que ambas estén asustadas, pero acá estamos.
Mal inhaló aire, exhalando poco a poco. Repitió la acción varias veces hasta estar en paz. Amélie vio la cara de su papá, era genial tenerlo allí. Al igual que a Matt. Abrazó a su hermano cuando este le colocó su chupón.
Ben trató de levantarse, quería cambiarse de ropa y ponerse una pijama. Se detuvo al ver los ojos asustados de su esposa.
-Pequeña, solo me voy a cambiar y regreso. ¿Sí? Te lo prometo.
Ella respiró.
-Ok.
Él le sonrió dulcemente y se fue hacia su closet. Consideró que sería bueno distraerla hablando de la consulta de Matt con su pediatra. Funcionó, porque mantuvo su mente ocupada hasta que se metió debajo de las sábanas.
-Matt, ¿no lloraste con tus vacunas? - preguntó sorprendida.
-Nop- le aseguró el heredero al trono.
-Fue un niño muy valiente- lo felicitó Ben.
Matt se levantó la manga de su camisa.
-Miren, la dotora me puso eshta bendita de dinosaurios- enseñó su bracito.
Mal se rió.
-Wow, esas son las de los niños grandes- lo sentó en sus piernas.
Besó su cachete regordete.
-Queríamos traerles helado, pero con el tráfico se hubiera derretido.
-No importa, Bennyboo. Lo único que deseaba es que los dos estuvieran a salvo- recargó su cabeza en su hombro.
Amélie, quien se había quedado sentada al borde de la cama viendo la película, gateó hacia ellos.
-Papi- lo rodeó con sus bracitos y le dio un besito en la mejilla.
Ben la sentó en sus piernas.
Había menos viento y el tamaño de las gotas disminuyó, pero eso no evitó que otro rayo iluminara la habitación. Mal y Amélie se aferraron a la cama y a él al escuchar otro trueno.
-¿Qué tal si preparo más chocolate para mí y para Matthew y les traigo un poco del pastel de la Señora Potts? - sugirió para distraerlas.
Los ojos de los más pequeños de la familia se iluminaron.
-Pastel- gritaron emocionados.
Mal soltó una risita.
-Bueno, podrán comerlo a esta hora solo por hoy- aceptó la propuesta de su marido.
Los niños celebraron, aplaudiendo. Ben y Mal tratan de no llenarlos de azúcar y dulce para sus cortas edades, sobre todo a Meli. Pero querían reconfortarlos.
Cuando Ben volvió de la cocina, sus hijos y su esposa lo esperaban en el sillón frente a la cama. Mal había despejado la mesa de centro y colocado la cobija en el mueble. Matthew se había ido a su cuarto valientemente a buscar su cobija para compartirla con su hermana menor.
Ellos dos estaban sentados en el piso, apoyando sus manos en la mesa. Aplaudieron cuando Ben le puso a Meli su biberón con un poco de chocolate y a Matt su vaso entrenador. Les dio servilletas a cada uno y sus pasteles.
-Gracias papi- dijo el príncipe.
-Grachias- habló la menor, llevándose un trozo a la boca.
Sus padres rieron.
La tormenta continuó incluso en la noche, pero Mal y Amélie durmieron totalmente relajadas. Los reyes bañaron a sus retoños, cenaron, cada uno se bañó y se quedaron juntos toda la noche. La niña durmió abrazada a su hermano y la pelimorada su esposo. Se sentían seguras y protegidas.
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Holiii
Aproveché mi racha de inspiración para escribir lo que les comenté el capítulo pasado.
Esta vez no fue en formato como si fuera un vídeo de Sin Filtro o de sus redes, sino que quise hacer una narración de ellos como familia.
La idea se me ocurrió gracias a las lluvias tan raras que hubo en mi ciudad el fin de semana (después de haber pasado por un apagón nacional 💀).
¡Nos leemos pronto!
~Con amor, su escritora💕
Publicado el 04/09/2024.
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