1.4
El silencio predominaba en la habitación, pesado y sofocante, como si cada respiración fuera un riesgo. Nadie se atrevía a hablar, todos parecían perdidos en sus propios pensamientos, intentando asimilar lo que acababan de vivir.
Los sobrevivientes estaban esparcidos por la sala, algunos sentados en camas metálicas, otros en el suelo, con la mirada vacía. No era solo el agotamiento físico lo que los mantenía inmóviles, sino el peso del miedo, y la cercanía de la muerte que habían presenciado.
SooJin estaba sentada entre Gi-Hun y Sangwoo, abrazando levemente el brazo de Gi-Hun sin siquiera darse cuenta. Temía que si lo soltaba, todo lo que había reprimido en su interior se desbordaría. Su mente no hacía más que recrear la imagen del cuerpo sin vida sobre ella, la frialdad de su piel, los disparos... Cerró los ojos con fuerza, intentando ahuyentar esas visiones.
De pronto, un murmullo rompió el silencio. Gi-Hun, con la voz apenas audible, susurró:
—SangWoo. Muchas gracias.
Sangwoo, que estaba sentado con la cabeza inclinada hacia atrás, giró levemente el rostro y lo miró de reojo, antes de voltear completamente hacia SooJin, quien ya lo observaba con sus grandes ojos cristalinos, reflejando un torbellino de emociones contenidas. No hubo palabras entre ellos, pero en esa mirada, él percibió un silencioso "gracias" que ella no se atrevió a pronunciar en voz alta.
Su rostro aún estaba manchado con rastros de sangre seca, pero incluso así, había algo en su expresión que le provocó una leve sonrisa. No era burla, ni arrogancia, sino un gesto casi imperceptible de comprensión. ¿Un recuerdo quizás?. SooJin parpadeó confundida, quizá porque no esperaba ver esa calidez en él. Sin embargo, no pronunció palabra alguna, solo desvió su mirada nerviosa hacia sus manos, que aún temblaban.
El silencio entre ellos se extendió unos segundos más, hasta que Gi-Hun, sintiendo la tensión en el aire, carraspeó levemente, atrayendo la atención de ambos.
—También te agradezco... ustedes dos salvaron mi vida. —dijo, dirigiéndose ahora a la otra persona que lo había ayudado en el último momento.
SooJin giró levemente la cabeza, siguiendo la mirada de Gi-Hun hasta el hombre sentado a su otro lado. Era un extranjero de complexión algo robusta, con rasgos amables pero marcados. Parecía ser el tipo de persona que no dudaba en ayudar a otros, incluso en un lugar tan despiadado como ese.
El hombre, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó la vista y sonrió con humildad.
—Me alegra que sobrevivieras. —respondió en coreano con un leve acento marcado.
De pronto, el sonido de la chicharra resonó en el aire, interrumpiendo el tenso silencio que había envolvido a los participantes. Era un sonido seco, metálico, que provocaba un escalofrío en todos los presentes. Inmediatamente, la puerta se abrió y los soldados entraron, alineándose con sus máscaras y el silencio ominoso que los acompañaba. Su presencia era suficiente para que el miedo recorriera la sala como una corriente eléctrica.
Instintivamente, las personas que aún quedaban retrocedieron, buscando refugio en las esquinas o ocultándose detrás de las camas. El miedo los mantenía inmóviles, incapaces de mirar directamente a los soldados, pero demasiado aterrorizados para apartar la vista. El pavor colectivo era palpable, y cada uno de ellos sabía que cualquier movimiento en falso podría ser fatal.
El soldado al frente, con su voz autoritaria, rompió el pesado silencio:
—Han logrado ganar el primer juego. Muchas felicidades a todos. Es hora de anunciarles los resultados del primer juego.
Tras estas palabras, la pantalla ubicada sobre los soldados se iluminó, mostrando el número total de participantes que aún permanecían. Los dígitos empezaron a descender rápidamente, y el corazón de Soojin latía con fuerza en su pecho mientras los números caían sin pausa.
De 456 jugadores, el contador se detuvo en 201.
Soojin soltó un jadeo apenas audible, pero su cuerpo tembló visiblemente. Más de la mitad de los jugadores... muertos. Su mente intentaba procesarlo, pero el peso de esa revelación la abrumaba. Giró lentamente la cabeza, observando los rostros pálidos y aterrados de los que aún quedaban. Todos parecían estar en estado de shock. Algunos temblaban, otros simplemente mantenían la vista fija en el suelo, perdidos en sus pensamientos.
—De 456 jugadores, 255 fueron eliminados y 201 jugadores completaron el primer juego.
El impacto de esas palabras fue instantáneo. Un murmullo inquieto se propagó por la sala como una ola de creciente desesperación. La tensión era sofocante. Algunos miraban a su alrededor con incredulidad, mientras que otros cerraban los puños o se llevaban las manos a la boca, intentando asimilar la dura realidad en la que estaban atrapados.
De repente, una mujer rompió la tensión con un grito desgarrador.
—¡Señor! ¡Perdóneme! Voy a pagar todas mis deudas. Todas mis deudas, señor.
Con lágrimas desbordando su rostro, corrió hacia el centro de la sala y se arrodilló ante los soldados. Su cuerpo temblaba, su voz quebrada reflejaba el temor absoluto que la invadía.
—Por favor, señor... tengo un niño. Ni siquiera he registrado su nacimiento porque aún no le he puesto un nombre. ¡Por favor, déjeme ir!
Rápidamente, otra mujer se unió a ella, cayendo de rodillas con la misma desesperación y empezando a implorar.
—¡Lo siento! ¡Por favor, déjenme salir! ¡No quiero morir!
Como si se hubiera encendido una chispa, la sala entera se convirtió en un clamor de súplicas y llantos. Uno a uno, más jugadores cayeron de rodillas, clamando por sus vidas, pidiendo perdón, gritando que no querían seguir en ese juego.
Soojin observó la escena con los ojos muy abiertos, sintiendo su corazón latir fuertemente contra su pecho. Su respiración se volvió más rápida. A su lado, Gi-Hun y Sangwoo también miraban en silencio, con rostros tensos.
La sala se convirtió en un eco de súplicas, pero los soldados permanecieron inmóviles, como si fueran meras sombras de una máquina desalmada.
Soojin sintió que el aire le faltaba de repente. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si un peso invisible la aplastara. El caos a su alrededor se volvió un eco distante, amortiguado por el rugido ensordecedor de su propio pánico.
Su visión comenzó a nublarse, el temblor en sus manos era incontrolable. Sentía que todo a su alrededor se movía demasiado rápido, que las paredes se cerraban sobre ella. El llanto y los gritos de los demás parecían fusionarse en un solo sonido ensordecedor.
—Gi-Hun, no... no puedo respirar... — murmuró con un hilo de voz, llevándose una mano al pecho.
Gi-Hun, que se encontraba a su lado, percibió su estado y se volvió rápidamente hacia ella.
—¡Soojin!
Sin perder tiempo, la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo.
—Escúchame, respira conmigo.
Sin embargo, ella apenas lograba concentrarse en lo que decía. Sus lágrimas caían descontroladamente, y su cuerpo se mostraba completamente tenso. Sangwoo también se percató de la situación y, sin decir nada, se acercó a su otro lado, bloqueándola de la vista de los soldados y, con una firmeza inusual, tomó con suavidad su muñeca.
—Soojin, mírame.
Su voz era baja, pero lo suficientemente clara para atravesar el ruido ensordecedor del pánico. Ella apenas reaccionó, su pecho aún subía y bajaba con dificultad.
—Tienes que respirar.
Soojin parpadeó rápidamente, tratando de asimilar lo que él decía. Apretó la tela de su uniforme con su otra mano, buscando aferrarse a algo que le brindara estabilidad.
Sangwoo sostuvo su muñeca con más seguridad, sin apartar su mirada de ella.
—No te pasará nada. Estás aquí. Estás a salvo... pero tienes que respirar.
Aunque su voz seguía siendo baja, tenía una autoridad extraña, como si supiera exactamente lo que debía hacer para calmarla. Y poco a poco, con mucho esfuerzo, Soojin intentó seguir su ritmo.
—Eso es... —murmuró Gi-Hun cuando sintió que su respiración comenzaba a estabilizarse.
La voz del soldado resonó por toda la habitación, opacando el llanto y los murmullos desesperados.
—Parece haber un malentendido. No queremos lastimarlos ni tratamos de cobrarles sus deudas. Les recuerdo que estamos aquí para darles una oportunidad.
A pesar de sus palabras, el ambiente seguía cargado de miedo y desesperación. Soojin cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo su respiración aún luchaba por estabilizarse. Su pecho se movía de manera errática, pero la calidez que la rodeaba en la muñeca la mantenía conectada a la realidad.
Sangwoo no la había soltado.
Poco a poco, ella abrió los ojos y se encontró con su mirada fija en ella. No pronunció más palabras, pero su agarre, aunque firme, no era violento. Era como si esperara a que pudiera calmarse por completo antes de soltarla.
A su lado, Gi-Hun también observaba la escena en silencio, notando cómo su viejo amigo había reaccionado con rapidez al estado de Soojin. Causando un pequeño alivio en su ser.
El soldado continuó hablando,pero su voz sonaba distante, opacada por la gravedad del momento que vivían. Soojin tragó saliva y, con dificultad, asintió levemente hacia Sangwoo, señalándole que estaba bien.
Solo entonces él aflojó su agarre un poco, aunque sin dejarla ir por completo.
—¿Una oportunidad? —preguntó un hombre en la multitud con incredulidad—. ¿Cree que esto es una oportunidad? ¿Nos hace jugar un juego de niños mientras nos mata? ¿Eso le parece una oportunidad?
—Quizá tengamos deudas, pero nosotros no merecemos morir. — Intervino otro hombre, dejando entrever su ira.
—Solamente es un juego. — El soldado respondió con rapidez.
—¿Mató a muchas personas y le parece un juego? — preguntó un tercero, su indignación intensificándose con cada palabra.
El soldado replicó con indiferencia:
—Fueron eliminados por romper las reglas del juego. Si siguen las reglas, pueden salir de este lugar de forma segura con el dinero que les prometimos.
—¡No necesito ese estúpido dinero del premio! Le pido que me deje salir, por favor. —gritó un hombre, lleno de desesperación.
Y, como si hubieran estado esperando esa señal, más voces se unieron a la súplica. La mayoría comenzó a gritar, rogando que los dejaran ir.
El soldado, ahora con una voz más fuerte y autoritaria, declaró:
—Cláusula número 1: al jugador no se le permite dejar de jugar.
—¿Cómo? —exclamó un hombre, furioso—. ¿Cree que se saldrá con la suya luego de esto? La policía irrumpirá aquí en cualquier momento y nos hallará secuestrados.
Un murmullo comenzó a recorrer la sala como un eco que crecía con intensidad.
—¡Sí! Si no nos liberan, nos localizarán rastreando nuestros teléfonos y vendrán a buscarnos. —gritó otro hombre, ahora con un tono desafiante, intentando intimidar a los soldados.
Los gritos se intensificaron. La rabia y el miedo se entrelazaban, creando un ambiente aún más caótico. Pero de repente, un disparo. El estruendo de la bala resonó con fuerza en la sala, dejando a todos en un profundo silencio.
El pavor se apoderó de los jugadores, quienes comenzaron a retroceder, aterrados ante el estruendo del disparo. Todos, incluida Soojin, se lanzaron al suelo por instinto. La habitación se llenó de susurros y sollozos sofocados, mientras cada uno intentaba alejarse lo más posible de los soldados, que permanecían estáticos, con sus armas apuntadas hacia ellos.
Con un tono más gélido que antes, uno de los soldados declaró:
— Cláusula número 2: el jugador que se niegue a jugar será eliminado.
Soojin sintió un leve apretón en la muñeca, pero en un instante, ese agarre desapareció. Sangwoo se levantó con determinación, liberando su muñeca en el proceso. Con una postura erguida y una voz firme, exclamó:
— ¡Cláusula número 3! Los juegos pueden terminarse si la mayoría concuerda. ¿No es verdad?
Su manera de hablar, autoritaria y con una imponente seguridad, daba la impresión de que él asumía el mando, dispuesto a liderar la situación.
— Es verdad. — soltó sin más el soldado.
— Entonces, todos tenemos que votar. — dijo Sangwoo con el mismo tono de voz. — Si la mayoría desea salir de este lugar, deben dejarnos ir de inmediato.
— Como desee. — respondió el soldado. — Se realizará una votación para decidir si finalizamos el juego.
Los presentes respiraron aliviados, y el temor que los oprimía comenzó a desvanecerse. ¿Era real? ¿De verdad los dejarían ir?
— Antes de votar, permítanme anunciar el monto del premio, como se prometió anteriormente.— añadió el soldado. A continuación, pulsó un botón, y la enorme alcancía volvió a descender, deslumbrando a todos. Instintivamente, alzaron la vista y, como en un sueño, paquetes de dinero comenzaron a caer sin cesar. Atónitos, uno a uno se pusieron de pie, hipnotizados por la lluvia de billetes que continuaba cayendo.
Al parecer, a todos los presentes se les olvidó por completo su enojo y miedo, pues cada uno mostró una expresión de sorpresa y, de manera inconsciente, una sonrisa se dibujó en sus rostros.
Soojin se quedó paralizada al ver cómo se deslizaba el dinero ante sus ojos. ¿Era posible que todo eso pudiera ser suyo? Lo necesitaba más que nadie. Sin dudarlo, compraría una casa, pagaría el mejor tratamiento para su abuela y saldaría todas sus deudas. Ya no tendría que preocuparse por nada. Por fin, podría darse el privilegio de terminar sus estudios, un sueño que siempre anheló pero que hasta ahora parecía inalcanzable.
— En el primer juego, 255 jugadores fueron eliminados. Por cada uno de ellos, se han acumulado cien millones de wones. Eso significa que, hasta ahora, el premio total asciende a 25 500 millones de wones. —Hizo una pausa, observando las miradas inquietas de los jugadores. — Si deciden dejar de jugar, ese dinero será enviado a las familias en duelo de los eliminados: cien millones para cada una. Sin embargo, todos ustedes volverán a casa con las manos vacías. ¿Realmente quieren abandonar el juego?
Un murmullo se expandió por la sala. La suma era inmensa, suficiente para transformar por completo sus vidas.
Su corazón latía con fuerza. La lluvia de billetes parecía interminable, y aunque era consciente de que aún faltaba la votación, por primera vez sintió que la esperanza le ganaba al miedo.
El ambiente se tornó más pesado. Miradas furtivas se entrelazaban y las dudas junto a la ambición se reflejaban en los rostros de los participantes. Hasta que, finalmente, una mujer avanzó decididamente.
—Oiga, señor. — dijo con la voz temblorosa pero firme. — Si llegamos hasta el final y ganamos los seis juegos... ¿de cuánto será el premio?.
El soldado giró la cabeza hacia ella y respondió sin titubear:
— Desde el inicio había 456 jugadores. Eso significa que el premio total es de 45 600 millones de wones.
SooJin sintió un nudo en el estómago. Hasta hace unos minutos, su decisión parecía firme: marcharse, abandonar ese lugar antes de que fuera demasiado tarde. Pero ahora... ahora veía con sus propios ojos los fajos de billetes cayendo, acumulándose en esa inmensa alcancía de cristal. Era real. Tan tangible que casi podía sentirlo entre sus dedos.
Con una única decisión, su sufrimiento podría llegar a su fin. Su abuela recibiría el tratamiento médico que tanto necesitaba. Ya no tendrían que enfrentarse a las deudas, ni a la pobreza, ni a la incertidumbre del futuro.
Sin embargo, su propia vida también estaba en juego. Literalmente.
Su pecho subía y bajaba con fuerza. La promesa del dinero era un anzuelo cruel, atrapándola en un torbellino de dudas. Su mente exigía que se alejara, que ese lugar no era más que un infierno disfrazado de ilusión. Y pese a todo, la ambición, el deseo y la necesidad la mantenían anclada, incapaz de tomar una decisión.
Porque, después de todo, ¿qué haría si la oportunidad de cambiar su destino estaba justo frente a ella?
[...]
Rápidamente, los jugadores se agruparon en el lado derecho de la sala, dividiendo el espacio por una línea blanca pintada en el suelo. Y justo al frente, una máquina con luces parpadeando con frialdad.
El soldado tomó la palabra con su tono monótono y autoritario:
—Como pueden ver, hay dos botones frente a ustedes. La votación será de la siguiente manera: si quieren seguir jugando, presionen el botón verde con un círculo. Si quieren dejar de jugar, presionen el botón rojo con una equis. Después de votar, muévanse al otro lado de la línea blanca. La votación se realizará en orden inverso de los números en su traje.
SooJin sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, giró el rostro para buscar a Gi-Hun.
—Jugador 456, por favor, vote.
Las miradas se centraron en Gi-Hun, quien tragó saliva y avanzó con paso lento. Ante la máquina, los botones relucían como dos destinos contrarios. Apenas vaciló. Su mano, temblorosa, se posó sobre el botón rojo y, tras un suspiro, lo presionó.
Un sonido metálico confirmó su decisión. Gi-Hun dio media vuelta y cruzó la línea blanca.
—Jugadora 453, por favor, vote.
SooJin observó a la mujer que tenía enfrente caminar hasta el centro. Sus pasos eran vacilantes, y su mirada no se apartaba del dinero que colgaba sobre ellos, deslumbrante y tentador. Se quedó ahí, inmóvil, con la respiración agitada y las manos temblorosas flotando sobre los botones.
Por un momento, pareció dudar.
Entonces, un leve clic resonó en la sala.
El botón verde.
No podía creerlo. ¿De verdad había alguien dispuesto a seguir con esto?
La votación continuó. Verde. Rojo. Verde. Verde. Rojo. Cada nueva elección era una puñalada de incertidumbre.
—Jugadora 414, por favor, vote.
Era su turno.
El estómago de SooJin se hundió como una piedra. Sus pies la llevaron hasta la mesa en un trance. Cada paso resonaba como un eco hueco en su mente. Allí estaban los botones: el rojo con la equis, el verde con el círculo.
Tan simple. Tan definitivo.
Un movimiento y todo cambiaría.
Cerró los ojos con fuerza. No quería morir. No podía.
Pero, entonces, su mirada subió, casi sin pensarlo. La alcancía seguía ahí, suspendida sobre ellos como un dios impasible. Y dentro, los fajos de billetes que parecian hipnóticos, tentándola. Era absurdo lo mucho que podía significar ese dinero.
Un futuro.
Un hogar.
Una oportunidad.
Su labio tembló.
Pero al bajar la mirada, se encontró con otra cosa.
Gi-Hun.
Él la observaba desde el otro lado de la sala, con el ceño fruncido y una expresión que le helaba las venas. Sus ojos decían más que mil palabras: "Ni te atrevas."
Un nudo se formó en su garganta. Se le hizo difícil tragar. Luego, sin poder contenerse, escapó una risa nerviosa y rodó los ojos.
Era estúpido.
Todo esto era estúpido.
No importaba cuánto dinero hubiese en esa alcancía. No valía más que su vida. No valía más que su abuela, quien la esperaba en casa... si es que aún la recordaba.
SooJin cerró los ojos.
Y presionó el botón rojo.
El sonido del botón rojo resonó como un disparo en la sala. SooJin sintió su propio pulso retumbar en sus oídos mientras lentamente bajaba la mano, aún temblorosa. Por un segundo, el silencio la envolvió.
Las indicaciones siguieron, pero ella apenas prestaba atención. Retrocedió unos pasos, distanciándose de la máquina, sintiendo su respiración entrecortada. De repente, algo en la distancia captó su mirada y la ancló a la realidad.
Gi-Hun.
Él la observaba con una mezcla de alivio y aprobación, aunque también había algo más en su mirada, un matiz que no lograba entender del todo. No importaba. Había tomado su decisión. No había marcha atrás.
Uno a uno, los jugadores continuaron votando. SooJin seguía la pantalla mientras los votos se acumulaban: rojo, verde, verde, rojo. Su pecho se movía al ritmo de cada cambio, con cada elección que los llevaba hacia un futuro incierto
—Jugador 218, por favor, vote.
SooJin sintió un giro en el estómago al ver a Cho Sangwoo avanzar con determinación hacia la máquina. Lo miró con el corazón en la garganta, esperando, suplicando en silencio que él también optara por escapar de aquel infierno.
Sangwoo se quedó parado frente a los botones, con su rostro inexpresivo.
Y entonces, sin titubear, presionó el botón verde.
La luz verde iluminó la pantalla. El voto de Sangwoo había quedado registrado. Él quería quedarse.
SooJin sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo. ¿Por qué?
Levantó la mirada, buscándolo, esperando encontrar una explicación en su rostro. Sin embargo, Sangwoo no la miró ni una sola vez. Con la misma serenidad con la que había votado, dio la vuelta sobre sus talones y se dirigió hacia el otro lado de la línea blanca, donde se encontraban aquellos que optaron por seguir adelante.
Soojin apenas lograba asimilar lo que acababa de ocurrir cuando, de repente, un grito colérico quebró el pesado silencio.
—¡¿Se han vuelto locos?! ¿En serio? ¡¿Quieren continuar con esta locura?! —vociferó un hombre entre la multitud, su rostro enrojecido por la ira y la desesperación.
Una mujer le respondió con frialdad, sin siquiera parpadear:
—¿Y si nos vamos? ¿Qué diferencia va a hacer? La vida de todos allá afuera es una completa mierda.
Su voz carecía de cualquier rastro de amabilidad. No era enojo, ni súplica. Solo una cruda verdad.
—¡Es cierto! —intervino otro jugador, el número 322—. Si nos detenemos, les estamos haciendo un favor a los muertos. Ellos obtendrán 100 millones de wones. Nosotros seguimos en juego. ¡No es justo!
—¡Por favor! ¡Por favor, no nos hagan esto! ¡Deberíamos irnos! —suplicó otro, con la voz quebrada por el llanto.
Pero 322 no tenía intenciones de escuchar.
—No tengo a dónde ir. Aquí tengo una oportunidad. Pero afuera... no tengo nada más. —Hizo una pausa, su mirada encendida de determinación—. ¡Quedémonos hasta el final! Prefiero intentarlo hasta que muera que morir afuera como un perdedor.
Antes de que pudiera decir algo más, otro jugador lo agarró violentamente por el cuello de su uniforme, empujándolo hacia atrás con furia.
—¡Idiota! —le escupió con rabia—. Si quieres morir, muere tú solo. ¡No nos arrastres a morir contigo!
El ambiente se volvió explosivo.
Y de repente, el inconfundible sonido de un arma siendo cargada.
El caos se detuvo de golpe.
Todos los jugadores se paralizaron al instante, como si el aire en la sala se hubiera vuelto insoportablemente denso. Frente a ellos, un soldado sostenía su pistola, con el dedo firme en el gatillo.
Su voz resonó, fría e inquebrantable:
—No vamos a tolerar ningún tipo de acto que obstaculice este proceso democrático.
Un silencio sepulcral se apoderó de la sala.
—Por favor, reanudemos el proceso de votación.
Los jugadores tragaron saliva, sin atreverse a moverse. La sombra de la muerte seguía cerniéndose sobre ellos. Y, aun así, algunos todavía dudaban.
Los votos seguían acumulándose, uno tras otro, mientras la tensión en la sala se volvía insoportable. El lado izquierdo, donde se encontraban aquellos que habían elegido salir, se llenaba cada vez más. Murmullos ahogados llenaban el espacio. Algunos susurraban con esperanza, convencidos de que se irían de una vez por todas. Otros, en cambio, apretaban los dientes con frustración, temiendo que el juego terminara antes de poder ganar lo que tanto anhelaban.
Finalmente, solo quedaba un jugador por votar.
—Atención. Este es el último votante. Jugador 001.
El aire pareció estancarse en la sala.
Todos los presentes dirigieron su mirada al anciano de cabello canoso, quien, con una tenue sonrisa, avanzó con lentitud hasta la máquina de votación. Su caminar era calmado, carente del miedo o la ansiedad que dominaba al resto. SooJin lo observó con atención y, al reconocerlo, apretó los labios. Era aquel anciano con quien había convivido al llegar, el mismo que, a pesar de todo, sonreía con sinceridad. Pero había algo en él... Algo que se sentía fuera de lugar.
—Es un tumor...
La voz suave de GiHun la sacó de su ensimismo. SooJin giró la cabeza, confundida, hasta que finalmente comprendió.
El anciano les había mencionado anteriormente su diagnóstico de un tumor en la cabeza.
La incertidumbre se apoderó de ellos. SooJin sintió que el estómago se le encogía, su corazón martillándole el pecho.
El marcador parpadeaba en la pantalla.
Rojo: 100
Verde: 100
Todo se resumía a una única elección.
El anciano observaba los botones con una calma inquietante.
—Si desea continuar jugando, presione el círculo. Si desea que el juego termine, presione la equis.
El soldado repitió las reglas con su voz monótona. Pero el anciano no se apresuró. Simplemente, contempló su decisión con una tranquilidad perturbadora.
ojin sentía que cada instante se alargaba en una agonía intolerable. ¿Por qué tardaba tanto?
El sonido de un botón al ser presionado resonó en la sala.
Rojo: 101
Verde: 100
Por un breve momento, la incredulidad congeló a SooJin. Había votado rojo.
El alivio la invadió de inmediato; toda la tensión acumulada en su cuerpo se disipó de un golpe y, sin poder contenerse, dejó escapar un pequeño grito de alegría. Se volvió hacia GiHun, cuyo rostro también reflejaba esa misma sensación de desahogo.
Sin pensarlo, se abrazaron con fuerza, celebrando que la pesadilla por fin había llegado a su fin.
Sin embargo, no todos compartían esa alegría
Mientras algunos soltaban suspiros de alivio y sonrisas nerviosas, otros rompieron en gritos de desesperación.
—¡No! ¡Esto no puede estar pasando!
—¡No podemos parar aquí! ¡La mitad de nosotros murió para nada!
—¡Oigan, los que quieran irse, que se vayan! Pero los que queremos quedarnos, ¡que nos dejen continuar!
La sala se inundó de súplicas y frustración. Jugadores consumidos por la desesperación clamaban por una nueva oportunidad, mientras que otros lloraban, al borde del colapso emocional.
Sin embargo, la decisión ya estaba tomada.
El soldado, con su habitual frialdad, pronunció:
—La mayoría de los jugadores ha votado para terminar el juego. Por lo tanto, este juego está terminado.
Su voz dejó caer una sentencia que ni los gritos ni las súplicas pudieron revertir.
Aun así, un último clamor de resistencia resonó entre la muchedumbre:
—¡Por favor, déjennos continuar! ¡Queremos seguir jugando!
El soldado permaneció impasible.
—Es una pena que debamos despedirnos de esta manera. Sin embargo, no les cerraremos definitivamente la puerta de la oportunidad.
Su tono era mecánico, sin emoción alguna.
—Si la mayoría de ustedes decide volver a participar, tengan por seguro que reanudaremos el juego.
El silencio cayó como un peso insoportable.
—Por ahora, yo los despido.
—mel( ◜‿◝ )♡
Osshh xdon x este cap tan aburrido, realmente tengo el cerebro bn secoo. De todos modos ya en el siguiente capítulo empieza todo lo bueno 😈😈.
Espero que les gusteee, muchas gracias por su apoyo 😭😭🤍🤍. Lxs tqmmm, realmente gracias gracias gracias.
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