" No puedo respirar, pero ¿dije que eso me molesta? "

𝐅𝐈𝐑𝐒𝐓 𝐏𝐀𝐑𝐓: 𝐀 𝐏𝐑𝐈𝐎𝐑𝐈

¿Será que al caer la noche, cuando no queda nada más que la grotesca memoria de tiempos pasados, existe una alma que por más cruel que sea tiene una pizca de benevolencia en su podrido corazón, y, esa pequeña pizca de benevolencia es suficiente para decidir ponerle paro a el sufrir de aquellos que se quedan despiertos viendo al techo con su indescriptible e infinita melancolía? O al menos eso era lo que Tom se preguntaba al caer la noche, cuando el silencio reinaba y la realidad cesaba para dar paso a los sueños, Tom siempre había sido una persona muy apegada a la realidad, no existía para el cosa que hiciera valer la pena el humillante acto de soñar despierto, claro eso solo era porque el pobre Tom todavía no entendía la belleza de lo imposible, pero, pronto con un poco de ayuda lo entendería, tal vez no con la misma perfección con la que entendía la literatura o la astronomía, pero definitivamente no volvería a dudar de algo tan mundano pero tan mágico como lo eran los sueños.

Mientras la suave y pura nieve nieve caía sobre el castillo de Hogwarts, pintándolo de un hermoso color blanco, existían dos almas que por más tarde que fuera no parecían poder ceder sus conciencias al sueño y el cansancio. Tom ya aburrido de la misma monotonía en la cual parecía verse enjaulado, decidió buscar alguna otra parte para hacer lo mismo que haría en su cuarto, leer hasta que sus ojos se cansaran, lo cual solía tardar una eternidad en suceder. El le cedió el poder a sus piernas dejándolas (en un acto que al ser tan extraño uno podría catalogar como etéreo) vagar hacia donde sea que ellas decidieran ir. Eran pocas veces las que Tom se daba la libertad de vagar, sea en el sentido literal o en figurado. Tom había crecido pensando que la libertad era un palabra que el ser humano no conocía el significado de, todos eran esclavos de algo, solo que algunos lo sabían y aceptaban y otros decidían ignorarlo. El viento gélido golpeó con inadvertida fuerza a Tom, pero, su expresión no cambió ni por un segundo. Sentándose debajo de uno de los muchos árboles cercanos al lago negro disfruto pacíficamente (una palabra que sería poco usada para describir a Tom o a sus alrededores) del silencio y la oscuridad que unos segundos después extinguiría con la luz de su varita.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐏𝐀𝐑𝐓: 𝐀 𝐏𝐎𝐒𝐓𝐄𝐑𝐈𝐎𝐑𝐈

La luz de su varita lo ayudó a iluminar sus alrededores, simplemente para asegurarse de que su soledad no fuera amenazada. Sentada algunos metros de Tom, ella no se percató en el momento de la sutil luminosidad que la varita de Tom manifestaba exponiendo así la existencia de otro estudiante acompañándola en el lago, en el momento en el que Tom se percató de lo perfecta que era la situación para su propias necesidades, tal vez Mattheo no pudo hacer el trabajo, pero ambos sabían que la pobre D'Charles estaba un poco más intrigada por Tom que por Mattheo. Rápidamente Tom extinguió la luz de su varita quedando de nuevo en oscuridad, teniendo entonces que forzar la mirada para poder observar a Louise.

La pobre todavía no se daba cuenta de lo que la asechaba, como si ella fuera una gacela, una liebre, una presa. En las manos pálidas de la chica se encontraban múltiples cartas las cuales ella iluminaba con la luz de una vela. Cera caliente cayendo sobre las viejas cartas. Su cara permanecería oculta en la comfortable oscuridad, sus ojos siendo lo único iluminado por la luz de la vela, que, parecía luchar por no acabarse.

Los ojos oscuros de Tom se posaron en los más claros de la joven, y, aunque ella no lo notó, Tom, con su naturaleza de silencioso observador, notó perfectamente la tenue oscuridad que sus ojos cargaban, no por la oscuridad del lugar, no, sino por algo más profundo, algo intensamente arraigado en su corazón, oscuridad que ella misma, sin notarlo, emanaba, junto con, claramente, la melancolía que su perdida mirada poseía, y Tom por más que fuera un inepto cuando se trataba de lo que la gente conocía como amor, el era un genio cuando se trataba de transacciones que le pudieran beneficiar, y la tiniebla en su la alma de la joven le venía como anillo al dedo a un Tom desesperado por la pizca de poder que su padre le podría surtir en copa de plata. ¿Acaso había algo más que el humano deseara con tanto fulgor como el poder? Y si es que habría alguien que llegaría a los mismos extremos que Cronos para asegurarse no ser destronado ese era Tom.

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Parecía que el invierno nunca terminaría, infinitamente frío, infinitamente hostil. Tom iba de camino a clase de adivinación, sus pasos tan imponentes como lo eran solemnes. No vería a la desafortunada señorita D'Charlas el día de hoy, y por mucha paz que este hecho le brindará por el simple hecho de no querer tener cerca cualquier cosa que pudiera disturbar su tan preciada paz de oro, el deseaba con inmensa intensidad el día en el cual el se sentara a la derecha de su padre viendo como todos aquellos que decidieron ir en contra de la voluntad de el majestuoso señor Voldemort eran descartados al interminable sufrimiento y D'Charles lo ayudaría inconscientemente con eso.

Aquel día, parecía que el cielo trataba de mandar un mensaje de alerta a quien tuviera los oídos para escuchar. La incesante caída de nieve parecía gritarle a Louise que regresara a casa, donde, con un poco de suerte, volvería a la normalidad, ¿parecería una opción tentadora, no querido lector? Pero para aquellos como Louise la normalidad no era lo más atractivo. Los relámpagos eran un grito más violento, una advertencia menos sutil, pues obvio era para aquellos que veían la línea de sucesos desde arriba como espectadores que el plan de Tom se desenlazaría en caos.

Ajeno a todo esto, Tom se sentó en su usual puesto colocando sus libros en la mesa y esperando al profesor.