El hijo del océano y la princesa burbujas.
Realizado por: HarleeAdkinds
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Un pequeño bote pesquero flotaba por las turbulentas aguas de camino a la pequeña isla Zurk. Su navegante, un joven hombre, se encontraba tomando firmemente el timón mientras luchaba para que el mar hambriento y los fuertes e impacientes vientos no lo apartaran de su rumbo.
La costa estaba cada vez más cerca, sin embargo no podía confiarse de ello, pues el océano era engañoso. Había oído cientos de miles de relatos de los pesqueros sobre apariciones de criaturas extrañas ante ellos o sobre las fuertes tormentas que arrastraban a las profundidades a los barcos más pequeños.
Su padre, su madre y su hermana habían sido víctimas de una catástrofe climática. Hace algunos años atrás, su padre como capitán del barco iba firme tomando el timón mientras le daba alguna que otra lección sobre como ser un buen capitán, detrás de ellos dos estaban su madre y hermana, ambas eran buceadoras que se sumergían en los arrecifes buscando almejas y otros animales que pudiesen vender en las pequeñas tiendas sobre el muelle.
Sin embargo, ese día una tormenta los alcanzó y todo lo que el niño pudo recordar, fue a su padre gritando su nombre y perdiéndose al fondo del mar mientras a él se lo llevaba la corriente en otra dirección. Nunca supo que había pasado realmente, las investigaciones no habían dado resultado en hallar pistas y todo lo que tenía al despertar era una enorme pena, arena en los calzoncillos y una tabla de madera en la que permanecía grabado el nombre del barco de su padre "IH311".
El joven no permitió que los recuerdos traumáticos de aquella tragedia le afectaran, en cambio se apoyó en la esperanza y la fe que los pueblerinos tenían en él. Lo llamaban "el hijo del océano", pues las enormes olas lo habían traído a salvo hasta la costa en vez de llevárselo a las profundidades.
Sintió un golpe a un costado del bote y a pesar de que se le hizo extraño, lo ignoró. Y de nuevo, el golpe se oyó y un quejido lastimero lo acompañó.
—¿Pero qué... —se detuvo al observar a un cuerpo flotar sobre las aguas en algo que parecía ser un pedazo de tabla.
Inmediatamente corrió hacia el otro extremo del barco pequeño y tomó un salvavidas que siempre lo acompañaba, y lo arrojó al agua intentando que la persona se aferrara a aquel objeto. Nada ocurría, asique no se detuvo a pensar demasiado y se lanzó al agua para ir por aquella persona.
Tomó al cuerpo rápidamente y nadó con algo de dificultad en dirección al bote que ahora dirigía su rumbo hacia otro lado. Como pudo logró subir a la persona y antes de que sus fuerzas se agotaran, se impulsó hacia arriba con ayuda de una soga que permanecía amarrada al barco y subió, dejándose caer al lado de lo que había descubierto, era una joven chica.
La observó algo consternado, en su vida se hubiera imaginado aquella situación y sus pensamientos se enredaron aún más.
Temblando por el frío, se levantó lo suficiente como para permanecer arrodillado a un costado de la chica y comenzó a presionar su pecho desnudo al ver que no respiraba. Siguió con aquella desesperada acción para hacerla reaccionar y finalmente se despertó inclinándose hacia un costado, expulsando toda el agua salada que había ingerido.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado, tratando de observarla a los ojos, pero ella escondía su rostro.
Cuando estuvo a punto de abrir la boca nuevamente para insistirle, se levantó de prisa corriendo al timón para redirigir el bote hacia la costa cerca de su pequeña casa. El bote había tomado rumbo hacia unas grandes rocas puntiagudas que estaban debajo de un precipicio.
La joven chica lo miró extrañada, mientras comenzaba a sentir miedo al estar cada vez más cerca de la costa. Quería ponerse de pie y saltar al mar nuevamente, pero su miedo era mayor y le paralizaba el cuerpo por completo.
En cuanto él llegó a tierra firme, regresó junto a la chica y sobre sus hombros desnudos colocó una manta que llevaba en la pequeña cabina al resguardo de la lluvia. Ella se sobresaltó e intentó alejarse, pero él se lo impidió tomándola por los hombros y agachándose a su altura, buscó una vez más su mirada.
—¿Estás bien? —quizo saber preocupado—. No te haré daño, mi nombre es Jung-kook, pero puedes decirme Kook o Kookie, me da lo mismo realmente —sonrió de medio lado—. ¿Cómo te llamas?, ¿te duele algo?, ¿en qué bote ibas?, ¿había alguien más contigo? —preguntó rápidamente.
Un destello rosado apareció en los ojos de la chica y esta tembló incontrolablemente sintiendo como el interior de su cuerpo comenzaba a dolerle, su llanto se hizo presente y era en forma de una melodía tan melancólica que a Jung-kook le entristeció el alma y se sintió desesperado por ayudarla.
Sin importarle nada, la tomó en brazos sorprendido por lo liviano que era su cuerpo y lo pequeña que se veía entre sus brazos y bajó del barco, cargándola con algo de dificultad para avanzar sobre la arena. La llevaría a casa y subiría a su camioneta para llevarla lo más pronto posible al pequeño hospital del pueblo.
Al llegar cerca de su casa, visualizó su vehículo y cuando quiso dejar a la joven sobre los asientos traseros, esta se aferró a él desesperada.
—Agua... —murmuró con la voz ronca, la garganta le picaba de lo seca que la sentía.
Jung-kook la miró sorprendido y aterrado, sus ojos eran grises con destellos rosas, sus dientes eran un poco puntiagudos y su piel escamosa que comenzaba a pelarse mientras se secaba, tal cual como un pez fuera del agua.
Se metió a su pequeña casa y pasó de largo hacia la bañera donde recostó a la chica apresurado y giró las perillas para dejar correr el agua; poco a poco la bañera comenzaba a llenarse y la chica comenzaba a respirar con normalidad, él se sorprendió en cuanto esta se deslizó hacia abajo y se acostó abrazando sus rodillas en posición fetal, respirando debajo del agua como si no le afectara.
Se colocó de pie y se alejó rápidamente chocando con el lavabos, tirando al suelo un vaso junto con un cepillo de dientes.
La chica se sobresaltó ante el ruido y asomó su rostro por el borde de la bañera, para mirarlo directamente.
—¿Qué eres? —preguntó él, ante ver como su piel brillaba y sus ojos brillaban menos, obteniendo un color gris oscuro y rosado fuerte.
Ella no emitió sonido alguno, pues no podía entenderlo del todo. La frustración de Jung-kook era evidente, incluso lo superaba más que el miedo.
Tomó la decisión de ocultar a aquella chica, no quería que fuese a parar a algún tipo de acuario donde la expondrían y explotarían para ganar dinero; también pensó en devolverla al océano pero esta se negaba a salir de aquella bañera y cada vez que él trataba de levantarla, ella trataba de morderlo o gritaba tan agudo que rompía los cristales.
Con el paso del tiempo, mientras más observaba a aquella extraña criatura de viejas historias, notaba que le gustaba hacer burbujas en el agua y luego las reventaba como si fuera lo más divertido de todo el mundo. Decidió apodarla como "princesa burbuja", no podría quejarse, después de todo no le entendía al hablar. Ella tampoco decía nada, solo hacía pequeños ruidos.
Algo cansado de tratar de adivinar lo que ella quería, buscó la manera de enseñarle su idioma y así fue, como con el paso de los años, la chica aprendió a hablar con cuentos para niños que él utilizaba para enseñarle.
—¿De verdad? —había preguntado ella, mientras Jung-kook sumergía una manta en la bañera y le indicaba que se acomodara sobre ella.
Quería sacarla del agua, pero no quería que su piel se secara y comenzara a descamarse entera por toda su casa. Odiaba limpiar escamas.
—Lo verás por ti misma —le había respondido mientras concentraba toda su atención en lo que hacía.
La cargó en brazos y sin importarle mojar su ropa o dejar un rastro de agua por toda la casa, caminó hacia afuera, donde en el patio poseía una pequeña piscina.
Ella había chillado de emoción y antes de que él pudiese bajarla con cuidado, ella saltó de entre sus brazos hacía el agua, salpicando todo a su alrededor.
Se sentía dichosa por la sorpresa, dentro se la piscina habían plantas acuáticas y rocas, también algunos pecesitos simulando un arrecife de mar, incluso el agua era de allí.
Salió a la superficie haciendo grandes burbujas y nadó hacia la orilla, donde Jung-kook acababa de sentarse, introduciendo sus pies en el agua.
—Gracias... —murmuró apenada—... me gusta mucho.
Él simplemente asintió.
Desde el momento en el que ella había aprendido a hablar, le preguntó respecto a su pasado y todo lo que ella le había contado era que había huido del lugar que la había visto crecer porque había alguien que trataba de cazarlos, muchos habían muerto pero ella era de las pocas sobrevivientes.
Ella tomó su mano y la sumergió al agua para meterlo por complero, Jung-kook había entendido y se dejó hacer mientras disfrutaba del atardecer en aquel lugar junto a la única que había sido su compañera durante los últimos años.
—¿Me dirás tu nombre, alguna vez? —preguntó él, mientras ella le seguía negando con su cabeza.
Miró al atardecer y su mirada se oscureció con tisteza—Me gusta princesa burbuja, solo dime así —le respondió.
Él le salpicó agua en el rostro para distraerla, no le gustaba aquella mirada que solía poner cuando recordaba su pasado.
Ella soltó un chillido de alegría y lo tomó de la mano sumergiendo a ambos. Sus miradas jamás se abandonaron mientras estaban allí y a pesar de que Jung-kook quería salir por aire, no quería romper el contacto visual.
Era una chica hermosa, no tenía aletas ni nada parecido a lo que describían, sino que era como cualquier chica normal salvo por el color de sus ojos y porque si su piel se secaba, comenzaban a caerse escamas.
De pronto sintió un cálido contacto sobre sus labios, ella lo estaba besando para que no le faltara el aire. Lo llevó hacia la superficie y ambos siguieron mirándose a la cara.
—Me gustas, hijo del océano... —murmuró apenada, con una melodiosa voz.
Jung-kook contuvo el aire, era lo más irreal que había vivido alguna vez pero no podía negar lo que sentía porque eso si era real.
—Me gustas, princesa burbujas —sonrió suavemente.
Tomó la mano de ella y la acercó a su cuerpo, para luego llevar su mano a su mejilla donde comenzó a acariciarla con suavidad, al mismo tiempo que ella cerraba sus ojos. Su piel era ligeramente tornasolada debajo del agua y a pesar de que a veces podía sentirse un poco viscosa, no le cambiaría nada porque era simplemente y extrañamente hermosa.
Sin hacerla esperar más, inclinó su rostro y acortó la distancia entre sus labios.
Y así fue como, el hijo del océano y la princesa burbujas, sellaron su amor genuino.
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