Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

EL OSO

Relato por: Nefilim_624

...


A ojos de un niño, Halloween es la mejor fiesta del año. Aunque no si debes pasarlo en el hospital.

Llevaba horas allí, esperando en los incómodos asientos de la sala de espera, oyendo de lejos el alboroto de los ocupados médicos y las toses de los pacientes que esperaban junto a ellos. Todo empezó apenas unas horas antes.

Había estado trabajando desde muy temprano en su disfraz -que consistía en un montón de ropa negra y un maquillaje que trataba de imitar un esqueleto, pero que no resultaba muy creíble al estar realizado por un niño-, tal vez por eso no se enteró de cuando su madre llegó.

La mujer llegó resoplando y se quitó los zapatos para dejarse caer en el sofá, completamente agotada. Cuando el niño salió del baño descubrió que ya se había servido una copa de vino y se encontraba cambiando de canal sin dar con nada interesante para ver. No le dirigió una sola mirada hasta que este no se acercó, entonces entornó los ojos y suspiró.

—No sé si vamos a ir a por caramelos esta noche, estoy muy cansada.

—Pero me dijiste que... —comenzó a protestar el pequeño mientras meneaba su calabaza de Halloween con pesar, pero fue interrumpido por el sonido del teléfono.

Su madre se apresuró a responder y, antes de poder darse cuenta, estaban en el coche camino del hospital. Su madre tenía que cubrir una baja y él la esperaría pacientemente en la sala de espera, con la esperanza de que al acabar pudiesen visitar una casa o dos y obtener algunos dulces.

Las horas pasaban lentamente para un niño que se aburría; las revistas -viejas y descoloridas- no le interesaban y las únicas personas que había en la sala no parecían tener interés en hablar -algo lógico tratándose de familiares de gente enferma-.

El chico suspiró antes de levantarse y caminar con lentitud, necesitaba hacer algo, cualquier cosa, para ocupar su mente. Desde hacía horas el maquillaje que cubría su cara le picaba de una forma espantosa y cada vez le resultaba más difícil no sucumbir a la tentación de retirarlo por completo de su cara. Era como si ese maquillaje representase su última esperanza de un Halloween apasionante, no podía renunciar a él.

Se encontraba dando una quinta -o tal vez sexta- vuelta a las sillas situadas en el centro de la sala cuando algo llamó su atención; una niña, como él, que paseaba por el pasillo.

Llevaba solo una bata blanca de hospital y su larga melena negra casi parecía flotar tras ella, una de sus manos estaba alzada como si sostuviese la de otra persona, pero paseaba sola. Avanzó por el inmaculado pasillo con pasos firmes pero lentos, como si estuviese disfrutando de su travesía. Fue entonces cuando, justo antes de desaparecer tras la pared que delimitaba la sala de espera, que dejó caer algo al suelo.

El chico se apresuró a llamarla pero, cuando se asomó al pasillo, la chica ya no estaba. Intrigado, tomó el objeto entre sus manos.

Se trataba de un peluche, un oso que en su día fue de un suave tono marrón, pero que ahora se encontraba oscurecido por el paso del tiempo y la suciedad. Alzó al pequeño animal de tela y este casi pareció devolverle una mirada triste con su único y brillante ojo negro. No tardó en comprender el significado de dicho pesar.

Aún se encontraba observando al pequeño animal, perdido en su desgarradora mirada, cuando algo lo golpeó haciendo que el peluche casi cayese de sus manos. Se giró con el corazón acelerado para observar el origen del golpe y sintió cómo su rostro comenzaba a enrojecer al descubrir que se trataba de un anciano.

El hombre no le miraba, no parecía estar mirando a nada en concreto. Solo caminaba arrastrando los pies -produciendo un espantoso sonido cuando sus desgastadas zapatillas rozaban el suelo- con la mirada perdida mientras parecía susurrar algo. El niño se acercó un poco más para intentar distinguir sus palabras, pero sus susurros casi parecían perderse en la oscuridad que los rodeaba.

Entonces el hombre dirigió sus ojos -abiertos en exceso por una permanente expresión de horror- hacia él haciendo que su corazón diese otro salto dentro de su pecho. Su camino se detuvo durante unos segundos que dedicó a observarlo, hasta que apretó con fuerza -tanta que sus nudillos se tornaron blancos- la base del gotero de arrastraba y continuó su camino. Intrigado, el niño le siguió para descubrir que su camino finalizaba en lo que parecía ser una imponente puerta roja.

En un pasillo que se hallaba en completa penumbra, se podía distinguir una brillante luz tras ella y, justo antes de alcanzar su cálido resplandor, una enfermera se acercó al hombre para ayudarle a llegar.

Asustado, el chico comenzó a retroceder, tenía la sensación de estar presenciando algo indebido, algo siniestro y perverso, emoción que se incrementó cuando la enfermera -de una belleza impresionante-le dirigió una mirada y mostró la sonrisa más aterradora que hubiese visto en su vida.

Fue lo que necesitó para salir corriendo por los pasillos del hospital que, de un momento a otro, se había llenado de pacientes que avanzaban hacia la misteriosa puerta roja junto a sus propias enfermeras. Sentía cómo el aire frío y el fuerte olor a desinfectante entraban con dureza en su cuerpo mientras se esforzaba en correr lo más rápido posible, echando la mirada atrás cada pocos metros para observar si le seguían. Esa fue su perdición.

De nuevo, volvió a chocar, pero esta vez no se trataba de un paciente.

Una nueva enfermera -igual de hermosa, pero igual de siniestra- le hizo caer al suelo. Curvó sus labios en una afilada sonrisa antes de agacharse junto a él y extender una mano.

—Vamos pequeño, es momento de avanzar.

—N-no... No quiero. —Las palabras salían entrecortadas de su seca y agrietada garganta que comenzaba a cerrarse por el peso de las lágrimas.

Sus ojos ardían y se hinchaban mientras esa mujer agarraba su brazo con demasiada fuerza y tiraba de él para ponerlo en pie, le forzó a caminar en dirección a la puerta y, con cada paso que daba, su temor crecía hasta el punto de que toda la sala comenzó a dar vueltas. Las náuseas llegaron como el precedente al desmayo en que casi cae.

—Cariño, ¿qué haces? —La dulce y cansada voz de su madre llegó a él como la luz de un faro en una noche de tormenta. Le ofreció consuelo y una base sobre la que fijar su conciencia, los mareos habían desaparecido al igual que la enfermera y los pacientes.

Solo existía su madre al final de un oscuro pasillo, con una cálida y llamativa luz que recortaba su figura. Sin pensarlo, corrió hacia ella que le recibió con los brazos abiertos y el mejor abrazo que podría haber esperado nunca. No tardó en percatarse de que algo iba mal.

El abrazo de su madre, al principio cálido y reconfortante, comenzó a aumentar en fuerza y presión. Intentó alejarse de ella, pero sólo logró que su agarre fuese más tenso.

—Mamá... Me duele... —se quejó mientras se retorcía para mirarla a la cara, fue entonces cuando pudo percibir el rostro distorsionado de su madre que reía de una forma espantosa.

Sintió cómo todo el aire de sus pulmones lo abandonaba mientras la risa de esa mujer se extendía y rebotaba por los pasillos del hospital. Poco a poco, su agarre fue aumentando hasta que sus huesos comenzaron a crujir de forma aterradora. El niño gritó, pero nadie lo oía.

Solo pudo permanecer inmóvil, mordiendo su labio con fuerza hasta partirlo y sentir el metálico sabor de la sangre en la boca, soportando el dolor de sus huesos rotos como mejor podía, observando la aterradora estantigua.

Cuentos de pacientes, todos con la mirada perdida como el viejo, avanzaban lentamente hasta la puerta que se hallaba frente a él. Todos, grandes y mayores, iban acompañados de enfermeras que reían sin cesar dejando ver sus verdaderos rostros.

Porque él podía verlo; el osito había sido un regalo de la niña, era una invitación a ese otro mundo. Gracias a él había podido ver todas esas almas condenadas que avanzaban con terror hacia su eterna perdición.

Las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas, destrozaban su maquillaje pero ya no le importaba, al igual que el dolor o la necesidad de escapar. Ya nada importaba, no a donde él iba.

Dejó que esa mujer tomase todo su cuerpo como si de un muerto se tratase y lo llevase hacia el otro lado. Se vio forzado a cerrar los ojos cuando atravesaron la cegadora luz para hallar un espantoso escenario, un lugar habitado únicamente por la desesperación y la miseria humana, un lugar del que ya nunca podría escapar.

Mientras tanto, al otro lado del llamativo umbral, una madre lloraba al encontrar el cuerpo de su hijo, tendido en el suelo del hospital, sosteniendo únicamente un osito de peluche entre sus pálidos dedos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro