Lee Donghyuck
El coreano insulta a través del micrófono de sus audífonos. Estaba en una partida de un juego, la cual para desgracia de sus rivales, perdió. Porque sí, era mucho mejor perder que escuchar los insultos de un omega gruñon que no pasa el metro setenta y cinco.
Ajá, que no te deje engañar el porte de minion que carga, Haechan puede ser el mismísimo demonio de Tasmania si lo provocas.
Renjun está en la cama del menor, viéndolo jugar. Sabe lo aficionado que es el otro omega por los videojuegos, y disfruta mucho ver la pasión que le ponía. Es como mirar a un osito agresivo, pero que a la vez, es sumamente adorable y enérgico.
Sus pies están sobre el respaldo de la cama y sostiene su rostro en sus manos, apoyando los codos en el colchón.
El menor voltea, ya más tranquilo de la derrota y le dedica una media sonrisa a Renjun, quien se la devuelve.
—¿Quieres jugar, enano?
Enano, aunque al principio lo usó para despreciarlo, ahora va dirigido con puro amor. Haechan no puede negar que en un inicio, cuando no lo conocía, Huang le caía extremadamente mal. Y no es que alguna vez el chino haya hecho algo contra él, solo le sacaba de quicio el constante silencio en el que vivía, además de encontrarlo algo raro.
Pero todo cambió cuando el omega más bajo le sonrió por primera vez, mostrando sus pequeños y adorables colmillos. Con esa sonrisa, Donghyuck sintió morir y revivir unas cien veces. Recuerda que le prestó (de mala gana) una de sus plumas y Renjun agradeció con la cabeza mientras hacía aquel hermoso acto. Desde ahí no se olvidó del azabache nunca más.
Y con lo extrovertido que era, no tardó en acercarse a él. Aunque al inicio les costó tener que aguantar los comentarios de mierda de sus compañeros, esos que decían que un omega debería estar con un alfa, no con otro omega, lo superaron rápidamente. Porque si había algo con lo que ambos estaban de acuerdo, era que para cosas de amor y predestinados, no habían reglas.
—Mmh, prefiero verte, Lee Donghyuck —respondió el mayor, ladeando la cabeza.
Lee Donghyuck... No sabe en qué momento Renjun comenzó a llamarle así, pero ya no dejaba de hacerlo. Parecía todo un gato curioso mirando a su al rededor, buscándolo en algún recreo u hora de almuerzo, mientras pronunciaba su nombre y apellido juntos.
Huang Renjun era un gato. Uno muy lindo, por cierto.
Haechan asiente, aunque deja de lado sus cascos y arrastra la silla de rueditas hasta los pies de la cama, donde Renjun lo mira sin expresión.
—Eres lindo, enano —susurró, apartando un mechón de su rostro. Sonrió al notar como el color subía a las mejillas contrarias y besó rápidamente su nariz, achinando los ojos en el acto.
Renjun tuvo que girar el rostro, Haechan tenía una sonrisa maravillosa. Era gamosa y sus ojitos se volvían dos lineas, siendo elevados por sus abultadas mejillas. Le costaba controlar sus emociones, haciéndolo sentir con demasiadas ganas de querer arrancarse el corazón. No podía con tanto.
—Mírame —demandó y Renjun obedeció. No perdió la oportunidad y tiró del cuerpo del mayor, sentándolo sobre su regazo.
Y luego de una larga sesión de besos, Haechan lo apoyó en su pecho, acariciando su cabello con cariño. Aún con el chico en esa posición, hizo un esfuerzo y volvió a su computadora para jugar otra partida con su mimado gatito ronroneando sobre su corazón, que latía tan fuerte, que Renjun también se emocionó.
Amaba al peleador de Lee Donghyuck y no le importaba tener gritándolo maldiciones básicamente en su oreja a los jugadores por el resto de la tarde.
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