Borde e innecesariamente terco
—Creo que eres mi alfa, Jeno.
—No.
—Pero lo siento, aquí —apunta su pecho.
—Que no, joder.
—¡Mi lobo lo presiente, Jeno-ah!
Renjun no era de elevar la voz, pero se sentía muy frustrado ahora mismo.
Lee Jeno era el alfa más perfecto que conocía, aunque también el más idiota.
—Pues tu puto cachorro se equivoca.
—¡Pero tú me dijiste que también lo sentías cuando me besas-!
La grande palma de Jeno tapa sus labios, impidiéndole que siga hablando.
—Cállate, quieres —le mira con el ceño fruncido, molesto.
—Pero... —logra murmurar entre los dedos del menor, con una mueca de confusión pintada en su rostro.
Jeno quita su mano, alejándose lo antes posible.
Desde que conoce al pelinegro, se sintió atraído, buscando cada excusa para estar cerca suyo. Jeno casi siempre se comportaba rudo y tosco, como lo era con todos, mas habían momentos en los que era dulce, agradable. Hasta llegaba a hacerle mimos en su cabello.
Todo ese cambio de actitud dejaba a el pobre omega confundido, sintiéndose aceptado, y luego rechazado.
Su cara de desagrado hizo a Renjun temblar.
El receso había acabado y ambos se encontraron por casualidad en los baños.
—No me sigas.
—¡No lo hago, lo prometo! —comenzó a negar con las manos, avergonzado. De todas formas se acercó a el más alto, quien arreglaba su camisa frente al espejo.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué me rechazas?
—Porque no me gustas —se encogió de hombros, girándose para quedar frente a él.
—Me besaste, ¿recuerdas? Siempre lo haces de hecho, y fuiste-
—¿Qué te he dicho de decir esas cosas en voz alta? —se acerca, sosteniéndole uno de sus brazos con fuerza. Su mirada era intensa.
Renjun tragó saliva.
Fue ahí cuando Jeno cayó en cuenta de la cercanía de sus cuerpos, junto a la respiración agitada de el castaño.
La tensión que se generó, se esfumó en cuanto un beta salió del cubículo, y fue directo a lavarse las manos. Alfa y omega guardaron silencio hasta que el muchacho se fue.
Lee suspira, retrocediendo un paso.
—¿Qué tengo que hacer para demostrarte que estamos unidos? —vuelve a insistir.
—No, no, Renjun —comenzó a negar rápidamente—, no eres mi omega y-
La extremidad de Renjun tomando la suya de repente, lo agarra por sorpresa, cortándole el habla. Sus dedos eran suaves y pequeños.
—Por favor, Jeno... No me digas eso si luego vas a buscarme... —comenzó a soltar feromonas de tristeza, que hicieron a el otro descomponerse un poco—. ¿De verdad... n-o sientes nada? ¿Absolutamente n-nada? —perecía un gatito perdido mirándolo hacia arriba, con sus cejas en claro gesto de dolor y sosteniendo débilmente su mano.
—N-No, Renjun. Ya te lo dije.
Y notó como esos bonitos ojos gatunos se cristalizaron, a punto de romperse frente suyo. Su lobo comenzó a aullar dentro de su pecho, suplicando por acercarse.
Pero Jeno... Jeno era un alfa borde e innecesariamente terco.
—Es-está bien... Disculpe si fui una molestia, Jeno-ah —usó un repentino formalismo, con tono serio.
Limpió la diminuta, pero sincera lágrima que cayó por su pómulo y se alejó.
A partir de ese día, el castaño se mantuvo distante, sin siquiera echarle una mirada. Estaba decidido a ignorar a el chico que le rompió el corazón, que lo utilizó para un par de besos nada más. Aunque no lo mal interpreten, no era algo contra Jeno, no sentía resentimiento hacia él, Renjun no era de ese tipo de personas. Más bien lo hacía para protegerse, para intentar que sus sentimientos dejaran de florecer y por fin se marchitaran.
Quería dejar de estar enamorado. Quería descansar.
Con la cabeza metida entre sus brazos, Renjun dormitaba en la cafetería de su escuela, realmente agotado. Ha tenido un buen de pruebas esta semana y ya han pasado dos noches de largo estudiando.
Se le olvidó el almuerzo en casa y no tenía muchos amigos como para sentarse con ellos, así que estaba solo en esa mesa, intentando descansar.
Un fuerte agarre en sus hombros lo asusta, tomándole desprevenido. La gente al rededor le observa curioso, pero el chico no entendía.
El mismo brazo tira de él, levantándolo de la silla. No le fue necesario voltearse porque en ese mismo instante sintió ese particular olor a bosque y ligero tabaco.
El pelinegro lo tomó por debajo de la axila, arrastrándolo sin decir absolutamente una palabra.
Y cuando Renjun estuvo a punto de hablar, Jeno ya la había sacado del comedor, dirigiéndose al mismo baño donde estuvieron juntos la última vez que se vieron.
Lo empujó, obligándolo a que entrara por completo y cerró la puerta tras su espalda, y ágilmente logró colocarle seguro sin ver la cerradura, importándole poco que el resto de alumnos no pudiesen ir a hacer sus necesidades.
Renjun seguía aturdido. Su cuerpo quieto, pero sus pupilas dilatadas hicieron que Jeno se acercara con brusquedad, tomándole del cuello de su camisa, pegándolo al lavamanos con fuerza. No le importó el gemido de dolor que soltó el omega y atacó sus labios con la desesperación haciéndole cosquillas.
Huang quedó en blanco. Por más que Jeno siempre iniciaba sus encuentros así, con cero delicadeza y un poco de agresividad, pensó que se habían acabado.
Cuando las manos ansiosas del menor le sostuvieron la cintura, apretándolo más contra la cerámica, fue cuando Huang Renjun se rindió.
Correspondió el beso, se dejó dominar por sus partidos labios, se dejó libre ante lo que el alfa quisiera hacer, sus manos recorriendo su piel y sus respiraciones agitadas a más no poder.
Renjun llevó sus brazos por detrás de su cuello cuando Jeno lo subió al lavamanos, posicionándose entre sus piernas.
Pero algo en su corazón le decía que las cosas no estaban bien. Jeno siempre fue poco cuidadoso, mas aquel beso se sentía diferente. Era amargo, casi triste.
Sintiendo pena, se separó de el pelinegro, empujándolo suave por el pecho.
Jeno lo miró confundido, a punto de reclamar, pero Ren se adelantó:
—¿Qué pasa...? —le preguntó con un tono tan preocupado, que Jeno quiso llorar.
En general, una mirada de lástima lo hubiese hecho molestarse, refunfuñando que él no necesitaba la lástima de nadie, pero los ojitos de Renjun, sus pestañas largas y perfectas, su puchero, sus cejas demostrando preocupación... Jeno se rompió; el alfa tosco y serio se hundió en el pecho de el omega, sollozando.
Por unos instantes, Renjun no supo qué hacer. Es decir, estaba seguro que si le contaba a alguien la escena que estaba pasando frente a sus ojos, no le creerían.
Y no era para menos.
Pero su lobo reaccionó, llorando también. Lo abrazó con fuerza, dejando que el chico menor se desmoronara en sus brazos. Le acarició el cabello y lo enrolló con sus piernas. Volvió a aceptar, de alguna forma u otra, estar a la disposición de Lee Jeno cuando este quisiera.
Cinco minutos después el alto se separa un poco, limpiando sus ojos y observándolo.
Renjun iba a preguntarle si estaba bien, pero Jeno volvió a juntar sus labios en un beso desesperado, aunque esta vez se fue regulando hasta que el contacto entre sus belfos se volvió suave, tranquilo y cariñoso.
Lee pasó su extremidad derecha por detrás de la cintura de Renjun y la izquierda buscó su mano, entrelazando sus dedos en un acto romántico.
Renjun estaba contento de volver a tenerlo de vuelta, aunque con el miedo y la inseguridad en su pecho.
Unos minutos después, el alfa volvió a separarse.
—L-Lo... Y-Yo lo siento, Renjun... —el mencionada guardó silencio—. Yo, m-me cuesta aceptar lo mucho que me gustas. Toda mi vida mi padre se encargó de enseñarme que me enfocara en mí y sólo en mí, que el tener omega te hace débil. No es que él quiera que pase una vida en la soledad, pero mamá se fue con otro alfa hace unos años y lo dejó marcado supongo...
No se esperaba una explicación, no esperaba que se abriera ante él. Ya verlo llorar fue un shock en su cabeza.
Y aunque nada le aseguraba que Jeno al día siguiente no se comportara como un imbécil, ignorándolo hasta que estuvieran a solas, su corazón latía de pura felicidad.
Podía ser aquello un avance.
No dijo nada, tampoco sabía qué, así que hizo lo que sintió mejor; sus labios fueron a la punta de la nariz del mayor, dejando un adorable beso, después siguió por sus mejillas, sus pómulos y su mentón.
Ambos lobos ronronearon a gusto, y por primera vez en muchos años, Jeno tenía un preciso color rosa en sus cachetes.
Ese gesto de amor puro, siendo mucho más honesto de lo que alguna vez tuvieron, le hicieron a Jeno entender que no necesitaba palabras de consuelo (que tampoco quería); con todo eso, entendió que ya estaba perdonado.
—Estás soltando feromonas de felicidad, Jeno-ah~ —soltó una pequeña risita, que logró marearlo. Un sonido único y hermoso.
Jeno rió también, tenía razón. Rodó los ojos antes de caer rendido a los brazos de su omega.
Su omega, porque Renjun era el omega de aquel borde e innecesariamente terco alfa. Siempre lo ha sido.
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