
𝐄-𝟐𝟏┆𝕱𝖎𝖗𝖊 𝖆𝖓𝖉 𝖇𝖑𝖔𝖔𝖉
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El golpe de realidad no dejaba moretones, pero se sentía como un impacto brutal en el cuerpo y la mente, un choque que sacudía hasta la última fibra de mi ser.
El aire se volvió espeso y sofocante, como si de repente me hubieran arrebatado la capacidad de respirar. Sabía que tenía que moverme, hacer algo, cualquier cosa, pero mi mente se negaba a procesar lo que veía. El miedo se aferraba a mí con garras heladas, inmovilizándome. Sentía la sangre convertirse en hielo en mis venas, mientras un torbellino de pensamientos me golpeaba sin piedad.
Él... él estaba ahí. Sentado frente a mí. Tranquilo. Dormido.
Y a su lado, una cuna. Mi hermana. Tenía otra hermana.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Mi padre estaba aquí. Respirando el mismo aire que yo. Y no era un recuerdo, ni una ilusión. Era real. No podía quedarme quieta. No podía permitirme perder el control.
El diario.
La idea cruzó mi mente como un relámpago y me aferré a ella como si fuera mi última esperanza. Un hechizo. Tenía que encontrarlo.
Exhalé despacio, tratando de que mi voz no temblara al susurrar las palabras de un conjuro de localización. El poder fluyó a través de mí, expandiéndose por la habitación como una onda invisible, hasta que sentí una ligera vibración bajo mis pies. Debajo del suelo. El diario estaba escondido bajo las viejas maderas del piso.
Mis manos temblaban mientras me arrodillaba y deslizaba los dedos por la superficie de la madera, buscando cualquier señal de un compartimento oculto. Tenía que ser rápida. No tenía tiempo.
No podía despertarlo. Vamos, Adhara. Sé rápida.
El miedo se arrastraba por mi piel como una sombra fría, susurrándome al oído que, en cualquier momento, mi padre abriría los ojos. Qué me vería ahí, saqueando su casa. Que me detendría. Que no saldría viva.
Un crujido sordo bajo mis dedos. Ahí estaba. Con un último esfuerzo, levanté la madera y mis manos se cerraron en torno al lomo del diario. Lo tenía.
Me puse de pie de un salto y me obligué a salir de la habitación con pasos apresurados pero silenciosos. Apenas crucé la puerta, rompí en una carrera frenética por el pasillo, tropezando con mis propios pies. Cada latido de mi corazón retumbaba en mis oídos, cada sombra parecía moverse con vida propia, acechándome.
Llegué a la sala. Mairin, Chase y Deo estaban allí.
Me detuve de golpe, tratando de recuperar el aliento. No sé qué expresión tenía en el rostro, pero en cuanto me vieron, algo cambió en ellos. Sus cuerpos se tensaron, sus miradas se afilaron, y en un solo movimiento, alzaron sus armas y se posicionaron frente a mí.
Sus ojos estaban fijos en ella. La pelirroja.
Ella, en cambio, permanecía impasible. Su postura relajada, su expresión tranquila, casi entretenida.
—Lo tuviste aquí todo este tiempo... —Mi voz apenas fue un susurro tembloroso.
Ella inclinó la cabeza, como si analizara mis palabras, como si ya conociera la respuesta antes de que yo siquiera formulara la pregunta.
—Misterio resuelto, Abernathy —dijo con una sonrisa burlona—. Aunque deberíamos tratarnos mejor... somos familia.
Familia. La palabra se clavó en mi mente como una daga. Era su hija. Ella...
—¿Quién eres realmente? —gruñó Mairin, alzando su espada en amenaza.
La pelirroja mantuvo su sonrisa, sin una pizca de miedo.
—Soy servidora de tu madre, niña. —susurró, su tono impregnado de un peligro latente—. Ella te da lo que quieres... a cambio de tu lealtad.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Y qué pediste tú?
Ella me miró directo a los ojos, su expresión ensombreciéndose con algo entre la satisfacción y la tragedia.
—A tu padre.
El mundo se inclinó sobre sí mismo. No me dio tiempo de reaccionar. El sonido de la vela al chocar con el suelo fue insignificante comparado con lo que vino después.
Las llamas se expandieron en cuestión de segundos, como si hubieran estado esperando este momento para consumirlo todo. Pero no era fuego ordinario. Era fuego griego.
Las llamas esmeraldas se elevaron, rugiendo con vida propia, reflejándose en los ojos de la pelirroja mientras sonreía con la calma de alguien que ya había ganado.
El calor me golpeó de inmediato, sofocante, asfixiante.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Chase, retrocediendo con los ojos abiertos de par en par.
Las llamas se extendieron demasiado rápido, devorando muebles y paredes, todo lo que tocaban. La casa estaba condenada. Y nosotros con ella.
El humo se deslizó a nuestro alrededor como una criatura viviente, sofocante, implacable. Se colaba en mi garganta, nublaba mi visión y convertía cada respiro en una batalla contra el ardor que consumía mis pulmones. Traté de moverme, de alzar un brazo, pero mis músculos no respondían. El suelo parecía haberse vuelto un pantano invisible que me sujetaba con cadenas invisibles.
A través de la neblina oscura, sus pasos resonaron con un ritmo lento y seguro, como si saboreara cada segundo de nuestro sufrimiento. Su silueta se fue definiendo entre el caos: espalda recta, mentón en alto, el brillo sádico de sus ojos iluminado por las llamas que comenzaban a rodear las paredes. La maldita Halsey.
—Ariadne —pronunció su nombre con una mezcla de desprecio y burla—. Ella llegó después que nosotros y obtuvo a tu padre. Como si nada. Como si fuera un estúpido juguete más para ella.
Sus palabras estaban impregnadas de un odio antiguo, uno que no había nacido esa noche, sino que se había gestado durante años, tal vez décadas.
—Yo lo amaba más. Yo siempre estuve para él. Pero ni siquiera fui considerada una opción.
Sentí su mano aferrarse a mi barbilla, sus uñas clavándose ligeramente en mi piel al obligarme a mirarla. Su rostro estaba a escasos centímetros del mío, y en su expresión no había más que satisfacción.
—Pero, linda... —susurró con una dulzura tan falsa—. Gracias a la interrupción de Ari entre tu padre y yo, obtuve unos buenos aliados. Cuando a Hecate dejó de importarle tu padre, me lo dio en bandeja de oro.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Completamente a mi merced.
Mi corazón golpeó contra mis costillas.
—Él me escogería porque yo se lo pediría. Porque yo lo controlaría.
Apreté los dientes con rabia, tratando de ignorar el temblor en mis manos.
—¿No es el regalo perfecto?
El asco y el enojo se entrelazaron dentro de mí hasta volverse insoportables.
—Eres un monstruo, igual que ellos.
Ella parpadeó lentamente, como si considerara mis palabras, antes de soltar una suave carcajada.
—¿Yo? ¿Un monstruo? —Sacudió la cabeza con fingida incredulidad—. Uno tiene que tomar ciertas decisiones para conseguir lo que quiere, Adhara.
Inclinó el rostro hasta que su aliento caliente chocó con mi piel.
—Y el título de monstruo es parte de tu apellido. Ahora también mío. Como siempre debió ser.
Mis labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos.
—Incluso tuvimos una hija —continuó, con un dejo de satisfacción venenosa—. Como él hubiera querido.
—Es un zombi —logré decir con un hilo de voz—. No tiene alma. Su alma murió hace mucho tiempo. Solo es tu maldito títere.
No vi venir el golpe. El impacto de su mano contra mi rostro hizo que mi cabeza girara con violencia. El ardor se extendió por mi mejilla-
—Es su hija —espetó con fiereza—. Es una maldita Abernathy, al igual que yo. Se parece a él. Más de lo que tú a él. Ella sí es digna de ser su hija, no como una estúpida niña que no puede aceptar que toda persona que la ha amado la ha traicionado. No como una niña que está condenada al sufrimiento y la perdición de su familia.
—Tú no sabes nada de mí.
—Sé de ti más de lo que crees saber de ti misma.
Detrás de mí, el sonido de Mairin murmurando un hechizo se entremezclaba con las toses entrecortadas de Chase y Amadeo. El humo se volvía más denso, más oscuro, y el calor del fuego comenzaba a rodearnos.
—No lo lograrás, hija de Hecate —se burló la pelirroja—. Fue la cortesía de tu madre. Solo las necesita a ustedes dos vivas.
—Y bueno, a Asteria también le gustaría obtener a Adhara.
El nombre fue como un disparo en mi mente.
—¿Ella no estaba desterrada?
—Lo está. Y por eso bendijo a mi hija.
Mi piel se erizó.
—Ella será su campeona. La que la liberará. La que lleva su nombre. Está destinada a la grandeza.
La risa burlesca en su tono me erizó la piel, pero no tanto como lo que esas palabras significaban.
—La están usando —murmuré—. Como a mí...
Ella inclinó la cabeza con fingida compasión.
—A ti te utilizaron, Adhara. A ella la entrenarán para la grandeza. La protegerán. Será la semidiosa más poderosa de todas.
—Ni siquiera es una semidiosa. Solo un legado. Así que no le otorgues el título que sabes que me pertenece por derecho. Mi padre tenía muy claro cuál era mi destino.
Vi cómo la rabia oscurecía sus ojos antes de que sintiera su mano cerrarse enredando mi cabello.
—¡No! —Intenté resistirme, pero el dolor punzante en el cuero cabelludo me arrancó un jadeo.
Ella tiró de mí con violencia, arrastrándome por el suelo.
Mis uñas arañaron la madera en un intento desesperado por aferrarme a algo, cualquier cosa.
Los gritos de Chase y Mairin quedaron atrapados entre el humo. Amadeo jadeó mi nombre, su voz desgarrada.
—¡Déjala! —El grito de Deo fue lo último que escuché antes de que el fuego rugiera a mi alrededor y la oscuridad me envolviera.
El suelo quemaba bajo mi piel mientras me arrastraba las astillas, clavándose en mis brazos con cada movimiento forzado. El humo se deslizaba por mis piernas, enroscándose en mi garganta. Me sentía atrapada en una pesadilla sin fin.
Ella me arrastró hasta la habitación de mi padre. Él seguía allí. Dormido. Inmóvil.
Las llamas parecían tocar su cuerpo, absorber su piel con su resplandor anaranjado, pero él permanecía intacto, indiferente al fuego que consumía todo a su alrededor. No reaccionaba, no mostraba signos de dolor ni alarma. Como si fuera un cadáver que se negaba a deteriorarse, atrapado en algún estado suspendido entre la vida y la muerte.
Pero él no estaba muerto. No del todo.
Mi corazón palpitaba con fuerza, cada latido una cuenta atrás. Ella sonrió con dulzura.
—Willy, cariño, tenemos visita.
Entonces, lo imposible sucedió. Él alzó la mirada. No como alguien que emerge del sueño con confusión o pereza, sino como un cadáver al que han insuflado una vida profana. Sus movimientos eran automáticos, precisos y mecánicos. Su cuello crujió cuando giró la cabeza hacia ella, como si sus huesos estuvieran frágiles, como si algo dentro de él estuviera roto.
Sus ojos...
Dioses, sus ojos. Negros. Vacíos. No había luz en ellos, no había alma. Solo un abismo de oscuridad que reflejaba todo lo que estaba mal en este lugar. Era como mirar dentro de un pozo sin fondo, un espacio donde la cordura se desvanecía y no quedaba nada más que obediencia ciega.
No me miró. No reaccionó ante mi presencia. Solo fijó su atención en ella.
—¿Qué pasó, mi Halsey? —preguntó con voz monótona, sin emoción alguna.
Cada palabra me erizó la piel. No había vida en su tono. No había humanidad. Solo obediencia. Ella lo miró con satisfacción, como si hubiera esculpido una obra maestra.
—Tenemos visita —replicó—. Saluda adecuadamente a nuestra invitada.
Fue entonces cuando él me vio. Y todo cambió.
Su rostro se transformó ante mis ojos, como si la piel se deshiciera y revelara otra versión de sí mismo. Ya no era el hombre que había conocido. Su cuerpo se reajustó, y por un momento, el tiempo se dobló a mi alrededor.
De repente, no era un adulto. Era el muchacho de dieciséis años, idéntico al de la foto que había encontrado. Su cabello más claro, rubio, y su piel sin las marcas del tiempo. Solo tres años mayor que yo. Pero no era él. No.
Su boca se torció en una mueca que no era una sonrisa. Era una expresión de odio puro. Un odio visceral, absoluto, que parecía calar en mis huesos. No era rabia. No era enojo. Era algo peor. Un odio tan frío, tan inhumano, que no parecía tener origen en una emoción real. Era la mirada de un depredador que finalmente ha encontrado a su presa.
No.
No. No. No.
Mi estómago se retorció.
—Papá, por favor... —Mi voz apenas era un susurro, un ruego quebrado por el terror.
Él se levantó de su asiento con un movimiento fluido, pero antinatural. No era el movimiento de un humano. Era como si su cuerpo no estuviera bajo su propio control, como si estuviera siendo manipulado por hilos invisibles. Como una marioneta. Una marioneta rota.
Detrás de sus ojos oscuros, había algo más. Algo que se retorcía, que susurraba, que no pertenecía a este mundo. Algo que no era mi padre.
Halsey, sin preocuparse por la escena, tomó a la bebé entre sus brazos y la acunó como si fuera lo más precioso en el mundo. Sus labios rozaron su frente antes de dirigirse hacia la salida.
—Sabes qué hacer —le dijo a él, como si diera una simple instrucción—. Después vienes a la sala, cariño. Nos mudaremos. Me iré encargando de algunos molestos intrusos.
Mi sangre se congeló.
—No te atrevas a tocarlos.
Ella se giró a medias, una sonrisa ladeada iluminando su rostro con burla.
—Tranquila, Adhara. Jamás lo haría. - Mis puños se cerraron. —Solo jugaré un poco con sus mentes. Es un talento que me enseñó a ser tu madre.
Mi madre...
¿Qué tanto de esto era su culpa?
Antes de que pudiera procesarlo, Halsey desapareció en la densa humareda, dejando tras de sí una sensación de miedo. Entonces, el sonido metálico de un arma deslizándose fuera de su funda rompió el silencio.
Mi mirada se enfocó en la mano de mi padre. Sostenía una daga. No cualquier daga. Era idéntica a la mía. Dagas gemelas.
Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que la sujetaba. Mis piernas temblaron. Su agarre era firme, casi reverente, como si ese cuchillo fuera parte de él, como si hubiera nacido con él en la mano. El fuego seguía consumiendo la casa, pero la habitación se sentía helada.
Él avanzó un paso. El miedo trepó por mi columna, cada músculo en mi cuerpo, gritándome que corriera, que hiciera algo, cualquier cosa, pero mi mente estaba paralizada.
Él dio otro paso.
No.
Su respiración era superficial, como si ni siquiera necesitara aire. El cuchillo giró levemente en su mano, la hoja reflejaba el fuego.
—Por favor, padre...
Mi voz se quebró. Él inclinó la cabeza, como si mis palabras fueran irrelevantes. Como si no significaran nada.
—No... no lo hagas...
La daga brilló cuando la inclinó apenas un poco, reflejando el resplandor anaranjado de las llamas.
El filo de la muerte. Su sombra me envolvió, más grande, más oscura.
Intenté recordar cualquier hechizo, cualquier conjuro que pudiera disipar el control del humo, que pudiera devolverle su voluntad, que pudiera sacarnos de ahí. Pero mi mente era un torbellino de miedo y desesperación. Él estaba a un paso de mí. Y no había duda en su mirada. Solo determinación. Solo un objetivo. Yo.
Logré pronunciar un hechizo. No sé cuál fue. No lo recuerdo ahora ni creo que quiera hacerlo. Solo sé que funcionó. Mi cuerpo tembló, sintiéndose drenado, debilitado hasta el extremo. Pero la desesperación me impulsó. Puse una mano en el suelo y me forcé a levantarme. Un pie delante del otro. Solo tenía que llegar a la puerta.
Pero no era así como iba a terminar esto. Un movimiento brusco. Mi cuerpo giró en el aire antes de ser envuelto en un abrazo. Era una trampa.
Lo supe, lo sentí en la forma en que su cuerpo se tensó, en cómo su respiración era demasiado estable. Pero aun así... se sintió tan bien, por el único segundo que duró. Hasta que la daga se hundió bajo mis costillas.
Un ardor abrasador se extendió por mi abdomen.
—¡No! —logré gritar antes de que el dolor me cortara el aliento.
El cuchillo desgarró carne y músculo con facilidad, y un gemido de agonía escapó de mis labios mientras mi padre giraba la hoja dentro de mí, asegurándose de que sintiera cada segundo del tormento.
Me obligó a girar, mis piernas se tambalearon al mirar la puerta. Estaba tan cerca pero tan lejos.
El sonido de los gritos desgarradores de mis amigos se filtró en mi mente. Sabía lo que estaba pasando. Halsey los estaba destrozando desde adentro, hundiéndolos en ilusiones y torturas que los harían romperse. No los mataría enseguida, no. Su objetivo era dejarlos en ruinas, sin fuerza, sin esperanza. Para que, cuando llegara el momento, murieran sin oponer resistencia.
El pánico me recorrió las venas. Tenía que hacer algo. Pero entonces, el cuchillo volvió a perforarme. Me quedé sin aliento, y un jadeo seco rasgó mi garganta.
Intenté moverme, intenté alejarme, pero él era más fuerte. Mucho más fuerte. Y yo... estaba debilitada.
La daga se quedó incrustada en mi abdomen por unos segundos eternos. Luego la retorció. Solté un grito desgarrador, uno que apenas reconocí como mío. La sangre caliente manchó su mano, empapó mi ropa, se derramó en el suelo.
Y cuando pensaba que ya no podía ser peor, me lanzó hacia el suelo, obligándome estar boca arriba para verlo, ver sus manos cubiertas con mi sangre, mi padre con mi sangre en sus manos y se acercó hacia mí, para estar a centímetros separados. Me apuñaló y la hoja se deslizó fuera de mi carne solo para volver a hundirse.
Una.
Dos.
Tres veces.
Los golpes no eran limpios ni precisos. Eran brutales, desesperados, como si me estuviera destrozando a puñaladas solo para asegurarse de que no pudiera levantarme jamás.
Intenté gritar, pero lo único que salió de mis labios fue sangre. Sentí el sabor metálico llenando mi boca, deslizándose por mi mentón, manchando mi piel. Mis fuerzas me abandonaban. Mis extremidades se sentían pesadas, como si ya no fueran mías.
El techo, consumido por el fuego, se convirtió en mi único paisaje. Me quedé ahí, esperando. Esperando que terminara. Esperando que él diera el golpe final.
Pensé en Percy. En cómo habíamos fallado, otra vez. Uno de los dos siempre tenía que morir antes de lo esperado. Pensé en mi hermana. En cómo se quedaría sola, tal vez Quiron podría cuidarla junto con Clarisse, ellos lo harían y cuando Lucy regresara de sus vacaciones también lo haría. La traición de Luke la dañó mucho y pidió que no le escribiera ese verano. Lo entendía. Pensé en Chase, en Deo, en Mairin.
No merecían morir. No después de haber venido hasta aquí, después de haber arriesgado sus vidas solo por mí.
No.
No.
No.
Un último impulso de desesperación recorrió mi cuerpo. Con un movimiento tembloroso, dirigí la daga hacia su mano, haciéndole un corte leve. La hoja estaba empapada en mi sangre. El efecto fue inmediato cuando mi sangre hizo contacto con su herida. Sus ojos se abrieron de golpe, como si algo hubiera colisionado contra su alma.
Me miró. Pero no con odio. No con indiferencia. Sino con terror.
Con un grito ahogado, se alejó tambaleándose. Sus manos temblaban, su pecho subía y bajaba con rapidez. Su respiración era errática, como si por un instante... él estuviera allí otra vez.
No la marioneta. No el asesino. Si no, mi padre.
Con manos desesperadas, revolvió entre sus cosas hasta encontrar una vieja botella de vidrio. Ambrosía. Se arrodilló a mi lado, levantando mi cabeza entre sus manos ensangrentadas.
—Bébelo —ordenó, con la voz quebrada.
El líquido caliente bajó por mi garganta con el sabor más reconfortante del mundo. Chocolate caliente. Como el de Sally.
El dolor se alivió de inmediato, mis heridas empezaron a cerrarse lentamente. Pero la sangre seguía manchando mi boca, mi rostro. Mi padre me miró, sus ojos cargados de urgencia.
—Tienes que liberar a tus amigos y salir de aquí. —Su voz era firme, pero se rompía en cada palabra—. El fuego los alcanzará, pero si usas un hechizo, no los quemará vivos.
Mi visión borrosa se enfocó en él.
—Papá...
Él negó con la cabeza.
—Escúchame. Tienes que salvar a tu hermana. Tienes que leer el diario. Es la única forma. El diario... el diario, Adhara. No pierdas el diario. Tienes que leerlo. Tienes que hacerlo
Su mano, todavía temblorosa, acarició mi mejilla, limpiando los restos de sangre de mi rostro con una ternura que me rompió más que el dolor de las heridas.
—Yo... en unos segundos mi alma volverá a ese mundo. Este cuerpo será solo un títere que intentará matarte. —Sus labios temblaron—. No dudes en buscar la forma de detenerlo.
Sus ojos se suavizaron, por una última vez.
—Corre, mi estrella.
No dudé dos veces y con todas las fuerzas que me quedaban llegué hacia mis amigos. Todos estaban gritando en el suelo, sufriendo de dolor, tratando de protegerse de Halsey, quien se fue a una habitación.
Pronuncié un hechizo de magia oscura para liberarlos de ese control mental. Mi alma ardía en llamas mientras lo pronunciaba, pero eso no importaba, el resto de las cosas no importaba con tal de salvarlos. Se recompusieron rápidamente, y antes de darme cuenta, pronuncié un último hechizo oscuro. Uno que los haría inmunes al fuego griego.
— Váyanse, ahora.
Chase tomó a Mairin y la ayudó a salir por la puerta que estaba rodeada de fuego. Al pasar por ahí, ambos gritaron de dolor, el fuego los quemaba, pero no los dañaba mucho.
— No te dejaré sola, Ady. — sentenció Deo poniéndose a mi lado antes de que llegara Halsey.
— Al parecer alguien tiene varios pretendientes - se burló la pelirroja, cargando a la bebe.
— Te arrepentirás de esto. — dije, invocando mi espada y acercándosela a ella.
— Tu madre tenía razón, cumplirás con tu destino.
— Deja a mi hermana. — Sentencié poniéndola contra la pared y mi espada cerca de su garganta.
— No te la llevarás.
— ¿No crees que pueda? - me burlé antes de hacer un simple hechizo, aturdiéndola, tomando a la bebe entre mis manos y dándosela a Deo
El italiano apenas tuvo a la niña entre sus brazos, corrió por la puerta escapando.
— ¡NO! - exclamó la pelirroja invocando su espada. —¡Cavaste tu tumba, Adhara!
— ¿Mi madre también te mencionó que soy de las mejores del campamento?
— Igual de presumida que tu padre. Pero al igual que con él, voy a disfrutar mucho de ponerte en tu lugar.
— Será divertido - sonreí antes de blandir mi espada con ella.
Mi primer ataque fue un tajo descendente, rápido y directo. Halsey lo bloqueó con facilidad, pero el impacto resonó en ambas hojas, vibrando hasta sus huesos. No retrocedí. Gire sobre mi pie izquierdo y lance un corte horizontal a la altura del abdomen. Halsey lo desvió con un giro ágil de su muñeca, tratando de usar el impulso para contraatacar con una estocada a mi pierna.
Salté hacia atrás justo a tiempo, sintiendo la ráfaga del acero rozar mi muslo. Apenas aterrice, me incliné hacia adelante y lance una serie de ataques rápidos, obligando a Halsey a retroceder con cada golpe.
Chocamos una vez. Dos veces. Tres.
El metal rugía con cada colisión, chispas volaban en la penumbra ardiente.
Halsey apretó los dientes, su mirada oscura brillando con irritación.
—¿Crees que puedes ganarme, niña? —escupió con rabia, desviando otro golpe con un giro agresivo de su espada—. Yo nací para esto.
Con un movimiento fluido, dio un paso lateral y atacó con un tajo ascendente. Apenas logré levantar mi espada a tiempo para bloquear, pero la fuerza del impacto me hizo tambalear.
Halsey aprovechó.
Se movió como una serpiente, lanzando una estocada hacia su pecho.
Ese movimiento lo conocía, Luke ya lo había hecho conmigo otras veces. Moví mi cuerpo en el último segundo, el filo pasó rozando mi costado, abriendo una herida superficial. Un ardor punzante recorrió mi cuerpo, pero nada grave.
Me impulsó con fuerza y embestí con el hombro, desequilibrando a Halsey lo suficiente para que diera un paso en falso sobre el suelo cubierto de cenizas y brasas.
Lance un tajo lateral con toda mi fuerza. Halsey intentó bloquear, pero el golpe era demasiado rápido. Su espada se le resbaló de las manos. Aproveché la apertura y, con un último giro, mi espada encontró carne. El filo cortó limpiamente a través del costado de Halsey, rasgando piel y músculo con precisión letal. La mujer soltó un jadeo ahogado, tambaleándose mientras su mano intentaba contener la sangre que brotaba de la herida.
Sus ojos, antes llenos de confianza y burla, ahora solo reflejaban sorpresa y... miedo.
—No... —susurró, su voz quebrándose mientras daba un paso torpe hacia atrás.
Pero la cabaña no tenía más espacio para retroceder.
El fuego la rodeaba. Las llamas comieron sus ropas, devorándola con rapidez. Un grito desgarrador rasgó el aire mientras su cuerpo era consumido por el calor infernal.
Retrocedí en medio de tambaleos, mis piernas estaban a punto de fallarme.
Había ganado. Pero el fuego seguía rugiendo. La cabaña se desmoronaba a mi alrededor. No podía quedarme ahí. Con el poco aliento que le quedaba, tomé el diario del suelo y corrió hacia la salida.
Las llamas devoraban la cabaña, iluminando la noche con un resplandor ardiente. El calor abrazador quemaba mi piel, dejando marcas rojas y un dolor punzante que sabía que con el tiempo desaparecería. Pero el ardor dentro de mí, esa furia latente, esa satisfacción inquietante, esa... adrenalina, no se irían tan fácilmente.
Los gritos de Halsey se extinguieron, ahogados por el crepitar del fuego. Su silueta se desdibujó entre las llamas hasta desaparecer. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver, a través de una ventana ennegrecida por el humo, la figura inmóvil de mi padre. No intentaba huir, no luchaba. Solo estaba ahí, esperando. Como una marioneta sin hilos, aguardando a su próximo titiritero.
Unos pasos se acercaron detrás de mí.
—Sonríes. —La voz de Deo me sacó de mis pensamientos.
Giré el rostro hacia él, sin darme cuenta de la curva en mis labios.
—¿Lo hago? —Me reí, con un deje de incredulidad.
Él me devolvió la sonrisa, cálida y tranquila, como si, en medio de toda la destrucción, aún existiera algo puro.
—Fue una misión divertida. —Me encogí de hombros, sintiendo cómo la adrenalina todavía bombeaba en mi sistema. Luego, mi expresión se endureció—. Dile a Chase que se prepare. Regresamos al campamento... y esta vez con una nueva campista.
Deo asintió y se alejó, dándome espacio para ver cómo la cabaña se desmoronaba en el fuego. Pedazos de techo caían, los muros se quebraban, y en algún lugar de esas ruinas, las acciones de mi madre resonaban en mi mente.
Ella quería jugar conmigo. Ella había movido sus piezas. Era mi turno de contraatacar. Entonces, como un relámpago, una idea cruzó mi mente.
Si Percy no hubiera sido tan idiota, tan doble cara, si no hubiera hablado mal de mí a mis espaldas... ¿Le habría gustado que lo besara en este momento? Con el humo rodeándonos, con la adrenalina ardiendo en nuestras venas. Hubiera sido épico.
Pero esa idea se desvaneció tan rápido como llegó cuando mi mirada se posó en Deo. Él estaba allí, esperándome junto al auto, su rostro iluminado por el resplandor del incendio. La mandíbula tensa, pero sus ojos... sus ojos eran suaves, pacientes.
No lo pensé dos veces.
Caminé hacia él, tomándolo bruscamente de la camiseta y atrayéndolo hacia mí. Sus labios chocaron con los míos como si fuera un beso desesperado. Lo besé como si la confusión y problemas en mi vida hubiera terminado, como si no quedaran batallas por pelear.
Él respondió de inmediato, sus brazos envolviéndome por la cintura con una firmeza que me hizo jadear contra su boca, en parte por las heridas recientes que no terminaban de curarse. Mis manos subieron por sus hombros, aferrándome a él como si fuera mi única ancla en medio del caos.
Y entonces, lo sentí. El sabor del café en sus labios. Fuerte, cálido, reconfortante. Como si hubiera encontrado algo en lo que podía perderme por completo.
El fuego aún rugía detrás de nosotros, pero lo único que importaba era el latido acelerado en mi pecho, la sensación de sus dedos presionando mi espalda, la forma en que el mundo se reducía a este único momento.
Pero antes de poder hacer algo más, la sangre abandonó mi cabeza, la adrenalina se desplomó de golpe...
Y me desmayé en sus brazos. Sentí su agarre firme sosteniéndome, evitando que cayera. Antes de que todo se volviera oscuridad.
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Holi, ¿Cómo están?
Espero que les haya gustado <33
Segunda parte del maratón.
Nuevo trauma de Ady. Creo que mejore las escenas de acción a comparación del principio del fic.
La escena final>>>>
Por cierto, tengo un canal de difusión donde estaré subiendo spoilers del Adhercy y algunas cosas más. ÚNANSE, amo a las 12 personitas que ya se unieron <3333
No se olviden de votar y comentar que me ayudaría mucho <333
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