𝐭𝐫𝐞𝐬
Aquellos días.
Restregué mi rostro con la fría agua que yacía en aquel barril. Las gotas de sudor se esparcían, pero aún continuaba sintiendo mi pecho subir y bajar con bastante frecuencia. Si no era capaz de manejar la respiración, no podría aunque quisiera ser ágil. Respire hondo, intentando de calmar mis músculos, los cuales empezaban a sentirse pesados, como si no pudiera levantarlos. Volví a respirar, hasta el punto de poder controlar mis sentires, sintiendo como la presión en mi pecho, bajaba. Lleve mis manos al interior del barril, para nuevamente restregar mi rostro, queriendo sentirme fresca ante este día soleado. El cielo se mantenía azulado, las nubes blancuzcas, con un sol bastante intenso. Opacada por la iluminación, baje la mirada, para con mis manos poder amarrar mi cabello en una coleta. La cual quedó dos centímetros debajo de mis axilas. Sabía que debería cortarlo en algún punto, pero realmente no tenía idea de cómo hacerlo por mi misma. Subí mis pantalones, acomodándolos para mi comodidad. Mientras que desabrochaba un botón de mi camiseta manga larga blanca. Era una manera de que el aire pudiera adentrarse y refrescarme, porque el calor estaba pegado a mi piel, de una manera que no podía tolerar sin sentirme abrumada. Me dolía la cabeza, esa prueba de altitud, me provocó un mareo. Aún estaba débil, no estaba en forma para esto. Suspire gruesamente, apretando con fuerza el borde del barril, mirándome en el reflejo. Me veía patéticamente cansada, solo llevaba aquí unos días.
Mis azulados ojos bordaban fuertemente en el reflejo, era lo único que había heredado de mi padre. Quizás hasta su carácter, pero había una gran comparación de su parte con una mujer que nunca conocí. Así que, nunca podría saber si me parecía a ella o no, porque, yo ni siquiera sabía su nombre. Levante la mirada, viendo el bullicio de la multitud enfocando en los demás que continuaban sobrepasando la prueba de altitud que logre pasar, a pesar de que aquel gran hombre estuviera frente a mi, escupiendo y denigrando mi determinación para estar aquí. De solo pensarlo, procedía en sentir como la cabeza me dolía. Lleve mi mano allí, para escuchar algunas risas. Los cadetes pasaban a mi lado, sonreían y murmuraban de una manera burlona. Curiosa me giré, observando detenidamente cómo había un círculo alrededor de ese chico en el suelo. Sabía quien era, su nombre era Eren, Eren Jeager. Su padre, era un famoso doctor del distrito donde vivía, pero, Eren y yo nunca fuimos familiarizados, a pesar de haberlo visto varias veces por el pueblo, paseando con su hermosa madre, nunca nos dirigimos la palabra. Él estaba tendido en el suelo, bastante mareado. Parece ser, que las otras dos personas que estaban inclinada a su lado, le conocían, porque llevaba frecuentemente observando cómo siempre estaban juntos en cada entrenamiento. Eran amigos, debían serlo, porque de alguna manera creo recordarlos.
—Es un tonto. El primer día estaba presumiendo que los débiles no pertenecían aquí, pero míralo, ¡casi se va de cabeza!—murmuraban, en un tono de burla, pasando por mi lado esos cadetes que como yo, lograron pasar la prueba de altitud.
—Oye, te fue genial allá.—levante la mirada, observando al alto compañero que intercambiaba palabras conmigo, él me miró sonriente, Reiner era un chico muy misterioso, pero igual maduro.
—No le subas el ego, cariño. Mira que puede terminar como aquel, de cabeza.—de reojo observaba cómo esa chica pasaba por mi lado, pecosa con cabello castaño, bastante corto, sus ojos eran pequeños y afinados, parecía tener la mirada de un gato, de uno amargo.
—Es mejor ver el mundo de cabeza, que de la manera tan estúpida en que quizás tú lo ves.—musité, viendo como ella pareció abrir los ojos ofendida por mi comentario, pues, Reiner río.
—¿Tú me acabas de llamar estúpida?—me preguntó, mirándome con el ceño fruncido.
—Si es así como lo quieres interpretar, si.—respondí, sutilmente, escuchando cómo ella boquiabierta intento hablar, pero se entrecortó.
—No me conoces, para nada. Mejor tenme de tu lado.—me pidió, mirándome fijamente, podía sentir su rostro casi chocar con el mío, a lo que levante una ceja.—¿Crees que porque eres hija de un líder tan codiciado tienes poder sobre las personas?—me preguntó, a lo que cabizbaja, asentí.
—¿Qué doble moral es esa, Ymir?—le pregunté, impresionada por el conocimiento de su nombre, pero si algo yo era, era muy atenta y observadora.—Tú has sido la primera en creer tener el poder suficiente para abuchear la mala altitud de un compañero.—comenté, viendo como ella se avergonzaba, porque no le quedó remedio que mirar a otro lado.
—Jm.—gruñó ella, desviándose de mi lado, para así volver a permitir que tuviera acceso en mirar como Eren ya se había levantado del suelo.
—Eso fue intenso.—comentó Reiner, cruzándose de brazos, mientras me miraba sonriente.—Pero, muy astuto.—me halagaba, a lo que me quede a su lado en silencio, observando como nuevamente aquella rubia de azulados ojos con su cabello peinado en una coleta y los mismos flequillos de sus pintas apretados en ese elástico, pasó por nuestro lado, mirándonos de reojo.
—¿Quién es ella?—pregunté curiosa, viendo como Berthold se acercaba a nosotros, sudoroso y fatigado, llevo su rostro al interior del barril.
—Se llama Annie Leonhart, viene del mismo pueblo que Berthold y yo. Pero, no somos muy amigos.—expresó él, sacando a Berthold del barril.—Oye, es para limpiarse, no para dejar la suciedad ahí, vamos, levántate Berthold.—le pedía a su amigo, quien caía al suelo rendido.
—Quiero ir a casa.—exclamaba este, fatigado en el suelo, por lo cual, me incliné a su lado, para sentarme junto a él, observando cómo los demás reclutas continuaban sobrepasando la prueba de altitud, menos el que aún continuaba de cabeza, porque lo peor de todo fue presencial como cayó tendido en el suelo, se había golpeado fuertemente.
No hubo más intentos. Los entrenamientos de altitud cerraron en cuanto el sol decayó. Me mantenía sentada en aquella silla, afuera de la cafetería, donde había acceso a los dormitorios. La brisa acá era más fría, más fresca. Mantenía mi cabello suelto, con un atuendo cómodo para poder dormir. Sujetaba aquel pañuelo, mientras que veía el cielo estrellado. Brillaban, las estrellas brillaban al igual que la luna. Tanto, que no necesitábamos alguna iluminación para alumbrar el campo de base. Estaba algo agotada. El entrenamiento había sido pasado, pero así sería con el pasar de los días, esto solo era el comienzo de una tortura física y mental. Esa era la única manera de que pudiéramos convertirnos en unos soldados, aunque eso implicará perder la cordura. Acariciaba el pañuelo, ese pañuelo blanco bordeado de un rosa bastante pálido. Lo lleve a mi pecho, el cual subía y bajaba. Para mi, esta pieza era muy apreciada. No había manera de que no pudiera estar con ella, a pesar de que con el tiempo se fuera desgastando, pero era lo único que tenía de mi madre, a pesar de no tener idea de quien pudiera ser o cómo luciera, era lo único que me había sentir pegada a ella. Mi corazón se presionaba, por la infinita soledad que he sentido en ir su ausencia, pero al menos, tuve a alguien que me protegió, aseguró y amo, se que él debe estar en algún lado, observando la misma luna que yo. Me levante de la silla, queriendo adentrarme a los dormitorios.
Sabía que hoy, nuevamente todo estaba repleto. Hablaban sobre los entrenamiento, lo arduo que fue y en cómo querían superarlos. Me quede en el margen de la puerta, observando a todos juntos, rodeados y charlando. No tenía esa determinación, en poder sentarme y hacer que alguien más se sintiera cómoda con mi presencia. Así que simplemente me dirigí hacia donde creía haber estado bienvenida desde que llegue. Pase por el lado de ese chico medianamente alto, con una constitución enjuta pero musculosa a la vez. Su cabello es corto y de color castaño claro. Tiene cejas largas y finas, sus ojos son marrones claros, y me buscaban en la mirada, pero pasé de largo, evadiéndolo por completo. A su lado, sentado estaba otro chico, pero Marcó era más tímido de lo que Jean realmente era. Él era simpático, también bastante agradable a diferencia de los demás cadetes en esta habitación, si podría ser alguien con quien pudiera hablar dacios mente, pero tampoco lo haría, porque temía ser despectivamente rechazada o, utilizada por el apellido que cargaba en mi nombre. Lo miré, sus mejillas pecosas lo hacían ser un chico con semblante tierno, pero de igual manera, evadí su mirada y continué caminando, dirigiéndome al dormitorio donde yacían literas de colchón algo incomodas. Sabía que este dormitorio era el de los hombres, pero no creía que nadie delatara que estaba aquí, pues de hecho, parecían examinar el hecho de que una chica se adentrara a sus dormitorios, pero como aún no era hora de dormir, no era obligatorio. Suspire, chocando mi cabeza con la madera de la litera, donde pude ver como el círculo de chicos sentados en esa cama, me miraron.
—¿Ainara?—me llamo Reiner, quien yacía sentado en forma de mariposa, al igual que los demás chicos, pero dirigí mi mirada al que tenía su cabeza en un vendaje envuelto.
—¿Te duele mucho?—le pregunté, mirando sus verdosos azulados ojos mirarme con impresión.
—¿Ah? ¿Tú hablas?—me preguntó asombrado, Eren no dejo de examinar cada detalle de mi voz, lo supe porque tardó en responderme.
—¿Acaso estoy muerta para no hablar?—le devolví la pregunta, viendo como él denegaba.—Entonces, ¿te duele?—repetí mi preocupación, viendo como él asentía avergonzado.
—Eren, quizás puedes preguntarle a ella.—giré mi mirada aún lado, observando cómo ese chico de azulados ojos y cabello rubio, miró a su amigo seguro, pero no entendía q que se refería.
—Eh, eh... —Eren aún estaba cabizbajo, parecía avergonzado por mi presencia, por lo cual confundida observe a Reiner, quien debía verme de una manera graciosa, pues sonreía ante ver que solo mi cabeza estaba asomada, debía parecer una niña pequeña.—Tú, también fuiste una de las mejores en el entrenamiento de altitud. Quisiera un consejo para poder permanecer en balance mañana. ¡No quiero fallar!—me pidió, algo impulsivo, pero serenamente continué observándole, estaba frustrado.
—Entiendo, pero no tienes porque gritar. Te escucho, muy cerca.—respondí cortantemente, viendo como volvía a bajar la cabeza avergonzado.—Aunque, si difiero de lo que me has pedido. No puedo aconsejarte sobre eso. No hay manera, puedo recomendarte que la única forma de que puedas concentrarte, es irte en blanco. No debes pensar en nada, solo debe haber un gran silencio en tu mente.—le decía, viéndole escucharme detenidamente.
—Lo menos qué hay aquí es silencio.—indicó Eren, por lo cual Reiner dirigió su mirada a la ventana, pareciendo observar algo.—¿Nos conocemos, no es así?—me preguntó, por lo cual vagamente asentí.—El mundo es pequeño.—musitó, si, era muy pequeño.
—¿Se conocen?—se preguntó Reiner curioso, pero pareció exclamar asombrado.—Oh, es cierto. Provienen del mismo distrito. Lo he olvidado.—comentó, algo confundido, por lo cual dirigí mi mirada a la ventana, viendo lo solitario que estaba afuera.
—¿Quieres realmente ir a un lugar donde hay silencio?—le pregunté, viendo como él asentía rápidamente, por lo cual me baje de la litera, para encaminarme.—¿Vendrán?—les pregunté, viendo como los cuatro me miraban fijamente, pero luego de eso, me siguieron, todos.
Había un gran silencio entre nosotros, el hecho de que nos escabulléramos, era algo intenso, pero nos hacía sentir que aún éramos niños. Pisábamos algunas ramas, mientras sujetábamos las lámparas, adiestrándonos en la oscuridad. Iba adelante, les guiaba, a pesar de que ellos hablaran a gusta mente, me mantenía distante.—Yo quiero volver a mi querido hogar. Ese es mi objetivo y en lo único que pienso. Y lo haré sin importar que.—murmuraba Reiner de una manera tan fría y afirmativa que lo hizo escucharse bastante siniestro, este era quien caminaba atrás de mi. Era una preservación bastante personal, el hecho de estar lejos de casa, donde tu familia te extrañaba y esperaba con ansias, era una presión de la que se tenía que aprender a vivir. Cabizbaja, continué caminando, pisando las hojas secas que caían de los árboles. Berthold se dirigía a los demás, charlaban con tanta facilidad, era un ambiente cómodo y acogedor, pero aún así, me mantenía adelante queriendo llegar a ese hermoso lugar. Mientras que veía las estrellas, podía escucharlos a todos esclarecer sus deseos y anhelos. El hecho de que se propusieran una meta, era algo digno de admirar. Solo teníamos doce años, suponía que viviéramos bajo una vida sin presiones, pero era aquí donde debíamos estar, donde no todos podían, y en eso, Eren tenía razón, y lo diferente de él, era que no quería decaer en la perdición de no haber podido esforzarse más. Por eso estaba aquí, dispuesta ayudar a alguien que de seguro no me recordaría en unos años.
—Me reclute para matar a todos los titanes. Exterminar con mis manos hasta la última de esas bestias. Por eso, me uní al ejército.—decía Eren, a quien miré de reojo en cuanto afirmo con tanta seguridad esas palabras.—¿Tú los viste ese día también? ¿Es por eso que estás aquí?—miré cómo Eren me miró, de una manera curiosa, rebajando su voz a una más suave, todos me miraron.
—Si, los vi.—indique, recordando mi helada piel en cuanto empezaron adentrarse al pueblo.—Pero, no puedo decirte con precisión porque estoy aquí. Solo se que, quiero ser un soldado que todos recuerden por haber logrado restaurar el muro María.—musité, escuchando cómo Eren suspiro, como si estuviera aliviado.
—¿A pesar de haber visto a los titanes? ¿Nunca se desmotivaron en sus objetivos?—nos preguntó este, mientras que les incitaba a subir esa colina.
—Cuidado.—me pidió aquel joven de azulados ojos, quien iba atrás de mi, le miré, pero luego tan solo desvié la mirada para poder encaminarme a subir la colina.
—Si, no dire que no, pero por el momento sólo espero convertirme en un soldado.—le respondió Eren a Reiner, mientras que vagamente me senté en el suelo, dejando la lámpara aún lado, para observar el gran lago en nuestro frente.
—Comenzaremos con el ajuste de los arneses, vas hacerlo bien mañana. Porque tengo confianza en ti, ¿Eren Jeager es tu nombre, no?—le decía Reiner, mirándole detenidamente a Eren, quien pareció sentirse seguro por nuestra presencia.
—Así es, muchas gracias Reiner Braun, ¿no es así?—se preguntó Eren, viendo cómo Reiner asintió, hasta dirigir su mirada a mi.—Ainara, gracias por traerme aquí. Es un hermoso lugar.—musitó Eren, encantando con lo que veía.
Ellos se acomodaban, sonreían. Eran chicos y se entendían, a diferencia de mi, que era muy diferente a ellos y no entendía sus pensamientos. Pero decidí levantarme, decidí simplemente ajuntarme para ver este momento convertirse en uno glorioso que pudiéramos recordar con el paso del tiempo. Durante la noche, me mantuve en un total silencio para reflejar la calma que Eren debía adquirir. Observe cómo él recreaba en el lago un balance. Sabría que lo haría, porque puse toda mi confianza en la determinación de que Eren haría que trascendiera consigo mismo una línea pasiva que lo llevaría a controlar cada uno de esos impulsos que lo abrumaban al actuar. A pesar de que me empape, como un pez. Logre presenciar el hecho de que Eren mantenía un perfecto balance, uno que él mismo obtuvo mediante a la calma y concentración en su cuerpo. La luz del día me reteñía, manteniéndome en la primera fila de esas pruebas de entrenamiento, donde tenía mis pesados párpados decaídos por la iluminación del sol, y la gran falta de sueño que mi cuerpo necesitaba regenerar en energía. Eren estaba adelante, porque a pesar de haberse vuelto a caer. Logró retener el balance que tanto quería. Me quede gratificada, porque el hecho de que Eren había cambiado sus equipos de maniobras tridimensionales desajustados, lo hizo ver más fuerte que los demás.
—Todas las hebillas del cinturón estaban muy oxidadas. Es la primera ves que me percato de este detalle.—decía el instructor Shadis, delante de Eren quien se mantenía en un total balance.—Tendré que agregarlo a la lista de cosas por arreglar.—añadía.
—¿Entonces ese chico trabajó ayer con un equipo defectuoso?—murmuraban impresionados.—Asombroso.—añadían esas mismas personas que se burlaron de su caída.
—En ese caso, ¿cual es su evaluación señor?—se preguntó Eren, intentando de mantener el balance de altitud, las gotas de sudor bajaban por su frente.
—No hay problema, ¡esfuérzate en entrenar!—pidió el instructor Shadis, y en ese momento, Eren vio el cielo caer en sus manos como gloria.
—¡Lo hice, lo logre!—gritaba, sumamente orgulloso, mirando a nuestra dirección.—¿¡Qué te parece Mikasa!? ¡Si pude hacerlo!—comentaba él, bastante feliz y sonriente, por lo cual empezaban a bajarlo de altitud, pero la chica a mi lado estaba cabizbaja y sonriente, la misma a la que Eren se dirigió.
—No está retando con la mirada.—comentaba Armin, quien yacía a mi lado izquierdo.
—No es eso, está aliviado.—aclaró la joven a mi lado.—Ahora sabe que nunca más tendremos que separarnos.—esclarecía ella.—Gracias, por ayudarlo.—la miré de reojo, viendo como levantaba la mirada, dirigiéndose a mi.—Es muy importante para mí agradecerte por eso.—murmuro.—Nadie quería ayudar, gracias.—volvió agradecer, ella estrechó su mano hacia mi.—Mikasa Ackerman.—se presentó, pero era la primera que una chica de mi misma edad se dirigía a mi con tanto respeto.
—Ainara, Ainara Smith.—me presente aunque conociera mi nombre, sintiendo su mano juntarse con la mía en un leve apretón, Mikasa y yo, logramos luego de ese día, una conexión inexplicable. Se convirtió en algo más que una amiga o aliada, era como la hermana que nunca tuve.
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