𝐭𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨
El día antes del desastre.
Abrí mis ojos pesadamente, recibiendo la iluminación del soleado día. Sentada en el borde de la cama, veía el reflejo de la luz a través de las cortinas que estaban tapando la ventana. Recogí mis cosas y me levante, estirándome por completo. Camine entre los pasillos hasta las regaderas, dejando que el agua cayera en mi cuerpo desnudó. Me recosté de la pared, hasta deslizarme y sentarme en el suelo. Eche mi cabello hacia atrás, mirando al vacío. ¿Por qué me sentía así? Esta pesadez me estaba invadiendo, quizás, no estaba preparada para lo que sería el día de hoy. Aún así, me levante para apagar la regadera y salir de ella. Me miré al espejo, secando mi rostro y viendo mis ojeras. Estaban marcadas, incluso, las facciones de delgadez en mi cuerpo se notaban más que antes. Deje de mirarme, para peinar mi cabello en una coleta alta, no deje un flequillo afuera, quería inmovilizar mi cabello durante todo el viaje. Me senté luego de ponerme mis pantalones, para abotonar mi camiseta manga larga color blanca. Suspire gruesamente. Estaba ansiosa, podía sentir mi pecho subir y bajar nuevamente. Otra vez, ese sentimiento me estaba invadiendo. Sentía pánico. ¿Por qué? Maldita sea.
—Ainara.—levante mi vista, visualizando a Mikasa, ella sostenía sus cosas, parecía que también se había estado preparando.—¿Estás lista?—me preguntó caminando hacia mi, para quedarse parada, observándome.
—Quizás yo debería preguntarte lo mismo a ti.—indique.—Después de cinco años, volverás al lugar donde creciste.—expresé, notándola tensa.
—Tanto Eren, como Armin, están igual. No pudimos dormir.—musitó.—Volver allá, es recordar todo lo qué pasó. Y, odio recordar el no haber podido haber hecho nada por salvar a Carla.—la miré detenidamente, se veía la pena en sus hermosos ojos, los cuales miraban algún punto al vacío de esta habitación.—Creo que ella, dijo que se rompió las piernas para que huyéramos y nos salváramos, pero realmente, no fue así.—articulaba, bajando la cabeza para cerrar sus nudillos fuertemente, estaba impotente.
—Tranquila Mikasa.—lleve mi mano a su espalda, acariciándola, notando como se relajaba.—Cuando recuperemos el muro María, ustedes podrán volver a esos días, aunque ya no sea lo mismo, lo harán.—dije, ella asintió, levantando su cabeza.
—¿Tú te quedarás con nosotros?—me preguntó, mirándome con convicción, esperando una respuesta firme, asentí.—Gracias. Gracias por todo.—expresaba agradecida.—Pero, hay algo que debo preguntarte Ainara.—hizo una pausa detenida, por lo cual sentí algo de tensión.—Creen qué hay una pequeña posibilidad de que Reiner y Berthold nos estén esperando para contraatacar, con el fin de llevarse a Eren. Quiero saber si tú, estás dispuesta a pelear. ¿Crees que puedas pelear en contra de esos traidores?—me preguntó.
—Yo, no lo sé.—admití, notando como el semblante de Mikasa cambió por completo.—Aún hay algo que debo saber, antes de hacer algo.—esclarecí, ella se levantó de mi lado, con un semblante frío y serio.
—Debes saberlo. Porque, no importa lo que pase, o quien se interponga, yo defenderé a Eren.—expresó girándose para mirarme de reojo.—No tienes que pelear, pero tampoco quiero que te interpongas.—me pidió, haciéndome quedar en silencio, no le dije nada, no porque no me atreviera, si no, porque no tenía nada que decir.—Terminemos, deben estar esperándonos.—comentó, caminando hacia afuera.
—Si... —musité, analizando sus palabras tan frías, para verla irse, dejándome sola.
Levantándome del banco en las regaderas, recogí todas mis cosas, para salir por los pasillos. En medio de mi soledad, pensativa e intentando de calmar esa fuerte presión en mi pecho, miré por la ventana abierta del dormitorio a varios soldados. Estaban preparando los caballos, pero también entre ellos, podía ver a mi padre. Me quede pegada en la ventana, viéndole. Ahí estaba, parado firmemente entre sus soldados, guiándoles. Más que todos, él era quien debía estar ansioso por lo que sucedería. Deje mis cosas, saliendo de la habitación. Cada día que despertaba, él no estaba ahí. Cada día que lo llamaba, tampoco estuvo ahí, pero aún así, confié en mi padre desde el día en que nací. Lo peor de todo, era el hecho de que no solo era mi padre, si no, el comandante de una legión que confiaba ciegamente en él si vacilar. Y yo, solo quería a mi padre, no al comandante de la legión. Baje las escaleras, los soldados continuaban preparándose e incluso, veía rostros familiares, pero solo me importaba llegar hasta quien nos guiaría al infierno si fuera necesario. Salí, viéndolo de espalda. Su capa verdosa se levantaba con el viento, mientras que el brillo del sol, le daba.
—Papá.—lo llamé, él se giró, en si, los soldados se desplegaron ante mi llamado, sintiendo la tensión de padre e hija en este campo.—Así que, irás.—afirme, viéndome detenidamente.
—Si no voy, nadie podrá guiarlos.—musitó, girándose para verme frente a frente.
—Si te perdemos, ¿quién nos guiará?—le pregunté, la brisa nos azotaba suavemente, él sonrió, denegando.
—Yo soy irremplazable, pero Eren Jaeger no lo es. Sigue siendo nuestra mayor esperanza.—decía, y cabizbaja, no tarde en denegarle.—¿Qué pasa, hija?—me preguntó, con un tono sutil.
—Eres irremplazable para la legión, ¿pero quién podría reemplazar a mi papá?—le pregunté, levantando la mirada para verle con convicción.
—¿Y quien podía reemplazar a mi hija?—cuestiono seriamente, por lo que le mire detenidamente.—Nadie puede reemplazar a mi hija. Mientras siga vivo, seguiré avanzando.—expresó, por lo cual denegué rápidamente.
—¿Para descubrir la verdad dentro del sótano?—pregunte, aún había tensión entre nosotros de la última conversación que habíamos tenido.
—Porque soy un padre.—respondió.—Y le prometí a tu madre que seguiría avanzando para limpiar el mundo cruel en el que naciste.—musitó, mirándome detenidamente a los ojos.—Cumpliré mi promesa hasta el final.—artículo, para levantar su cabeza en forma de señal.
—Ya estamos listos.—me giré, viendo a Eren detenerse frente a la puerta, mirándonos.—El capitán Levi pidió que nos reuniéramos.—indicó.
—Alinéense. Nos veremos en la salida del muro Rose.—expresó mi papá girándose, por lo cual me quede ahí, viéndole a sus ojos azulados.
—¿Estás bien?—me preguntó Eren, notándome algo desorientada.—Ainara.—sujeto mi brazo de manera sutil, yo estaba aturdida, ¿por qué sentía esta fuerte presión en mi pecho?
—Eren, tengo un mal presentimiento.—admití, viendo sus verdosos azulados ojos mirarme.
—Todo estará bien. Estaré contigo, ¿lo sabes verdad?—me preguntó, acercándome a él con una calidez y seguridad que necesitaba sentir.
Asentí penosa, girándome para ver cómo mi padre me daba la espalda, caminando. El brillo del sol aún le daba, al igual que la ventisca levantaba su verdosa capa, con las insignias de la libertad. Aún con la incitación de Eren a que caminará junto a él, no pude hacerlo. Quería detener a mi padre, quería que se quedara, pero esa voz me decía que debía dejarlo ir. La intensidad de su orden se interponía en mis sentires, congelando todos mi pensar. Déjalo ir. Eso era lo que me decía, ¿por qué? Yo no quería dejarlo ir. De hecho, no quería hacerlo nunca, pero así fue. La voz tan poderosa en mi mente, me hizo si irme te verle irse de espalda como el comandante de la legión que seguiríamos sin vacilar. El capitán Levi me miró, noto mi preocupación, noto que había algo dentro de mi que no se sentía nada bien. Camine detrás de él y Eren, confiada en su determinación, en que nos guiará como su escuadrón especial, pero aún así, yo quería girarme y coger la mano de mi padre. Respire hondo, encaminando por las calles donde la gente nos veía hasta subir en la cima de la muralla. Niños, jóvenes, adultos e ancianos. Ahí estaban, con la esperanza de que fuéramos los soldados que recuperaran sus tierras.
—¡Recuperen nuestro territorio!—les escuchaba, clamaban su confianza, esas personas eran del muro María, tenían esperanza en nosotros.
—Me parece que oyeron el escándalo de anoche.—comentó Hange, le escuché, mientras que me posicionaba aún lado de mis compañeros.
—Lo qué pasa es que la compañía Reeves fueron quienes nos proporcionaron la carne.—indicó la capitana Laia, quien miraba a los pueblerinos.
—¿Cuanto tiempo tiene que no aclamaban así a la legión de exploración?—se preguntaban los cadetes.—No tengo idea. Creo que nunca ha pasado.—respondía otro, aún lado de este, mientras que yo, buscaba a Armin con la mirada.
—Es verdad, nunca ha sucedido. Es la primera vez.—en cambio, fue a mi padre a quien miré.—¡Ahhhhh!—sonreí ampliamente, a diferencia de los que se sobresaltaron por su estruendoso grito.—¡Inicia la reconquista de la muralla María!—indico, extendiendo su hoja, para así escuchar el clamor de su gente, aclamaban por él, lo veían como un líder, sonreí.—¡Avancen!—pidió, haciéndonos avanzar por líneas, en un orden adecuado para bajar la muralla Rose.
Antes de bajar la muralla Rose, vi la esperanza de todas esas personas que creían que al volver, volveríamos con la noticia que esperaron por cinco años. Se sentía jodida mente bien, ser parte de esto. Saber que sería uno de los soldados que luchó valientemente para recuperar un territorio, me daba aliento de sostenerte fuertemente las sogas atadas a mi caballo y hacerle cabalgar con rapidez hasta que levantara la tierra del suelo. Todos lo hicimos, en medio de ese atardecer, antes de que la noche cayera sobre nosotros y estuviéramos exhaustos por el largo camino que debíamos recorrer hacia la muralla María. La pereza se apoderaba de mi, mantener los ojos abiertos era un reto, luego de descuidarme en mis últimos entrenamientos, aunque sin duda podría resistir, porque realmente las ansias de llegar estaban comiéndome, aún parecía irreal que estuviéramos en camino a recuperar el muro. Había un silencio, algunos charlaban, otros no, pero lo hacían de un tono bastante bajo, teniendo sus privacidades. Detrás de mi, podía ver como Armin, Eren y Mikasa charlaban, estaban los tres juntos, sin duda debían ser los más ansiosos. La mirada de Armin se detuvo en mi, me sonrió, por lo cual no tarde en devolverle la sonrisa. Mi niño bonito, cuanto le adoraba.
—Oye.—deje de mirar a Armin, para dirigirme hacia Jean quien cabalgó su caballo hasta mi lado.—¿Qué tienes? Parece como si no estuvieras aquí.—me preguntó, anonada le miré.
—Estoy bien, Jean.—expresé, intentando de verme lo más normal posible, a pesar de que estuviera tan ansiosa desde que salimos.
—Lo lamento.—expresó, confusa fruncí el ceño, viéndolo apenado.—Fui egoísta contigo. De verdad lo siento.—Jean se disculpó, dejándome sorprendida, a su ves, no tarde en negar.
—¿Por qué piensas eso?—le pregunté, cabalgando a su mismo ritmo, intentando de que la conversación siguiera en pie.
—Porque Marco también era importante para ti.—su respuesta, me dejó sin palabras.—Yo no era su único amigo. Por un momento, olvidé que Marco era querido por todos, pero dentro de ese montón, estabas tú.—expresó, mirando algún punto que no fuera yo.
—Intente salvarlo, Jean.—comente dejando un silencio entre ambos, note lo tenso que estaba—Lamentó no haber hecho lo suficiente. No sabes cuanto me culpo por eso. Aún, le escucho gritar.—musité, recordando ese trágico día.
—¿Qué fue lo último que te dijo?—me preguntó, mi piel se erizo, recordando la voz agonizante de Marco dirigirse hacia mi, yo sin duda había quedado traumada.
—Me dijo... "Ainara, ellos lo hicieron. Huye".—recitaba.—Me agradeció, pero también te llamo. Creo que él, quería decirte algo, pero murió.—Jean bajo la cabeza, mostrándose aún más tenso; le dolía.
—Ese maldito montón de huesos, si se hubiese quedado conmigo... —murmuró, impotente, él apretó fuertemente las sogas que estaban atadas al caballo.
—Ya no podemos hacer nada. Solo, seguir avanzando. Si morimos, no podremos recordarlo y yo, no quiero olvidarlo, no quiero hacerlo.—comente, Jean levantó su mirada, viéndome.
—¿Piensas en él como yo?—me preguntó, por lo cual tan solo recordé que cada día, vivía con el pánico de recordar lo que sucedió en aquel entonces.
—Pienso en él todos los días, Jean.—musité, dolida.—No sabes cuanto quería a Marco.—articule, suspirando gruesamente por la falta de su ausencia en días como estos.
—Oye, siempre me pregunté, ¿por qué me ignorabas?—me preguntó curioso, por lo cual sonreí de lado.
—Porque, el primer día que llegamos a la base de reclutas te dirigiste a mi como la hija del comandante. Yo, no quería que me miraran de esa forma, solo quería, ser una compañera.— esclarecí detalladamente, Jean pareció sentirse aliviado como si esperara esa respuesta hace mucho tiempo.
—Lo siento, lamento haber sido así.—expresó, de una manera suave y sutil, ajeno a lo que era el Jean arrogante e orgulloso.—Yo, te veía como mi compañera, pero ahora, eres mi amiga.—me dijo.
—Siempre seremos amigos, Jean.—indique yo, interrumpiéndole, para verle asentir.
—¿Sabes? Yo siempre supe que Armin estaba enamorado de ti, creo que fue, amor a primer golpe.—levante una ceja, en una expresión de asombro.—¿No lo recuerdas? Le diste un buen puñetazo, lo cautivaste. Armin debió decir, "que determinación tiene esta chica".—reí en un tono bajo, despejándome de toda la pesadez y ansiedad que sentía.—Me alegra que estén juntos, de verdad.—sonreí ante eso, escuchando su honesta voz, extrañe a Jean, lo supe cuando no me hablaba y ni siquiera me miraba.
—Yo también me alegro de que haya sido él. Y, quiero que siempre sea él.—expresé, mirando de reojo a Armin, quien charlaba aún con Eren y Mikasa, tanto que no se percataba de lo que Jean y yo hablábamos.—¿Tú que me dices?—me giré, dirigiéndome a Jean curiosa.
—¿Qué? ¿Estamos de chismosos ahora?—me preguntó sarcástico, reí asintiendo.
—Eso hacen los amigos.—articule, para buscar en medio de las personas adelante a quien quería mencionar.—¿Jana?—le pregunté a Jean, viéndole abrir su boca sorprendido.
—Baja la voz, no quiero que esa mujer nos escuche hablando de eso, si no, va tirarme del caballo.—dijo en un tono bajo, algo temeroso.
—¿Te tirará de ti mismo? ¿Eso es posible?—Jean se quedó analizando mi pregunta, por fin había entendido el chiste de hace mucho tiempo atrás cuando se refirieron a Jean como un caballo.
—Oye, eso no fue gracioso Smith.—expresó ofendido, pero vi cómo se rio.—Quizás, deba admitir que esa chica es genial, y que también, me empieza a traer algo loco.—expresó, rascando su nuca.—¿Tú que crees que me diría ese montón de huesos?—me preguntó, refiriéndose a Marco,
—Creo que Marco no te dejaría en paz hasta que se lo digas.—expresé, mirando a Jana estar en su caballo, aún lado del de su hermana, la capitana Laia.
—Yo también lo creo... —murmuró, mirando adelante para verla, por lo cual le alenté a ir hacia ella, Jean dudo, pero lo hizo.
Cabalgó con lentitud, intentando de no verse apresurado cuando quiso llegar a la joven que de un momento a otro, logró integrarse en el grupo. Pese a que su manera era algo, explosiva, Jana era una buena persona. Sonreí por ellos cuando vi cómo Jana se giró para ver a Jean, él seguía rascando su nuca de manera nerviosa. Yo, quería siempre ser testigo de cómo mis amigos fueran felices, no importaba la forma, solo quería que fuera así. Todos los que estaban aquí, eran importantes para mi y lo más que deseaba, era que todos saliéramos con vida de recuperar la muralla María, porque sabíamos que no solo entraríamos a recuperarla y ya, tendríamos que pelear. Era por eso que detallamos un plan al pie de la letra, que debíamos seguir en cada paso desde que nos asomáramos por los alrededores de sus terrenos. Apreté mis sogas, yo estaba nerviosa porque no quería tener que encontrarme esos rostros otra ves, estaba segura que aunque lo intentara, dudaría en pelear y lo más que me ataba a mis emociones, era debatir si debía hacerlo o no. Con la mirada enfrente, observe más allá en la primera línea como mi padre seguía avanzando junto al capitán Levi, quien miraba de reojo buscando a su escuadrón.
—Mi amor.—me giré, viendo como Armin llegó hasta mi, mirándome detenidamente.—¿Estás bien?—me preguntó, estirando su mano para llegar a la mía, iba responder hasta que...
—Este sitio, me suena.—tapando mi rostro con la verdosa capucha, me giré de reojo para observar a Mikasa en medio de la noche que pronto esclarecía su iluminación mediante el amanecer.
—¡Se ve el pie de la montaña!—en el aviso de un subordinado, quien yacía más adelante, sentí como mi corazón empezó a palpitar cuando se oía aquel vago río, donde solía venir.
—Ya llegamos, estamos en el territorio del muro María.—expresé en un tono bajo para mi misma, cuando observe aquel río, donde me visualicé años atrás antes del desastre, con una hermosa mujer, quien dio su vida por mí en el ataque de hace cinco años, mi niñera, la hermana de Hannes.
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