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𝐪𝐮𝐢𝐧𝐜𝐞

Dentro de todo, perdóname, Jean.

Las gotas de sudor bajaban por mi frente. Mis manos chocaban contra su pecho, distanciándola de mí con brusquedad. Sus ojos eran claros, el reflejo de un azulado suave, junto a un verde de la misma intensidad. Su cabello pelirrojo estaba suelto, junto a un flequillo lateral cubriéndole la frente. Era un centímetro más alta que yo, pero le tenía ventaja en mi fuerza. Jana Stone. Ella era la hermana menor de Laia. Su rostro estaba decaído en alguna furia que no comprendía, solo se que entrenábamos juntas, a pesar de no conocernos. Gruñí, esquivando su golpe para atrapar su mano y confrontarla junto a mi cuerpo, pero ella con su otro codo, golpeó mi mandíbula. Me distancié, tomando aire, intentando evadir el calentón que había en esa parte de mi rostro. Me miró intensamente, había una desventaja, no estaba controlando su respiración, mucho menos sus golpes. Su hermana nos observaba, aquella mujer de estatura media yacía parada en el césped, cruzada de brazos mientras nos miraba. No entendía la razón por la cual teníamos que hacer estos entrenamientos hasta levitar, solo se que me estaba esforzando por no decaer ante dos personas ajenas a mi vida que de seguro me estaban subestimando desde el instante en que me presenté a ellas.

Mis movimientos se volvieron el reflejo de unos que ya había visto. Me tense, cubriéndome de cada golpe que respondí bruscamente. El hecho de plantear las movidas de Annie Leonhart, me ponía en un estado de cuestionamiento severo. Su semblante tan frío acorraló mis pensamientos, aquel frío momento donde me sostuvo contra su cuerpo. ¿Quería salvarme o eliminarme? No entendía su expresión, el hecho de que sus ojos azulados se encontraran llorosos mientras me clamaba un perdón. Jana venía a mi más rápido, sus golpes se intensificaban al igual que mi impotencia de aquel amargo día. Encontrándome con su cuerpo, eleve fuertemente mi rodilla contra su pecho, dejándola sin aire. Abastecida de mi golpe, estuvo apunto de incorporarse, pero termino desvaneciendo en el verdoso suelo, donde el césped y las hojas se pegaron a su exhausto cuerpo. Agitada, sintiendo mi pecho subir y bajar, me quede cabizbaja, viéndola mirarme en un semblante fulminante cuando estreche mi mano para ayudar a levantarla. Incómodamente tuve que dejar mi mano tendida en el aire cuando la golpeó con brusquedad, se levantó sin ayuda, con una mano en su estómago. De sus labios trascendió la sangre; la cual escupió fríamente a mi lado, en una arrogante actitud que me hizo mirarla con el ceño fruncido.

—Jana, aún no hemos terminado.—recitó Laia, pero la joven que parecía un reflejo suyo, nos dio la espalda y se distanció denegando.—Jana.—la volvió a llamar, pero esta aún así, continuó.

—Se acabó para mi.—infirió fríamente, yéndose del patio trasero donde nos encontrábamos.

—¿Hice algo malo?—le pregunté a esa mujer, quien traía su cabello trenzado, ella denegó.

—Está molesta, pero no es contigo. Es conmigo.—artículo, mirándome fijamente.—Quedo suspendida del escuadrón de operaciones.—me indicó, dejándome sorprendida por dicho suceso.

—¿Por qué?—pregunte curiosa, aunque esa niña fuera dos años mayor que yo, parecía tener cierta fortaleza que aún no he desarrollado.

—Como tú, no pueden dividir sus emociones de un objetivo.—inculcó, haciéndome decaer mi semblante.—No lo notaste, porque no puedes verlo desde afuera, pero ambas estaban desquitándose por algo que no debe esclarecerse a la hora de pelear. Cuando tú objetivo es acabar con algo, debes enfocarte en hacerlo. Cabe recalcar que siempre hay un recuerdo que te da la fortaleza de adquirir fuerza, pero eso debe dejarse aparte. Te enfocas más en lo que sientes, que en lo que debes hacer. Ese es tu error, como el suyo y gracias a eso, le costó algo.—baje la cabeza, apenada por lo que había dicho.

—A mi también me costó algo, algo que aún no puedo olvidar.—musité, mirando mis zapatos.—Mis movimientos y acciones imprudente, me causaron una lesión que me hizo impedir salvar a alguien.—indique, sin poder mirarle.

—¿Quién era?—me preguntó curiosa, con un tono de voz neutral, a diferencia del de su hermana.

—Su nombre era Marco, era mi amigo y recluta del escuadrón ciento cuatro.—le respondí.—Murió en la restauración del muro Trost. Un titán se comió la mitad de su cuerpo, no pude hacer nada. Mi cuerpo se había excedido, pero aún así, escucho sus exclamaciones en mi oído cada noche.—dije, sumamente perturbada.

—¿Qué fue lo último que te dijo Marco?—levante la mirada, viéndola mirarme cruzada de brazos.

—"Ellos lo hicieron".—recalque, viendo como ella se tenso ante mis palabras.—Los titanes, lo hicieron.—murmuré, respirando hondo para evitar el recuerdo de su trágica muerte.

—¿Los titanes?—me hizo cuestionar, acercándose a mi con sigilo.—¿Y si no fueron los titanes?—me tensé cuando se acercó a mi, diciéndome esa insensatez que retumbó en mi oído.

—No lo entiendo.—indique, mirándola fijamente.—¿Quién más pudo haber sido?—pregunté.

—Ainara.—ella me llamo, llevando su mano a mi hombro mientras me miraba.—Ayer, los titanes que Hange trajo para experimentar, los mataron. Eso ya lo sabes, lo que no sabes es lo que tu padre le dijo a Eren. Te repetiré las palabras, porque esa situación no solo fue un acto de maldad, fue una advertencia.—me decía en un tono bajo.—"¿Quién crea que es el enemigo?"—abrí mis ojos grandemente por esa pregunta, una que me hizo cuestionar miles de cosas.—Si los titanes hubiesen sido los causantes de la muerte de tu amigo, él no lo hubiese dicho, porque ya sabemos que son una amenaza. Alguien fue el detonante de que los titanes causaran ese vil acto. Tú dime, ¿quién pudo haberlo hecho?—mi piel se erizo, empecé a respirar gruesamente, abrumada.

No comprendía, pero su cuestionamiento me hizo una bruma de pensamientos en mi que me hizo sentir anonadada. Todo se volvió lento para mi, en cuanto una clemencia de lamentos retumbó en mis oídos como un presagio.—¡Ainara!—me giré ante escuchar esa voz en medio de esta hermosa tarde, donde la ventisca removió mi suelto cabello, para hacerme verlo fijamente. Mis ojos se abrieron grandemente ante esa fila de personas que yacía mirándome a la distancia. Cada uno de ellos estaba ahí, pero quien me había alertado de su presencia, había sido Reiner. Sin previo aviso me distancié de aquella mujer, su mano dejó de sostener mi hombro, por lo cual corrí rápidamente junto a una amplia sonrisa para a abalanzarme a él en un fuerte abrazo. Sus manos me sostuvieron, me apretó con sus brazos y me giró alrededor de ellos. La emoción me hizo reaccionar así, pues además de los demás, Reiner había estado sumamente ausente para mi. En medio del hueco en su cuello, toda el impulso de mi emoción, decayeron ante la mirada vacía de Armin. Sus azulados ojos me miraban, habían examinado cada acción de mi como si lo hubiesen perturbado mientras me soltaba de Reiner. Evadió mi mirada, intentando mirar algún otro  punto con sus mejillas sonrojadas. Extrañaba a Armin. Lo extrañaba demasiado.

—Están todos aquí.—musité conmocionada por verlos, por toparme con sus miradas en mi.

—¿Creías que te íbamos a dejar aquí, floja?—me preguntó Reiner, mientras que aún cubría mi mirada y la de Armin, ya no podía ver esos azulados ojos, pero si sentir los brazos de amilasa Mikasa abrazarme.

—Gracias por cuidar de ti y de Eren.—me susurro en el oído, soltándose de mi abrazo mientras veía como Eren la miraba con detenimiento.

—Berthold, creí que irías a la policía militar. ¿No me digas que Reiner te obligo a estar aquí?—le pregunté al alto joven, quien denegó rápidamente, pero por alguna razón su postura por mi cercanía fue nerviosa, se veía abrumado.—¿Estás bien?—le pregunté viendo cómo por una cuestión de segundos, miró a Reiner apenado, era como si buscara algún tipo de apoyo moral.

—Cambió de parecer. El discurso de tu padre fue muy atrayente.—comentó Reiner, palmeando la espalda de Berthold.—¿No es así, amigo?—le preguntó, por lo cual Berthold ante mi asintió.

—¡¿No es increíble?! ¡Estamos todos juntos!—afirmó Sasha, emocionada mientras se tendía de Connie, quien cruzado de brazos rodeaba los ojos.

—No estamos todos.—esa gruesa voz me heló, por alguna extraña razón intente evadir el hecho de que él también estaba aquí, de que Jean yacía dándonos la espalda de una manera fría.

—Jean.—lo llame en un hilo de voz que lo tenso, pero más a mi cuando sus ojos miraron los mio, estos que se desbordaron en una humedad por su expresión triste y decaída, la sensación amarga de mi garganta me hizo tragar fuertemente el nudo que habitaba ahí.

—Ai-Aina-Ainara... —me llamaba, su respiración se entrecortaba, todos sus órganos debían estar dejando de funcionar.—Ellos, ellos lo hicieron... —continuaba diciéndome, pero no podía entenderlo.—Hu-huye... —no entendía, solo le miraba con detenimiento.—Jean.—articulaba con dificultad, estaba agonizando frente a mi.—Gracias Ain...

—¿Por qué me estás mirando de esa manera?—me preguntó él, sacándome de mis pensamientos cuando se creó una tensión entre ambos.—¿Estás llorando por que lo viste? ¿Verdad?—abrí mis ojos grandemente en cuanto de su bolsillo sacó aquel pañuelo, ese que me pertenecía, Jean lo apretaba mientras que el viento lo sacudía.—Tú estuviste ahí. Viste a Marco morir.—articulo con frialdad, y con mis labios temblorosos, sentí la presión de su mirada tan fría y turbia en mi.

—Jean, yo... —no pude decir ni una sola palabra en cuanto sus manos apretaron con fuerza mi camiseta, una brusquedad insensata que jamás había dirigido hacia alguno de nosotros de no ser necesario, pero lo estaba haciendo.

—¡¡Jean, suéltala!!—la voz de Reiner, Armin y Eren se entrelazaron en una, pero la fuerza auditoria que tenía sobre mi, le impedía a los demás moverse, en sus ojos se veía el dolor.

—¿¡Por qué tuviste que ser tú la última persona que lo viera!?—me preguntó, sacudiendo su cuerpo sobre la ira de su dolor, pero Reiner fuertemente lo sacó sobre mi, sosteniéndolo.

—¡¡Jean, cálmate!!—le pidió, algo le retorcía a Reiner, porque su expresión decayó en tristeza; tome aire, con mi pecho alterado, la sensación de calma que sentí cuando Mikasa se interpuso entre Jean y yo, me calmo por completo.

—Fuiste la última persona que lo vio. Y aún así, tuvo que morir sin ser salvado.—musitó Jean, con sus ojos humedecidos.—Yo era su mejor amigo. Debí haber estado ahí, quizás, lo hubiese podido salvar.—recitó, punzando mi corazón como una fría espada, solté una bocanada de aire y simplemente, me distancié.

—Ainara, por favor espera... —me pidió la suave voz de Armin, su mano rozó con la mía en unos segundos de escalofríos, pero tan solo lo evadí.

La sangre estaba expuesta, tanto como la mitad de su cuerpo desprendido donde dejaba carne viva a su alrededor. Era tan abrumador, que mi estomago se revolcó mientras que solloce fuertemente. Fue la imagen mas horrible que había visto en toda mi vida, ni siquiera la falsa muerte de Eren se había visto cómo está, cuando aquel titán desprendió el cuerpo de Marcó con un solo bocado, dejándolo inservible. Las grandes pisadas volvían a tambalear el suelo, pero yo estaba en negación de irme y abandonarle aquí. Mis lágrimas marcaban la tragedia que me azoto. Mi dolor se esclarecía en un fuerte sollozo donde continuaba apretando sus únicas extremidades. Intente estrechar más mi mano, hasta llegar a su chaqueta, la apreté tan fuerte exigiéndole un perdón por el dolor que me estaba provocando. Era el hecho de que le quería, de que él me quería. De que todos lo queríamos. Frustrada, con un sollozo entrecortado por mi falta de respiración, continuaba escuchando los pasos de aquel titán. No me iba a mover. Así era como moriría, porque no podía implicar el hecho de que mi alma continuara resguardando la vida de mis compañeros muertos, pero es que, Marcó era diferente. Grite, grite fuertemente. Nuevamente me quería castigar, nuevamente me obligaba a ver la sangre desbordarse por todo el suelo. Me necesitaba mutilar, me necesitaba culpar.

Lo único que escuché de su parte desde que este día había iniciado, era que no deseaba morir. Y aún así, yo estaba aquí junto a él, dejándole morir sin tener la fuerza necesaria para levantarme y salvarlo, pero a quien podía engañar, ni siquiera podía salvarme a mi misma en esta situación tan horrible. Estaba dejándome al descubierto por los titanes, estaba dispuesta a renunciar, porque Marcó era parte de ese sueño genuino en tener una larga vida donde todos juntos, fuéramos felices a pesar de estar separados. Habían tantas lágrimas escurridas, que nublada mente no podía ver sus pecas, esas marcadas pecas.—Lo siento, lo siento.—me sobresalte, me aferré al cuerpo de Marcó cuando intentaron distanciarme de él, me aferré tan fuerte que logre sacar de su chaqueta aquella insignia.—Lo siento, lo siento... —me repetía aquella voz, aquella sombría voz en un llanto desesperante cuando me giró, Annie me miró detenidamente a los ojos para abrazarme fuertemente.—¡Lo siento Ainara!—me grito. Tome una leve bocanada de aire. En aquel parpadeo, pude reabrir mis ojos nuevamente. Observe un techo, un blanco techo. Mi cuerpo estaba inmóvil, pero tendido en un cómodo colchón del que no recuerdo haber estado. El vacío en mi corazón se esclareció con rapidez. Tanto, que sentí la fuerte presión en mi pecho. Todo se sentía tan pesado, como si hubiera vivido una terrible pesadilla.

¿Por qué carajos Annie me pedía perdón?—me pregunté a mi misma en esa esquina, donde deslicé mi cuerpo para esconder mi cabeza entre las rodillas.—¿Por qué ella estaba ahí y no hizo nada?—el bombardeó de mis preguntas me azotaba, dándome una punzada dolorosa en la cabeza.

—Oye.—solté una bocanada de aire cuando una mano se puso en mi hombro, los grisáceos ojos del capitán Levi me socorrieron en busca de una respuesta.—¿Qué carajos haces aquí mocosa?—me preguntó, estaba sentada y con mi cabeza escondida entre mis rodillas, los caballos estaban alrededor, comiendo del césped.—¿Y por qué estás llorando? Yo no sé qué hacer en esta situación.—comentó abrumado, inclinándose frente a mi.

—¿A cuantos compañeros has visto morir?—mi pregunta lo dejo tenso, lo supe cuando vi sus ojos abrirse grandemente.—¿Y a cuantos pudiste salvar?—añadí, jamás había visto a Levi procesar tango una pregunta, jamás lo había visto acorralado por un bombardeo de recuerdos que se reflejaron en sus ojos tan sombríos.

—He podido salvar a todos aquellos que han muerto. Pero no lo he hecho, y no me arrepiento de eso.—musitó.—No puedes culparte por la muerte de tu amigo. Porque sobre su muerte, estás tú aquí recordándolo, eso te dará la fortaleza de no olvidar su muerte. Lo único que debes hacer, es no arrepentirte de la decisión que tomaste al momento de que no pudiste salvarle.—me decía, mirándome fijamente con ese semblante frío y decaído.

—Significa, que a penas este es el comienzo de una historia llena de terror.—expresé, dejando mis lágrimas caer, mientras que Levi tan solo se quedó ahí frente a mi, mirándome fijamente.

—Levántate.—me pidió estrechando su mano, la cual recibí, sintiendo su impulso para levantarme.—Vamos.—me incito a caminar.

—¿A donde vamos?—le pregunté, mientras que él tan solo me guiaba al interior del viejo cuartel.—Capitán, ¿tú alguna ves te has enamorado?—vi como nuevamente se tenso, el caminaba a mi lado con su mano en mi hombro para guiarme por aquellas escaleras.

—Eso depende, mocosa.—musitó, fríamente como si un balde de agua fría lo hubiese azotado.—¿Ya quieres espabilar? Prefiero que llores.—rodee mis ojos, para así, ver como sobresalíamos a una azotea, donde se veía todo el atardecer en su mayor esplendor, era hermoso.—La ultima ves que subí aquí, fue hace años, antes de mi primera expedición. En aquel entonces, tenía dos personas especiales para mi. Ellos me pidieron que confiara en su juicio, lo hice y los perdí. Porque aún confiando en ellos, supe que me necesitaban. Murieron por mis acciones imprudentes.—decía, cruzándose de brazos mientras que le escuchaba.—No confió en el mundo, pero confió en mí y en mis camaradas. A pesar de que puedo perderlos, sus decisiones me hacen preservar sus vidas más allá de la muerte. Este lugar me recuerda a ellos, quizás por eso no vengo aquí, pero cada ves que necesites encontrarte contigo misma y tus fantasmas, entonces puedes venir aquí.—me dijo.

—Gracias, capitán.—agradecí cabizbaja, mientras que él suspiraba gruesamente a mi lado, parecía exhausto.

—Confió en ti y en tus fortalezas. Por eso te pido que te prepares, iremos de expedición en unos días. No sabremos con que nos encontraremos.—me indicó.—Como dijiste, este es el comienzo de una historia de terror.—recitó, fríamente, por lo cual miré más allá del atardecer cuestionándome la misma pregunta que me hizo aquella mujer.

—"¿Quién crees que sea el enemigo?

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